XX: Omar

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XX: Omar

—¡Kev, espera, no huyas! 

Un potente trueno retumbó la habitación en el mismo instante que la puerta de caoba se cerró, fue como si algo horrible se avecinara. Quise erguirme e ir tras Kevin, pero resultaría inútil, sus pisadas se oyeron presurosas desde que salió hasta perderse todo sonido. Sentí el corazón a punto de abandonar mi pecho, la preocupación que él supuso en ese momento casi acabó conmigo.

Fijé la vista en Konrad y ante lo repentino de su visita, se me ocurrió que quizás tendría alguna respuesta. Lucía un poco confundido, tal vez debido a todo lo que acababa de ocurrir, pero al mismo tiempo imperturbable, en realidad me pareció algo extraño su comportamiento. Kevin estuvo demasiado nervioso, mucho más desde la llegada de mi amigo e intentó aparentar serenidad, aunque no se atrevía siquiera a retirar la mirada de su plato, solo jugaba con la comida y engullía un nuevo bocado al notar que yo le observaba.

—Konrad, ¿tienes alguna idea?

Mi amigo había permanecido en silencio y con la vista fija hacia la puerta desde que Kevin salió; la verdad, una actitud bastante extraña en él. Lo conocía hacía mucho tiempo atrás y en otra circunstancia similar, su reacción hubiese sido una risa burlesca, seguida de alguna broma sobre la dramática salida de quien partió; pero no fue el caso. De hecho, me pareció ver un gesto complacido en su semblante, como si de cierto modo se regodeara en lo que acababa de ocurrir.

Konrad desvió la atención de la puerta hacia mí y en cuestión de segundos, su gesto anterior se volatizó, reemplazado por otro medio burlesco e incrédulo. Ladeó la cabeza antes de contestar:

— Es tu asistente, Omar, supongo que tú le conoces.

—No lo entiendo —expresé en bajo, él sonrió y me apretó una rodilla sobre el cobertor.

—Estamos muy viejos para seguir el ritmo de las nuevas generaciones, amigo mío.

—No se trata de eso, hay algo más. Kevin estaba nervioso y mucho, ¿no lo notaste?

Vi a Konrad apretar los labios, parecía meditar en silencio, su boca empezó a moverse de un lado a otro como si se debatiera entre decir o no quién sabía qué, pero su gesto me provocaba intriga. ¿Acaso descubrió algo que yo desconocía?

Pensé acerca de otras veces en las cuales, el comportamiento de Kevin fue similar y a mi mente retornó aquel día en la piscina. Creí que su actitud fue debido a la aparición de Oliver, pero de nuevo, mi amigo fue parte en la ecuación; entonces, vagando entre memorias, me dirigí más atrás, meses incluso, hacia esa noche en San Sebastián, cuando topamos a Konrad la primera vez: él le llamó ángel o al menos eso me pareció y el chico fingió serenidad, de eso no tuve dudas, aunque se encargó de desviar la atención como mejor sabía hacerlo.

Sentí algo extraño dentro de mí y fijé la vista en Konrad, un raro presentimiento me embargó. Lo observé atento e intenté hallar una explicación en su semblante, fue allí que decidió abandonar el mutismo:

—Amigo, ¿qué tanto conoces acerca de ese muchacho? —preguntó luego de un rato mientras se sostenía el mentón con una mano, ladeé la cabeza sin comprender—. Lo digo en buen plan, Omar; quiero decir, pareces muy preocu...

—Lo suficiente como para tener mi aprecio —le interrumpí enseguida porque no me gustó el tono insinuante que estaba adquiriendo; además, esa manera de darle vueltas a algo que, él no terminaba de contar ni yo de descubrir—. ¿Qué tiene que ver eso?

—Lo que intento decir es que a veces, las personas no son lo que parecen.

Contemplé con suma atención a Konrad, lucía impasible, aunque había algo en sus ojos, un extraño brillo, burla, no supe descifrarlo con certeza; lo que fuese, definitivamente estaba ligado a Kevin. Sin embargo, antes de que él o yo pudiésemos decir otra palabra, la puerta de la recámara se abrió en un golpe fuerte que me produjo un sobresalto. Mi cabeza se dirigió enseguida a ese lugar.

Un furioso Oliver me devolvió la mirada desde el umbral. Traía el cabello revuelto como si no hubiese tenido oportunidad de arreglarlo o quizás tiró de él con vehemencia en el camino. Sus ropas tampoco estaban en orden, parecía haber tomado cualquier cosa del armario antes de ir a verme, pero lo más aterrador era esa manera en que su pecho se inflaba y desinflaba airado.

—Dime que no es cierto.

La voz de mi hijo sonó baja, pero era un claro reproche y mi respiración comenzó a acelerarse. No tenía idea de qué hablaba; sin embargo, ese temor de que mi mayor secreto fuese el motivo de su enfado me descontroló el ritmo cardiaco.

—Hijo...

—Papá, ¿tu matrimonio con mamá fue una farsa?

Tragué con dificultad ante semejante pregunta. Oliver se veía consternado al enfrentarme, dejó atrás el umbral para acercarse y fue en ese momento que noté el folder que traía; lo estampó contra mi pecho. Apenas negué con la cabeza en silencio porque jamás fue así, Milena era mi vida.

—¿No? ¿Y cómo es que ahora resulta que eres homosexual?

—Oli, no...

—¿Y tu supuesto asistente qué? ¡El prostituto que metiste aquí!

Ladeé la cabeza, confundido y aterrado; con su mirada pedía revisar el archivo que me había entregado y aunque quise hacerlo, no podía; temblé al volver a negar en silencio. Un nuevo reproche airado de Oliver me produjo un sobresalto y con rabia abrió el folder ante mí.

Sentí el tiempo ralentizarse, también mi corazón se detuvo por una fracción de segundo antes de retomar la marcha a un ritmo completamente errático. Cada latido lo escuché como si se tratase de un fuerte martilleo en mis tímpanos, con solo ver la primera parte de aquello.

Fotografías de Kevin en compañía de distintos hombres que rondaban mi edad, disfrutaba de sus lujos; en otras, bailaba en tubo a solas o con una chica pintureada, a saber en qué club nocturno; eran tomas de una cámara de seguridad y por la ropa que llevaba, sumado a las fechas marcadas, comprendí que correspondían a ese día que pasó en casa conmigo y mi familia; me costaba creer, pero las pruebas estaban en mis manos.

—¡Maravilloso asistente, papá! —Volvió a reprochar Oliver y hasta dio un par de aplausos. No le presté atención. Mis ojos permanecían clavados en esas fotografías.

Consternado quedé con cada evidencia del archivo y por inercia mi mano izquierda subió hasta la boca. Me atreví a hojear más, aunque mi pulso falló. Fueron capturas suyas en una app llamada sugarDate las que me revolvieron el estómago. Ese chico solía captar hombres con mi perfil, era ese su modo de vida y fui tan imbécil como para creer que hubo entre ambos algo real.

Si ya me sentía timado, estúpido y el dolor en mi pecho era inmenso, la cereza del pastel fueron imágenes de ambos entrando al hotel Mónica por separado, aunque con poco tiempo de diferencia, seguidas por tomas de la cámara de seguridad del ascensor y corredores en las cuales aparecíamos juntos, compartiendo besos antes de ingresar a la recámara. Mis ojos se rehusaban a creer lo que veían, el temblor de mi cuerpo fue superior y en cuanto tuve el valor de cruzar miradas con mi hijo, pude notar mucha decepción en la suya.

—Hijo, pu-puedo e-explicarte...

—¡Usaste a mi madre como tapadera!

—¡Nooooo!, no es así, amé a tu madre como a nadie en este mundo...

—¿Cómo? ¡¿Cómo puedes decir eso, papá?! ¡¡¡Mírate!!! —Señaló mis fotografías con Kevin y un nuevo escalofrío me recorrió la columna.

Martha apareció atrás de mi hijo y en forma apresurada, pero con suma dulzura, intentó calmarlo. Sin embargo, la rabia, dolor y decepción en los ojos de Oliver eran agobiantes y no daban tregua.

—Joven Oli, cálmese, es su papá y está enfermo.

Martha posó las manos en los hombros de Oliver y lo presionó como si quisiera darle un masaje, pedirle seguirla hacia afuera o lo que fuese. Sin embargo, mi hijo se removió con violencia y no dejó de contemplarme; en ese gesto de odio que siempre temí llegar a ver, sentí mi vida esfumarse.

—Joven Oliver, es su papá. Siempre ha estado de su lado...

—¡Noooo, Martha! —gritó mi hijo, demasiado enojado luego de girarse hacia ella, un segundo después volvió a observarme con la rabia que había inyectado sus globos oculares de un rojo casi escarlata. Continuó con una voz tétrica y baja, me erizó la piel— Solo ha sido un hipócrita. Un mentiroso que embaucó a una mujer para casarse y formar toda una familia falsa que ocultara sus cochinadas.

Yo no paraba de llorar, mi mayor temor se había convertido en realidad, Oliver me odiaba. El pecho me dolía y cada palabra que brotaba desde su garganta era igual a un puñal que me arrancaba el alma. Creí que otro infarto acabaría conmigo, quizás lo habría preferido a soportar un segundo más el odio de mi hijo.

—¿Cómo podías hablarme de aceptación, normalidad y todo aquello cuando jamás te aceptaste a ti mismo?

—¡Joven Oliver, basta! —Martha sentenció con firmeza. Se atrevió a darle una bofetada a mi hijo que sin duda le tomó por sorpresa, pero aunque se llevó una mano hacia el rostro al contemplarla con reproche, volvió a girarse para una nueva arremetida:

—¿Sabes que es lo peor? ¡Metiste a ese prostituto a la casa de mi madre, a la cama que compartiste con ella!

—Oliver, no sigas... —apenas murmuré en medio de balbuceos, el dolor en mi pecho ardía igual que si me hubiese tragado un carbón encendido.

—Cuando vi ese mensaje en tu celular, ese donde organizaban su próximo encuentro; no lo quise creer, te di el beneficio de la duda porque era imposible. ¡Tuve que recibir todo esto para comprender la magnitud de tus mentiras!

—Hijo, nada ha sido mentira...

—¿Cuántos más fueron, eh? ¡¿Con cuántos prostitutos como ese te has metido en todo este tiempo?!

—¡Joven Oliver, deténgase! —Martha intentó sin éxito, una vez más, frenar a mi hijo, pero fue imposible. Oli se retorció entre sus brazos hasta liberarse y volver a darme la cara.

—Yo te admiraba —balbuceó entre lágrimas y el dolor dentro de mí fue superior—. Mi único deseo era ser como tú, tener lo que tú y mi madre tuvieron... ¡Ahora resulta que todo fue falso!

Negué con la cabeza sin poder decir ni una sola palabra, el llanto brotó desmedido en el instante que vi a Oliver caminar hacia la salida, me levanté e intenté seguirle, pero no hubo chance, mi hijo abandonó la habitación. Molesto, azotó la puerta tras de sí, descontrolando aún más el ritmo de mi errático corazón. Aquel folder seguía en mis manos que no paraban de trepidar.

No supe qué resultaba peor en ese momento. Estaba expuesto sí, pero que mi hijo hubiese mandado a realizar semejante investigación, lo sentí como una bajeza y traición; encima, todo aquello acerca de Kevin se me hacía nauseabundo, verlo allí con esa sonrisa galante y coqueta que cientos de veces usó conmigo mientras se regodeaba con otros hombres. ¡Dios! Sin duda, había confiado en la persona equivocada. Mis manos estrujaron por inercia el archivo, la ira se convirtió en un torbellino dentro de mí.

«No significa que lo haga con alguien más, ahora», escuché a Kevin, sus palabras fueron una maldita falacia porque claramente se había ocupado con otros viejos, seguro tan estúpidos como yo; ya ni siquiera tenía la certeza de que algo de lo que dijo hubiese sido real. ¡Dios!, según la información contenida, hasta su nombre era falso, Ángel era su verdadera identidad; de nuevo pensé en Konrad, quizás a cuántos incautos habría tomado ese chico para que ya estuviese en la mira de la policía. Grité de rabia e impotencia mientras seguía viendo aquello.

Quizás se esfumó del hospital porque descubrieron que usurpaba a un enfermero real y las fotos en ese club lo mostraban como el prostituto, desnudista que era en realidad; la insinuante manera en que le bailaba, coqueteaba y hasta una felación le hacía a su cliente, me produjo más náuseas.

Lancé las almohadas, cobijas y cada objeto posado sobre la mesa, esa silla junto a la cama que él había ocupado antes fue lo siguiente en volar, acabó estrellada contra el gran espejo que coronaba la cómoda, los trozos quedaron esparcidos por doquier.

La ira se había apoderado de mí necesitaba drenar toda esa rabia, dolor y decepción que me embargó. Lo hice hasta caer rendido en el suelo, allí volví a estrujar el maldito archivo, quedó convertido en una gruesa bola y de un nuevo grito lo aventé contra la pared.

Contemplé el retrato familiar que había estrellado en algún momento, cuyo marco y cristal se destrozaron en el suelo. Fijé la vista en mi hijo que me odiaba, fue imposible contener el llanto. Mike y Mari sonreían en la fotografía, aunque tal gesto estaba a punto de esfumarse en cuanto Oliver los pusiera al tanto de la situación.

Mi familia, lo más importante, se hacía pedazos por culpa de un prostituto mentiroso... No, le daba demasiado crédito, la culpa era única y exclusivamente mía por querer experimentar; nada habría ocurrido si todo seguía igual que siempre, pero no, decidí permitirle la entrada a él. Me maldije en silencio.

Devolví la atención a Oliver, dolía demasiado, pero al mismo tiempo me sentí traicionado por él. Alejé la foto de mi campo visual con un pie y me ovillé, envuelto en llanto.

«Tú eres especial», la voz de Kevin emergió de nuevo y una vez más grité ante la frustración, rabia y el intenso dolor; fui completamente usado por ese chico que llegué a sentir parte de mí. Me odié por ser un reverendo estúpido, incluso creí que Dios me había castigado por mi terrible decisión.

—Venga, don Omar, necesita calmarse. —La voz de Martha sonó con dulzura y aunque por un micro segundo me provocó en un respingo, se tornó un nimio bálsamo a mis penurias.

Con cuidado, Martha ayudó a levantarme cuando me sentí más perdido. Creí estar a solas, ni siquiera fui consciente del momento en que Konrad partió, seguro lo hizo en cuanto el pleito con Oliver inició. Tomamos asiento en la cama, sin esperarlo, me envolvió en un fuerte abrazo y por un instante me tensé, quizás debido a lo repentino. No pude dejar de llorar sobre su hombro y maldecirme por arruinar mi familia, por darle cabida a ese prostituto mentiroso en mi vida. Ella solo me acarició la espalda, buscando calmarme mientras me repetía que dejara toda esa pesadez salir.

—El joven Oli va a recapacitar, ustedes siempre han sido muy unidos, ya verá don Omar.

A pesar de que intentaba tranquilizarme, me dolía mucho el que se enterase de esa manera. Martha había ingresado a trabajar conmigo, cuando apenas esperábamos a Oliver; Milena y ella se convirtieron en grandes amigas, era más que un ama de llaves para mí o mis hijos, siempre la consideramos otro miembro de la familia y yo no deseaba que pensara como Oli.

—Te juro que amé a Milena —susurré en medio de balbuceos—, ella era mi mundo, jamás la engañé...

—Lo sé, don Omar, lo sé y ella también lo amó a usted. Juntos fueron una hermosa pareja y con la llegada de cada pequeño, una hermosa familia.

—Nunca los usé, son lo más importante para mí...

—Tranquilo, don Omar, cálmese, lo conozco y le creo.

Cuando conseguí controlar mis sollozos y el temblor que se había apoderado de mí, recogí del suelo mi celular, por fortuna seguía funcionando. Sin éxito, intenté comunicarme con mi hijo mientras ella acariciaba mi brazo y espalda.

Los truenos se intensificaron en el exterior, una tormenta venía y el miedo a que algo ocurriera con Oliver por conducir bajo la lluvia, en el estado que se encontraba, me hizo temblar. Sin embargo, la fragmentación de mi corazón produjo un estruendo dentro de mí muy superior a las centellas.

Las luces parpadearon. Cada timbrar y posterior mandada al buzón me hizo pedazos. Oliver estaba decidido a ignorarme.

—Hijo, responde... por favor —susurré en otro vano intento.

Ante mi intranquilidad e insistencia con Oliver, Martha decidió ir por una infusión para ayudarme a relajar los nervios, fueron demasiadas emociones para un solo día y la preocupación no hizo más que sumar. Perdí la cuenta de cuántas infructuosas llamadas realicé, pero necesitaba comunicarme con él.

Las luces volvieron a parpadear cuando un nuevo trueno retumbó la habitación y con mucha fuerza, el sonido de la lluvia se hizo eco. Mi temor por Oliver creció.

—Hijo... Oli...

Sentí un golpe en mi interior cuando empezó a mandarme directo al buzón, de nuevo temblé. Asustado, decidí marcarle a Armando, deseaba con locura que tuviese alguna noticia de Oli; por fortuna, a diferencia de él, mi yerno contestó al primer timbrar:

—Armando —le dije en tono bajo y tembloroso, apenas la llamada se conectó—, por favor, dime qué ya Oliver está allí.

—Todavía no ha llegado, me dijo que estaba de camino, pero hablaba muy alterado.

Mi corazón se descontroló.

—Lo he llamado cientos de veces y no contesta.

—¡Joder!, Omar, relájate, no te comas la cabeza, que te va a dar algo. Te llamo cuando hable con él, tío.

La llamada finalizó y esa intranquila sensación dentro de mí seguía sin dar tregua. Armando me pidió esperar, pero resultaba imposible, volví a insistir en contactarlo sin ningún éxito.





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Hola de nuevo, mis dulces corazones multicolor 💛💚💙💜💖, ¿qué tal les va? Espero hayan disfrutado el capítulo y sí, si a Omar no lo mata Kev de un infarto, lo hará su hijo 🙈

Nos leemos prontito 😘

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