Capítulo 7 ❅

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Capítulo 7

Casi nunca coincidían en la casa, era la ventaja de que esta fuera tan grande. Los primeros dos días habían compartido la misma cama, después, Collin se había trasladado, silencioso, a otra habitación. ¿Era casualidad que hubiera escogido justamente la más alejada de los aposentos principales en los que dormía Edith? Aun así, ella se decía una y mil veces que no le importaba, que le traía sin cuidado y que así podía dormir tal y como ella quisiera. Casi había encontrado una suerte de placer en ponerse sus vestidos más extravagantes y las pelucas más horrendas en presencia de su marido. Especialmente ahora, después de que él la hubiera mirado como si fuera a postrarse a sus pies en el Palace Club. Ella sentía que tenía el control y que, en cuanto decidiera prescindir de su disfraz, lo tendría comiendo de la palma de la mano.

A Edith le dolía pensar que, con apenas unos segundos de su belleza natural, Collin parecía haber caído presa de un hechizo. Pero así, tal y como vestía en la casa, él ni siquiera había tratado de mantener una conversación con ella por más de unos segundos. Era la misma, era ella y no importaba que se vistiera de princesa o que se aficionara a apilar nidos de cigüeña en su cabeza, su interior siempre sería igual. Esa mañana, cuando Edith encontró a Collin leyendo en la biblioteca, estuvo cerca de huir, cerrar la puerta y marcharse de allí. Pero el tono amable con el que él la llamó, la mantuvo parada.

—Pasa, por favor. Hay sitio para ambos.

Edith se había asegurado de explicarle a su padre con gran detalle que ella necesitaba una biblioteca inmensa, con obras clásicas, teatro, de poesía, extranjeras... y también quería poder leer las modernas comedias y tragedias de los dramaturgos ingleses. No toleraría que faltara nada en ese rincón de paz y tranquilidad. Y su padre, complaciente como siempre, se lo había concedido.

Tomó asiento a varios metros de Collin y abrió uno de sus libros predilectos. Probablemente solo había conseguido leer un par de páginas, sin lograr concentrarse demasiado, cuando su vista se escapó hacia su marido. Se sorprendió al observar que, por primera vez, él estaba leyendo poesía y no consultando un libro de cuentas, como hacía siempre.

—¿Qué estás leyendo? —preguntó con curiosidad, casi arrepintiéndose al instante.

Collin alzó la mirada hacia ella, casi cuestionándose de verdad haber escuchado su voz. Si no fuera porque Edith lo estaba mirando, habría creído que solo se lo había imaginado.

—Vincent Voiture, es... un poeta francés.

Algo brilló en los ojos de ella que, desde luego, estaba dispuesta a dejarle creer que era poco agraciada, pero jamás que era tonta o inculta.

Il faut finir mes jours en l'amour d'Uranie: L'absence ni le temps ne m'en sauraient guérir...

La voz de Edith, recitando en francés, sonaba calmada y dulce. Tenía un ligero acento inglés al hablar, pero su francés era tan correcto como probablemente lo era el de Collin. Ambos habían estudiado esa lengua desde niños, así como el griego y el latín. Formarse en culturas clásicas no les había servidode mucho en su vida adulta, más allá que poder leer notas religiosas con dolorosa exactitud.

Collin trató de ocultar su sorpresa lo mejor que pudo y una llama de admiración se encendió en su interior. Era evidente que a su esposa le apasionaba la poesía francesa, si no, ¿cómo podía conocer esos versos?

—Y tú, ¿qué lees? —preguntó, aclarándose la voz.

Ella, durante unos instantes, miró hacia el hermoso techo dorado con gesto risueño.

—Romeo y Julieta. La he leído ya... cientos de veces.

—¿Alguna vez la has visto representada?

Edith negó con la cabeza. Le encantaba ir al teatro, tanto como amaba bailar. Adoraba el ambiente de los teatros al aire libre, la gente arremolinándose, los actores apareciendo y desapareciendo... pero, lamentablemente, no era algo que pudiera hacer de forma habitual. A ninguno de sus seis hermanos le apasionaba el teatro ni siquiera la mitad que a ella y, desde que su madre cayera enferma, eran contadas las ocasiones en las que salían de casa todos juntos. Ni siquiera visitaban ya a la familia del campo con asiduidad.

—Creo que hay una compañía representándola semanalmente en la Magnificient Playhouse. Podríamos acudir a ver la representación, si deseas hacerlo.

Durante un instante, Edith estuvo a punto de saltar del sillón para gritar: «¿Acaso estás bromeando?», se controló y asintió con la cabeza.

—Me haría muy feliz.

Eso bastó para sellar el trato. Al parecer, esa sería su primera salida en público como marido y mujer.

***

No solía caminar por la casa sin rumbo, de hecho, tras más de tres meses allí, Collin ya se había acostumbrado al tranquilo barrio londinense de Chelsea y al servicio, reducido pero amable, que trabajaba para ellos en ese hogar.

Collin era consciente de la suerte que tenía habiéndose casado con Edith, puesto que nunca habría podido permitirse un lugar así si su esposa no hubiera contado con una dote semejante. Collin había comenzado un negocio unos meses atrás, exportando bienes a América, pero era muy consciente de que las cosas irían despacio al principio y, probablemente, debería dejar pasar años de trabajo duro hasta conseguir los beneficios esperados.

El pasillo del segundo piso era inmenso, ancho y con paredes repletas de cuadros y adornos dorados. Vio a dos hombres, trasladando algunos muebles hacia el interior de una puerta y reparó en que, hasta ese momento, jamás se había dado cuenta de que estaba ahí. Caminó silenciosamente hasta allí y se encontró con que los dos hombres habían entrado a una sala bastante desarreglada, en comparación con el resto de las habitaciones. Dentro encontró infinidad de muebles, algunos cubiertos con sábanas blancas y supo que se trataba de un almacén.

—Señor —saludaron los hombres, bajando la cabeza con respeto.

—¿Están moviendo algo de sitio? —preguntó Collin, curioso.

—No exactamente. Solo cambiamos los muebles de uno de los salones.

—Entiendo.

Le parecía casi absurdo. Hacía solo tres meses que se habían mudado allí y nadie había vivido en esa casa antes, ¿de veras debían cambiar los muebles ya? No sabía si esa decisión había sido de Edith, por lo que Collin se limitó a asentir con la cabeza y estuvo a punto de abandonar la habitación, pero en el último segundo, algo que había visto por el rabillo del ojo lo detuvo. Collin entró al interior de esa suerte de trastero y sus ojos se quedaron clavados en un cuadro que reposaba en la pared. Probablemente medía dos veces su altura y era bastante ancho.

Su mandíbula se abrió sola cuando sus ojos se quedaron mirando a la mujer, alta y de cabello negro, pintada finamente en ese hermoso cuadro. Los rasgos de la mujer eran exquisitos, con pómulos altos y ojos rasgados. Llevaba un vestido rosa y largo que le sentaba muy bien a su tono de piel pálido. Justo a su lado se encontraba una niña de aproximadamente diez años que parecía una versión en miniatura de la hermosa mujer. Eran tan parecidas que no cabía duda en cuanto a su parentesco.

—¿Y esta pintura? —preguntó, sin dejar de mirarla.

Uno de los hombres contestó, a su espalda. Supo que también lo estaba mirando sin necesidad de girarse.

—Creo que fue un regalo del Conde de Oxford a su esposa, señor.

—¿A mi esposa?

Collin asumía que la mujer en la pintura se trataba de Elizabeth de Vere, ya que no había cambiado tanto con los años, a pesar de ahora parecer mayor a causa de la silla de ruedas.

—La niña de la pintura es lady Edith a la edad de once años —dijo el hombre a su espalda, satisfecho al conocer este dato y poder brindárselo a su señor.

Fue como si le dieran un capón en la cabeza. «¡Era obvio que se trata de ella, Collin!», le dijo su mente. Pero, a decir verdad, no se le había ocurrido esa posibilidad hasta ese momento. Edith era tan... diferente. Se acercó un par de pasos, estudiando esos ojos azules que guardaban un orgullo envidiable en una niña tan pequeña; sus cejas arqueadas hermosamente, su naricilla respingada. La pregunta era terrible, pero estaba ahí: ¿dónde había quedado esa Edith?

—Llévenlo también a la sala que están redecorando —ordenó, dirigiéndose a la puerta—, colóquenlo en una pared que quede iluminada con el sol, quiero que se pueda contemplar. Gracias.

Los hombres asintieron con la cabeza y él abandonó la sala. Le había gustado ese cuadro y la verdad era que no le importaría mirarlo de vez en cuando.

Hola, amores. Espero que os haya gustado el capítulo. Parece que los lazos entre Collin y Edith podrían comenzar a estrecharse... Nos esperan muchas sorpresas ♡♡

¡Nos vemos la próxima semana!

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