XXXI: Paolo

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La boca de Omar volvió a buscar la mía con desespero, de la misma ruda y posesiva manera en que lo hizo aquel día en el departamento de la tía Olivia, igual a cada una de las veces que fuimos llevados por el deseo. No lo pude evitar, me volví esclavo de su calor, cedí a la profundidad de su beso y la fuerza de sus brazos. Traté de zafarme al tomar consciencia de lo ocurrido, pero él me aprisionó de nuevo y forzó a seguir.

—O-Omar...

—Shh, ¿tienes idea de cuánto te he anhelado, Kev?

Su boca asaltó a la mía de nuevo con esa fiereza a la cual era imposible resistirme. Por más que le pedí detenerse, él continuó. Me aprisionó contra la pared y allí perdí todo el control de mí.

Sus manos recorrieron mi cuerpo, se apropiaron de la cremallera en la sudadera hasta liberarla y removerla con vehemencia mientras su boca solo abandonó la mía para repartir besos y mordidas por cada zona de piel expuesta.

—Omar... para... —Volví a pedirle, jadeante.

Él ignoró mi petición. En mi cabeza intenté repetirme que aquello no estaba bien, me forcé a pensar en Mariana, pero de nada sirvió. La realidad era simple, ¿a quién quería engañar? Había deseado ese momento desde que lo vi en el aeropuerto; extrañaba su tacto y calor, necesitaba volver a sentir la dureza de su cuerpo. Me apoderé del borde inferior en su Jersey y tiré hacia arriba, él elevó los brazos para ayudarme a quitar la prenda sin poner la más mínima resistencia, de hecho, sonrió complacido y al ver su esculpido pecho velludo, desnudo, le devolví el mismo gesto. Aquello era casi irreal, sentirlo así de cerca...

—Cuando te vi en esa pantalla —habló jadeante, entre besos, conforme desataba la parte baja de mi ropa deportiva y yo desabrochaba ese pantalón de cuero negro que se ceñía a sus piernas como una segunda piel—, quise atravesarla y comprobar que no me volví completamente loco.

—Entonces... ¿viniste por mí, Bombón?

—Por supuesto que sí, Chico —declaró con convicción y se apoderó de mi boca brevemente, aunque con la misma intensidad anterior.

Nuestras ropas quedaron regadas alrededor, en ese momento, agradecí por hallarme a solas junto a él y deseé con locura que ninguno de mis compañeros decidiera aparecer. Quería disfrutar de Omar como hacía demasiado tiempo que no, necesitaba volver a sentir su fuego y cada una de sus potentes embestidas. Quería fusionarme con él y que nuestros cuerpos se convirtieran en uno por siempre.

—Hazme tuyo, Omar... —supliqué jadeante en medio de besos y mordidas.

Él acató mi petición y con gran rudeza me giró enseguida; una sonrisa pícara se me escapó en el momento que, con fuerza, me estampó de frente contra la pared, gesto que se remarcó al sentir lo duro que estaba su pene mientras se restregaba entre mis glúteos.

Mi corazón y respiración iban a un ritmo completamente fuera de sí ante la actitud dominante y salvaje de Omar. Enterró una mano entre mis cabellos y tiró fuerte hacia atrás, al estar mi nuez expuesta, se lanzó a chupar, lamer y morder a la vez que su otra mano la empleó para acariciarme los testículo un rato y luego masturbarme. Cerré los ojos llevado por cada sensación mientras mi voz se convertía en una sinfónica de gemidos.

Cuando liberó mi miembro, subió su mano hasta mi boca e introdujo un par de dedos para instarme a darles una buena chupada que desató todavía más su excitación, lo supe cuando percibí los espasmos de su pene detrás. Con una pierna separó las mías y no puse resistencia, de hecho, saqué el trasero para facilitarle el trabajo. En el momento que sus dedos estuvieron bien empapados, los llevó a mi hendidura y comenzó a prepararme, despacio.

Me quejé al sentir cómo se adentraba uno, quizás debido a todo el tiempo que había pasado desde la última vez que me había entregado a un hombre o más especifico, a él, porque esa era la realidad: solo podía ser pasivo para él, era el único con permiso de enterrarse en mí.

—Solo quiero ser tuyo... —repliqué en medio de gemidos la misma confesión que se había repetido como un bucle sin fin durante los días anteriores y escuché su risa baja antes de responderme en el mismo tono:

—Genial, no quiero compartirte.

Omar no paró de besar y lamer mi columna, cada sensación desató ondas eléctricas, pese a la pequeña incomodidad producida por esos intrusivos dedos. Al llegar a la parte baja de mi espalda no se detuvo, separó mis glúteos y enterró el rostro allí, su lengua comenzó a jugar como quiso y yo no podía dejar de gemir.

¡Maldición! Ese hombre estaba desatado y en definitiva quería besar cada milímetro de mí. Un dedo volvió a colarse, esa vez ya no resultó molesto, no solo se había asegurado de lubricar bien, sino que su boca decidió migrar a otro lugar y darme una de sus mamadas interplanetarias; el placer se sentía igual a ondas eléctricas, recorría todo mi cuerpo como corriente, mis rodilla temblaron. Un segundo dedo se abrió paso y empecé a mover las caderas para asegurarme de llevarlos a lo más profundo.

Cuando soltó mi miembro sentí alivio, creí por un momento que el desgraciado tendría el descaro de hacerme acabar de esa manera, pero Omar no aguantaba más, también estaba loco por enterrarse dentro de mí. En un veloz movimiento se levantó y acomodó atrás para enseguida meterse por completo. Solté un chillido, fue inevitable, sin embargo, a él lo escuché reír en tono bajo, luego reposó la cabeza en mi hombro derecho en busca de mis labios. Su pene siguió dentro, estático, pero palpitante. Él solo me devoró la boca conforme mi cuerpo se acostumbraba de nuevo a la sensación de estar fusionados.

—Perdón —susurró, yo le devolví otro beso y él continuó en un tono bajo, aunque más travieso—, a ti te gusta fuerte, no te quejes.

—Eres un desgra...

Ni siquiera pude concluir la frase porque, Omar se aferró a mis caderas y comenzó a moverse con mucha fuerza, entraba y salía de una manera descontrolada al mismo tiempo que sus dientes se afincaban en mi hombro. Me dolió, sí, pero el placer fue superior y mitigó cualquier rastro. Cuando él se transformaba en ese lobo de plata dominante, solo me quedaba ceder a cada uno de sus embates... ¡y sí que lo disfrutaba!

El mundo alrededor desaparecía al estar juntos, en ese instante éramos fuego y placer, su cuerpo y el mío encajaban como si hubiesen sido diseñados para acoplarse. No existía otro sitio en el cual deseara estar distinto a ese, solo entre la fuerza de sus brazos me sentía realmente seguro.

—Kev... lloras, lo siento...

Las palabras de Omar fueron un susurro contra mis labios en el instante que me giró antes de levantarme con esa increíble fuerza que no dejaba de asombrarme. Negué con la cabeza en silencio, aferrado a su grueso y rígido cuello mientras buscaba sus labios de nuevo. Aunque no había sido consciente del llanto, sabía que no era por el sexo o su dureza, se debía a algo más...

—Te he extrañado más que a nadie en este maldito mundo —susurré en su tono y volvimos a besarnos. Sentí que ese muro mental del cual habló Martín acabó de desmoronarse y cada sentimiento no expresado o reprimido brotó libre. Me aferré aún más fuerte a él—. No tienes idea de lo duro que fue acostumbrarme a tu ausencia.

—Chico, claro que la tengo. Te creí muerto... —Un par de lágrimas descendieron por sus mejillas, a pesar de la pequeña sonrisa que me obsequió y mi frente y la suya se juntaron como un alivio en cuanto volvió a susurrarme—: Pero ni siquiera la muerte logró borrar esto que siento.

Omar se encargó de acomodarme, mis piernas permanecieron inertes sobre sus antebrazos conforme se enterraba despacio en mí, sentirle abrirse paso con esa parsimonia descontroló mucho más mis erráticos latidos. Respiraba a destiempo, mi frente reposaba en la suya en medio de esa burbuja de placer donde no existía nada más, éramos solo nosotros, el deseo, calor, fuerza, movimiento y nuestros sudores entremezclados, corriendo por su piel y la mía.

Perdí toda noción del tiempo y espacio con cada potente embestida hasta ser alcanzado por el clímax en medio de gritos, gruñidos y gemidos. Aquel poderoso orgasmo sacudió nuestros cuerpos de manera tan violenta que mi consciencia se fue de sabático.

La luz del día se coló por la ventana y abrí los ojos confundido ni siquiera recordaba cómo diablos llegué a mi alcoba. Me golpeé la cabeza con el puño varias veces como un intento por exprimirme la memoria, pero nada pasó.

—¿Omar?

Me sentí muy confundido. Estaba solo, también vestía bóxer y mi sudadera deportiva aunque a medio cerrar, entonces un escalofrío recorrió mi nuca...

—¿Fue un sueño? —me pregunté en un nervioso susurro bajo. Se había sentido demasiado real, pero no quedaba un solo rastro de él— Tuvo que serlo, es imposible de otro modo, Omar sería incapaz de...

Entonces algo sobre el escritorio captó mi atención: la libreta casi desecha donde había redactado las cartas de despedida para Omar se hallaba abierta y fuera de lugar, sentí un golpe en el pecho en cuanto la revisé y vi ese escrito a medio acabar.

—¿Acaso no fue un sueño y vio esto?

Un nuevo escalofrío me recorrió y aterrado, cubrí mi boca con la mano. «Si Omar leyó esto...», negué con la cabeza, nervioso por ese pensamiento y decidí salir de la recámara para preguntarle a Santi si él se metió con mi libreta. Ya lo había escuchado hablar y reír como loco en la cocina, pese a que el día apenas iniciaba.

—¡Pero si allá viene el porno star más fachero! —dijo el idiota con ironía apenas cerré la puerta, arrugué el rostro confundido y él manoteó el hombro de Martín para continuar—: Es que debiste verlo con su sugar.

—¿Tiene un sugar?

—¡Claro! ¿De qué creés que te he hablado, pelotudo?

Me paralicé un instante a medio camino antes de retomar la marcha a paso lento y cauteloso mientras los escuchaba.

—¿Te acordás que lo creíamos todo un chongo? —Martín sonrió al asentir y el desgraciado continuó en un tono todavía más burlesco—: De eso, nada, ¡resulta que es loca!

—¡Menuda mierda! ¿Pasivo? —dijo Martín risueño y el desgraciado marihuano ese asintió, quise matarlo.

—¡Santi! ¿Me espiabas?

—¿Espiarte? Che, ¡te lo partieron en la sala! —El maldito no paraba de reír y aunque Martín intentaba disimular, no lograba contener la risa—. Yo abrí la puerta y encontré porno en vivo.

—¡¡¡Santi!!!

—¡¡¡¿Quééé?!!!

No aguanté más, salté sobre el desgraciado para ahorcarlo, pero ni así dejaba de burlarse. Martín no paraba de reír, desde la barra al comer y sí, para mi desgracia, fue así como comprobé que no se trató de un sueño.

—¿Por qué te enojás, boludo? ¡Vos decidiste hacer de exhibicionista!

Le di un empujón y me serví un vaso de agua para tratar de pasar la pena, lo habría logrado si ese idiota mantenía la boca cerrada, en cambio escupí cuando se apoyó en mi hombro y lo escuché de nuevo:

—Te confieso que me la tuve que jalar en el cuarto porque eso estaba más caliente que una película.

—¡Santi! —grité horrorizado y me lo sacudí de encima, no quería cerca ninguna de sus manos luego de esa confesión. Martin estalló en una fuerte carcajada.

—¡Ay, Omar, Omar, dame duro, hazme tuyo! —chillaba el desgraciado, sonriente, mientras fingía gemidos y una voz pornosa. Intenté amordazarlo, pero resultó inútil.

En ese momento, la risa de Martín se extinguió, de hecho, me volteé espantado en cuanto escuché el quiebre de un cristal, resultó ser la taza de café de nuestro amigo que cayó de su mano hasta el suelo. Lucía pálido, espantado.

—¿Mar? —Solté a Santi de un empujón para ir a atenderlo, pero él me observó como si yo fuese algún tipo de monstruo y luego se levantó antes de irse a encerrar a paso veloz, fui tras él enseguida, lo encontré caminando de un lado a otro en su recámara.

—Omar, claro, ese era el tío por quién llorabas dormido... —habló acelerado apenas me notó en la puerta— Por favor, dime que solo comparte nombre con el papá de Mariana.

—Martín...

—¡Jesús, María y José! ¡¿Cómo te follas al papá de tu novia?! ¡Joder! —expresó horrorizado e incluso tiró con fuerza de su cabello con ambas manos.

—Hay una explicación...

—¡Claro que la hay, tío! ¡¡¡No tienes moral!!!

—Mar, yo no sabía que ella era su hija...

—Pero ayer cuando follaste con él, sí, ya lo sabias, ¡joder!

Tragué saliva con dificultad y guardé silencio, la verdad, me sentí nervioso con solo verlo a él desplazarse de un lado a otro; pero tenía razón, lo de la noche anterior fue un error terrible. Sin importar cuánto deseara a Omar o él a mí, ella era mi novia y debí respetar nuestra relación, debí hablar con ella antes de ceder al calor de él. Me maldije incontables veces en ese momento.

—¡Menuda mierda! —La voz alterada de Mar volvió a captar mi atención—. Paolo, cuando me pediste consejo, debiste empezar por el hecho de que hablabas de tu suegro, te habría dicho: ¡¡¡Sal de allí, gilipollas!!!

—Mar...

—Pelotudos, ¿ustedes qué se traen acá? —exigió Santi en cuanto ingresó, yo no dije nada, lo observé asustado, me sentí realmente nervioso por lo que pasaría a partir de ese momento entre mi novia, su padre y yo. Martín se encargó de soltar la sopa, mientras el rostro de nuestro otro amigo se contorsionaba yo sentí un golpe en el pecho tras otro—. ¡¿Te cogiste a tu suegro?! —increpó alarmado, también se llevó ambas manos a la cabeza al igual que Martín—. ¡Yo sé cómo sos de cachondo, pero ¿con tu suegro?!

—Santi...

—¡La pibita vulgar es mi amiga y vos le hacés esto con su papá!

—Santi, escucha...

—¡Escuchá nada, pelotudo! —Me alcanzó y enseguida propinó un empujón—. Una traición duele, pero se supera. Ahora esto, ¡esto va más allá porque es su papá!

A Santi le tembló la voz y sentí un nuevo dolor en el pecho, cerré los ojos y agaché la cabeza, me sentí miserable en ese momento porque tenía toda la razón, pero él continuó:

—Boludo, ella idolatra a su papá. La traición no viene solo de vos que sos un simple primer amor, sino de él. ¡¿Cómo creés que lo va a tomar?!

—Santi...

Coloqué una mano en su hombro al hablarle, aunque no pude decir nada más; ese marihuano de mierda se desquició por completo y fue sobre mí como una fiera salvaje, impactó un puñetazo en mi mejilla y se atrevió a lanzar un segundo, respondí por inercia a su ataque con un golpe al mentón, aunque ni siquiera así se detuvo, en ese instante intervino Martín para separarnos.

—¡Paolo, lárgate de aquí y resuelve esto como un hombre! —exigió en alto mientras contenía a Santi y su sarta de gritos e insultos— La liaste a lo grande, ahora anda con esa chica y da la cara.

Abandoné la recámara de Mar, sintiéndome como la peor escoria y es que debía serlo para que un marihuano apestoso demostrara más valores que yo. Mientras me aseaba y arreglaba veloz, no podía dejar de pensar en sus palabras, pero también en esa declaración de Omar, ¿de verdad estaba listo para quedar como el malo delante de su niña? ¡Maldición! De nuevo le arruinaba la vida y lo peor era que había una segunda víctima, quien también tenía mi aprecio y le fallé miserablemente.

Subí a mi auto y permanecí allí, con la frente pegada al volante, sintiéndome el ser más asqueroso del planeta. Pensé, re pensé y volví a pensar alguna solución, una salida fácil a toda la situación ; quizás si desaparecía, Omar y ella seguirían con su hermosa relación padre-hija, yo solo sobraba allí. Un larguísimo suspiro dejé escapar antes de ponerme en marcha.

El viaje se hizo eterno y conforme me acercaba, el martillar de mi pecho se tornaba un redoble, no solo estaba a punto de romperle el corazón a la rubia de mis sueños, sino que toda su vida cambiaría a partir de ese momento y yo me alejaría, sabiendo que fui el único responsable. Al igual que lo dijo Santi, ella no solo perdía a su primer amor, sino al hombre que más amaba en el mundo, mismo que en algún momento había llegado a querer con el alma. Nadie saldría ileso en esa cruel historia.

Toqué el timbre y esperé, me sentí al borde del precipicio, a punto de saltar al vacío. Un vuelco en el pecho me asaltó en cuanto la puerta se abrió y un sonriente, pero nervioso Omar me recibió, parecía debatirse entre abrazarme o no; yo prefería la segunda opción. Nadie tendría un felices para siempre, luego de aquella mañana.

—Omar, estoy aquí para contarle la verdad a Mariana.

La mirada de Omar tembló, de hecho, el azul de sus ojos se cristalizó, supuse que por su mente pasaron cientos de cosas. Cerró los ojos como si enfrentara un debate interno del cual esperé una solución en silencio hasta verlo asentir con la cabeza y hacerse a un lado para permitirme entrar. Solo rozar su cuerpo me transmitió ese calor y alivio que sentía al estar juntos, una sensación que sin duda extrañaría luego de ese día.

—También he intentado contarle —confesó Omar tras de mí y esa sensación de vértigo y vacío retornó, anidó en la boca de mi estómago y allí se quedó—. Supongo que contigo aquí será un poco más sencillo.

Omar entrelazó su mano con la mía y con ese solo gesto sentí que el mundo era menos oscuro, pero temblé al recordar que no era así, la vida era cruel y una completa mierda; de no serlo, no estaría en esa situación, a punto de romperle el corazón a ella y destrozar la hermosa familia de él, antes de desaparecer muy lejos de allí. Me solté y caminé delante, rumbo a la alcoba de mi ratona.

Al llegar, ambos tomamos aire como si hubiésemos cronometrado cada acción, incluso tocamos la puerta a la par y compartimos una fugaz sonrisa. Vi en su mirada el miedo por todo lo que se venía encima, pero también el anhelo y preocupación porque sin decirle una palabra, él sabía a la perfección mis planes, aquella sería la última vez que estaríamos en un mismo lugar y ni siquiera tendríamos un abrazo de despedida.

En cuanto Mariana nos permitió el ingreso, la hallamos acostada en su cama con la cabeza en las piernas de Sofía, quien me observaba con su típico odio mientras peinaba el cabello de mi novia.

—Cariño —le dijo Omar, nervioso—, ¿podemos hablar? Hay algo importante que necesito contarte.

La ratona pasó la vista de su padre a mí varias veces con un gesto escrutador. Sin embargo, después de un rato, una atraviesa, pero inocente sonrisa apareció en su rostro.

—Entonces, ¿ya se arreglaron?

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