Capítulo 33: Nada peor que el hubiera

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

—Creo que con esto bastará.

Repasé los materiales sobre la barra: vendas, curitas, algodón...Torcí los labios con la sospecha de que algo faltaba, lo confirmé cuando Andy me pasó la botella de alcohol que guardábamos en el botiquín. Típico de mí olvidar lo más importante.

—Esto me pasa por no tomar cursos de primeros auxilios —me regañé. Él disimuló una sonrisa mientras me ayudaba a colocar todo de vuelta para la próxima emergencia, que teniéndome a mí en sus filas podría ser en cualquier momento—, aunque si lo pienso a fondo mis compañeros lo necesitarían más. ¿Te imaginas? Hasta yo podría ser su prueba final —consideré. Después de todo, quien estuviera junto a mí corría peligro.

Cuando esa noche llegué a Dulce Encanto con Nael recargado en mi brazo, y el rostro bañado en sangre, nadie podía creerlo. Fue una suerte que el local aún estuviera abierto, porque no creí pudiéramos llegar más lejos. Le propuse llevarlo a un hospital, pero él me aseguró que estaba bien, aunque su gesto al dar un paso alegara lo contrario. Al final, llegamos en su motocicleta, no solo porque al ser tan importante para él no pensaba dejarla tirada, sino que nos ahorró bastante camino. En un par de minutos ya estábamos dentro. Digamos que una agonía fuerte, pero rápida.

Rodeé la barra para regresar junto a él, situado en una de las sillas altas del negocio, intentó sonreí, pero le costó por la herida en la comisura de sus labios. Le di una sonrisa, dictándole sin palabras que no se esforzara. Yo me encargo, pensé mientras con una delicadeza digna de una duquesa abrí el frasco atascado. Fue una suerte no lo salpicara.

—Esto te va a doler —le advertí tras bañar el algodón en alcohol. Comprobó que no mentía apenas lo rocé. Nael suprimió una mueca por consideración a mí, porque siendo honesta no tenía futuro como doctora.

Revisando de cerca cada una de las heridas, sentí que mi corazón se oprimió en el pecho, impotente se hizo un ovillo y se escondió al fondo para no contemplar lo que había ocasionado. Porque en el fondo, aunque él no mostrara pizca de reproche, se había metido en esa pelea para defenderme.

No entendí entonces por qué brillaba tanta gentileza en su mirada mientras continúe limpiando las heridas, de los labios hasta la frente, cuidando no herirlo más, hasta que reparé que sus ojos estaban clavados en mí estudiando cada uno de sus movimientos con un interés peculiar. Estaba segura que esa mirada hace unas semanas me hubiera hecho delirar, explotar de felicidad, porque muchas novelas de amor empiezan con una escena similar, pero en ese momento me sentí fuera de lugar, como si no fuera mi historia. Y no fui la única que lo noté. Una voz me hizo pegar un respingo, regresándome al presente.

—Bueno... —Carraspeó incómodo Andy, sin mirarnos. Pasó sus dedos por su cabello—, será mejor que siga limpiando las últimas mesas —improvisó tomando un trapo y marchándose tan rápido que no tuve ni tiempo de reaccionar.

Abrí la boca, volví a cerrarla, sin saber qué demonios decir, cuando mi cerebro comenzó a trabajar él ya no podía escucharme. Tuve el impulso de seguirlo, explicarle, no quería que pensara que entre nosotros había algo. Aunque después medité que tomarme esa atribución lo confundiría más. O tal vez no, tal vez fue que cuando quise dar un paso una voz me detuvo.

Respiré hondo, obligándome a concentrarme.

—Estaba recordando que tiempo atrás era yo quien estaba cubriendo una herida en este mismo sitio —comentó cuando volví a prestarle atención. Sí, esa vez casi me partí la frente—. Parece que esta vez los papeles se invirtieron.

—Aunque yo no soy una enfermera tan brillante —reconocí.

—Posiblemente... —admitió sin querer mentirme cuando en un mal movimiento lo golpeé con los dedos. Hice una mueca avergonzada—. Creo que tú eres más como una medicina —añadió con dulzura. Contuve la respiración al hallar su sonrisa—. Basta con tenerte cerca para sentirse mucho mejor...

—Pues, cuidado, no vayas a sufrir una sobredosis —bromeé nerviosa, escapando de su atención. Casi pude escuchar su corazón rompiéndose ante mi rechazo. Fingí necesitaba más vendas, sin el valor de verlo a la cara. No sabía qué demonios me pasaba.

—¿Cuál es el problema que tienes con ese tipo? —cambió de tema, rompiendo el silencio, tardé en entender se refería a Silverio. Mis hombros se destensaron porque los sentimientos negativos que tenía por el otro eran más fáciles de identificar.

—Nosotros nacimos para odiarnos —concluí cansada, regresando con otro algodón limpio. Poco a poco su rostro comenzaba a recuperar la sombra de sus facciones—, pero resumiendo el lío, le reclamé que enviara a Jade injustamente a prisión...

Él dejó caer la mandíbula, asombrado, aunque pronto se arrepintió porque el movimiento le arrancó una mueca de dolor.

—¿Prisión? —repitió incrédulo, frunciendo las cejas.

—Bueno, la comisaría, es la hermana pequeña —le expliqué ladeando la cabeza de un lado a otro. Presioné con cuidado un corte en su quijada—, pero pudo escalar... Lo único bueno es que gracias a eso arreglé las cosas con Jade y pude regresar a su casa...

—¿Regresar? —repitió completamente perdido. Apreté los labios para no reírme de su desconcierto. No podía culparlo, se había perdido de mucho.

—Sí, estuve viviendo lejos de casa un corto tiempo —conté distraída al recordar mis días en casa de Andy. Nael asintió, procesando parte de las noticias. Decidí ahorrarme las más dramáticas—. Mi vida está siendo un desastre —concluí, pero sin perder la calma.

Estaba aprendiendo a navegar en esta tribulación llamada vida.

—Lamento no haber sido de mucha ayuda —comentó de pronto mirándome a los ojos, distinguí en ellos una culpa que no le correspondía—. Me he ausentado por cosas de la universidad, me absorbieron por completo... —Calló, molesto con él mismo—. Tal vez hubiera hecho algo por ti...

Negué, disipando su injusto castigo.

—Lo hiciste —lo detuve para que no se atormentara. Le regalé una compresiva sonrisa que apoyó mis palabras—. ¿Te parece poco lo que sucedió? Llegaste en el momento justo, no sé dónde estaría de no ser por ti. Muchísimas gracias —remarqué sincera.

—No me des las gracias. Cuando te vi, ahí, no pensé, solo actúe, tuve miedo de que algo malo te pasara —me confesó, en su voz distinguí que estaba dándole voz a su corazón. Y que fuera tan sincero me alarmó un poco. No quería que las cosas avanzaran hasta no poder dar vuelta atrás.

—Pero qué hay de ti. Sé que no soy nadie, pero tal vez deberías ir al hospital para que te revisen —le aconsejé.

—Estoy bien —repitió—. He salido de peleas peores —mencionó relajado. Recordé lo que me compartió de su padre y adolescencia, por desgracia, Nael se había criado en un ambiente donde la violencia era el pan de todos los días.

—Lo imagino —susurré. Guardé silencio un segundo, con la mirada en una de las curitas, debatiendo sobre qué derecho tenía para soltar lo que revoloteaba en mi cabeza, y aunque la respuesta fue que ninguno, no pude contenerme—, pero no deberías hacerlo más, Nael —le recomendé. Él no me entendió—. Hablo de pelear, es peligroso.

Esa clase de riñas siempre tienen un mal final, no debía arriesgarse a caer cuando había salido de ese pozo oscuro por su cuenta. Nael meditó mis palabras, antes de dibujar una sonrisa débil.

—No te angusties por mí. Además, evito las peleas lo más que puedo. Este caso fue una excepción, no creo que Silverio quisiera dialogar —argumentó mientras yo tomaba asiento en el asiento frente a él. No pude contradecirlo.

—Tienes razón, no pienses que yo creo que tú eres irracional y no valoro lo que haces por mí, nada más lejos de la realidad —aclaré sin deseos de que malinterpretara—, lo hago, muchísimo, solo que...

—No pienso eso de ti, Dulce —mencionó dándome una sonrisa, tranquila, natural, sin importar se lastimara, solo para aclarar mi panorama—. En verdad valoro que te preocupes. Casi había olvidado como se sentía.

En sus ojos negros distinguí un brillo especial, ese que destella solo por los que significan algo. Y aunque nunca fui una genio, logré leer en sus pupilas lo que gritaba su alma. Fue una pena no fuera tan sencillo descifrar la mía.

—Será mejor que regrese estas cosas o van a cobrármelas —improvisé al ver a Don Julio salir de su oficina. Nael no tuvo oportunidad de hablar antes de que saltara de mi asiento para seguir a mi jefe—. Tú quietecito aquí —le pedí alzando la voz para que pudiera oírme unos pasos más adelante, recordando estaba convaleciente.

A una velocidad inhumana recogí todo lo que había sobre la barra y de milagro logré colar mi pie por la puerta, impidiéndole la cerrara. Mi jefe no entendió la prisa, pero conociéndome no hizo más preguntas que las podría responder.

—¿Cómo sigue el muchacho? —se interesó.

Desde donde estaba pude comprobar a Celia y Andy que se le habían acercado para conocer los detalles de la historia.

—Según mi escasa experiencia médica, bien —resumí. Con el rostro limpio las heridas no resultaban graves, aunque no estaba segura si cuando comenzaran a aparecer los moretones sería tan optimista. Ni siquiera quería pensarlo—, aunque ya le he dicho que sería bueno que lo revise alguien que conozca otro medicamento que no sea paracetamol...

—Acabas de descartar a medio país con eso último.

Solté una risa porque me pareció un comentario muy acertado. Aunque la alegría cesó al instante al percatarme que ese sonido había llamado su atención. Sus ojos se mantuvieron fijos en mí, estudiándome. Me pregunté si me habría excedido con el volumen, estuve a punto de disculparme por tener una bocina en las cuerdas vocales, pero él acabó con mi duda.

—¿Sabes? Te pareces mucho a Evelyn —comentó de pronto. La mención fue tan inesperada que hasta la botella de alcohol escapó de mis manos, rodando por el piso—. Bueno, en algunas cosas... —admitió haciéndole justicia.

—Dudo que ella fuera un problema andante —alegué mientras me ponía de pie.

Sabía que el órgano que más usaba mamá de su sistema era su corazón, pero eso no limitaba a su cerebro. Tenía la capacidad de ser sensible y lógica, nunca pude aprender su secreto.

—No, pero definitivamente siempre terminaba metido en uno —aceptó divertido, intrigándome. Adoraba escuchar las anécdotas que la involucraban, porque cada que alguien la mencionaba podía vivir un poco más a su lado—. También heredaste su alegría, ella nunca dejaba de sonreír y parecía tener una magia especial para hacernos imitarla sin darnos cuenta...

—¿Conoció a mamá siendo muy joven? —me atreví a curiosear.

Sabía, por mi tía, que fueron amigos, pero hasta ese día nunca me había puesto a indagar. Don Julio recibió el botiquín mientras intentaba hacer memoria, o fingió hacerlo porque tuve la impresión lo tenía presente.

—Debía tener tu edad, quizás un par de años más joven —contestó—. Era compañera de mi hermana, un día nos visitó en el local y terminamos siendo buenos amigos. Mi hermana me odió durante meses por arrebatarle a su confidente —admitió distraído mientras habría un cajón. Por primera vez deslumbré un toque jovial en su mirada—, pero no fue culpa de nadie, simplemente Evelyn y yo nos hicimos cercanos desde que nos vimos, y eso duró bastante tiempo.

—No lo recuerdo en ninguna de mis fiestas de cumpleaños... —comenté sin deseos de ofenderlo, pero intentando entender por qué si fue tan importante nunca lo mencionó.

Bastaron esas palabras para que su alegría fuera menguando, poco a poco, como la luna que adelanta el sol está por arrebatarle su reinado. Un involuntario suspiro lo delató, la pena intentó escapar de cualquier modo.

—Nos distanciamos cuando se casó con tu padre y se mudó lejos de este barrio —añadió la pieza faltante, sin inmutarse. Asentí para mí, todo cobró sentido—. Después de eso apenas nos vimos un par de veces.

No fue necesario agregar que fueron coincidencias, no encuentros planeados, y aquello parecía doler, pese a lo mucho que intento disimularlo. Podía entender cuánto cuesta perder a la gente que queremos.

—Le duele hablar de ella... —deduje en voz baja, analizando su rostro ensombrecido, era como si de pronto una nube de malos recuerdos iniciara una tempestad. De todos modos, él pudo oírme. Frunció las cejas, tal vez fingiendo haberse ofendido por mi conclusión, pero de nada servía engañarnos—. Lo noté el primer día que estuve aquí, había tristeza en su voz —expuse.

Una punzada de arrepentimiento me atravesó, en ese momento no asumí fuera importante, lo único que me interesaba era conseguir el empleo, usé la información a mi alcance sin preocuparme por lo que significaba para él, pero ahora era capaz de ver que todas las consideraciones que tuvo hacia a mí se debían al recuerdo de mamá.

Don Julio no me contestó enseguida, fingió estar más ocupado revisando unas cosas en el cajón (como si no conociera su orden exacto de memoria), y no lo presioné. Tampoco esperé una respuesta, mejor que nadie conocía esa sensación, de impotencia al descubrir que aún no han creado palabras que puedan reflejar lo que guardamos en el interior.

Quise volver con Nael, pero su voz me detuvo a unos pasos de la puerta.

—No es tristeza, sino melancolía —me corrigió. Dándome la vuelta comprobé ni siquiera estaba mirándome—. Eres aún muy joven, pero cuando crezcas entenderás que mientras los años pasan se van acumulando arrepentimientos y recuerdos en tu cabeza —susurró—. Hay unas preguntas que te perseguirán todo el tiempo, qué hubiera pasado si hubiera hablado, buscado, escuchado... Te daré un consejo —mencionó, esta vez sí hablaba conmigo, permití que su voz se colara a mi alma porque sus palabras calmaron el huracán que había intentando contener desde hace días—, nunca dejes una pregunta sin contestar solo por miedo a la respuesta. Dulce, contra todo puedes luchar, menos con lo que no existe.

Tenía razón. Las personas aprendemos a vivir, con todo lo que implique, pero no tenemos el poder de regresar el tiempo. Uno puede arrepentirse de lo que hizo y lamentarse toda la vida de lo que no. Pensándolo a fondo, no hay algo más pesado que la incertidumbre porque a diferencia del dolor, el enfado o la tristeza, al cargar con ella debes hacer espacio a miles de hubieras.

Seguía pensando en eso cuando un estruendo me escupió de vuelta en la realidad. Tuve un mal presentimiento. Don Julio y yo nos miramos confundidos, pero cuando vi a Andy y Celia correr a la salida para ver lo que sucedía, comprobé no se trataba de mi imaginación. Otro ruido me sacó de mi aturdimiento, abandoné la oficina para seguirlos y aunque le pedí a Nael, al pasar a su costado, que no se moviera, no me obedeció.

Fui testigo en primera fila de cómo se rompió su corazón cuando al empujar la puerta encontramos su motocicleta, esa que cuidaba con recelo porque fue el banderazo de su libertad, hecha pedazos. Sí. Mis ojos recorrieron los vidrios rotos, los golpes, una letra negra grabada con pintura junto en el centro. S. Un nudo en la garganta me cortó la respiración cuando al miramos, entendiendo el mensaje secreto, Silverio no estaba jugando.

Se viene un capítulo que me gusta mucho ❤️❤️❤️✨

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro