Ella sólo podía concentrarse en la vista.

Y es que muchos decían que el mejor día en la vida de una mujer era su boda, o el nacimiento de alguno de sus hijos.

Pero ella había pasado por ambos escenarios y aunque esos recuerdos eran hermosos y memorables, no podían compararse con lo que estaba ocurriéndole.

Estaba cumpliendo su sueño, su mayor meta. Subir aquel cerro empinado que desde imágenes lucía hermoso, pero no cabía duda de que donde estaba ella, se veía inefable.

El clima era cálido, no había un calor abrasante como decía en las revistas que leía cuando era una joven de 13 años, aunque si lo hubo, el sentimiento de estar en la cima del mundo la invadía.

Lágrimas de felicidad corrían sin vergüenza por sus mejillas, no se atrevía a quitarlas pues eran la prueba en vivo de lo que había logrado.

La que lloraba no sólo era la mujer de 45 años con una vida formada, era también la pequeña niña de 7 años que veía documentales del lugar con  fascinación, era la adolescente que pegaba pósters en su cuarto, soñando despierta con sentir la brisa fresca en su rostro, era la joven que ahorró toda su vida para este viaje.

Y como vio su sueño realizado, sonrió dejándose caer al vacío.

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