Capítulo 10 ❅

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Hola, amores ♡ ¿Cómo estáis? Qué vais a hacer estas Navidades? Yo me voy a Inverness el sábado y me quedaré allí unos días para pasar las fiestas con la familia de mi novio. Espero que todo os vaya fenomenal y podáis pasar estos días con vuestros seres queridos. ♡♡

Capítulo 10 ❅

Edith tardó cerca de un mes en llegar a la conclusión de que Collin acudía noche tras noche al Palace Club con la sola intención de observar a Charles Brown. Lo hacía bien, y tanto que sí. Era tan disimulado que incluso a ella, que lo miraba y sentía que podía leerlo como un libro abierto en ese club de caballeros, le costó trabajo percatarse. Pero a esas alturas estaba claro para ella: Collin quería cobrarse una venganza en contra de Charles Brown, un caballero de dudosa reputación, pero de acaudalada familia. ¿Qué podía unir a esos dos hombres que no tenían, en principio, nada que ver? Collin era culto, inteligente y trabajador. Un hombre bueno, a todas luces. Charles era, en cambio, juerguista, pendenciero y un seductor de primera, conocido por meterse entre las sábanas más ilustres de Londres con gran facilidad. Tenían casi la misma edad, sí, pero quizás ese era el único dato que los asemejaba en esa sociedad.

Edith bailó esa noche mejor de lo que lo había hecho en meses. Las largas horas de ensayo daban su fruto, lento y seguro, y la joven se sintió eufórica cuando su público estalló en vítores y aplausos al final de su actuación. En especial, su mirada se dirigió hacia el sillón desde el cual Collin aplaudía con la vista puesta en ella, con sus ojos verdes entrecerrados y una sonrisa indescifrable. Mil escalofríos recorrieron a la joven, que se retiró del escenario y llegó a ese camerino en el que todas las actrices y bailarinas corrían de un lado para otro buscando una peluca, el zapato azul izquierdo que habían perdido o simplemente un pequeño bote de carmín para enrojecer sus mejillas y sus labios. Edith, allí, se retiró el velo del rostro por fin, permitiéndose respirar. Después tomó un vestido sencillo de uno de los percheros de su armario y se vistió con él. Era un traje para nada recargado, color marrón chocolate, que se ajustaba a su cintura, pero creaba una agradable caída por sus caderas y la cubría hasta los pies.

—Violette, ¿me prestarías tu falda rosa?

Edith se giró y se encontró con el rostro pálido y hermoso de Carissa. La joven, que aún no llegaba a los dieciocho años, era pelirroja y muy delgada. Llevaba unos meses en el Palace Club y no había tardado en convertirse en parte de esa pequeña familia que ellas tenían.

—Por supuesto —Edith extendió su mano hasta su pequeño vestidor en esa sala, completamente llena de vestidos, pelucas, accesorios y maquillaje. Le tendió la falda rosa a la joven—. Quédatela, yo tengo varias.

—No, no...

—Quédatela, Carissa, de verdad —insistió Edith.

Después se giró hacia el espejo que tenía frente a ella y se arregló su cabello, naturalmente oscuro, con un pasador de marfil blanco. Se percató de que la joven no se había movido de su lado, Carissa contemplaba su reflejo a través del espejo.

—¿Qué sucede, Carissa?

Como si de pronto comprendiera cuán irrespetuoso era quedarse mirándola sin mediar palabras, la joven apartó sus ojos verdes.

—Perdona... tan solo estaba pensando.

Edith enarcó una ceja oscura y se giró hacia su compañera.

—¿Pensando en qué?

—En que tienes tantos vestidos, Violette... vestidos, zapatos... son preciosos.

—Eres libre de tomar lo que te guste, Carissa —invitó Edith con una sonrisa—. Si te soy sincera, ni siquiera recuerdo la mayoría de las cosas que guardo en el baúl y algunos de esos vestidos los he usado ya tantas veces...

—No, gracias. —Carissa pareció avergonzada de pronto y alzó la falda rosa, mostrándosela a Violette—. Te lo agradezco mucho, pero esto es suficiente. No quiero abusar de tu amistad. —La joven sonrió al tiempo que bajaba la vista y Edith supo que eso no era todo lo que tenía que decirle—. ¿Puedo saber cómo has conseguido tantos vestidos? ¿Son regalos de los clientes?

Esta vez Edith se plantó frente a la joven, quedando frente a frente con ella. Desde luego que ella tenía más vestidos que las demás. ¡Ella era rica, por el amor de Dios! Todas y cada una de esas jóvenes que trabajaban en el club eran mujeres sin recursos, algunas de ellas no habían tenido otra opción más que recurrir al entretenimiento porque la alternativa, por desgracia, era mucho peor. Aunque algunas de sus compañeras eran grandes bailarinas y actrices, Edith sabía que ella era la única mujer que podría permitirse no recibir ni un solo chelín de ese club y aun así podría vivir tan cómodamente como ella quisiera.

Suspiró antes de hablar de nuevo.

—Algunos lo son. Otros los he comprado yo misma. —No quería dar más detalles al respecto, no sabía cómo hacerlo sin mentir.

Edith se retiró los pendientes con largos colgantes que había llevado hasta el momento y los sustituyó por unas perlas mucho más discretas, dejando sus pendientes anteriores en un enorme joyero que permanecía sobre su escritorio. Todas las chicas sabían que, si querían, podían tomar prestado lo que gustaran de sus pertenencias. Después, volvió a cubrirse el rostro con ese hermoso velo oriental que caía, largo sobre su vestido.

—Nos vemos, Carissa —le dedicó a la joven bailarina—. Cuídate, ¿de acuerdo?

La muchacha pelirroja asintió con la cabeza y Edith le dedicó una última sonrisa antes de darse la puerta.

Abrió la puerta que conducía a las escaleras de madera y las subió, casi conteniendo la respiración a causa de los nervios que de pronto habían llegado a ella. Cuando llegó a la puerta que la llevaría a la entrada principal del famoso club de caballeros, sintió que su garganta se encogía al pensar en lo que iba a hacer. Quería hablar con Collin.

***

La vio aparecer de repente en esa habitación repleta de hombres y su corazón dio un vuelco. Era como una aparición: hermosa, delicada y... humana. Debía reconocer que la visión de esa bailarina le parecía divina siempre que la observaba en el escenario, pero en esa ocasión, verla en el club de caballeros, caminando por el mismo suelo por el que lo hacían el resto de los clientes, le dio a Collin la seguridad de que se trataba de una mujer y no de una deidad.

Algunas de las otras chicas paseaban de vez en cuando por el club, a veces solo durante diez o quince minutos, otras veces permanecían allí un par de horas e incluso permitían que los clientes les ofrecieran una bebida o trataran de entablar conversación con ellas. Pero ella jamás lo había hecho, esa era la primera vez que Collin la veía en otro lugar que no fuera ese inmenso escenario del club.

Apenas habían transcurrido unos dos minutos antes de que ella se encontrara rodeada por un círculo de caballeros que casi se mataban entre ellos por atraer la atención de la bailarina. Ella era hermosa, o al menos eso se intuía, pues no mostraba su rostro, y sus movimientos habían sido propios de un ángel ese día.

Collin quiso acercarse también, escuchar cómo sonaría la voz de ella, contemplar sus ojos de cerca por primera vez. Estuvo a punto de ponerse en pie, dejar su habituado sillón y el vaso de whisky escocés que estaba bebiendo. Pero se contuvo en el último instante. Él era un hombre casado, lo sabía y aún no se hacía a la idea de lo poco honesto que sería con Edith si se acercaba a otra mujer.

Pero no tuvo que hacerlo. No fue necesario, pues fue ella quien, con total decisión, se acercó a él. Se quedó parada ahí durante unos segundos y él no supo qué decir. La miró a los ojos y, durante lo que parecieron horas, se quedó hechizado por esos dos lagos azules y profundos, enmarcados por espesas pestañas oscuras. Deseó quitarle el velo, observar su rostro completo, pero supo que no sería tan fácil: si esa mujer cubría su rostro, era por una razón.

—¿Ha disfrutado del espectáculo hoy, señor Witt? —preguntó ella con una voz tan suave que pareció pertenecerle a un ser etéreo.

—Mucho, ha sido... maravilloso —respondió Collin, cautivado. Tardó varios segundos en, por fin, centrarse de nuevo—. Disculpe, ¿nos hemos visto antes? Quiero decir, ¿fuera de este club? No me había percatado hasta este momento, pero usted me resulta... profundamente familiar.

Esto asustó a Edith por un segundo, que entrecerró los ojos y se alejó un paso disimuladamente. No podía ser, él no podía darse cuenta de quién era ella. Es decir... su disfraz de Edith de Witt era perfecto, llevaba años dedicándose a distorsionar su imagen de todas las formas posibles y no era posible que Collin la descubriera en el primer instante en el que ella se le acercaba.

—He visitado muchos sitios en Londres, he conocido a mucha gente —dijo ella, enigmáticamente—. Es posible. Yo, desde luego, sé quién es usted. Imagino que todo el mundo en este club lo sabe.

—Lamento mucho, entonces, no poder decir lo mismo. La he visto varias veces y confieso haberla observado antes... pero me temo que no conozco su nombre.

—Todos aquí me llaman Violette —respondió Edith.

Collin asintió con la cabeza. Definitivamente, ese era un nombre que encajaba a la perfección con esa mujer.

—Es un placer conocerla, Violette. Es usted una artista espectacular.

—Gracias —dijo ella, complacida, después señaló el vaso de whisky del hombre—, ¿va usted a invitarme a una bebida?

Collin se quedó observando su vaso durante varios instantes, como planteándose si debía o no dejarse llevar por esos increíbles ojos. Sabía que quería hacerlo, que esa mujer se había fijado en él y se moría por sentarse junto a ella y beber durante horas, charlar y conocerla a fondo. Era lo que quería, sí... pero no lo que debía hacer.

—Por supuesto, Violette. —Su voz fue amable—. Desde luego que puede usted tomar cualquier bebida que desee, sin excepción, a mi nombre. Pero me temo que no puedo acompañarla.

La joven enarcó una ceja negra y perfecta. Demonios, todo en ella carecía de cualquier fallo.

—¿Tiene usted que regresar ya a su casa?

—Efectivamente —concedió él.

—¿Por alguna razón en especial? Siempre se queda usted hasta tarde aquí, señor Witt.

Collin tomó aire antes de hablar.

—Mi esposa estará esperándome, estoy convencido de ello.

Y lo que Edith sintió en ese momento fue una mezcla entre la insatisfacción más grande del mundo y el placer más intenso. Si algo podía definir esa sensación era la palabra «inesperado».

—Es usted un hombre casado, entonces. Discúlpeme si, durante un momento, he actuado de forma inapropiada.

—En absoluto, Violette. Ha sido un placer inmenso conversar con usted.

Edith sonrió enigmáticamente una vez más y le tendió su mano. Collin la tomó entre las suyas, sintiéndola suave y cálida, y depositó en ella un beso. Edith sintió cómo su carne se ponía de gallina. Era la primera vez que establecían contacto físico y ella llevaba su traje de bailarina... pero sintió que su corazón se detenía de repente. Amaba a ese hombre, lo hacía desde hacía años, y de repente una verdad la golpeó de lleno: ella misma había construido la barrera que los separaría de por vida.

Estaba casada con él, sí, pero jamás le había mostrado su físico real, sino solamente lo que habitaba dentro de su mente. Como Violette la situación era diferente, pues él la había visto bailar y, sin ninguna duda, había sucumbido en cierto modo a sus encantos femeninos, pero... había una verdad inequívoca: ni Edith ni Violette habían conseguido conquistar de verdad a Collin. De un modo o de otro, el hombre las había rechazado a las dos. ¿Por qué?

Y la pregunta se respondió sola en el momento en el que la carcajada se alzó, demasiado ruidosa, por encima de las otras voces masculinas del club. Collin se giró hacia la derecha y le lanzó la mirada de odio más perturbadora que Edith jamás había visto a Charles Brown, que participaba en un juego de naipes en esos momentos y no cesaba de reírse, situado en ese pequeño círculo de hombres pudientes.

—Señor Witt —dijo Edith de pronto, atrayendo la atención de Collin de nuevo. La muchacha hizo una pequeña inclinación de cabeza antes de retirarse, desapareciendo de nuevo del club.

Collin suspiró, consciente de que acababa de perder una oportunidad irrepetible con esa mujer. Se sintió estúpido, pero sabía que eso era mejor que sentirse culpable. Sin decir nada, Collin observó el anillo plateado que brillaba en su dedo anular. ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que sus deseos se interpusieran con su deber de marido? ¿O acaso tendría que vivir toda la vida como un monje?

Bebió su whisky de un solo trago y se dirigió a la salida del Palace Club. Prefería no tener que pensar en eso en ese momento.

Espero que os esté gustando la historia, amores. ¡Por fa, contádmelo en comentarios! Nos vemos la próxima semana ;)


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