Capítulo 8

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

18/05/2012

—Mierda —murmuró Asher agachándose para coger sus llaves, luego de que un alumno saliera corriendo de la escuela y se lo llevara puesto.

Estaba furioso. No, la definición de furioso no explicaba con exactitud lo que sentía. Se puso de pie y tomo su bicicleta —que había dejado apoyada en la pared de la entrada escolar de cara a la calle—, para proseguir a golpearse la espinilla con el pedal. Aguantó la horda de groserías que le martillearon los labios. Apretó la mandíbula, oyó como un colega que salió detrás de él sugería que se veía como si le hubiera pasado por encima una apisonadora; tenía una semana puñeteramente jodida que no lo dejaba tranquilo ni un minuto para tranquilizarse.

Todo por la maldita noticia que Skye le había dado el lunes.

—Tengo la ligera sospecha de que estas por explotar, profesor.

Levantó la cabeza para encontrarse a Ivelisse O' Neal con su bicicleta amarilla delante de él, podía jurar que esta mujer tenía estrellas en los ojos porque no se explicaba la necesidad que le daba de pedir un deseo cada que se presentaba ante su persona. Se recordó así mismo que se suponía que estaba enfurruñado con el mundo por lo que frunció el ceño.

—¿Qué haces aquí? —indagó árido.

La hija de Moira alzó las cejas y suspiró.

—Estas muy enojado ¿Eh?

No quería tener una conversación ahora, menos con la mujer que siempre le hacía hablar de más sobre sus problemas.

—No lo estoy.

—Claro, y yo soy la hija perdida de los reyes de Rusia.

Chasqueó la lengua resistiendo el impulso de sonreír cuando tenía que estar molesto.

—Oh... un placer, Anastasia —dijo con sarcasmo.

—Muy buena, profesor. Ven, vamos a dar un paseo para que se te quite la máscara de imbécil que te pusiste.

—Fue un día largo, quiero ir a casa...

—No hagas eso, vine a verte. Te robaré media hora de tu vida ¿Te parece demasiado?

Asher exhaló agotado, pero acepto ir con ella. Montados en sus bicis viajaron algunas calles arriba hasta un parque cercano, había varios kilómetros de césped y decenas de árboles, una cancha de básquet donde dos jóvenes jugaban con un balón y un océano de afonía producida por la absoluta ausencia de gente en el sitio. La avenida rugía en los extremos del lugar, ellos subieron a la acera y pasaron por encima del campo hasta que Ivelisse se detuvo junto a unas mesas de picnic ubicadas junto a un fresno alto que les daría sombra durante los últimos minutos del atardecer.

Dejaron las bicicletas amontonadas en el suelo y se sentaron uno frente al otro, él cruzó los brazos sobre la mesa resuelto a mantener su dignidad intacta después de que le contara lo que pasaba, porque no era tan ingenuo como para no sospechar que ella lo haría parlotear como un ave. Sentía que debía continuar resentido y enfadado a toda costa.

—¿Cómo fue tu día?  —investigó Ivelisse con las manos sosteniéndole el mentón.

—Maravilloso —mintió con cinismo.

—Dijiste que dejarías de actuar como un imbécil.

—Tú lo dijiste, yo no —atacó.

Ella hizo una mueca.

—Vamos Asher, sé que algo gordo está pasando. Skye me llamó llorando porque no le hablas. No me has llamado ni enviado mensajes en una semana, tú estuviste conmigo cuando el mundo me escupió en la cara y yo quiero estar contigo también —
expuso con sentimiento en la voz. Estiró las manos hasta coger las suyas.

Bajó la cabeza resignado, al tampoco le gustaba esto, pero no lograba lidiar con la ira que sentía.

—Júrame que no... que no te lo tomaras mal.

—Asher, nada de lo que puedas decirme me hará pensar mal de ti.

Cerró los ojos confortándose en el tacto de su piel, era fría y suave al tacto. Las letras que a ella le corrían por las venas te contagiaban en cuanto te tocaba, en el pulso de su muñeca latía en cadenciosa melodía su endeble corazón. Se humillaría al revelarle lo que pasaba.

—Skye me dijo que mi mamá está saliendo con alguien y odio la idea, me lo estuvieron ocultando un año entero.

—¿Es por eso por lo que has estado actuando como un... eh, loco? —preguntó sin palabras.

Se tapó la cara avergonzado.

—Ya sé que es una estupidez, pero me desespera que lo ocultaran.

—¿Lo habrías aceptado si te lo hubieran dicho antes?

Lo pensó seriamente.

—No.

Ivelisse ladeó la cabeza con una expresión confusa.

—¿Por qué te molesta que tu madre este saliendo con alguien?

—Es porque yo estoy aquí y no puedo protegerla, ni siquiera sé qué tipo de hombre es.

Ella pareció considerar su respuesta muy profundamente y a él eso lo puso nervioso, ya sabía que parecía un controlador con su madre, pero que la prima de su novia lo juzgara le producía una aprensión en el pecho.

—¿Qué te da miedo, Asher? ¿Por qué te resulta difícil dejar ir a tu hermana y a tu madre?

—¿Cómo?

—Me refiero a esa forma exagerada de cuidarlas y subestimarlas, no creo que lo hagas con mala intención. Pienso que verdaderamente te da miedo que alguien las lastime mientras... que tú no puedes hacer nada y tratas de controlar el mundo a su alrededor como lo hiciste al buscar una amiga para tu hermana. No dejaste que ella sufriera y te adelantaste a su dolor todo lo que te fue posible —interpretó con dudas— ¿Asher?

Una sensación enfermiza le subió por la columna, quiso vomitar y salir de ahí, pero estaba congelado en su asiento. Sus extremidades se enfriaron y se pusieron tiesas. Encogiéndose para esconder esa culpa que revivía un recuerdo que lo afligía y le daba escalofríos, quería regresar a su casa para aparentar que no existía por un par de semanas, encerrarse entre las paredes de su estudio y la monotonía de la soledad, sin memorias ni exigencias, decirle a todo el mundo que no estaría hasta la mañana siguiente o la siguiente a esa, emparejado con su conciencia desprovisto de los escrúpulos del exterior y el calendario.

De repente, Ivelisse le rodeó el cuello con los brazos en un abrazo, se le anudó la garganta y fue allí donde se dio cuenta de que había empezado a llorar. La desesperanza lo hizo pesado, quiso apartarla y ella le tomó la mano, no peleó nuevamente por alejarse porque este contacto le transmitía que no faltaba más. Bastó para hacerlo sentir acogido.

En lugar de cualquier otra cosa, le sostenía la mano y esto era... un algo que lo consolaba.

—¿Qué ocurre? —Se oía preocupada.

—Me hiciste revivir un recuerdo que no es bueno para mí salud mental — intentó bromear.

—Lo lamento, no fue mi intención.

Su cercanía era cálida, vibrante y pacífica.

—No es tu culpa.

—¿Quieres hablar de ello?

La incertidumbre lo golpeó, consideró hacerlo y sacar esa palabras atoradas como espinas sin rosas en su cuerpo.

—No lo sé —murmuró.

—Hazlo solamente si te hace sentir confortable, no me debes nada.

Tardó algunos minutos en responderle porque este gesto lo confundía y vitalizaba en partes iguales.

—No muchas personas me conocen tan bien, pero me gustaría que tú me conocieras, Ivelisse —admitió con certeza.

Se alejó lo suficiente como para enfrentarla y desvió su mirada de ella, sus rostros aún estaban muy cerca, había descubierto un lunar pequeño en su labio superior que hacía ver a su boca como un infierno. Negó con la cabeza, Ivelisse tenía la capacidad natural de distraerlo y envolverlo en una línea paralela donde todo era una mejor versión con una pizca de color amarillo.

—Eh...

Sin embargo, por muy paralelo que fuera ese mundo en sus ojos, él seguía en el presente y hablar de un trauma dolía.

—Supongo que debo contártelo ahora.

—No tienes que presionarte, Asher — dijo sujetándolo por los hombros dulcemente.

—Está bien, si no lo hago en este momento perderé el valor. Es solo que es un poco más difícil de lo que pensaba, ha pasado mucho tiempo desde que hablé de esto. —Vaciló un instante inhibido por su mirada—
¿Podrías evitar mirarme? No puedo soportarlo.

—¿Prefieres que no te mire?

—Sí.

Ella sonrió y asintió, por fin lo soltó para proseguir a posicionarse detrás de él. Cuando ya estuvo fuera de su campo de visión, Asher jugó con sus manos y se encorvó hacia adelante. Hablar de su infancia nunca había sido de su gusto.

—Mis padres se divorciaron cuando yo tenía quince años, mi padre era un hombre abusivo con un problema de alcoholismo severo. Aún hoy es un hijo de puta que se mete en nuestra vida de vez en cuando para arruinarla. En aquellos años nos golpeaba a menudo y mi madre se llevaba la peor parte. —Tragó saliva—. El peor recuerdo que tengo de él me marcó para siempre, era un día normal y acabamos de cenar para cuando empezaron a pelear, yo solía ocultarme con Skye bajo la cama en momentos así. Esa noche fue diferente, mi mamá gritaba tan fuerte y me pedía ayuda... —Llorar empezaba a darle jaqueca—. Yo tenía catorce, podría haberla ayudado y llamado a la policía, pero me quedé congelado por el miedo. No hice nada mientras oía como la golpeaba en la habitación contigua... ella sólo repetía mi nombre y Skye lloraba muy fuerte diciéndome que la salvara... no me moví. Tenía tanto miedo de que la matara e incluso con ello, no salí de debajo de mi cama... dejé que ese desgraciado le fracturaba la mandíbula y dos costillas. —Tiró de su cabello viviendo en ese día—. Creo que tienes razón, me esfuerzo por controlar el mundo alrededor de las dos mujeres más importantes de mi vida porque no puedo soportar la idea de que algo vuelva a lastimarlas mientras estoy viendo. Nunca más volveré a quedarme viendo. No habrá una segunda vez. —Pensó seriamente en el día que la conoció sin motivo—. ¿Sabes?

—¿Qué?

—Pienso que es por eso me es muy fácil hablar contigo. Es solo que cuando te encontré en el baldío: mojada, rota y herida, te sentí... más real de lo que mucha gente me parecía. Me recordaste a mí.

La brisa hacía que fuera más fácil respirar, la sombra del árbol y el dibujo de su oscuridad en el césped lo relajaron. La voz de Ivelisse vino desde su espalda:

—Lamento que hayas pasado todo eso, es sumamente injusto y horrible. Gracias por compartirlo conmigo. —Él sonrió dolido al escucharla—. Sé que esto es duro.

—Tú siempre haces que parezca fácil.

—¿Qué cosa? ¿Hablar de mí misma o hacerte hablar a ti?

—Hablar de mí, aunque tú también has sido más comunicativa últimamente.

—Solo hablo mucho, por lo que parece que soy una maestra de la comunicación y en realidad soy un desastre —comentó ella con ánimo, luego percibió el sutil suspiro femenino—¿Alguna vez hablaste con un profesional de esto?

—Sí, fui a un terapeuta cuando era más joven y lo único que conseguí fue el hábito de escribir un diario todas las noches —se quejó.

Ella se rió, su risa era efervescente en su angustia.

—Yo también tengo un diario. Una profesora de secundaria me aconsejó hacerlo para no guardarme nada dentro y poder expresarme mientras mi mamá estaba en el hospital.

—Estamos muy jodidos.

—Sip. Compartir traumas, la mejor forma de pasar tus tardes. —Hubo una cómoda pausa—. Tu mamá, tu hermana y tú merecen ser felices ¿Lo sabes?

Asher se humedeció los labios.

—Lo sé, pero ella ha sufrido tanto que tengo miedo de que vuelva a verse obligada a soportar ese infierno de nuevo. No quiero que la lastime alguien que prometió amarla.

—Tienes que apoyarla, Asher. De lo contrario, serás tú quien la lastime y saldrás más herido de lo crees. Confía en que tu madre, si sobrevivió a esa tortura y crió a sus dos hijos sola, debe ser una mujer fascinante y fuerte.

—Claro que lo es —concordó él.

—Entonces llámala y habla con ella, dile lo que me dijiste y a qué le temes, dile que la amas y que estarás ahí. Dale y date la posibilidad de superar el pasado.

La calidez le acarició, se le secaron las lágrimas en las mejillas y la jaqueca siguió su ciclo. Acabaría cuándo hablara con su madre y con Skye, siendo sincero con su dolor; corría riesgo de romperse... pero se había cansado de estar enojado.

—¿Quieres ir a comer un helado, Ivelisse? —preguntó mirándola sobre su hombro.

Ella lo observó sosteniéndose el mentón y fingiendo analizarlo. Entonces contestó:

—¿Y romper mi dieta? Claro que sí.


—¿Sabías que hay una teoría del amor aplicada al helado? —indagó emocionada comiendo una paleta de fresa.

Asher se estiró en la banca del parque con su helado de vainilla. Ivelisse estaba decidida a cambiar el ambiente después de la traumática conversación de hacía rato sobre la infancia del profesor de física que salía con su prima.

—¿Y cuál es? —continuó él.

El hombre se había arremangado la camisa hasta los codos aunque hacía frío y ella se cruzó de piernas para admirar sus zapatos nuevos. Si algo amaba era como combinaban los tacones y las pantimedias negras, debería de haberse puesto otra falda porque la que traía tenía una mancha. Rayos.

—Aquí la teoría: Nadie se come un helado pensando que se va a acabar, de lo contrario nadie comería helado. En conclusión: no seas imbécil y disfruta de tu helado sin pensarlo tanto.

Davies se mordió el labio.

—Es terrible —exclamó y dio un mordisco a la mitad de la paleta de vainilla—¿Sabes cuál es la fórmula de la felicidad?

—No hay fórmula de la felicidad — objetó convencida.

—Claro que sí, están los principales neurotransmisores del cerebro que hacen nuestra vida placentera. —Alzó un dedo mientras las contaba—. La endorfina, un analgésico natural y una respuesta al dolor, al estrés y al miedo. La serotonina, que influye en la confianza y la autoestima. También aumenta cuando nos sentimos importantes. La dopamina, se relaciona con las adicciones y la búsqueda del placer. Es la que nos motiva a cumplir nuestras metas, sueños y necesidades. Finalmente, la oxitocina, vinculadas con las relaciones afectivas como la intimidad, confianza y fidelidad.

Ivelisse frunció el entrecejo con la boca abierta, lo miró y parpadeó un par de veces.

—Mierda, me faltan casi todas — dramatizó perpleja—. Ni endorfina. Ni serotonina. Ni oxitocina.

—¿Y la dopamina?

—No, tengo muchas adicciones y placeres culposos. El café con crema, Scarlett Johansson, Chris Hemsworth y Jamie Dornan, esa película de John Travolta donde canta You 're the One That I Want —cantó el título de la canción y lo vio sonreír—. El olor a nuevo, los ositos de goma y las novelas románticas llenas de clichés. También las fresas con chocolate y el color amarillo.

Asher se río, oírlo fue una bomba que aumento sus neurotransmisores, su fórmula de la felicidad estaba al máximo.

—Dios mío —bramó él.

—Me criaron demasiado bien como para mentir.

—Espera. Espera. Espera. Tengo que hacerte una pregunta personal, me la debes desde hace mucho y sé que sonará estúpido luego de tanto de conocernos.

Ella lo miró confundida y abrió los brazos.

—Vamos, dispara porque hablas demasiado y perderemos el punto.

—¿Qué tiene de especial el amarillo? Nunca te he visto sin vestir algo de ese color ¿Tengo razón o estoy delirando?

—No, es verdad. Prácticamente es una manía que mi mamá me pegó desde que era un cigoto —exageró rodando los ojos—. Ella piensa que recibes al mundo por las energías que te rodean, le gustan los colores vivos y alegres, y no hay un color más icónico de esto que el amarillo. Irónicamente, no sé si es porque me lo metieron hasta por los oídos, pero es mi color favorito. No toda mi ropa es amarilla, aunque siempre me gusta usar una prenda o algo con él.

Literalmente pareció impactado, a O' Neal no le resultaba motivo de epifanía en absoluto. Sin embargo, fue lindo sentirse importante por su atención. Serotonina aumentada.

—Es increíble, me lo pregunté muchas veces —admitió complacido.

—¿Y por qué no dijiste nada?

—Ni jodida idea. Por imbécil, tal vez.

Quería que siguiera riendo, dio una última probada a su helado y le quedó solo el palito de madera, lo arrojó en el cesto de basura junto a la banca.

—¿Quieres que te cuente un chiste para elevar tus neurotransmisores? — indagó Ivelisse tirando su cabello hacia atrás.

—Oh, Dios. No puede imaginar que tienes en mente. —Suspiró el hombre—. Adelante, dame lo mejor que tienes.

Ella se aclaró la garganta y se puso seria para hacer el trabajo.

—Un ciego era sospechoso de un asesinato, pero lo dejaron libre ¿Sabes por qué?

—No y no quiero saber —respondió él divertido.

Lo golpeó en el hombro molesta.

—¡Vamos, te vas a reír! ¡Lo prometo!

—¡Bien! ¡¿Por qué el ciego quedó libre?!

—Porque no tenía nada que ver — susurró en su oído.

Asher se pasó las manos por la cara lamentándose y riendo por su patético chiste, ella lo acompañó solo para producir el efecto "amigo imbécil riendo" o en otras palabras reírte porque alguien más idiota que tú se está riendo.

—¡Es lo peor que he escuchado!

—Es un clásico —contraatacó con falsa indignación.

Él se volteó en su dirección con sus ojos de azul vidrioso, las mejillas sonrosadas por la risa y el pelo azabache enmarañado por enredar sus dedos entre los mechones cortos.

—Eres genial —le dijo con la voz cortada.

—Gracias, Asher.

—No, soy yo quien te agradece por quitarme la máscara de imbécil y escucharme hoy. Ya no es un mal día después de todo.

—Tienes razón, ya no es un mal día.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro