Capítulo 15: Un monstruo sin máscara

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Caminé de un lado a otro, atormentada. Respiré hondo, busqué una manera de ser optimista, pero fue me imposible hallar la calma. Estaba claro, no vendría.

—¿Qué habrá pasado? —me pregunté desesperada.

Sabía la respuesta, pero no quería aceptarla.

—Tranquila, Dulce —me pidió Nael al verme ir de un lado a otro, al borde de la locura.

—No puedo estar tranquila. No cuando le entregué todo mi dinero a ese tipo y ahora tengo ni rastro de él —me reprendí deseando golpearme contra la pared y ponerme a llorar.

—¿Es de fiar? —preguntó. Odié no tener una repuesta.

—Silverio me dijo que... —Callé un segundo, reflexionando. Fue un golpe en seco que logró volver a revivirme. Sonreí recobrando la alegría—. Silverio... —murmuré. ¿Cómo lo olvidé? Él podía ayudarme, al menos darme su dirección o cualquier dato que me guiara hacia a él—. Gracias por todo, Nael, ahora debo irme —solté en un impulso.

No esperé palabras, ni contesté preguntas, mi cuerpo despertó corriendo a casa. Ni siquiera miré a atrás, si me apuraba tal vez lo encontraría en casa, como todas las noches.

Ese fue el pensamiento que me dominó durante todo el camino que se consumió en un suspiro, volví a respirar cuando divisé su figura en el jardín delantero, con planes de marcharse. Aceleré los últimos pasos, tanto como mis pulmones cansados me lo permitieron, alcanzándolo. 

—¡Silverio! —lo llamé con voz ahogada.

Pensé que me desmayaría, definitivamente me faltaba condición.

—Dulce, ¿qué tal van las cosas? —me saludó riéndose un poco de mi estado. Tenía el cabello desordenado por la improvisada carrera y las mejillas más rojas que las manzanas que vendíamos en la cafetería.

Llevé mis manos al pecho, ordenándole a mi corazón no escaparse.

—Mal. Muy mal —comenté, robándome su atención. Me miró intrigado sin comprender mi malestar—. ¿Tú sabes cómo puedo localizar al chico de los boletos? —pregunté sin rodeos—. Quedó de pasar esta noche por la cafetería, pero no apareció y no contesta su celular —le expliqué tan rápido como me dio mi lengua.

Silverio ni siquiera lo pensó, pese a mi notable angustia, se encogió de hombros, indiferente. 

—¿Qué puedo decirte? No recuerdo nada más —se limpió las manos, simple.

Toda ese optimismo que había intentado mantener se vino abajo.

—¿Nada? —insistí sin rendirme—. Cualquier cosa me serviría, Silverio —le supliqué—. No puedo perder todo mi dinero.

Me miró con pena.

—Una mala decisión, Dulce, lo siento, pero no te angusties, a todos nos puede pasar —le restó importancia, utilizando una voz tan suave que me exasperó. Era como si no le importara en lo más mínimo—. Confiaste en la persona equivocada —concluyó, encogiéndome de hombros.

—Tú dijiste que pondrías las manos al fuego con él —mencioné recelosa.

—¿Dije eso? —dudó, llevándose las manos al mentón.

Fue su frialdad y esa sonrisa descarada que se deslizó por sus labios lo que lo delató. Sentí una punzada al caer en cuenta de la verdad. ¿Cómo pude ser tan ciega?

—Tú lo sabías —murmuré afilando la mirada.

—Lo que sé es que fuiste muy ingenua al creer en el primero que vino a prometerte la luna y las estrellas —me corrigió sin pizca de culpa. Eso me lo confirmó. Maldito hijo de...

—¡Tú lo sabías! —lo acusé ahora sin dudas

 Él muy cínico ni siquiera perdió el tiempo negándolo, disfrutando de mi ira.

—Lo que sé es que en un mundo lleno de lobos la gente como tú no sobrevive —declaró su asquerosa filosofía para aprovecharse de los demás—. ¿Por qué crees que sería diferente? —curioseó, burlándose de mi inocencia. Sentí mis ojos arder por el coraje—. Ya, porque somos "familia" —dedujo mofándose de mi cursilería.

—Tú no eres mi familia —escupí rencorosa. Jamás—. No eres más que una rata mentirosa, un cruel estafador que para lo único que sirve es para arruinarlo todo —solté furiosa golpeando su pecho con los puños, deseosa de descargar la tormenta en mi interior.

Estaba bien claro quién perdería, también quién se cansaría primero porque apenas intenté ponerle una mano encima Silverio dejó caer las máscaras. Me tomó con fuerza de las muñecas, frenándome. Asustada quise zafarme cuando comenzó a lastimarme, pero eso solo le dio más control. Apretó su agarre, impidiéndome librarme de él. En un jalón me obligó a mirarlo directo a los ojos. Ya no había rastro de su amabilidad fingida. Era él en un estado puro.

—Escucha, Dulce, te recomiendo que pienses muy bien que vas a decir porque es tu palabra contra la mía —me advirtió. Pasé saliva, tensa, pero sin bajar la mirada—. Y te aviso, por tu bien, que no soy de los que dejó que otros ganen —expuso.

Por primera vez logré mirarlo directo a los ojos, ese pozo sin fondo provocó un escalofrío en mi piel. Tuve la impresión de que había escuchado antes el tono oscuro impregnado en su voz. Ese miedo me remontó a otra noche, otra donde también creí había llegado al final. Fruncí las cejas extrañada, preguntándome en silencio cuál sería el hecho que los conectaría, entonces llegó. El golpe fue tan intenso que me costó recomponerme. Esa mirada estuvo frente a mí antes.

—Fuiste tú... —murmuré sintiendo que el aire escapó de mis pulmones. Estaba costándome respirar. Él no me entendió, alzó una ceja ante mi balbuceo. Tuve que echarlo afuera porque sentí que me ahogaría—. Fuiste tú quién nos asaltó a Andy y a mí esa noche en la cafetería —repetí con la voz temblorosa.

La forma en que se desencajó su rostro solo dictó había acertado.

—No sé de qué demonios me estás hablando—escupió, pero dejó a la luz la inseguridad.

Lo había atrapado, estaba contra la pared.

—Claro que sí —sostuve—. No sé cómo demonios no me di cuenta antes —me regañé, aunque no me culpé, nos habíamos visto apenas unas veces y compartimos un par de frases por mera cortesía. Nunca conectamos una mirada intensa porque no quería incomodarlo, pero ahora frente a mí todo, la mancha se aclaró—. Fuiste tú el hombre que nos asaltó y... Posiblemente el otro es uno de tus cómplices —deduje, analizándolo.

Todo empezó a cobrar sentido. Silverio me soltó, retrocedió un par de pasos, me dio la impresión que tuvo la intención de huir. Llevé una mano a mi cabeza, demasiada información por digerir. El novio de mi prima era un criminal, el mismo criminal que me había robado dos veces. Me había convertido en su presa favorita.

—¡Ustedes son los responsables de los asaltos de este barrio! —concluí cuando todas las piezas encajaron—. Se han encargado de someter a inocentes como los delincuentes que son...

No pude reaccionar, Silverio acortó la distancia entre los dos en un abrir y cerrar de ojos, me atrapó, enterró sus dedos en mis hombros para retenerme. Cuando me obligó a encontrarme con su mirada oscura noté estaba inundada de furia, de esa que borra límites y te hace capaz de todo.

Me sentí diminuta frente a él, apenas logré mantener mis ojos fijos en los suyos.

—Cuidado con lo que dices... —me silenció.

—No, mejor cuida cómo le hablas.

Reconocí enseguida esa voz que retumbó a mi espalda. No fue necesario me diera la vuelta para comprobar de quién provenía. Como el cobarde que era, apenas se vio descubierto me soltó dándome un empujón. Nael, que me había alcanzado, me ayudó a mantener el equilibrio. Pareció preguntar sin palabras si todo estaba bien, no supe qué responder.

—Vaya, siempre tienes a tus defensores dispuestos a dar la cara por ti —se burló malicioso. Nael endureció sus facciones, tuvo el impulso de retarlo, pero no se lo permití, lo tomé del brazo que no interviniera. Era más peligroso de lo que parecía—. Después de todo, no eres tan tonta como pareces. Es un gran acierto, te acuestas con los dos y así te aseguras te cubran la espalda a tiempo completo —me ofendió. Apreté los puños, encolerizada por la insinuación. Hubiera dado lo que fuera por borrarle esa socarrona sonrisa, pero lo olvidé más ocupada en impedirle el paso a Nael para evitar una tragedia. Le rogué se contuviera. No quería que le hiciera daño.

Escuché la risa de Silverio, creyéndose vencedor. Le dediqué una mirada de desprecio. Dio un paso adelante, gozando hacerme sentir pequeña.

 —Y si decides ser mi enemiga sí que vas a necesitarlo —me amenazó entre dientes.

No supe si culpar al frío o a la última mirada que me dedicó de la forma en que se erizó mi piel. Agradecí al cielo cuando se alejó, dejé ir el aire retenido apenas se marchó. Dios, quise llorar, gritar, temblar, todo al mismo tiempo. El corazón me dolía en el pecho.

—¿Te hizo daño? —me interrogó Nael, dándome un rápido vistazo para comprobar no tuviera un rasguño. Negué rápido, lo que Silverio había hecho no estaba a la vista.

—Él fue quien me asaltó hace unas semanas —conté, pero parecía estar hablando conmigo misma. Nael me miró confundido, no me detuve a darle más detalles porque ni siquiera yo era capaz de dar con ellos—. ¡Ese hombre es un peligro! —declaré sin podía terminar de procesar que el enemigo estuvo en mi casa durante tanto tiempo.

Consideré a Silverio de la familia, le sonreí durante varias cenas, le deseé una felicidad sincera con mi prima porque creí era alguien honorable, pero ahora era capaz de ver el monstro que se sentaba con nosotras a la mesa.

Estaba molesta por ser tan ciega, pero sobre eso, estaba asustada por lo que podría llegar a hacer porque en su mirada leí no se andaría con juego. Si robaba, estafaba y amenazaba sin la menor culpa no sabía hasta dónde podía llegar, no quería arriesgarme a descubrirlo. No podía quitarme la imagen de él apuntándonos con un arma, entendí que la única forma de prevenir un daño era advertir al resto. Decidí empezar por la persona que más me preocupaba, la que estaba más próxima a sus garras. No podía permitir también la lastimara, si estaba en mis manos haría todo lo posible por evitarlo. Estaba segura que ella haría lo mismo por mí.

—Debo decírselo a Jade —sentencié.

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