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—Che, Facu, ¿te puedo preguntar una cosa?

Había agarrado la manía de morderme las uñas. Sentía que necesitaba hablar de esto con alguien y Facundo era la persona que me inspiraba más confianza para hacerlo.

Facu estaba sentado en la computadora, completamente enfrascado en un juego nuevo que había encontrado en steam. Estaba muy concentrado creando a su personaje, pero yo sabía que era de esas personas que tenían la capacidad de escucharte mientras hacían otras cosas, así que, cuando asintió, yo seguí hablando.

—Viste que el otro día estuvimos hablando de cuando yo pensaba que Pablo era una mina y eso —Lo vi asentir otra vez, sin despegar la vista de la pantalla—. El otro día estaba pensando y ponele que, en un caso hipotético, a mí me gustara Pablo ahora... ¿vos qué harías?

Por primera vez en todo el rato, Facu torció la cabeza para mirarme. Tenía una expresión muy rara que no podía definir muy bien, pero no me gustaba.

—¿Y por qué te ponés a pensar en eso? Ya sabés que es un pibe. No tiene sentido que te guste.

—Ya sé, pero te estoy preguntando qué pasaría.

—¡Y yo que sé, boludo! —exclamó, medio alterado—. Sería re raro.

Raro.

Esa palabrita me pegó como una patada en la cara.

—¿Raro por qué?

—Porque vos sos un pibe y él también—lo dijo en un tono sarcástico, como si la respuesta fuera lo más obvio del mundo.

—Estamos en el dos mil veintitrés, Facundo. Eso es re normal.

Facundo se encogió de hombros.

—¿Y qué? Para mí no.

De pronto empecé a sentir que me faltaba el aire. No sabía si estaba enojado con Facundo o extremadamente triste. Creo que me estaban pasando las dos cosas juntas.

—Me tengo que ir —le dije de golpe mientras me levantaba de la cama para ponerme la mochila.

Facundo me miró, descolocado.

—¿Pero qué te pasó?

—Nada. nos vemos mañana.

Me fui de su casa con un nudo en el pecho. Facundo era una de las personas más importantes en mi vida y de tan solo pensar en su rechazo me hacía sentir algo horrible.

Estaba seguro de que no lo había dicho para hacerme sentir mal, pero sus palabras se habían metido tan profundo en mi corazón que si no salía de ahí, iba a terminar quebrándome frente a él, y eso seguramente iba a dejarme todavía más en evidencia.

Caminé hasta mi casa para despejar un poco mis ideas. Mi teléfono no paraba de vibrar, probablemente era Facundo, pero no tenía ganas de contestarle. Ni siquiera iba a saber qué decirle.

En ese momento, por primera vez en mucho tiempo, volví a sentirme terriblemente solo. 

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