Capítulo 21: Palabras que matan

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Mi triunfo fue efímero porque pese a los aplausos, la felicitación de mi jefe, el halago de Nael o la sonrisa de Andy, una verdad resonó con más fuerza: Jade me detestaba. Parecía decidida a no dirigirme la palabra por el resto de mi vida, no volvió a mirarme durante el evento, ni siquiera me dirigió una palabra camino a casa.

Supe que había metido la pata al fondo cuando al llegar ni siquiera lo disimuló, se fue directo a su habitación porque no soportaba verme. Contemplé desde la planta baja su ascenso furioso, titubeé un segundo antes de obedecer el impulso de seguirla. No quería postergar lo inevitable. Mi carrera por la escalera terminó, impidiéndole cerrara la puerta, colocando la palma antes de que la azotara.

—¿Qué quieres? ¿Vienes a terminar tu espectáculo? —me cuestionó fastidiada cuando no le quedó de otra que enfrentarme.

—Sabías que la canción no era para ti —le expliqué.

Jade arrojó su bolso a la cama, soltando una risa amarga que dejó claro eso no la hacía sentir mejor.

—Lo sé, era para Silverio al que no te cansaste de molestar y llenar de indirectas toda la noche —me echó en cara.

—¿Y qué con lo que él me hizo a mí? —protesté cansada de que lo pusiera a él como la víctima—. Ir a la reunión fue simplemente para fastidiarme —alegué, harta de que me arruinara la noche.

—Fue porque quería hacer las paces contigo. Quería ayudar —defendió.

Ni siquiera me esforcé por retener una risa. 

—¿Ayudarme? —me burlé de su cinismo. ¿Debía darle las gracias? Molesta con sus excusa, eché la mochila al piso y busqué algo en el fondo. Mis dedos ardieron al tocarla—. Por cierto, dile que no necesito su sucio dinero —mencioné resentida arrojando la moneda para que se la entregara de vuelta.

No quería nada de él.

—¿Hasta cuándo vas a seguir con eso, Dulce? —me cuestionó desesperada. No había nada que la sacara más de sus casillas que me refiriera a su novio como lo que era, un ladrón. No dejaría de hacerlo, no callaría la verdad.

—Hasta que me devuelva lo que me robó —respondí sin pensarlo.

Jade se llevó las manos a la cabeza.

—Dime cuánto es —me pidió cansada de ese duelo, se dio la vuelta dispuesta a pagármelo, pero se equivocaba. No era algo material lo que podía regresarme la paz que él me arrebató.

—A ti —la corregí en voz baja. Jade frenó, alzó la mirada de su bolso. Distinguí la duda en sus ojos azules, eso me motivó a sincerarme—. A mi mejor amiga, a mi confidente. Tú no eras así. Y te extraño.

Extrañaba nuestras largas charlas, la confianza que me daba, su cariño.

Jade meditó en silencio, volvió a estudiarme con aire perdido.

—Dulce, no me perdiste por culpa de Silverio —inició en un murmullo. Respiró hondo, en sus pupilas había dolor, del que llevas tatuado—. ¿Sabes por qué no te conté que lo conocí? —me preguntó de pronto, tomándome por sorpresa. Contraje el rostro sin tener la menor idea—, incluso cuando era lo que más deseaba, hablar contigo, la persona que más confiaba... Porque sabía que no te gustaría —retomó tras un corto silencio—, que no te importaría lo feliz que yo estuviera, me dirías que estaría mejor con un tipo como Andy o alguien que a tu opinión era el ideal —expuso. Me costó sostenerle la mirada porque en el fondo sabía que en parte tenía razón. Sonaba a algo que yo diría—. Y no quería escucharlo —mencionó con la voz entrecortada.

Medité sobre mis fallas, las acepté, pero tampoco pude asumir toda la culpa.

—No querías escuchar la verdad.

—No quería escuchar como siempre pones lo que es correcto para ti antes de lo que otros sienten —debatió—. Y no quería obedecerte, ceder como siempre lo hice. Porque sin darte cuenta eso haces, Dulce. Obligas a la gente a hacer lo que tú quieres, lo que consideras es lo mejor —me acusó, directa, sin morderse la lengua. Abrí la boca, mas no pude defenderme. Mis argumentos huyeron ante su mirada—. Por eso no quería escucharte porque sabía que terminaría haciendo lo que tú querías otra vez —soltó en un ataque de sinceridad.

Fue un golpe directo a mi corazón. Jamás me había cuestionado el peso de mis acciones. Muchas veces solo pensaba en mí y nunca me di cuenta que mi presión lastimaba. Tal vez Jade sí tenía razón, obligaba a otros a seguir mi concepto de felicidad. La culpa subió por mis pies, se internó en mi cabeza, amenazó con apoderarse de ella, sin embargo, pese al dolor, no dejé que mi pasado fuera más fuerte que lo podía hacer aún.

Me acerqué a Jade, que tenía la mirada brillosa por las lágrimas que deseaban salir, fijé mis ojos en los de ella sintiéndome miserable al ser la causante de su dolor, pero no me doblé. No, con mis dedos temblorosos, la tomé con firmeza de los hombros para verla directo a la cara.

—Sí, he sido egoísta, irracional e intensa —acepté mis defectos, lamentándome por herirla sin darme cuenta—, pero esta vez te estoy diciendo la verdad —aseguré hablándole de corazón.

No fue lo que esperó.

La tristeza de sus ojos se vio nublada por el rencor.

—¡Ya, Dulce! —explotó harta de que siguiera en mi postura—, ¿por qué no puedes ser como el resto que cuando no les gusta algo se guardan los comentarios?

—Porque no puedo echar la cara a un lado cuando algo va mal —defendí.

La indiferencia me hacía parte del problema.

—¿Y qué cuando algo va mal contigo? —lanzó un dardo directo a mi seguridad, pero esta vez no dio en el blanco. Estaba volviendo más hábil para esquivarlo.

—Lo entendí. Esa es tu estrategia, Jade, decirme cosas hirientes cada que te cuestiono algo —concluí decepcionada, mirándola sin reconocerla—. Por cierto —murmuré alzando el mentón, pidiéndole una explicación ahora que estábamos hablando sin máscaras—, Silverio me dijo que según tú soy una débil que no puede enfrentar la vida por mí misma —repetí sus palabras—. ¿Qué? ¿También mintió? —la cuestioné, afilando la mirada para analizar la veracidad de estas.

—Silverio no dijo eso... —murmuró insegura.

El miedo en su voz avivó el mío.

—La verdadera pregunta es si lo dijiste tú —insistí. Jade balbuceó ante el inesperado reclamo. Una parte de mí quiso quebrarse, la otra se mantuvo solo para oírlo de su propia voz—. Porque la Jade que conozco no lo haría, pero no reconozco a la que tengo frente a mí.

Contuve la respiración, aguardando. Por un segundo guardé la esperanza que dijera era mentira, incluso si se trataba de un engaño necesitaba que me dijera ella jamás haría algo así, pero en el fondo adelanté el golpe.

—Eso no fue lo que quise decir —intentó justificarse deprisa, pero de todos modos el impacto me hizo tambalear.

Hice un ademán para que se callara. Nada podía arreglarlo. No podía creer que eso fuera lo que pensara de mí. No había nada más doloroso que saber cómo te ve la persona que más quieres. Jade fue el faro en la noche de oscuridad y no había día en que no agradeciera su luz, pensé que tal vez le sucedería igual, ahora podía ver su historia era distinta. Yo no era más que otro barco perdido en la deriva que está en la obligación de guiar. Quise llorar, pero no lo hice, no frente a ella.

—Cuando le conté a Silverio lo que dijiste él se molestó, no entendía por qué actúas así —intentó explicarme. Negué, no quería escucharla. Ya no—. Le dije que tal vez tenías algo de celos porque  desde que llegaste a casa te volviste muy cercana a mí y mamá —continuó esforzándose por convencerme.

—Ajá, claro... —dije, chasqueando la lengua.

—¿Por qué no me escuchas? —expuso desesperada ante mi negativa.

—Porque cada que lo hago me encuentro con algo más hiriente —escupí al borde de la locura, con los ojos escociéndome—, y yo sí estoy intentando justificarte, Jade —confesé a punto de quebrarme—. ¡Yo sí intento convencerme de que debes estar muy enamorada para convertirte en una tonta! —estallé.

—¡Mira quien lo dice! —replicó indignada ante mi atrevimiento.

Estuve a punto de contestarle como se lo merecía, pero las palabras se quedaron en el aire porque alguien apareció, atraída por el escándalo. Tuve que morderme la lengua para no cometer una tontería.

—¿Qué está pasando aquí? —nos cuestionó molesta mi tía, sin comprender nuestro comportamiento. Era la primera vez que levantábamos la voz—. Sus gritos se escuchan hasta la calle —nos regañó.

Respiré hondo, aceptando me había excedido. Me cubrí la cara con las manos, eché mi cabello atrás y conté hasta diez. Avergonzada por dejarme llevar por la ira quise disculparme con ella, porque no tenía ningún derecho a armar una guerra en su casa, pero alguien a mí espalda arruinó mi buena intención.

—Dulce que no sabe cerrar la boca —me culpó Jade en un arrebato, perdiendo pizca de racionalidad.

Esa fue la gota que derramó el vaso.

Pudo respirar, aceptar parte de su responsabilidad en la confrontación, dejarla para después, pero no, tenía que llevarlo más lejos. Bien, iríamos más lejos. Estaba harta de cargar con toda la culpa.

—Claro, cuando te conviene sí debo cerrar la boca —aplaudí su egoísta estrategia—. Pues sabes qué, ya me cansé —declaré moviendo las manos más rápido que un karateca en Olimpiada—, no voy a solapar a Silverio.

—¿Qué sucede? —nos preguntó extrañada mi tía, mirando de una a otra sin entendernos. Pudo decirlo Jade, pero no reunió el valor, yo en cambio no quise postergarlo más. Era ahora o nunca.

—Descubrí algo muy grave —comencé atrapando su atención. Los ojos de Jade parecieron gritarme no me atreviera, pero no pensaba echarme para atrás. Para no luchar con su protesta le di la espalda, enfocando mi energía en mi tía que me observó atenta, deseosa de una respuesta—. ¿Recuerdas cuando a Andy y a mí nos asaltaron de regreso a casa? —pregunté. Frunció las cejas, enredándose aún más. Sí, tal vez no era el mejor inicio, pero confirmé era el correcto cuando asintió despacio—. Sé quién es el que estaba detrás... El mismo que me estafó hace unas semanas y se robó todo mis ahorros —anunció. La expectación en su rostro era tal que de no estar tan nerviosa, me hubiera puesto a cantar Corazón Salvaje para añadir más tensión. Sin embargo, no necesité más elementos cuando al fin lo solté—. Silverio.

Su nombre retumbó en las paredes, liberándome.  Mi tía Leticia contrajo el rostro, pestañeó un par de veces como si intentara procesar la noticia. Sí, no era sencillo descubrir el crío al que le preparaste pastel de zanahoria es el mismo que le puso una arma en la cabeza a tu sobrina, pero la vida es inesperada. De pronto, en búsqueda de claridad clavó sus ojos azules en los de Jade. Mala idea.

—¡Eso no es verdad! —defendió—. Pregúntale qué prueba tienes —expuso enseguida, conociendo mi punto débil.

Sucedió justo lo que imaginé, cuando mi tía volvió su mirada confuso a mí sabía que había dos caminos: la convencía de mi versión o la perdía también a ella. El segundo escenario era mi peor pesadilla. Tuve que respirar profundo para llenarme de valor.

—Ninguna —acepté dándole la razón en ese punto, más no permití me hiciera preguntas que no podría responder—, pero tú debes creerme, por favor. Me gustaría darte una poderosa razón para que lo hicieras, un porqué, mas no lo tengo —admití—. Solo tengo mi palabra, lo cual es igual a nada, pero espero que mis acciones tengan más peso. Yo jamás, por nada, ni nadie, ni por todo el dinero del mundo, el automóvil del año —improvisé—, una mansión en Miami o Francia, ni siquiera por un beso de Chayanne —destaqué para dejar claro la magnitud de mis palabras—, haría algo que las lastimarlas —declaré dándole total voz a mi corazón.

Leticia me contempló con expresión serena, sus ojos estudiaron mi semblante como si intentara encontrar algo, no sé si lo hizo o no, lo único que reconfortó mi corazón fue que pronto en sus ojos se deslumbró una tierna mirada. No había juicio en su rostro, incluso me pareció hallar una pizca de cariño en su sonrisa. Lo entendí, ella sí me creía.

—¡Silverio dice que es mentira! —mató la magia Jade al notar la posición que estaba tomando su madre.

—¡Silverio puede decir misa! —escupí harta de que lo pusiera por encima de todos, que la palabra fuera la ley.

—¡Igual que tú!

—Jade —la reprendió severa su madre—. No le hables así a Dulce —le exigió.

Jade negó, sintiéndose superada porque ahora la historia se había vuelto en su contra.

—Es que desde el principio detestó a Silverio —alegó.

—Sí, lo detesto —estallé acortando la distancia para quedar frente a ella y decírselo a la cara, no pensaba mentir. Fue un duelo que adelantó desastre—, ¿sabes por qué? Odio que siendo tantas cosas acabaras con alguien que cuando habló de ti solo supo decir que eras guapa, que parece más preocupado por mirarse en tus ojos, porque logró lavarte el cerebro y manipularte hasta convertirte en alguien que no reconozco —la señalé—. ¡Odio que se burle en nuestra cara y que cada vez que se aparezca por aquí sea para vanagloriarse tiene todo el poder sobre ti! —me desahogué sin filtro.

—¡Pues lo siento, pero no voy a echarlo solo porque tú quieres, vas a tener que aprender a tolerarlo —me dijo firme para que me lo grabara de una vez por toda, con la voz temblando de rabia—, porque después de todo, te guste o no, esta es mi casa! ¡Mi casa!

—¡Jade!

Después del grito de mi tía se hizo el silencio.

El impacto había dado justo en mi corazón. Agonizó.

Jade pareció caer en cuenta de sus palabras después del caos, porque en un chispazo sus ojos se llenaron de arrepentimiento, pero ya era tarde.

—Yo, no quería decir eso, Dulce... —quiso disculparse, buscó mis manos, pero di un paso atrás rechazando su contacto, sin deseos de que me tocara. 

—No, está claro, y tienes razón —reconocí fingiendo entereza cuando por dentro apenas era capaz de sostenerme—. Esta es tu casa, Jade —acepté una verdad que siempre tuve clara. No mía—. Ustedes tuvieron la amabilidad de acogerme, y se los agradezco mucho —dicté—, pero supongo que ahora es distinto porque la "huérfana" está dándote problema —expuse lo que ella no se atrevía a decirme. Le hice más fácil el camino—. No te angusties, ya no voy a darte más.

—Jade, discúlpate —le ordenó su madre.

Pero no me interesaba escucharla.

Dejé la habitación, oí sus voces discutir en la habitación, pero nada de lo que pudieran decir cambiarían mi decisión. No fue hasta que se atoró el cierre de la maleta que noté estaba temblando. Solté un sollozo ante mi torpeza, pero no me detuve, sin pensar en nada más que en sus palabras abrí mi cajón, tomé todo lo que cupo entre mis brazos y lo arrojé al fondo con la misma fuerza que los latidos de mi corazón.

Jade tenía razón. Esa era su casa. Todos los sabíamos, si jamás me lo había dicho es porque había un pacto secreto de mantenerlo en silencio. El elefante en la habitación ya era demasiado grande para ignorarlo. Yo no pertenecía ahí, ni a ninguna parte.

Cuando me recomendaron buscar ayuda, me obligué a hacer dos cosas: dejar la casa donde había crecido que resguardaba los recuerdos de mi mamá, y fingir que el cambio era bueno. Mi tía fue muy dulce abriéndome las puertas de su hogar, jamás podría pagarle su apoyo, pero en el fondo siempre supe que la magia tendría fecha de caducidad.

La prueba estaba en que a la primera confrontación Jade no se mordió la lengua para establecer las diferencias entre ambas. Tenía que adaptarme a sus reglas, si no me gustaban podía largarme. Eso haría. No por orgullo, sino porque ya no quería estar en una casa donde no me querían.

Y eso era lo que más me destrozaba, saber que tampoco pertenecía a ese nido. Yo era un pájaro que volaba de árbol en árbol buscando una rama vacía. En ese momento mientras doblaba todo a una velocidad inhumana extrañé más que nunca a mi mamá, estaba segura que de estar viva todo sería distinto. Ella me abrazaría, me haría un lugar en su cama como en las noches de pesadillas y susurraría que ahí pertenecía. Nadie más podría lastimarme porque pasara lo que pasara sus brazos estarían esperándome. No tendría que preocuparme, a su lado tendría un lugar seguro.

Pero mamá se había ido y me había dejado como una pieza sin rompecabezas que sobraba en todas partes. Vi el frasco que descansaba al costado de su foto, en él solo estaba lo que había logrado reunir en unos días. Eso tendría que bastar, me obligué a pensar sin otro camino.

Una débil que no puede enfrentar la vida por sí sola.

Mi casa. Cruel. Egoísta. Mentirosa. Hubiera dado lo que fuera porque hubiera sido Silverio quien me dijera las palabras que me atormentaban, porque sus misiles no me hubieran lastimado, no como lo hicieron viniendo de la persona que más quería. Solo quería huir porque no soportaba ver que quién curó mis heridas era la misma causante de abrir otras igual de profundas.

Escuché el leve toque de la puerta, pero lo ignoré. Con los nervios a flor de piel continúe echando todo lo que pude a mi mochila. Era una bomba de tiempo que explotaría ante la menor provocación.

—Dulce... —Frené mi carrera. Maldita sea. Me tensé al reconocer la voz. Me giré despacio para encontrarme con el rostro de papá que se asomaba desde una rendija. Resoplé cansada, como si las cosas no pudieran ponerse peor—. Me enteré que discutiste con Jade —comenzó al entrar sin invitación, sus dudosos pasos se detuvieron de golpe cuando se percató de las maletas—. ¿Qué estás haciendo? —me preguntó preocupado.

—Guardo mis cosas —respondí lo evidente.

—¿Jade te dijo que te marcharas? —me cuestionó.

—No, pero no era necesario, puedo deducir por mi cuenta cuando alguien me quiere fuera de su vida —respondí sin mirarlo a los ojos. Lástima que él no perteneciera al mismo equipo.

—Estoy seguro que Leticia no quiere que te vayas —intentó calmarme, suavizando la voz.

—Lo sé, tal vez por eso lo hago —admití cerrando una maleta que parecía a punto de explotar. No quería darle problemas, ponerla en la incómoda posición de apoyar a su hija o a mí. Por el amor que me demostró le regresaría su tranquila vida. Yo era la que sobraba.

Papá no me juzgó, pareció entenderlo. Él mejor que nadie sabía lo tortuoso que es vivir con alguien que te odia.

—¿A dónde irás? —curioseó angustiado.

—¿Para qué quieres saberlo? —respondí agobiada de su cuestionario. Ni siquiera yo lo sabía.

—Porque eres mi hija, Dulce, me preocupa lo que te pasa.

Tomé la fotografía de mamá para llevarla conmigo, solo sabía que no la dejaría, le di la espalda para que no pudiera ver cómo la abrazaba a mi pecho. Todo iría bien.

—Dulce...

—Has demostrado antes lo mucho que te importo —murmuré respirando hondo. Mi corazón se estrujó al girarme para mirarlo, pocas veces lograba verlo a los ojos—, tal vez solo quiero que dejes de hacerlo —me sinceré, golpeándolo con una frase.

El dolor penetró en su alma, casi pude escuchar cómo se sacudió y los trozos cayeron a mis pies.

Ninguno los levantó.

—¿Por qué eres así conmigo, Dulce?

No sonó a reclamo, había dolor, pero eso no podía cambiar el pasado. No importaba cuánto se esforzara, no podía regresarme lo que me arrebató.

—¡Porque todo esto es tu culpa! —solté liberando el nudo en mi garganta que amenazó con ahogarme—. Yo era tan feliz antes de que me quitaras lo que más amaba, tenía una familia por la que hubiera dado la vida, pero tú la destrozaste —escupí lo que siempre supe le diría el día que me lo preguntara, por eso lo evitaba todo el tiempo. Él no hizo el esfuerzo por defenderse—. Tomaste una decisión, sin importar lo que eso era para mí, no me pidas que lo olvide.

Papá bajó la mirada, agobiado, consumido por una culpa que jamás lo dejaría libre. Ni él, ni a mí. Viendo mi vida tambalear hice lo posible por no morir en el terremoto, sin fuerzas para seguir compartiendo aire con él tomé la maleta, me colgué la mochila y busqué escapar del dolor que amenazó con aniquilarlos a ambos. Quería estar lejos de él, de los recuerdos, de los hubieras. La única manera que sabía de enfrentar el dolor era huir.

—¿Algún día vas a poder perdonarme?

Lo escuché un paso antes de marcharme. Mis labios temblaron al identificar la agonía de su corazón, que sufría tanto como el mío. Me sostuve de la perilla, no quería desplomarme, pero estaba a nada de hacerlo. Hubiera dado todo lo que tenía a cambio de darle la respuesta que quería oír, pero no podía mentirle. Lo había intentado.

—No —contesté honesta, sufriendo igual que él.

Era imposible, igual como traer a los muertos a la vida.

El silencio perforó mis oídos cuando abandoné la casa que había sido mi refugio. Escapé de las paredes que aprisionaban el recuerdo de mamá porque jamás fui capaz de superar su perdida, ni siquiera cuando intenté bloquear su ausencia con otras voces, manteniendo mi cabeza tan ocupada que no tuviera un minuto para rememorar la imagen de su cama vacía en el hospital. Sin embargo, al tomar ese taxi caí en cuenta de la magnitud de su ausencia. Ya no servía de nada engañarme. No solo estaba sin dinero, había olvidado mis ahorros por la discusión, sino que no había un solo lugar en el que me esperaran. Estaba completamente sola.

¡Empezamos el año con un capítulo de Dulce! Mil gracias por su apoyo el año pasado, por cada uno de sus comentarios :") Fueron un motor súper importante para mí. Espero que Dios los cuide mucho y los llene de bendiciones este 2023 ✨❤️. Ahora sí, ¿qué creen que pase con Dulce? ¿A dónde irá? 😭🙀

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