Capítulo 9 ❅

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Capítulo 9

Una vez en la casa, les esperaba en la sala un banquete digno de una celebración y no solo de una cena cualquiera para el matrimonio Witt. Normalmente no coincidían juntos para las cenas, pues Collin salía con asiduidad durante todo el día por su trabajo y había noches en las que acudía al Palace Club durante horas, solo para observar a Charles Brown. Edith pedía que le llevaran los alimentos a la inmensa habitación principal y devoraba los manjares mientras leía una novela o, en ocasiones, los platos se quedaban fríos sobre una de las mesitas auxiliares mientras ella practicaba durante horas sus pasos de baile y sus coreografías.

Aun así, en contadas ocasiones coincidían a la vez durante la comida o la cena en la casa y, entonces, no les quedaba otra opción que sentarse ante la larguísima mesa, cada uno en un extremo de ella, y comer casi en silencio. No era habitual, pero algunas veces Collin elogiaba el sabroso pavo o lo acertado de la cocción del cordero, y entonces Edith asentía con la cabeza o con algún monosílabo que ponía fin a la conversación. Pero ese día no fue así, en absoluto.

Cuando el joven matrimonio se sentó a la mesa, lo hicieron el uno junto al otro para poder hablar con mayor facilidad. Disfrutaron de perdices asadas, pasteles de carne y verduras braseadas con salsas indias. Cada nuevo plato era mejor que el anterior y algo le dijo a Edith que la cocinera de verdad se había tomado su primera salida juntos como un acontecimiento. Edith era consciente de que el servicio cuchicheaba, que sabían que ellos no dormían juntos y que, en realidad, poco más que unos documentos y esa casa los unían como marido y mujer. A veces era capaz de percibir la lástima que le profesaban algunas personas, sabiendo la situación en la que vivía. La gente le tenía pena porque sabían que estaba enamorada de Collin, todo el mundo lo hacía, incluido él. Esto había sido culpa del padre de Edith, que no había sabido llevar en secreto la razón por la que su hija le pedía de un modo tan insistente que perdonara la deuda de la familia Witt. Podría haber fingido tener algún tipo de interés político, pero su padre había decidido dejar más que claro que ella se había encaprichado con ese matrimonio y que a él no le quedaba otra opción más que consentirla.

La conversación fluyó agradablemente durante la cena y tanto Edith como Collin comentaron aspectos a destacar de la obra que habían visto esa tarde. Collin no dejaba de imaginar el brillo en los ojos de Edith, tras los gruesos cristales de sus anteojos, cada vez que elogiaba la actuación de alguno de los actores.

—Nunca imaginé que te gustaría tanto el teatro —dijo Collin.

—Me apasiona. —Edith sonrió, emocionada—. Solíamos ir con frecuencia cuando era niña, pero desde el comienzo de la enfermedad de mi madre, me temo que se convirtió en algo muy difícil para nosotros.

—Podemos hacerlo siempre que quieras. Una vez a la semana, por ejemplo. Se estrenan nuevas obras todo el tiempo

El rostro de Edith se iluminó, entusiasmada por la idea.

—Quizás pienses que soy extraña, pero en realidad disfruto más de los teatros al aire libre. Adoro los auditorios, pero las obras representadas en los teatros más simples de West End, con el público de a pie y el ambiente menos... recargado. Eso es lo que realmente amo de las representaciones.

Pensó que Collin frunciría el ceño, sin entender. Que, quizás, le diría que era un bicho raro o que no comprendía qué veía de interesante en mezclarse con las personas del Londres bajo. Pero, en su lugar, la expresión del hombre se tornó sorprendida y curiosa.

—Tienes razón en eso. Me da la sensación de que en el Royal Magnificient todo está cargado de un aire demasiado... políticamente correcto. No es posible visionar una obra sin distraerse por los ronquidos del duque de turno, dormido durante dos horas y media en su palco, o la media hora de perorata por parte de los narradores, agradeciendo a todos esos ciudadanos ilustres por haber decidido acudir al teatro a lucir sus abrigos nuevos. A mí también me parece superficial. Hagamos algo, Edith, elige tú la próxima obra a la que acudamos, ¿de acuerdo? Donde sea.

El corazón de Edith pareció dar un vuelco y no pudo contener una brillante sonrisa que dejó ver claramente unos dientes blancos y pequeños. Collin pensó que esa era, con toda seguridad, la primera vez que la veía sonreír de verdad desde ese dichoso día en el que habían contraído matrimonio.

El hombre dejó sus cubiertos de plata sobre el plato de pastel de cordero que acababa de terminar.

—Sabes, Edith. No eres, en absoluto, como esperaba. Siempre actuabas tan... tímida.

Ella enarcó una ceja recubierta de polvos de arroz y no pudo morderse la lengua a tiempo.

—A lo mejor, mi señor, la razón es que tú tampoco has hecho ningún esfuerzo por conocerme antes.

La réplica mordaz le pilló desprevenido, pero Collin tuvo que admitir que tenía toda la razón del mundo. Él llevaba casi huyendo de ella desde el mismo día en el que le habían anunciado que se casaría con la hija del Conde de Oxford.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —dijo ella, interrumpiendo sus pensamientos.

Collin enarcó una ceja, interesado.

—Por supuesto.

—¿Estás enamorado?

Desde luego, esas palabras lo cogieron desprevenido.

—¿Enamorado? ¿Qué quieres...?

Era evidente que no estaba enamorado de ella, pero, ¿era eso lo que Edith le estaba preguntando?

Como leyendo sus pensamientos, Edith habló con voz clara y precisa.

—Por supuesto, no quiero decir enamorado de mí. No soy estúpida. Mi pregunta es si hay alguien en tu corazón, alguien más.

—No —respondió sin dudar, en tan solo una sílaba. Sin matices. No lo estaba—. ¿A qué viene eso?

—Sé que, muchas noches, no regresas hasta el amanecer. —Su voz no llevaba ninguna clase de reproche, ni siquiera parecía estar preguntándole a dónde iba en esas ocasiones en las que se desvanecía.

Collin le clavó sus intensos ojos verdes de un modo en el que jamás lo había hecho hasta ahora. Cada poro de su piel parecía dejar escapar luminosidad. Había algo en ese hombre tan aterradoramente hermoso que la había cautivado desde el primer momento. Chasqueó la lengua y Edith no supo si sus palabras lo habían importunado. Ella estaba acostumbrada a molestar con lo que decía, quizás por eso hablaba tan poco en público.

—No es esa la razón, créeme, Edith. Lo último que tengo en la cabeza ahora mismo es enamorarme.

Edith no fue capaz de ocultar la desilusión al escuchar estas palabras. Apartó la vista y Collin supo de inmediato que no debería haberlo dicho así, a pesar de ser muy sincero.

—Una cuestión más urgente me aguijonea en la mente —susurró—, algo que no me deja dormir de noche ni pensar de día.

Entonces ella alzó la mirada hacia él de nuevo. Por un segundo, Collin logró ver el misterioso azul de los ojos de ella, escondidos tras esos anteojos coloreados.

—¿De qué se trata, mi señor?

Collin aún tardó varios segundos en responder, tratando de encontrar el modo perfecto de explicarse sin resultar demasiado violento o gráfico. Finalmente decidió dejar de lado lo cortés, si Edith iba a ser su mujer, debería conocer que también él tenía un lado oscuro. Tanto que le aterraba incluso a él mismo.

—Venganza.

Y algo le dijo a Edith que no era el momento de seguir hablando. Bajó la cabeza, regresando a su papel de dama boba y se terminó el resto de su comida sin preguntar nada más ni realizar ningún otro comentario. Quizás él le habría confesado qué había querido decir con la palabra venganza, pero la propia Edith debía reconocer que le daba miedo saberlo. Algo le decía que esa «venganza» tenía mucho que ver con el Palace Club y lo que Collin iba a hacer allí algunas noches, delante de un vaso de whisky y sin fijarse particularmente en nada ni en nadie. Bueno, a excepción de en ella, por supuesto.

Hola, amores
Espero que os haya gustado el capítulo. Mil gracias por votar y comentar, ¡¡me hacéis súper feliz!!

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Como siempre, os agradezco muchísimo que me leáis y, desde luego, significa el mundo entero recibir apoyo para conseguir seguir escribiendo (vienen cambios muy pronto, ya os iré contando porque estoy muy emocionada por el futuro!!).

Nos vemos en el próximo capítulo, ¡mil besos!

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