Capítulo 5

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13/05/2017

Las flores, si había algo que Erin Mckenna amaba eran las flores.

Como cada año, el Jardín Botánico exponía miles de orquídeas que proporcionan estallidos de formas y colores, en morados, rojos, naranjas y rosas fuertes, este año la exposición se revelaba a través de arcos elevados de orquídeas amarillas, esculturas espejadas e iluminación espectacular, entre otros adornos artísticos en el interior de un gigantesco invernadero. En este momento ella y Jules recorrían un espacio con una fuente preciosa que tenía arcos de orquídeas pendiendo sobre sus cabezas, era como un bosque salvaje de flor y llamativo desorden natural que le encantaba.

Dio un paso en falso y su tacón la hizo tropezar, afortunadamente su "cita" la cogió antes de caer al suelo.

—Cuidado Marilyn —dijo Jules atento.

Erin subió una ceja desafiante.

—¿Cómo que Marilyn?

—Perdón, señorita Mckenna —se disculpó él falsamente—. Tu vestido me recuerda al de Marilyn Monroe... en rojo.

Ella miró su vestido, ciertamente se parecía al de la actriz en la famosa escena donde su falda salía volando, excepto que el suyo era mucho más largo porque le gustaba como ondeaba la tela cuando la brisa le golpeaba las piernas y poseía un rojo brillante.

—Comienza a irritarme que me llames "señorita Mckenna", dime Erin —anunció empezando a caminar de nuevo.

—Claro, Hada —habló el hombre poniéndose a su lado. Se miraron de reojo con una sonrisa traviesa— ¿Esta bien?

—Sí, hada está bien.

—Genial, ahora ¿En qué íbamos?

—Era mi turno de preguntar.

Desde hacía unos minutos habían comenzado a hacerse preguntas de cualquier tipo, había acabado siendo bastante entretenido oírlo parlotear sobre sí mismo un rato.

—Okey, dispara —animó convencido.

Se puso una mano en el mentón y lo pensó un poco embriagada por el aroma de las flores.

—¿Qué es lo más raro que has visto en casa de alguien? —cuestionó levantando un dedo.

Jules achicó los ojos y la oscuridad de sus iris se volvió una línea negra, pero alegre. De repente, sonrió por un recuerdo y se notó demasiado que le avergonzaba a la par que le divertía.

—Una vez fui a casa de un amigo por primera vez, íbamos a ver un juego y también estaba su pareja. No hubo ningún problema hasta que en el medio tiempo se me dio por ir al baño. Bueno... eh... —Rió—. Cuando fui al baño encontré una mordaza de esas que se usan para el sadomasoquismo, era un baño de visitas y ellos sabían que iría así que lo sentí como una indirecta muy directa. Entonces puse mi mejor cara, salí y les dije: ¡Mi abuela acaba de morir! Y me fui de ahí a toda máquina.

Lo encaró con la incredulidad en sus labios pintados de rosado.

—Ay, eso no puede ser verdad —chilló impresionada.

—Te lo juro por mi vida. Fue la incomodidad encarnada.

—Dios mío.

Jules aplaudió una única vez y la miró:

—Mi turno ¿Canción favorita?

—Cualquiera de Bon Jovi.

Él se inclinó para hablarle de cerca, la irlandesa lo estudió con curiosidad y sucumbió ante el encanto de su rostro perfilado.

—Wow, pues déjeme decirle que estoy 100% de acuerdo. También es mi candidato favorito al mejor cantante. Te toca.

—Cosas que odies, dime seis.

El hombre las enumeró con los dedos.

—Sacarme fotos, nadar, emborracharme, fumar, madrugar y a Brad Pitt. No lo soportó por motivos desconocidos.

—Ahora tú.

—¿Cuál es tu color favorito y por qué?

Nunca le había gustado hablar de sí misma o de su familia, pero en este caso le pesaba la sensación de retribución. Jules le había contado muchas cosas personales aunque le dolían y ella podía hacer el intento.

—Es el rojo. Mi tía tenía una obsesión con los colores y su significado, ella se vestía habitualmente de amarillo junto con mi prima porque ambas eran una explosión de felicidad. Ella me regaló unos zapatos rojos cuando era niña y me dijo que yo era como ese color. Apasionada, iracunda, cálida y amorosa —explicó nostálgica—. Después de eso, no lo sé, me enamoré de él y ahora es habitual que me vista con al menos una prenda de ese color. Aunque mis zapatos siempre son rojos.

—Me quedé sin palabras, eso ha sido muy profundo, a mí me gusta el azul pues porque es azul —comentó él—. Veamos qué se te ocurre ahora, adelante.

Movió la cabeza de un lado al otro considerando una pregunta graciosa que hacerle y se distrajo un poquito en una orquídea color jade que quitaban el aliento. Regresó a la cita con un suspiro y soltó:

—Si tuvieras que participar en una competición de baile, ¿cuál sería tu movimiento estrella?

Tras hacer la pregunta él se detuvo y se puso las manos en las caderas, personalmente Erin pensó que tenía el físico de un deportista. La camiseta azul que traía se ajustaba a su torso —tal vez con algunos kilos de más en la barriga—, y a sus gruesos brazos. Los tejanos negros que llevaba moldeaban muy bien sus piernas denotando lo poderosas que eran, además de remarcar su excelente posterior. Una cruz de plata titilaba en su tenso cuello con tez caramelo. Nadie podía culparla por admirar su atractivo.

—¿Por qué tus preguntas son mejores que las mías? —indagó molesto.

—Soy más creativa, cariño. No es mi culpa. —Lo imitó poniendo sus manos como jarras en sus caderas—. Ya responde.

—Pues obviamente, la caminata lunar es mi mejor paso.

No solo lo dijo sino que se lo enseñó y deslizó los pies hacia atrás aparentando caminar hacia adelante igual que lo hacía Michael Jackson. Aguantó la risa cubriéndose con la mano, una pareja de ancianos los juzgó antes de pasar las puertas a otra sección del invernadero.

—Voy de nuevo, ¿cuáles son tus tres primeros rankings de placeres culposos? —Erin se mordió el labio. Él agregó con camaradería—. Vamos, estamos en confianza. Es nuestra primera cita y la cuarta vez que nos vemos, no hay más confianza que esa.

Ella negó con la cabeza, ese no era el problema, pero al diablo ¿Cuándo había sido pudorosa?

—Mi rankings ¿Eh? El primero, son las escenas candentes en las películas. Me resultan muy excitantes. El segundo, son las pantimedias negras que me hacen sentir sexy y el tercero es un secreto.

—¿Y cuál es el secreto?

—No te voy a decir.

—¿Por qué?

—Por qué estás fantaseando con lo que te he dicho y lo veo en tu rostro, cariño.

D'amico quedó con la boca abierta en una sonrisa nerviosa y le gustó el leve enrojecimiento de sus orejas, al hombre le habían gustado sus palabras sin lugar a dudas. Aprovechando que pasaban por el borde de la fuente y que no había empleados que pudieran llamarle la atención, subió al borde de concreto para caminar al límite del agua levantando su vestido para que no se mojara, el sonido de sus propios pasos la hacía sentirse observada y cuando espió sobre su hombro comprobó que él tenía sus oscuros ojos clavados en sus tacones rojos.

—Me dan vértigo esas cosas, pero creo que nunca he visto a alguien lucirlos mejor que tú, Hada —reveló tendiéndole la mano para ayudarla a equilibrarse.

Aceptó su invitación y su agarre le pareció firme. Muy cálido.

—Te toca —le recordó porque no paraba de observarla.

—Oh, sí. —Se aclaró la garganta— ¿Verdad que soy el rey de las citas?

—Eres bueno, pero no el rey —bromeó.

Jules se tocó el pecho como si lo hubieran herido.

—Entonces dame otra oportunidad y te demostraré cómo puedo quitarte el aliento.

Dios, le pedía otra cita. Las alarmas se encendían en su cerebro advirtiendo el peligro de actuar sin pensar en las consecuencias, pero ella ya estaba lo suficientemente mal como para disimular que no quería escapar de su vida cotidiana.

—Sí te sacas una foto conmigo acepto —propuso retadora ya que había dicho no gustarle.

—¿Quieres una foto mía? —interrogó él con duda.

—Me gustaría recordar la primera buena cita que he tenido en mucho tiempo.

—Realmente quiero una segunda cita... así que sí.

Erin sonrió victoriosa, sacó su teléfono y no bajó de la fuente, se reclinó sobre Jules poniendo una mano en su hombro. Él la sujetó de la cintura para que no cayera accidentalmente. La fotografía salió bien, pero ni siquiera logró enseñársela porque un empleado les gritó por estar subida a la fuente. D'amico la sorprendió y la cargó para bajarla rápidamente, impulsaba por esa oleada de vergüenza lo tomó de la mano y salió corriendo hacia otra zona del invernadero.

—Perdón. Perdón. Perdón —exclamó al empleado mientras huía sin sentido.

Arrastró a Jules hasta el famoso túnel de luces del jardín botánico, un espacio donde las paredes eran pantallas que ilustraban colores que cambiaban segundo a segundo y te envolvían en un ambiente emocionante. Lo escuchaba reír a su espalda y le encantaba.

Corrieron como dos idiotas por el túnel que se coloreaba de rojo.

—¿Cómo sería el mundo si solo hubiera hombres y mujeres que fueran copias tuyas? —cuestionó la irlandesa al otro lado de la línea.

La pregunta más loca que le habían hecho sin duda. Este juego no terminaba y tampoco quería acabarlo, de hecho había sido él quien llamó con la excusa de tener más curiosidades que satisfacer. Pero solo quería oírla reír un rato más. Llevaba diciéndose eso hace dos horas: Una pregunta más y listo. Un minuto y cortaré. Un risa más y dormiré tranquilamente.

—¿Quieres que se acabe el mundo? Eso sería el Apocalipsis —contestó recostado en su cama con las luces apagadas.

Otra risa femenina y burbujeante. Perfecta.

—No puede ser tan malo.

—Hada, no me conoces lo suficiente, es eso. Bien, déjame pensar... ¿La cosa más loca que has hecho?

—Esa es fácil, de adolescente fui a una fiesta con unas amigas y bebí tanto que acabé dormida con un gato en el techo de la casa. Hasta hoy no sé cómo llegué allí.

—Interesante anécdota, Hadita.

—Bien, mi turno ¿Cómo son tus padres?

Que quisiera saber de su familia le sacó una sonrisa genuina. Estiró las piernas en la cama y usó su brazo como almohada.

—Ellos son geniales, no lo digo porque son mis padres, si no porque realmente son sorprendentes. Empezaron siendo mejores amigos y después se casaron, aunque no funcionó. Se divorciaron, pero lo increíble es que superaron eso y continuaron siendo amigos. Mi mamá es la típica anciana que va a la iglesia cada domingo y mi padre... es un tipo divertido, dicen que heredé mi sentido del humor de él. Fue policía de más joven.

—Suenan como grandes personas. —La oyó reír—. Vas tú.

Tardó veinte segundos. Ya había hecho casi todas las preguntas que tenía. Excepto una.

— ¿Por qué te molestó que te dijera hada cuando nos conocimos?

La oyó suspirar pesadamente y se asustó de haber tocado un punto sensible, se acomodó en la cama con el cuerpo tenso. Iba a decirle que no debía contestar si la molestaba, pero ella le ganó al hablar primero:

—Mi papá solía decirme hada o hadita cuando era niña, que me llamaras así me recordó los años que llevo... sin pensar en él. Me enojé conmigo misma.

—¿Cuándo murió?

—Yo tenía once.

—Debió ser duro —opinó.

—Sí, en ocasiones extraño mi casa en Irlanda. Él tenía un jardín de rosas y siempre se enfadaba conmigo por arrancar algunas para jugar, pero jamás me castigó por eso. Solo pedía que lo ayudara a plantar más y más. Era lindo.

—Gracias por contarme —dijo sincero.

Escuchó el roce de las sábanas en la llamada.

—¿Puedo hacer una pregunta personal también?

Apretó los dientes, eso le preocupó. Había cosas que verdaderamente era incapaz de responder sobre su pasado.

—Sí —carraspeó rígido.

—¿Cómo conociste a tu novia? Digo ¿Cómo era? Sí no quieres decirlo está bien...

—Tranquila, eh... ella era... —Tragó saliva—. Nos conocimos de adolescentes, ella era amiga de una de mis hermanas y cuando nos vimos fuimos muy idiotas. Tardamos un año en salir de verdad. Solíamos quedarnos en el Mustang de mi padre escuchando radio, solíamos robar el licor de nuestros padres y subíamos al tejado de mi casa... hablábamos toda la noche. —Las memorias vinieron a amargarlo—. La gente nos miraba y decía que éramos como June y Johnny Cash. Siempre juntos. Ella era tímida, celosa y talentosa, todo lo que hacía le salía bien.

Cerró los ojos irremediablemente cansado de esa tristeza agonizante.

—Suena como una mujer increíble.

No dijo nada por largo tiempo y después lanzó un simple "sí" carente de fuerzas.

—¿Jules? —llamó la pelirroja.

—¿Sí?

—Pasé un gran día contigo y estoy ansiosa por volverte a ver.

Su corazón golpeó con estridencia su caja torácica.

—Yo también, Hada... yo también espero volver a verte.

Tras media hora más de conversación, colgaron y él se quedó inmerso en la oscuridad de su habitación. Durmió menos de quince minutos porque lo despertó una pesadilla, un recuerdo vivido del choque y del cuerpo ensangrentado de la mujer que una vez amó. Sudaba a mares sentado en su cama y en ese momento se lamentó no tener una adicción como fumar o beber, nada de eso lo contentaba.

Odió no tener el ánimo suficiente ni siquiera para orar ¿Hacía cuanto no lo hacía? ¿Cuántos años?

Para empeorar su humor Pietro le envió un mensaje.

《 La próxima semana ven a comer conmigo, tengo a alguien que quiero que conozcas por asuntos de negocios. Te mando la dirección luego》

—Oh, mierda ¿Qué quieres hacerme planeta tierra?

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