Capítulo 22: ¿Regresarías al pasado?

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Tomar malas decisiones es mi pasión.

No fue hasta que el taxista me preguntó a dónde iríamos, cansado de dar vueltas por ahí, y un trueno retumbó como si faltará ambientación a mi pesadilla, que descubrí salir de casa de Jade había sido una de las decisiones más estúpidas de mi vida.

Es decir, era natural quisiera irme, pero debí seguir el plan original, tomar mi dinero para pagar un cuarto de hotel. Ahora estaba bajo una tormenta, con mi corazón hecho pedazos, los lazos con mi familia rotos y un billete en el bolsillo de mi mochila. Y para acabarla, tenía poco tiempo para pensar porque el taxímetro no se detenía.

Eché la cabeza atrás, soltando un suspiro desesperado. Viéndome contra las cuerdas repasé mis opciones. Había dos sitios a los que podía acudir, tan opuestos entre sí que fue fácil decidir. Aunque el primero era el correcto tenía demasiado miedo de volver ahí, aún no estaba lista. Esa noche necesitaba más que un techo, y sabía exactamente dónde lo encontraría. Solo había un lugar en el mundo en el que deseé refugiarme en la tempestad.

Tal vez fue por eso que, tras pagarle al taxista que me ayudó a bajar la maleta que aguardaba empapada a mi costada, cerré los ojos rezando antes de animarme a tocar. Un par de golpes débiles que terminaron cuando alguien escuchó mi llamado. Díganme tonta, pero sentí que el caos se disolvió de golpe cuando choqué con su mirada.

Busqué las palabras correctas para aclarar su rostro desencajado que reflejaba no entendía qué hacía a esa hora ahí. Y juro que quería explicárselo, pero antes de que me echara, antes de que se negara, necesitaba algo para no desmoronarme, algo que sabía solo podía hallar en él.

Así que sin importarme arruinaría su pijama, me lancé a sus brazos en búsqueda de un abrazo que reviviera mi agonizante mi corazón. Lo estreché con todas mis fuerzas, empapada de pies a cabeza, como si pudiera grabarme la protección que me daba su compañía. Él tardó un poco en reaccionar, mantuvo sus brazos en alto hasta que pasada la sorpresa envolvió mi cuerpo con su cálido cariño. Todo iría bien, una mentira que se sentía tan cierta a su lado. Fue sentir la caricia en mi cabello, suave y reconfortarte lo que me impidió mantener todo dentro de mí, el dolor sacudió mi pecho a la par un sollozo escapó de mis labios. No quería llorar, pero terminé haciéndolo cuando sentí su corazón cobijarme.

—Ya, yo estoy aquí —me consoló Andy en un susurro que se hizo oír sobre el aguacero que caía sobre los dos. Yo seguí llorando como una niña—. Todo estará bien, te lo prometo.

Dejó de importarme el impredecible futuro, cerré los ojos grabándome la ansiada calma que me regalaba el aroma de su piel, la delicadeza de su abrazo, el tacto de sus manos.

—Deberías entrar o vas a resfriarte —me aconsejó con dulzura, apartándose un poco para mirarme a la cara donde se deslizaba la fuerte lluvia. No me importó hasta que reparé estaba empapado de piel a cabeza y una punzada de culpa me invadió. Asentí con torpeza porque de todos modos no podría explicárselo en la calle. Andy reparó en la maleta a mis pies, abrí la boca para disculparme por molestarlo, pero él no me dejó ni hablar, sin hacer preguntas, me ayudó a llevarla a adentro.

En el interior me recibió el silencio que se agudizó cuando Andy cerró la puerta a su espalda. Lo único que alumbraba la habitación era una lámpara en una esquina. Sintiéndome fuera de lugar me mantuvo de pie en el umbral mientras Andy dejaba la maleta a un lado. Cuando se giró a mirarme abrí la boca para hablar, pero se me adelantó.

—Voy a traerte algo para que te seques.

Extendí mi brazo para detenerlo, decirle que no se preocupara, pero apenas di un paso volví a mi sitio al notar estaba estropeándolo. Genial, pasé mis dedos por los mechones que enmarcaban mi cara. Debía parecer un espagueti.

—Aquí está —me cedió una gruesa toalla volviendo más rápido de lo esperado. La acepté por el bien de los muebles—. También he dejado el agua calentando para un té —me avisó mientras me secaba el cabello.

—¿Dónde está tu abuela? —me atreví a preguntar, quería hablar con ella.

—Dormida, a esta hora no hay nada que la despierte —me contó. No supe si tomar eso como algo bueno o malo—. ¿Quieres contarme qué te pasó? —preguntó dominado por la curiosidad.

—Lo que pasó es que soy una estúpida —me regañé, pero él no borró su compasiva sonrisa—, pero eso lo sabes bien —reconocí suspirando. Después de todo, Andy había sido testigo de todos mis tropiezos.

—¿Tiene que ver con la canción? —intentó adivinar.

—Tiene que ver con que mi vida es un desastre —resumí sobrepasada—, y quizás ya no debo echarle la culpa a Silverio de eso, tal vez lo único que hizo es poner las cosas en perspectiva —concluí sin quedarme quieta, caminando de un lado a otro.

—Perspectiva... —repitió, sin entender.

—Sí, tal vez me permitió ver lo que realmente soy.

—¿Rubia? —lanzó lo primero que se le ocurrió.

—Además de rubia, fan de Chayanne, la primera que se termina los pastelitos, un karaoke andante, un lío sin fin, una tonta que pensó podría tener de nuevo una familia solo porque no ha podido superar perdió la suya —dije, dejándome caer en el sofá, derrotada. No fue hasta que mis dedos se pintaron de negro al intentar retirar una lágrima que se deslizaba que descubrí había vuelto a llorar—. Y ahora la doble de la niña del aro —me quejé echando la cabeza atrás. Maldita sea, justo me dio mi ataque de drama la única noche que usé delineador.

Andy que se había mantenido en silencio se acercó, sentándose a mi lado. Sus ojos marrones repasaron mi semblante sin prisas.

—Sí necesitas ese té —concluyó haciéndome reír de forma tan inesperada que sentí como si una enorme piedra hubiera caído de mi espalda.

.En mi batalla de emociones un sollozo se me escapó entre mi risa.

—Es una suerte que aquí sí puedas ponerle cianuro —bromeé entre lágrimas.

—También se nos acabó —repitió divertido lo que me dijo hace unas horas poniéndose de pie, no sin antes darme otra muestra de su ternura cuando acarició mi brazo dándome una última mirada antes de inclinarse para darme un beso cariñoso en el cabello. Cerré los ojos. Andy era demasiado bueno—, pero tengo azúcar —planteó otra opción.

—Tardará un poco más en matarme, pero lo acepto.

Andy asintió marchándose, yo me quedé ahí, sola, con el silencio como único acompañante, y mientras mis ojos estudiaba la luz que desprendía el aparato arrinconado comencé a hundirme en mis recuerdos. Ahora que la adrenalina se había ido a dormir la culpa tomó su lugar.

—Así que discutiste con Jade —asumió a su regreso, despertándome. Cuidadoso me entregó una taza recordándome estaba caliente, luego giró una silla del comedor su espalda para sentarse frente a mí.

—Eso no fue una discusión, fue la tercera guerra mundial —murmuré antes de darle un trago. Sonreí, observé el humo que desprendía la bebida entre mis manos. Andy era un genio para hacerme sentir bien con cosas tan simples. Ojalá pudiera parecerme a él—. Yo hice todo mal —resumí agobiada.

—Solemos decir cosas crueles cuando estamos enojados —intentó justificarme.

Negué, eso no era lo que me preocupaba.

—Ese es el problema —remarqué, odiándome—. Yo no necesito una razón para estropearlo, Andy —reconocí molesta conmigo misma—. Incluso Jade puede decir que dijo o hizo lo que hizo porque estaba enfadada, pero qué hay de mí, mi vida es un error tras error —describí queriendo renunciar—. Posiblemente estar aquí también lo sea —pronostiqué.

—No lo es.

Respiré hondo, agradeciéndole por no dejarme caer.

—Tienes razón —reconocí con un leve asentamiento. Le di otro pequeño sorbo a su obra maestra—. Vale la pena viajar un par de kilómetros a cambio de probar esta maravilla —lo felicité alzando la taza, dándole el honor que merecía. Andy le restó importancia como siempre lo hacía. Yo no pude hacerlo, contemplé su mirada apacible que me invitó a no quedarme callada—. Y por verte —admití sincera sonriéndole con todo mi cariño—. No puedes hacerte una idea de lo que significó tu abrazo cuando más lo necesitaba.

O tal vez sí lo hizo porque deslizó sobre sus labios una sonrisa especial antes de abandonar su asiento para sentarse conmigo sin dejar de mirarme. Había algo en los ojos de Andy que siempre me hacía sentir en calma.

—Cuando escuché que tocaron a la puerta bajo tremendo vendaval pensé era parte de un sueño —me contó, divertido.

—O de una pesadilla —murmuré una opción más cercana a la realidad.

—Tú no eres una pesadilla, Dulce —debatió con esa dulzura que le impedía dejar que alguien se pisoteara así mismo.

—Eso no es lo que opina Jade —susurré, hablando para mí. Respiré hondo, dejé el té en la mesa antes de regresar a mi sitio, recargándome en el sofá, alcé la mirada al techo—. Estaba pensando que no importa cuánto te esfuerces, a veces jamás conseguirás lo que más quieres en el mundo —solté en voz alta mi conflicto emocional.

—¿Casarte con Chayanne? —dudó.

Torcí mis labios, reflexionando.

—Jamás conseguirás lo segundo que más quieres en el mundo —me corregí siendo más exacta. Él rio haciéndome sonreír—. Es decir, mírame, Andy...

—Lo hago —lo interrumpió sonriéndome. No estaba entendiendo el punto.

—Cuando perdí a mi mamá me aferré tanto a tener una nueva familia, es decir, no una nueva familia... —intenté explicarle enredándome. Porque jamás nadie podría sustituirla. Suspiré ordenando mis emociones que parecían devorarse entre ellas—. Yo solo quería... Quería sentir que pertenecía a alguna parte, un hogar en el que me quisieran como ella lo hizo. No me refiero a casa como una construcción con piscina o cuadros, sino a un lugar en el que pudiera sentirme segura. Ya sabes, pensar que ahí, sin importar lo que pase, no estarás sola —expuse melancólica—. Pero de nada sirvió intentar convencerme que lo había hallado porque al final estoy igual que al inicio. Sin un hogar, sin familia, sin dinero —acepté—, todo porque soy una idiota que nunca piensa antes de hablar —resumí mi dilema, queriendo golpearme contra la pared.

—No estás igual que al inicio, Dulce.

—Claro que sí, o quizás peor, porque antes de irme de casa al menos tenía esperanza de que estaba ante un nuevo capítulo y estaba lleno de sueños tontos —me dije decepcionada—. Me daba permiso con soñar con trivialidades como ir a conciertos o casarme con alguien que no sabe ni mi nombre —me reproché mi estupidez—, debí trabajar en mí, en mi futuro —argumenté usando la lógica—, pero no lo hice porque pensé que esto duraría para siempre.

Que no llegaría el día en que viera en los ojos de Jade las ganas de tenerme lejos, que cualquier lío lo resolveríamos como una familia, jamás consideré el problema tendría mi nombre. Nunca quise aceptar la posibilidad de que el tiempo se me acabaría.

—La mayoría de las cosas no duran para siempre —me recordó una cruel realidad. Asentí con un mohín, pero yo creía que el amor era la excepción a la regla—. De todos modos, ahora estás molesta, pero te aseguro que Jade te quiere, Dulce —mencionó con la cabeza fría.

—Me quiere, pero no me soporta —concluí—. Algo así como los juegos de niños en la ferias.

Su risa me hizo sonreír. Me sentí menos perdida con él a mi lado, y no era el lugar, podía echarme en ese o cualquier momento, pero la manera en que me miró me ayudó a mantener mi fe. Él era el recordatorio de que había luz después de la oscuridad.

—Te prometo que todo mejorará, mañana te sentirás mejor —aseguró. Yo no sabía si una noche de sueño podrían reparar el caos que había provocado durante meses—. Solo necesitas dormir un poco, te vendrá bien —resolvió con simpleza.

Oh, no. Me tensé cuando llegó el momento que había intentado postergar. Apreté los labios, maldiciendo mi cobardía que terminó cuando sin aviso lo sorprendí tomándolo del brazo al querer ponerse de pie. Andy alzó una ceja, sin entenderme, aunque adelantando era algo importante, lo peor vino cuando me preguntó sin palabras qué sucedía y solo yo podía contestarle.

—Escucha, quiero que seas sincero conmigo —le pedí—. No importa si no es lo correcto, tampoco si suena cruel, no te preocupes por lastimarme o porque voy a enfadarme... —expuse deprisa todas las opciones. No quería que me diera un sí y después eso nos costara la amistad, en este momento lo único que no soportaría era perder su compañía. Andy asintió, escuchando mi vómito de palabras. Respiré hondo. A este paso me terminaría el oxígeno del planeta. ¡Por favor, alguien siembre un árbol!—. Sé que vas a pensar...

—Eres adivina —bromeó con mi angustia, en un esfuerzo por disiparla.

—No, soy realista —reconocí, por primera vez, a mi pesar. Titubeé un segundo. Otra aspiración profunda—. No tengo a dónde ir esta noche —solté de golpe cerrando los ojos, sin darle más vueltas para no acobardarme, pero sin el valor de verlo a la cara—. Y no quiero que pienses que soy una aprovechada, una persona que lo único que busca es...

—Puedes quedarte aquí, Dulce —me interrumpió.

Abrí de poco uno de mis ojos, deslumbrando la sombra de su sonrisa. Fruncí las cejas extrañada, eso no era lo que esperaba. Es decir, no tan fácil.

—Sí, bueno, me gustaría explicarte...

—Y puedes explicarme todo lo que quieras —concedió tranquilo—, pero no es necesario, puedes quedarte todo el tiempo que necesites —repitió sin dudarlo. Había tanta seguridad en su voz que por un momento quise ponerme a llorar, lo retuve dentro de mí para no hacer más drama. Era solo que Andy había matado con una frase toda mi angustia.

—Solo será esta noche. Lo prometo —le aseguré—. Mañana iré por mi dinero, conseguiré algún lugar donde quedarme... Esta vida no me alcanzará para darte las gracias —admití sincera. 

Estaba tan perdida y desesperada, que su ayuda había cambiado el rumbo de mi historia.

—No tienes que hacerlo, pero quién sabe, quizás con un poco de suerte ambos podemos encontrarnos en otras —mencionó una posibilidad que me gustó—. Yo te reconocería enseguida —añadió.

—Por mi amor a Chayanne —adiviné. Sí, ese era mi sello, acepté ladeando el rostro mientras él soltaba una carcajada—. Yo también podría reconocerte hasta con los ojos cerrados —aseguré orgullosa, para probarlo apreté los párpados sumergiéndome en la oscuridad. Extendí mi mano buscando palpar sus facciones, esas que conocía de memoria, pero en mi impulso no medí la fuerza y le di directo a la nariz. Su quejido me alarmó.

—O porque pegas duro —planteó otra opción. Reí sonrojándome por la vergüenza, recordando todas las veces que lo había golpeado sin querer. Era un peligro para ese chico.

—Bueno, digamos que mantenemos un balance —intenté explicarle, revisando cuidadosa no le había hecho daño—. Yo te destrozo la cara, tú me ayudas a remendar mi corazón —concluí con un deje gracia.

—Haces bien tu parte —bromeó, retirando mis manos despacio para que no me angustiara por la estructura ósea de su nariz.

—Tú eres un maestro en la tuya —reconocí sincera. Andy notó que estaba hablando en serio y me alegró supiera lo que gritaba mi corazón. Tomé su mano, él mantuvo sus ojos puestos en aquel punto—. No sé dónde estaría sin ti, es decir, no hablo del lugar físico —aclaré—, porque podría dormir debajo de un puente o en un refugio, no lo sé, eso se me ocurriría en el trayecto —expuse dejando claro lo mala que era para tomar buenas decisiones—. Hablo de que al salir me sentía como un monstruo, como una bomba que estaba a punto de estallar y destruir la ciudad, y de pronto todo cesó —describí extrañada—. Estoy triste, pero tranquila.

—Y estarás mucho mejor cuando descanses —me animó.

Sonreí porque era genuina su preocupación por mí.

—Puedo hablar con tu abuela... —recordé me había brincado el paso más importante, después de todo, ella era la dueña de la casa.

—Eso lo haré mañana. No te preocupes —dijo. Quise argumentar que lo más correcto era que me ocupara, pero Andy me distrajo con algo que me hizo pegar un ridículo respingo—. Si quieres puedes dormir en mi cuarto y yo me quedo aquí...

—No —respondí, enseguida y sin pensarlo, un poco más tosca de lo que buscaba—. Es decir, no quiero ofenderte, apuesto que tu cuarto es genial, tiene una cama estupenda y cosas dignas para una pijamada —le expliqué—, pero preferiría quedarme aquí.

—¿En el sofá? —dudó.

—Sí, piénsalo, es perfecto, además de diminuto, parece hecho para mí —alegué como si le estuviera vendiendo un departamento de lujo.

—No creo que estés muy cómoda —me advirtió.

—Te apuesto que sí. Seré la mejor huésped que tendrás —le aseguré optimista, casi en una promesa—, no vas a arrepentirte. Me mantendré en silencio, me levantaré temprano, no ronco, apenas vas a notar que estoy aquí...

—Hey, Dulce —frenó mi parloteo, sonriéndome—, no eres una molestia, a mí me hace feliz estés aquí —repitió para hacerme sentir mejor.

Dibujé una débil sonrisa ante su dulce consuelo.

—Eso dicen todos al inicio, pero la gente se cansa, Andy —le recordé. Y no es que se lo reclamara, tarde o temprano pasaría—. Por eso tengo una meta clara, voy a trabajar duro y algún día, no sé cuándo, tendré un hogar como el que siempre soñé, sencillo, pequeño —acepté asintiendo—, pero donde pueda sentirme feliz, libre, al que pertenezca —decreté esperanzada. Callé, reflexionando—. Dejaré de pensar en ese concierto y me centraré en mi realidad. Ver a Chayanne puede esperar —admití a mi pesar. Ahora entendía mejor que nunca el "después" de mamá—. Reuniré el dinero para trabajar en lo que necesito.

—Soñar no es malo, Dulce.

—Lo sé, pero ya no tengo tiempo para eso. Tengo que madurar —declaré de una vez por todas—. Si hubiera usado más la cabeza y menos el corazón no hubiera dicho esas cosas a Jade, ni a papá, ni hubiera huido de casa —reconocí mis fallas.

Andy me escuchó con una débil sonrisa, no logré leer lo que pasaba por su mente, no se lo pregunté pese a mis ganas de hacerlo, porque me prometí quedarme quieta, pero mi corazón no logró cumplir su parte del trato cuando él volvió a hablar.

—Pero no estarías aquí, ni te hubiera conocido —me recordó, sonriéndome—, ni te hubieras ganado a Nael, a Don Julio, Celia o mi abuela. Dulce, usar el corazón cuando otros usarían la cabeza es lo que te hace especial —me animó como él solo podía hacerlo. Pese a estar triste logró robarme una sonrisa—. Claro que no está mal aprender cuándo dejarnos dominar por él —aceptó ladeando la cabeza—, pero no dejes de ser tú. Hay un montón de gente que ha intentado dejar de guiarse por el corazón y poco a poco se nos está olvidando cómo usarlo, una pena haciéndonos tanta falta —mencionó con sabiduría.

No podía describir lo mucho que me gustaba oírlo, no me refería únicamente al tono de su voz, sino también a las palabras que salían de su corazón. Andy no solía hablar mucho, pero cuando lo hacía, era capaz de cambiar algo dentro de ti, de tocarte hondo.

—¿Cómo podría olvidarlo si te tengo a ti como inspiración?—le agradecí—. Cada que intente sacarme el corazón solo tengo que verte y es fácil recordar por qué está ahí.

Andy, típico de él, se mostró algo cohibido ante el halago.

—Te traeré algo para dormir —me avisó.

Lo hizo, volvió más rápido de lo esperado, no solo con una almohada y una manta acolchonada, sino también con ropa que me tendió.

—Tal vez sería bueno te cambiaras para que no te resfríes —me aconsejó, preocupándose por mí. Sonreí ante su gesto, aunque no me emocionaba darle más molestias confieso que dormir como si hubiera pasado una hora buceando tampoco formaba parte de mi lista de propósitos.

Encerrándome en el baño no supe qué cosa era más urgente: deshacerme de las prendas que se pegaban a mi piel helada o quitarme todo ese rímel. Hice lo que consideré primordial, lo peor que podía pasarme era enfermarme, así que sustituí el llamativo vestido por un pantalón y una blusa enorme. Mientras lavaba mi cara, quitándome cualquier rastro de maquillaje, lamenté no tener el poder de desprenderme de cualquier pizca de tristeza.

—Lo siento en esta casa no hay ropa de mujer más que la de mi abuela —se justificó divertido cuando le mostré el resultado al regresar. Me encogí de hombros, divertida.

—Esta es más que perfecta —le resté importancia—. Además, esto es demasiado seductor para mí —me burlé fingiendo abanicarme—. No quiero ni imaginar cuántos suspiros robaría si me pongo un camisón de tu abuela —dramaticé escandalizada. Andy actuó que era demasiado—. No estás preparado aún para ver algo tan provocador, eres aún pequeño —sentencié divertida—. Bueno, no literalmente —admití porque debía medir casi el metro ochenta.

—Sí, definitivamente aún no estoy listo —bromeó siguiéndome el juego. Le di un empujón al pasar a su lado antes de dejarme caer en el sofá. Contemplé mi alrededor, sin hallarme en el lugar, ni saber qué hacer.

—¿Quieres que me quede un rato hasta que te duermes? —propuso amable al verme contrariada.

—¿Harías eso? —dudé. Aunque en ese momento la verdadera pregunta era qué no haría, Andy me había demostrado era incondicional.

No necesitó contestar, se sentó a mi lado, guardando una distancia prudente entre los dos, pero suficiente para sentirme reconfortada por su compañía. Menos agobiada me hice un ovillo con la manta y le cedí la mitad para que se cubriera. Andy estudió mis movimientos, sonriéndome con ternura.

—¿Has vivido siempre en esta casa? —curioseé de pronto, entrando en confianza. Apoyé mi codo en el respaldo y reposé mi mejilla en mi palma, fijando mis ojos en él.

Sonreímos en complicidad.

—No —respondió con sencillez, regresando la mirada a una mancha de pintura en el techo.

—¿Extrañas tu viejo hogar? —pregunté interesada.

Era la primera vez que sabía algo del pasado de Andy, al menos una pista. Aunque por la manera en que sonrió al recuerdo supuse era más complejo de lo que imaginaba.

—No —respondió sin una sola duda, incluso parecía feliz.

—¿Cómo puedes dejar ir el pasado? —le pedí un consejo, envidiando la forma en que disfrutaba de su presente, sin ataduras o deseos del ayer. Yo jamás había logrado desprenderme de él.

Andy pensó en la respuesta, pero pareció tenerlo claro.

—Intento pensar que lo único que tengo es el hoy, porque al final es verdad —concluyó. Asentí, aceptando era una decisión acertada. Atarme a los viejos días solo había provocado me estancara.

—¿Regresarías a él? —dudé, temerosa.

Porque en el fondo yo lo haría, hubiera dado mi vida a cambio de regresar a esos días dónde era inmensamente feliz.

—No, prefiero estar aquí.

—¿Aunque sea con una loca que no te deja dormir? —le recordé divertida, complicando su dilema.

Andy volvió su vista a mí, me fue imposible apartarme de sus ojos, inundados de un aire distinto que contagió a su tierna sonrisa.

—Sobre todo porque estás en ella, Dulce.

Sonreír enternecida, sus palabras fueron una caricia a mi corazón. Andy no solo me había abierto la puerta de casa, siendo sincera esa era su hazaña más pequeña, lo que había logrado ganarse todo mi respeto fue su manera de darle calma a mi tormenta. Afuera el cielo seguía cayéndose a pedazos, pero dentro de mí el caos había cesado. Cautivada por la transparencia de su mirada y la tranquilidad de su compañía me atreví a recostar la cabeza en su hombro. El tiempo dejó de importarme. Andy me dedicó una última sonrisa, serena como su respiración, que retuve en mi mente al cerrar los ojos, deseando dejarme arrastrar por el cansancio, por la catástrofe que al final pareció encontrar la paz a su lado.


❤️💖  ¿Les gustó el capítulo? ¿Lluvia o soleado? 🌧️☀️

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro