Capítulo 6 ❅

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Capítulo 6

Hacía ya varios meses que lo había visto por primera vez allí y desde entonces tenía la costumbre de acudir a ese club de caballeros, el Palace Club, de vez en cuando, para observarlo. A veces él estaba allí, otras Collin pasaba toda la noche esperándolo en vano, porque no aparecía.

Quería encontrarlo solo un día, sin testigos, y sabía que el momento iba a llegar. Collin no tenía prisa, Charles Brown había firmado su sentencia de muerte hacía nueve meses, al asesinar a su hermana y era cuestión de días, quizás semanas, que él emprendiera su viaje al infierno. Se lo merecía.

Desde luego, Collin quería hacer las cosas bien y no le convenía matar a ese hombre a la vista de todos sin cubrirse bien las espaldas. Por eso tenía un plan que cumpliría a rajatabla. Y una vez muerto, podría volver a respirar, feliz de nuevo, y centrarse en su propia vida. En el club, Collin llegó vestido de forma muy elegante, con pantalones granates y una casaca del mismo tono que combinaba a la perfección con el rubio de su cabello. No en vano había recibido varias miradas de interés por parte de las féminas que se había encontrado por todo el camino hasta llegar al club. Él había mantenido la vista fija, no quería distraerse.

Tomó un asiento cerca de las bailarinas, como ya hacía cada vez que visitaba el lugar, y el camarero le llevó una bebida sin que él tuviera que pedírsela. El lugar era un salón muy amplio, con unas treinta butacas de piel de primera calidad, frente a mesas de madera pintadas de dorado. Los ventanales de la sala daban al río Támesis y a esas horas no había un solo rayo de luz penetrando el interior del club, por lo que la iluminación corría enteramente a cargo de enormes lámparas de aceite que titilaban, llevando a esa sala una sensual luz anaranjada. La sencilla música de orquesta comenzó a sonar y algunas bailarinas salieron a hacer un número humorístico. Collin fingía observarlas más de lo que lo hacía en realidad, ya que tenía los ojos puestos en la puerta constantemente, esperando a que Charles Brown llegara. Miró su reloj de bolsillo con disimulo, eran casi las nueve y él debía estar al caer, si sus cálculos eran correctos.

Se rio con la actuación de las bailarinas, que no tenían nada que envidiar a cualquier compañía de teatro, y se maravilló con su puesta en escena y el modo en el que recitaban versos complejos de memoria. Había visto compañías de teatro poniendo en escena obras y presentando la mitad del talento que tenían esas mujeres.

La música cambió, cesando su feliz traqueteo y convirtiéndose en un serio drama repentinamente. La obra trataba sobre una princesa que había sido convertida en pato y unas ninfas del bosque, interpretadas por cinco bailarinas, trataban de revertir el encantamiento. Una de ellas controlaba una marioneta con plumas, llevándola de un lado a otro mientras las demás golpeaban a la supuesta ave con ramas de árbol. Pero cuando la música cambió y solo un violín y un violonchelo comenzaron a tocar una melodía suave y melancólica, una nueva muchacha entró en la sala.

Collin estuvo seguro de que esa era la primera vez que la veía allí, si no fuera así, lo recordaría. Era esbelta, no muy alta, con el cuerpo flexible y unas manos pequeñas que gesticulaban con suavidad. Sus ojos no podían despegarse de esa mujer, vestida con un maillot violeta y una falda larga y ligera que no impedía en absoluto sus movimientos. Contuvo el aliento cuando ella giró una vez, y otra. Y quiso verle la cara, pero la llevaba cubierta por un velo que en ocasiones se levantaba y dejaba entrever unos labios carnosos, una nariz pequeña, el inicio de unos pómulos altos. Bailaba como los ángeles, era tan hipnótica que Charles Brown podría haber pasado por delante de sus narices y él no lo habría visto... y de hecho, eso es lo que sucedió, pues Collin solo pudo recuperar la razón cuando la voz de ese hombre llegó hasta él, seguida a los pocos segundos por el cuerpo de su dueño, el propio Brown, casaca formal y bastón negro en mano, que utilizaba solo para aparentar, pues no padecía ninguna dolencia que le hiciera necesitarlo. Pasó a solo unos centímetros de él; jamás lo había tenido tan cerca. Y tuvo ganas de arrancar una de esas espadas del escudo de armas que colgaba de la pared y atravesarlo con ella. Pero no podía hacerlo, no debía.

Collin respiró hondo. Tenía que tranquilizarse. Miró de nuevo a esa bailarina y su belleza, aunque cubierta para él, lo iluminó como si se tratara de un rayo de sol. Necesitaba saber quién era esa mujer, de dónde era, cómo sonaba su voz, dónde había aprendido a bailar, a qué olía su piel...

—La princesa pato, una de mis obras favoritas —escuchó que decía Charles, con aire fanfarrón—, en especial, me gusta la princesa.

Y el deseo de acabar con él se hizo demasiado grande. Tanto que Collin supo que no podría controlarlo si permanecía allí, tan cerca de él.

¿Le gustaba esa princesa? ¿Tal y como le había gustado su hermana, tiempo atrás? Apretó los dientes y se puso de pie, alejándose del escenario con rigidez. Si Brown se hubiera dirigido a él, si en algún momento le hubiera hablado, aunque fuera con educación... él lo habría matado. Juraba que lo habría hecho. Abandonó el club, olvidando su copa sobre la mesa y apartando de su mente a la princesa, que no lo había perdido de vista en ningún momento desde que había salido al escenario y lo había hallado allí.

Edith podía notar vívidamente cuando un hombre la deseaba, podía verlo en su mirada. Y, a pesar de creer que nunca lo haría, lo que ese día había visto en los ojos de su marido era pura fascinación y fuego hacia ella.

¡Diablos, señorita! ¿Qué está haciendo una chica como Edith en un sitio como ese?

Nos vemos en el próximo capítulo ❤︎

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