Capítulo 32: Esperada confrontación

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Don Julio era el mejor jefe del mundo. Estaba segura que si se lanzaba como presidente ganaría,  y estaba dispuesta a ayudarlo en su campaña de no ser porque esa noche tenía mucha prisa.

—¿Ya te vas?

La voz de Andy me hizo pegar un ligero respingo. Aprovechando no podía apreciar mi rostro, respiré hondo, mentalizándome para mostrarme tranquila cuando me di la vuelta. Dibujé una sonrisa, pero no me salió tan natural. Él lo noto, acomodé mi bolsa rodeándolo, deseando evitar una larga charla.

—Sí. Le conté A Don Julio lo que pasó y me dijo que no tenía que quedarme al cierre, así puedo pasar más tiempo con Jade —le expliqué con torpeza. Él asintió, entendiéndolo—. Aunque no sé si treinta minutos hagan una gran diferencia —bromeé encogiéndome de hombros.

—Pueden jugar un juego de mesa —propuso con un deje de alegría.

—O ver una de esas telenovelas dramáticas de las que tantos nos gustan reírnos —lancé otra idea—. Mis niveles de estrés bajan considerablemente cada que me comparo con Soraya — dramaticé ganándome una de sus sonrisa. Lo había visto sonreír cientos de veces, sin embargo, seguía teniendo la capacidad de hacerme imitarlo de forma natural. Agité la cabeza al darme cuenta, regañándome por mi desliz—. Será mejor que me vaya —le avisé, señalando con un ademán la salida.

Era mejor huir porque me bastaba un minuto para estropearlo.

—Dulce... —me llamó cuando apenas di un par de pasos. En un chispazo volví a buscar su mirada, intentando hallar una pista en su rostro. La cálida sonrisa que se deslizó me llenó más de dudas que de respuestas—. Cuídate mucho.

Había perdida la cuenta de todas las ocasiones que algún médico me había dado el mismo consejo, pero ninguno había activado mi lado tonto con solo un par de palabras.

—Eso haré —murmuré caminando de espaldas para no quitarle los ojos de encima—. Voy a tener mucho... —No fui capaz ni de completar mi mentira antes de chocar con una bandeja sobre la barra y tirar todas las notas al suelo. Genial, a esto me refería con disimular.

Andy se apresuró a ayudarme cuando me puse de cuclillas para recoger mi desastre chisteando entre dientes.

—Por cierto, me alegro que las cosas con Jade mejoraran —comentó de pronto. Alcé la mirada del suelo para chocar con sus ojos marrones. Esa tarde tuvimos tanto trabajo que apenas pude contarle lo que sucedió con mi prima, pero a grandes rasgos sabía que éramos de nuevo amigas.

—A mí también. La echaba de menos —admití en confianza—. Siento que todo está encaminándose de nuevo. ¿Puedes creerlo? Hace unos días la relación con Jade y mi papá estaba más rota que mis ilusiones de convertirme en la esposa de Chayanne, y ayer cenamos todos juntos como una familia —compartí con una débil sonrisa. Las vueltas de la vida. A veces solo es necesario tocar el fondo para impulsarte a levantarte. Él me correspondió, no necesitó aclararlo, sabía estaba feliz por mí—. Por cierto, me dijo mi tía que fuiste a buscarme... —solté de pronto, sin poder contenerme. Él bajó la mirada—. Miento, fuiste a preguntar si necesitábamos algo —me corregí. Lo otro lo asumió mi vecina, que no perdió pista desde la ventana.

—Sí, bueno... Pasé un poco tarde, después del trabajo, no quería molestar, solo pensé que tal vez... No sé... —se enredó, pasando sus dedos por su cabello, intentando justificar su gesto. Contuve una sonrisa.

—No es un reclamo, todo lo contrario, fue muy lindo de tu parte —admití buscando su mirada. Pésima idea, no debía andar por esos terrenos peligrosos—. No tendrías por qué esconderte —le recordé.

—No quería que te sintieras comprometida a hablar conmigo —reveló incómodo, amontonando las hojas con torpeza. Ladeé la cabeza. Sí, eso era mi culpa—. Al final solo quería saber si todo iba bien o preguntar si podía hacer algo por ustedes. Fue una suerte que todo estuviera en orden porque tampoco tenía ideas muy brillantes. Supongo que eso de ayudar era más intención que acción —admitió, riéndose de sí mismo.

Estudié sus palabras contemplándolo, Andy estaba equivocado, después de todo, él hablaba poco, pero hacía más que ningún otro. En medio de mi meditación supongo que exageré un poco la intensidad de mi mirada porque hasta él me atrapó analizándolo a detalle. Maldita sea.

—No te preocupes, yo me encargo de ordenarlas —mencionó con una sonrisa, despertándome, percibiendo mi sonrojo. Asentí deprisa, poniéndome de pie a la par de él—. Cuídate mucho, Dulce. Disfruta la noche. Ya sabes que...

—Si necesito algo estarás aquí —completé, conociendo lo que diría. Ambos sonreímos, éramos predecibles. Hubo un agradable silencio entre los dos—. Sí, lo sé, Andy. Yo lo sé.

La promesas sobran cuando los hechos te respaldan. Pueden llamarme ingenua, pero tenía la corazonada de que sin importar lo que pasara él estaría ahí.

Honestamente no tenía planes, me conformaba con tener una noche tranquila, un momento de paz. Sin embargo, apenas distinguí una figura acercándose supe que no se cumpliría. No sé si mi corazón se aceleró por el enfado o el asco, supongo un poco de ambas, al reconocer de quién se trataba. Una parte de mí había deseado jamás verlo, otra había esperado el momento de hacerle frente. Por un segundo pensé que al reconocerme se daría la vuelta y fingiría demencia, huiría, pero sucedió todo lo contrario, la sonrisa socarrona de Silverio brilló en la oscuridad, revolviendo el estómago. Tuve la impresión que también había esperado ese encuentro.

—Mira qué tenemos aquí, a la mismísima Dulce —mencionó elevando la voz para hacerse oír en la calle solitaria. Apreté los puños cuando sus burlones aplausos coincidieron con el ritmo de mis furiosos latidos. Negué incrédula. 

Silverio no había cambiado nada desde la última vez que la vi. Pantalón deslavado, un suéter donde escondía sus manos, barba descuidada y esa sonrisa cínica que parecía tener tatuada a su rostro. Tuve que contar hasta diez para no perder los nervios al distinguir la mofa en su mirada.

—¿Cómo te atreves a hablarme después de lo que le hiciste a Jade? —le reclamé molesta.

Mi rabieta le arrebató otra carcajada, apreté el aza de mi bolsa para liberar el enfado.

—No te ofendas, pero no voy a darte explicaciones a ti, ese asunto pienso arreglarlo con ella —resolvió encogiéndose de hombros, al llegar frente a mí. Éramos tan diferentes.

Esta vez  fui yo la que me reí. Estaba admirada.

—Por Dios, ¡tú eres el rey de los cínicos! —escupí ante su desvergüenza. Todavía tenía cara para hacerse el digno cuando debía estar en prisión—. ¿Arreglar? No te olvidaste de su cumpleaños, la culpaste de tu crimen, la encerraron por tu culpa —le recordé ardiendo de rabia—. No vuelvas a aparecerte por casa porque lo único que vas a recibir será una orden de restricción —lo puse al tanto. Nadie en casa se tentaría el corazón para proceder en su contra.

Su sonrisa se ensanchó, negó pateando una piedrita con sus zapatos.

—Lamento decepcionarte, pero Jade va a volver a mí tarde o temprano —aseguró con una seguridad que me ofendió—. Yo soy el único que la comprende —se llenó la boca con orgullo, antes de dedicarme una mirada de pena—. Todos en su casa están demasiado ocupados en consolar a una pobre huérfana.

—Sé lo que estás intentando —lo interrumpí entrecerrando los ojos al darme cuenta de su juego, extendiendo mi mano para indicarle guardara silencio—, pierdes el tiempo, no va a funcionar conmigo, Silverio.

Sin embargo, no se rindió. Se llevó ambas manos a los bolsillos antes de arrastrar los pies por el pavimento, rodeándome como un cazador a su presa. Respiré hondo, mantuve el mentón alto, dejando claro no me intimidaba. El tiempo empezó a ir más despacio.

—Sabes, siento pena por ti. Apostando todo por los que amas sin que te correspondan —murmuró con falsa lástima, le di un vistazo—, porque lo que profesaba por ti Jade, no era precisamente cariño. Si supieras lo que piensa de ti, te rompería el corazón.

—No pienso darte ese poder —frené su mal intento de enredar mi cabeza.

—Pero a ella sí —acertó, conociendo mis puntos vulnerables—. Tal parece que siempre has sido el enemigo a vencer. Jade estaba harta de competir contigo, de tu forma desesperada de querer ser el centro de atención, tan necesitada de cariño que eras capaz de todo con tal de eclipsarla —murmuró, se inclinó un poco para quedar a mi altura, mirándome directo a los ojos—. Desde que llegaste a su casa todo ha girado en torno a tus desgracias, tus sueños y dolores...

—Ella no dijo eso —debatí.

—Tú sabes que sí —sostuvo con una certeza que me hizo titubear. Un malestar me invadió cuando me fue imposible no recordar las palabras que lanzó en nuestras últimas discusiones. Sonrió victorioso al notar había sembrado la maldita duda. Bajé la mirada mientras él seguía acechándome—. Arruinaste la vida de Jade el día que llegaste a la suya, envolviéndola en tus líos, en tus carencias, robándole lo que le pertenecía porque tú también lo habías perdido. Has puesto las manos al fuego por la persona equivocada...

Sus crueles palabras bailaron en mi tambaleante corazón. El aire se volvió pesado mientras reflexionaba que tanta razón tendría. La misma Jade me había echado en cara robar la atención de todos los que la rodeaban, pero también recordé había sido ella la que me había empujado a salir a cada uno de esos lugares, la que había apoyado todas mis locuras sin importar el costo. Puse en la balanza los hechos y las palabras.

—No... —susurré tan bajo que fue un milagro me escuchara, lo comprobé cuando alzó una ceja. Me desprendí de los miedos e inseguridades, no sería otra de sus víctimas—. El error de Jade fue creer en ti porque te quería —remarqué señalándolo—, no voy a repetirlo por distintas razones.

Sus facciones se oscurecieron, ante la firmeza de mi voz, parecieron perderse en la noche.

—Que no te guste oír la verdad es problema tuyo —soltó frustrado.

—La única verdad es que eres un miserable que engañó a Jade —lancé la verdad, sin morderme la lengua—, jugaste con sus sentimientos, te aprovechaste y fuiste un cobarde que la culpó de sus errores —resumí. Silverio apretó la quijada—. Dices que eres el único que la conoce, pero no puedes estar más equivocado, porque si le hubieras mostrado tu verdadera cara jamás hubieras logrado ganarte su cariño, ni el de ninguna otra persona —expuse. Él me asesinó con la mirada—, porque a nadie le interesa tener en su vida a una basura como tú.

—Tienes experiencia en el tema, después de todo, no eres más que una huérfana mendigando cariño —escupió resentido, con el claro propósito de lastimarme—, que de no ser por la caridad de otros quien sabe dónde habría acabado...

El control escapó de mis manos, sin poder contenerme mi palma impactó su mejilla harta de sus dardos, decidida a silenciarlo. El golpe resonó a lo largo de la calle, al igual que el caos cuando de un segundo a otro Silverio, llegando a su límite, me tomó de los hombros y estampó contra la pared de un negocio. Fue tan rápido que fue imposible reaccionar. Ahogué un quejido, reconocí la misma mirada que me dedicó el día que descubrí su secreto.

—Acabaste con mi paciencia —escupió—. Desde el primer momento supe que serías un jodido problema, debí dejar que te volarán la cabeza con un balazo esa noche —lamentó.

Intenté zafarme de su agarre, pero él volvió a golpear mi espalda contra el concreto.

—Con eso solo confirmas que eres un maldito cobarde —le eché en cara, aguantando las ganas de ponerme a llorar.

—Y tú una ingenua, no sabes ni con quién te estás metiendo, el día que a mí se me antoje te sumas a las estadísticas de este barrio —me amenazó.

—El único que va a terminar convertido en un número vas a ser tú —contrataqué disimulando el temblor en mi voz—, cuando la policía de contigo y te encierre por ser un criminal. Porque eso eres un criminal. La gente como tú siempre acaba igual, destroza la existencia otros y la vida encuentra la manera de hacer justicia —le advertí— Todo cae por su propio peso.

Él también lo haría.

Su risa burlona acarició mi cara, asqueándome. Hice otro esfuerzo por empujarlo, pero eso solo lo irritó más, su cuerpo volvió a aprisionarme. Imposible, no importaba cuanto me esforzara, él tenía todas las de ganar. Me sentí diminuta a su lado, como un insecto al que podía aplastar en un abrir y cerrar de ojos. No supe si mis ojos se cristalizaron al caer en cuenta de esa desventaja o por el dolor de mis costillas al azotar el cemento.

—¿Hablas de justicia divina? —se mofó de mi inocencia.

—Digo la verdad, aunque a ti no te guste escucharla —repetí sus propias palabras—. No dejarás de ser una basura solo porque silencies a los que tengan el valor de decírtelo a la cara...

Sin embargo, las palabras quedaron atascadas en mi garganta cuando Silverio me obligó a mirarlo directo a los ojos, distinguí como disfrutó mi dolor al clavar sus dedos en mi quijada. Tuve la certeza de que mañana estaría llena de moretones por la fuerza que aplicó, deseoso de hacerme pedazos. De nada sirvió hacerme la valiente, un sollozo se me escapó, intenté hacerlo a un lado, pero solo logré que golpeara mi cabeza para atontarme.

—Ya me hartaste, voy a enseñarte a cerrar la boca.

Había odio acumulado en su voz, de ese que borra cualquier humanidad. Me arrepentí de haber sido tan atrabancada, olvidé no éramos iguales, él no padecería ningún remordimiento a causa mía. Cerré los ojos esperando lo peor, pero el final no llegó.

De un momento a otro la presión despareció. Respiré hondo y aturdida busqué rápido la razón, lo que encontré me hizo preguntar si estaría en coma o alucinando. Confirmé que era real cuando al dar un paso atrás me impacté de nuevo con la pared para esquivar el puñetazo que le propinó Nael tras un empujón. Había estado tan ensimismada que no lo escuché acercarse, pero pronto di con la motocicleta encendida en el suelo. Sus ojos negros buscaron enseguida en los míos si me había hecho daño, negué para tranquilizarlo.

Silverio tambaleó por la sorpresa, llevó sus dedos a la comisura de sus labios y distinguió un hilo de sangre recorrer su piel. Sonrió, sonrió como un maniático.

—Con razón no puedes mantenerte callada, siempre tienes a tus perros dispuestos a defenderte —soltó mordaz. Él endureció sus facciones ante su comentario, lo halé de la chaqueta para que se contuviera—. No les importa mancharse las manos con tal de tenerte feliz. Supongo que sabes como pagarles.

El comentario fue la gota que derramó el vaso, no importa cuánto intenté de impedirlo, todo se salió de control.

—Imbécil —chistó Nael. Ni siquiera logré detenerlo antes de que le propinara otro puñetazo en la cara con tanta rabia que me estremeció, sin embargo, esta vez Silverio no se quedó con los brazos cerrados. Cubrí mi boca al percibir el golpe que le regresó.

—Basta, por favor —les pedí asustada intentando separarlos cuando las agresiones subieron de tono, temiendo se hicieran más daño.

Sin embargo, mis gritos se los llevó el viento porque en lugar de calmarlos pareció ser el combustible para encender el incendio. Quise acercarme, no sé ni para qué, pero di un paso atrás cuando Silverio lo derribó al suelo. En sus rostros agonizantes noté el aire comenzaba a escasear. En un descuido, Nael logró invertir los papeles.

Comenzó a dolerme el pecho por la presión, mis sentidos se intensificaron al grado que creí casi podía oír como se abría la piel y los huesos astillándose. El odio acumulado entre los dos llevó al límite. En cambio, la impotencia se apoderó de mí al presenciar como se estaban haciendo daño y no poder hacer nada pese a mis deseos de detenerlos.

—Ayúdenme —grité desesperada, mi voz se quebró cuando nadie pareció escucharme. Nada. Esos dos iban a matarse.

Piensa, piensa, Dulce, me obligué porque no era hora de ponerse a llorar. Respiré profundo, forzando a mi cerebro a trabajar. Miré el rostro de ambos, tan fuera de sí, entendí no pararían el desastre. Noté de quiénes se trataba, Silverio... Tenía que intentarlo.

—¡La policía está en camino! La he llamado y dijeron que no tardan en llegar —le amenacé gritando para hacerme oír sobre su propia tempestad.

La simple mención bastó para transformarlo, la furia le cedió el lugar al temor que se apoderó de él apenas la posibilidad le susurró al oído. Con la adrenalina al tope le propinó una patada a Nael que hasta a mí me robó el aliento, lo echó a un lado antes de ponerse de pie a tropezones, huyendo como el cobarde que era. Me aproximé a Nael apenas lo dejó libre, me puse de cuclillas para quedar a su altura y apenas choqué con su rostro maltratado mi corazón se estremeció. Resistí las ganas de ponerme a llorar al percibir sus heridas.

—No tienen idea con quién se metieron ustedes dos—vociferó Silverio, señalándonos mientras se alejaba con dificultad—, ¡juro que se van a arrepentir!

Su figura se perdió en la esquina, dejando a su paso el desastre. Volví a concentrarme en Nael frente a mí, él dibujó una temblorosa sonrisa para tranquilizarme al distinguir mi angustia, pero cuando intentó ponerse de pie se transformó en una mueca de dolor. Cubrió una de sus cosquillas, cayendo de rodillas. Hizo otro esfuerzo, lo frené impidiéndole se lastimara.

—No te esfuerces, yo te ayudo, ¿de acuerdo? —le dije. No tenía que fingir conmigo, no cuando yo fui testigo del daño—. Todo irá bien —le consolé, suavizando mi voz, logrando que me regalara una débil sonrisa.

Aunque en mi interior sentí que mentía porque me era imposible olvidar las últimas palabras de Silverio. Sabía que cumpliría su amenaza, no descansaría hasta hacerme pagar y no dejaba de preguntarme cuál sería el golpe que estaría preparándome. En el mar de dudas relucía una sola certeza: buscaría fuera el definitivo, el que me hiciera pedazos de una vez por todas.



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