❄︎ | chapter 2: if i could kill him

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libro uno: venganza en la oscuridad
capítulo dos: si pudiera matarlo
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🌪 Pequeño Palacio, Os Alta, Ravka Oriental

LAS CONSECUENCIAS QUE CONLLEVARÍA asesinar a la familia Vasilyev eran demasiadas, Darya las había considerado innumerables veces durante sus encuentros y los posteriores momentos en los que se tragaba su ira como un veneno del que era inmune. Esquivó a todo aquel que quiso frenarla en su carrera hacia su habitación, si la retrasaban seguramente golpeaba al primero que le preguntara cómo había ido todo. Había golpeado, rebanado, revoleado por los aires y asesinado a los enemigos de su país, y como agradecimiento le quitaban su oportunidad de ayudar a Ravka. Los libros de su escritorio salieron volando cual aves rapaces al dejar escapar su rabia. Tuvo que volver a acomodarlos contando sus respiraciones, aunque en el proceso le dio varios puñetazos a su cama.

Genya presenció cada uno de sus movimientos erráticos con los labios apretados. Darya no sabía si era para aguantarse la risa o para llamar a algún guardia apenas comenzara a estrellarse la cabeza contra la pared. Sus celestiales ojos dorados siguieron su andar de un lado a otro como si estuviera controlando a un perro nervioso. No emitió palabra cuando Ledi Zvezda se sentó frente a su espejo, imitando su silencio, ni al acabar con sus ínfimos arreglos. Esperó a que la otra iniciara, como era su rutina usual.

—Necesito matar a alguien.

—Lo que necesitas es darte un baño —repuso la pelirroja, señalando la bañera con su cepillo—. No puedo trabajar si lastimas mis fosas nasales.

—De verdad siento como que quiero matar a alguien.

—Es hambre —Darya bufó y agarró una de las galletas que había traído Genya. La verdad sí tenía un poco de hambre—. No es el fin del mundo. En unas semanas volverás a tus misiones y recordarás esto con una risa maquiavélica.

—¡Es que no es justo! ¿De qué lado estás?

—Si vas a gastar tus palabras haciendo preguntas tontas, usa tu boca para comer.

Darya no era amiga de nadie. Cavilaba el asunto de sus relaciones sociales muy seguido, considerando la poca gente a la que permitía hablarle de temas ajenos a la guerra. Prefería permanecer así, sola, ajena a los chismes y a las peleas que se suscitaban entre las órdenes para captar la atención del Darkling y de ella. Mejor mantenerse alejada que aproximarse al corazón de otra persona hasta llegar a un punto de no retorno. Se convencía diariamente que no necesitaba a nadie, que podía resolver sus problemas por su propia cuenta, y este inconveniente con los Vasilyev no iba a ser la excepción. Había sobrevivido con esa misma técnica desde los ocho años, no tenía sentido que comenzara a fallarle a sus veintidós.

—Puedes retirarte, Genya. Yo me encargo del resto.

En el pasado, la Confeccionadora había insistido en quedarse. Se había ofrecido a ordenar sus prendas, en organizar sus perfumes por color y tamaño, y a acomodar los almohadones de su cama hasta que formaran una linda estética. Las constantes negativas de Darya causaron que las sugerencias flaquearan, desapareciendo poco a poco, hasta que fueron reemplazadas por un insulso asentimiento de cabeza acompañado de una veloz retirada. Si Darya ansiaba que Genya se ofreciera a acompañarla de nuevo, ya había perdido la oportunidad hace tiempo. De todas maneras, no quería su compañía. No la necesitaba.

Lo que no le afectaba admitir, era que si Genya no hubiera sido dada por el Darkling a la Reina, Darya la habría llamado para que formara parte de sus vitsaniki. El escuadrón de mujeres grisha que la protegían, la mantenían informada de lo que ocurría en el Pequeño Palacio y a las que le reservaba toda su confianza.

Una vez, Darya casi le reveló a Genya una charla que tuvo con la Reina. Era una tarde invernal, no estaba en ninguna misión porque las fronteras con Fjerda se hallaban tan congeladas como las aguas de las fuentes de los jardines. El trayecto hacia el Gran Palacio había sido tortuoso y su irritación no hizo más que aumentar al entrar a la habitación en la que se encontraba la Reina Tatiana. Sus doncellas le preparaban un té, avivaban el fuego, masajeaban sus pies y una de las pobres chica le leía en voz alta un libro sobre un romance bastante inapropiado. Con su aparición, todas le agradecieron imperceptiblemente a Darya, pero ella las ignoro de sobremanera. No había ido a hacerles un favor a esas arpías chismosas.

—Moya Tsaritsa —se presentó, inclinándose tanto como su mal humor le permitió.

—Ledi Zvezda, qué sorprendente visita.

La Reina no se veía nada contenta de que alguien estuviera interrumpiendo su relajada velada. Ni siquiera hizo el intento de levantarse del lujoso sofá plateado en el que estaba recostada. Solo miró a Darya indicándole que le diera una buena razón para no ordenarle a los guardias de la entrada que la arrastraran hasta la salida.

—Esperaba que nuestra charla fuera privada.

La sonrisa falsa de la Reina Tatiana se desvaneció como un eclipse ocultando la luz. Darya no se amedrentó, esperó de brazos cruzados a que la última doncella se fuera, sosteniéndole la mirada a su adversaria. Apenas se cerró la puerta, Darya comprendió la intencionalidad de sus acciones, la magnitud del pedido que estaba por articular. No sabía por qué sentía la necesidad de hacerlo, ni si era lo correcto o estaba cruzando una línea de la que era mejor alejarse, pero ninguna de sus inseguridades la detuvo a la hora de hablar.

—Quería pedirle, si me concede el atrevimiento, que me permita tomar a Genya como una de mis grisha —Tatiana fue incapaz de disimular su impresión y observó a Darya como si le estuviera pidiendo permiso para matarla—. Sería una incomparable adhesión a mis fuerzas y a las del Segundo Ejército para trabajos de espionaje. También pensé que podría enseñarle a otros Corporalki, siendo su habilidad tan única, temo que el conocimiento muera con ella.

Nunca le había comentado de tal estrategia al General Kirigan y supuso que no le gustaría perder a la meticulosa espía que había introducido en la alcoba real. Pero no le interesaban los deseos de Kirigan, por lo que si todo salía bien, lo enfrentaría hasta el final para que su voluntad se imponga sobre el Invocador de Sombras.

—¿Mi Genya? —el tono de la Reina era la definición de incredulidad.

—Sí, moya Tsaritsa.

—Genya Safin es mi doncella, tu General me la obsequió y no pienso devolver tal obsequio porque recién le vieron utilidad. Mi respuesta es un terminante no, Ledi Zvezda. Al salir, haga entrar a mis doncellas.

El impulso súbito de liberar a Genya de las garras de la Reina se borró de su mente como la idea más irracional que se le había ocurrido en toda su vida. ¿Qué se le cruzó por la cabeza al enseñarle una vulnerabilidad tan patética a la Reina? Ahora parecía que le importaba lo que le ocurriera a Genya, cuando ni siquiera recordaba el origen de su intento de rescate. ¿Por qué lo había hecho? Una pregunta que hasta el día de hoy se repetía como un eco distante en su psiquis.

Antes de desaparecer, Genya asomó la cabeza por la puerta con un mensaje que le arruinaría a Darya el resto del día.

—El General Kirigan requiere tu presencia en la Habitación de Guerra cuando estés lista.

El nombre solo le trajo una oleada de anhelos violentos. Se contuvo de unir sus manos en un exagerado rezo a los Santos, porque sin querer provocaría una ventisca que desordenaría su habitación más de lo que ya estaba. Si él creía que Darya iba a apurarse para cumplir su pedido se había equivocado terriblemente. Ella iba a ir a la Habitación de Guerra sin necesidad de que Kirigan la estuviera mandando. Pero ahora que la había llamado, se retrasaría solo para importunarlo.

Darya se adentró en la bañera que le había preparado Genya, quedándose acostada con su cabeza en un borde y sus pies en el otro, disfrutando de la tranquilidad precedente al conflicto. Su mente saltaba de una futura mala contestación a otra, mientras lavaba sus manos, imaginando que las arrastraba por la cara de él solo para mancharla de una suciedad indigna de un General. Sonreía solo de fantasear con su expresión y se dio cuenta que no quería matar a alguien. Darya quería matar al Darkling. Unir sus puños apretados para asfixiarlo, arrebatando el aire de sus pulmones en una muerte silenciosa, agobiante y efectiva. Su vida se resolvería si ese conjunto de sombras con vida se extinguiera como el fuego en un enfrentamiento con el viento. En cambio, Darya debía obedecerle como una mascota a su amo.

No tengo amo, eso es lo que se repetía para calmar su furia ascendente al atravesar la entrada a la Sala de Guerra.

La Sala de Guerra debería haber sido una habitación como cualquier otra, un punto intermedio en el que Darya, él y sus poderosos grisha se reunieran para debatir sus planes de ataque y sus maniobras de defensa. Por eso, odiaba que estuviera conectada al cuarto de Kirigan. Claro que ese era un beneficio por su posición como General, pero eso no quitaba que Darya detestara que tuviera tal comodidad.

—Te llamé hace tres horas.

Su voz le provocaba a Darya ganas de quebrarle la mandíbula, que le volaran algunos dientes para crear un espectáculo violento que los Sanadores no tuvieran la capacidad de arreglar. Para que nadie, nunca más, sea engalanado por su tono y sus palabras, que escupen elogios ilusorios detrás de palabras convincentes. Vestía su kefta negra y sobre la mesa, además de los usuales documentos, mapas y libros, había un plato con restos de comida. Había almorzado allí, esperándola. Darya no ocultó su sonrisa maliciosa.

—Agradece que no me tardé cinco. ¿Qué ocurre?

Kirigan la observó sin perturbarse por su impertinencia, pero Darya sabía que le molestaba no poder controlarla de la misma manera que a los demás. Se notaba la frustración del General al no conseguir doblegar la voluntad de Ledi Zvezda, al no ganarse su respeto sin importar todo lo que hiciera para obtenerlo.

—Necesito el reporte de la misión.

—¿Larissa no te lo trajo?

—Sí, pero quiero oír lo que tú tienes que decir al respecto.

—No tengo nada que agregar, si eso es a lo que te refieres —Darya se acercó a la carpeta que le había dado a Larissa, una Inferni parte de las vitsaniki, donde había anotado los puntos requeridos por su General—. Lo importante es que hay dieciséis fjerdanos menos en la guerra.

—Todos los grisha de tu unidad regresaron con vida —comentó el Darkling, acercándose para leer la carpeta por sobre su hombro—. La Coronel Starlington y su unidad (siete grisha: tres Mortificadores, dos Sanadores, un Inferni, un Agitamareas), interceptan y atacan campamento fjerdano en la región oeste del Permafrost. Bajas: ninguna. Heridos: tres.

¿Cuál es el punto en leerme algo que yo misma escribí?

—Te enfrentaste a un grupo de fjerdanos que los doblaban en número y que además tenían con ellos a cinco Drüskelle —Kirigan le quitó la carpeta de las manos, cerrándola y dejándola a un lado, para que Darya posara su atención en él—. Aún así, no sufres ni una sola muerte. ¿Cómo explicas eso?

—Oh, tengo muchas posibles explicaciones. ¿Prefiere que le diga una o todas, moi soverennyi?

Darya odió la sonrisa que se abrió paso en el rostro del Darkling. Eso pasaba de vez en cuando, que ella trataba de burlarse y su respuesta no era la que esperaba. En vez de una reprimenda por su atrevimiento o un castigo desmedido, recibía una mueca difícil de identificar que significaba algo totalmente opuesto. Era una reacción que la enervaba sin importar cuánto tiempo pasara desde la primera vez que la vio.

—Te he dicho muchas veces que me llamaras Aleksander.

—Y yo te contesté que para eso, tú deberías dirigirte a mí como General Starlington.

Ambos se cruzaron de brazos simultáneamente, causando que Darya quisiera deshacer su acción, pero al mismo tiempo no quería que él supiera que le afectaba que se movieran rítmicamente. Se mantuvo estática, apoyada contra la mesa, aguardando su respuesta e intentando intimidarlo al no desviar su mirada de la suya. Desde que lo conoció, lo que logró captar su atención en el instante en que lo vio no fue su kefta oscura, ni sus poderes extraños heredados únicamente por su línea sanguínea. Los protagonistas de su primer encuentro fueron sus ojos grises, luminosos a pesar de la oscuridad que deberían contener, llamándola con una insistencia que en su momento le pareció perturbadora.

Darya, Darya, Darya, parecían decir cada vez que se posaban en ella.

Dime todas las razones, Darya —le pidió ahora, no como un extraño desconocido, sino como un odioso General conocido.

Tengo tres —se despegó de la mesa y su kefta azul grisácea y plateada deslumbraba las partes de la Sala de Guerra que recorría—. La primera es que fue un ataque sorpresa una hora antes del amanecer, el momento donde hasta la luna se esconde y el frío no perdona. Ni ellos, con su país construido a base de cubos de hielo son capaces de resistir tales condiciones a la intemperie, por lo que solo dejaron vigilando a las primeras cuatro víctimas.

—Buena estrategia —admitió el Darkling, y al darse vuelta Darya lo vio observando su paseo.

—Justamente esa es mi segunda razón: yo fui la que lideró la misión, y bajo mi mando no muere nadie.

Eso no era enteramente cierto en el pasado, aunque en la actualidad era una verdad absoluta que nadie se atrevería a cuestionar. Ledi Zvezda no solo aniquilaba a todo enemigo con el que se cruzara, sino que cuidaba a sus grisha como cualquier Santo al que le rezaran.

—¿Y la tercera?

—Esa podrías saberla si no me hubieras traicionado esta mañana —contestó Darya, más dolida de lo que creía al perder el comando sobre las misiones de Fjerda.

—Eres mi compañera, Darya, traicionarte significaría traicionar a Ravka y jamás haría ninguna de las dos cosas —tal vez le sorprendió un poco la vehemencia del Darkling, pero no dejó que se notara.

—Entonces aparte de un traicionero, eres un mentiroso.

—No me tengo que explicar ante ti.

—¡Y yo no tengo que explicarme ante nadie por mis métodos para ganar esta guerra! —toda la rabia que Darya había contenido, bulló de su garganta como un volcán en erupción—. Mataré a todos los fjerdanos que hagan falta y si tengo que asesinar a los Vasilyev para que dejen de importunarme, también lo haré sin hesitación. ¿Cómo crees que se siente llegar luego de una semana de estar congelándome en el Permafrost para que me quiten mi mandato?

—Fui yo quien te mandó la misiva para advertirte de la audiencia del Duque Vasilyev —Kirigan no se inmutó ante su furia, ni por la fuerte ventisca que voló sus mapas—. Fui yo quien fue ante el Rey para defender tus misiones. Para defender tu honor.

—No te creas bondadoso por hacer algo para tu propio beneficio.

Ante eso, su General soltó una risa seca.

—Tener como Ledi Zvezda a una muchacha que no confía en mí, no es ni un poco beneficioso, y aún así aquí estamos.

Si no se necesitaran mutuamente para liderar el Segundo Ejército, Darya estaba segura que él la enviaría a Tsibeya o ella lo mataría antes. Si pudiera matarlo, claro, considerando que no se arriesgaría a presumir una victoria previa sobre un enfrentamiento contra él. Podía tener un mal temperamento que la solía querer arrastrar hacia direcciones equivocadas, pero Darya sabía cuando controlarse. El Darkling era un terreno peligroso del que prefería mantenerse apartada, mirarlo con precaución y arrojarle algunas piedras para provocarlo. Sin pisarlo. Y a pesar de eso...

Darya, Darya, Darya.

Si desea deshacerse de mí, dígalo, General —dijo Darya, dándole la espalda, fingiendo analizar uno de los mapas que había sobrevivido su exabrupto—. Como desertora no tendré ninguna de las limitaciones que tengo ahora.

De pronunciar tales palabras, Darya lo apuñalaría y luego se exiliaría por voluntad propia. Su daga debería acuchillar los pliegues entre su kefta repetidas veces. Matarlo no sería una tarea fácil. Lo había imaginado incontables veces.

—No quiero exiliarte, porque aunque no te consideres como tal, tú eres mi mejor aliada, Darya Starlington.

Lo odiaba por una infinita lista de motivos. A veces le tranquilizaba enumerarlos uno por uno, hasta que sus ansias asesinas se evaporaran. En ocasiones en las que estaba sola, las murmuraba, como si el sonido fuera más eficiente que el pensamiento. Kirigan debía saberlo, no era una emoción que necesitara clarificarse entre ellos, sin embargo Darya deseaba gritarlo en su propia cara. Para desechar cualquier duda residual.

—¿En qué piensas? —le había preguntado el Darkling una noche en la que se habían quedado planeando una táctica defensiva para Sikursk, ciudad cercana a la frontera con Shu Han.

Darya se había quedado con la mirada fija en los figurines que representaban a los soldados, jugando con uno entre sus dedos con aire distraído. Estaba deseando ir a su habitación, ignorando el frío que le recorría el cuerpo al estar con una bata sobre su camisón. No había creído que su reunión se extendería tanto. Era su primer año como Ledi Zvezda, desconocía lo que se le avecinaba y a sus diecisiete apenas aguantaba estar encerrada entre cuatro paredes con la ominosa presencia de Kirigan.

—En que voy a hacer más avances en mi cuarto, con una taza de té —soltó suspirando, hartándose de inhalar constantemente el olor a los papeles y la tinta—. Por la mañana vendré y pondremos en común nuestros planes.

—Puedo llamar a que nos hagan té si así lo deseas, solo tienes que pedirlo —esa fue la primera vez que Darya lo oyó utilizar ese tono persuasivo, identificándolo al instante—. Yo tampoco puedo resistir estas tediosas noches sin un buen incentivo. Nos vendría bien...

—Prefiero ir a mi cuarto —lo interrumpió, recogiendo todo lo que necesitaba, sin aguardar su permiso.

El Darkling la observó en silencio, sin insistirle ni ordenarle que se quedara. Aunque lo hiciera, Darya no lo acataría. Se despidió con un asentimiento escueto y se apresuró hacia la puerta. Su voz, sin cambiar sus intenciones ocultas, la atrapó como un pececillo ingenuo que nadó directo hacia la red.

—Estoy tan acostumbrado a trabajar solo que a veces me descoloca la noción de tenerte a mi lado para cuestionar decisiones sabiendo que puedo confiar en ti —Darya lo percibió, su presencia cerniéndose sobre ella, reduciendo la intensidad de las velas—. Luego de lo que le ocurrió a tu familia creí que no tendría a ningún Starlington conmigo. Hasta que apareciste tú. Mi Ledi Zvezda, mi aliada.

La oscuridad apretó el hombro de Darya con un toque familiar. Se soltó de él, dándose vuelta para enfrentar la mirada del General Kirigan. Tanto antes, como ahora, sus ojos se envistieron en un torneo de voluntades. ¿Ella caería en la red o se escaparía por entre sus agujeros, los baches de luz que la mantenían en la realidad? A Darya no le importaba perderse en las sombras, se había visto inmersa en ellas a una temprana edad, luego de la misma tragedia que había mencionado el Darkling en esa ocasión. Lo que no quería era tentarse, ni desplomarse por el abismo sombrío que él representaba. Por lo que repitió la respuesta que le había dado como despedida en esa noche helada:

Yo no soy tu nada.






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El 70% de este capítulo es Darya queriendo y fantaseando con matar gente. En fin, let's play Therefore I Am🖕🏻.

Esto iba a ser un "aliados que no se bancan" a lovers(?) y terminó siendo un "te quiero descuartizar" a lovers(?). Me encanta cómo Darya desvió todo con su odio, necesitaba escribir sobre un personaje como ella🖤.

Si notaron, va a haber unos cambios en cuanto a las descripciones de los personajes en la serie, en donde voy a basarme en las de los libros. Por ahora son solo cuatro: los ojos de Genya son dorados, los del Darkling grises y los de Zoya azules.

Espero que les haya gustado, díganme qué onda, qué opinan de la relación de Darya y Genya (#Danya🧡, yo las shippeo, no me oculto) y sus conflictos con el Darkling. Estos dos nos van a dar dolores de cabeza y trust issues, yo les advierto nomás.

Love you at midnight, Vic
🖤🖤🖤

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