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Lo vimos entrar a clase e inmediatamente Facundo y yo nos miramos.

Seguía manteniendo esa mirada feroz, pero esta vez estaba opacada por un moretón que nacía bajo su ojo izquierdo y se extendía por todo su pómulo. También tenía el labio partido.

Me costaba mucho trabajo imaginar que alguien como él estuviera metido en peleas. No tenía el físico ni el perfil, pero la gente siempre termina sorprendiéndome al final del día.

—¿Qué le habrá pasado?

Escuché a Facundo murmurar. Había acercado su pupitre hasta casi dejarlo pegado al mío.

—No tengo idea —le contesté.

—¿Se habrá peleado con alguien o le habrán pegado?

—No sé. ¿Y si vive violencia doméstica?

Facundo arrugó las cejas.

—Sería horrible. Podríamos acercarnos para preguntarle si necesita algo.

—¿Vos querés que me mate? No me puedo acercar. Va a pensar que le estoy tomando el pelo.

—¿Y si hablamos con el adscripto?

Pensé un momento.

—Eso sí. Podríamos comentarle.

Así que, ahí estábamos Facundo y yo, desperdiciando los diez minutos de receso para meternos en un problema ajeno. Pero los dos teníamos esa misma manera de ser, no nos gustaban las injusticias y si Pablo necesitaba ayuda, aunque fuera de forma indirecta, se la íbamos a dar.

Facundo empezó la conversación cuando el adscripto nos hizo pasar. Le dijo que lo habíamos visto entrar a la clase con la cara golpeada y que sospechábamos que estaba pasando algo muy malo. Por supuesto, lo primero que nos preguntó fue si nos habíamos hecho amigos. Yo hubiese preferido no entrar en detalles pero Facundo le contó todo, incluso que yo intenté hablar con él.

Honestamente no sentí que el adscripto nos tomara muy en serio, pero antes de mandarnos otra vez a clase dijo que iba a hablar con él, así que lo próximo que teníamos que hacer era esperar.

Por supuesto, le pedí encarecidamente que no revelara que habíamos sido nosotros los que habíamos hablado. Lo último que yo quería era meterme en otro problema más. La verdad no sé por qué me importaba tanto lo que él pensara de mí, pero tampoco me quitaba el sueño meterme de lleno en ese tema.

Volvimos a clase y a los diez minutos el adscripto entró y le pidió al profesor que dejara salir a Pablo. Por lo menos estábamos seguros de que iba a hablar con él, tal vez lograba averiguar quién le había pegado y si había sido en el liceo o en su casa.

—¿Vos qué pensas?

Me encogí de hombros.

—Me cuesta trabajo creer que él sea alguien que se meta en líos. Si fuera alguien del liceo sería mucho más sencillo de resolver, pero si es en la casa...

—Es mucho más complicado —concluyó Facundo.

—Creo que, de momento, lo más importante es averiguar quién le pegó. Después supongo que ellos harán lo que tengan que hacer. Nosotros ya cumplimos con avisar.

Facundo apoyó la espalda en el pupitre y resopló.

—Tampoco creo que nos digan nada. Uno sirve a la comunidad y le pagan con ingratitud.

—No seas boludo, Facu. En unos días preguntamos si hay novedades, si nos quieren decir que nos digan. Y si no, lo vamos a averiguar por nuestra cuenta en algún momento.

Facundo asintió.

No me gustaba imaginar que había alguien que se estaba metiendo con él. Me resultaba muy difícil creer que una persona como Pablo estaba siendo acosada. No solo por su carácter, que dejaba muy en claro que no se dejaba doblegar por nadie, sino también por cómo era. Yo tenía la idea de que a la gente linda no le hacían bullying. Quizás era ese concepto el que me impedía entender qué era lo que realmente estaba pasando. Pablo tenía pinta de ser popular y carismático, pero desde que llegó a nuestro salón no lo había visto hablar con nadie. Así que tal vez, ese concepto que yo había formado de él no era tan acertado. Fue en ese momento que comprendí que, al final, y también había emitido un juicio errado sobre él. Saqué conclusiones basándome en su carácter y en su apariencia, pero yo sabía por experiencia propia, que la gente casi siempre es mucho más que eso.

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