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Renata no encontró ningún lugar libre donde estacionarse. No solo los autos de sus compañeros ocupaban la calle, también vehículos desconocidos, otro evento navideño se desarrollaba en un restaurante de más adelante.

Decidió estacionar dos calles más abajo, era un lugar seguro, así que no se preocupó por dejar el auto fuera de su vista.

Cerca de llegar al colegio, se detuvo, indecisa. En el fondo no quería asistir, la navidad siempre la ponía susceptible, y tampoco tenía pareja. Iba a dar la vuelta, cuando vio algo en la acera de enfrente que le llamó la atención.

Observó a un hombre con un bastón, parado de espaldas frente a un taxi, cuya figura se le hizo familiar. Sacudió la cabeza, estaba imaginando cosas.

Lo siguió con la mirada. Se notaba impaciente por cruzar la avenida, que no advirtió el otro auto que se acercaba por la vía contraria. Renata, percatándose del hecho, corrió tras el hombre.

Llegó a tiempo de empujarlo a la acera. Un golpe contra el cemento no sería tan grave como ser embestido por un carro. Y al menos ella había caído en blandito: encima de él; esperaba no haberlo descalabrado más.

—Disculpa la tacleada. —Se apartó de él—, pero es que venía un auto... —Reconoció la cara del sujeto y se congeló en el sitio.

—Renata... —oyó su nombre de aquellos labios.

—Marco... —correspondió, con una honda sorpresa en el rostro—. ¿En verdad eres tú o una alucinación?

—Soy yo, Marco —confirmó. El corazón le latía deprisa. Frente a él estaba el amor de su vida—. ¿Te encuentras bien? —Extendió la mano para ayudarla a levantarse, pero ella se negó a tomarla.

—Hubiera preferido que fueras una alucinación. ¿A qué has vuelto? ¿Cómo me encontraste?

—Renata, entiendo que estés enojada conmigo. Déjame explicarte lo que pasó...

—¡¿Qué me vas a explicar?! ¡Me abandonaste sin contemplaciones! ¿Sabes cuánto esperé por ti? —El enojo guardado de tantos años surgió como un huracán—. ¡Ni una llamada tuya recibí! Si regresaste para calmar tu conciencia, perdiste el tiempo. No te odio, pero nunca te perdonaré lo que me hiciste. —Se alejó, no tenía nada más que hablar con él.

Marco quedó conmocionado ante los reproches de Renata. Ella se había formado una idea errónea de él y no era para menos. Debía aclarar las cosas inmediatamente.

—¡No te abandoné, Renata! —La agarró de la mano—. Un accidente en moto me dejó en coma. Uso este bastón a causa de las secuelas que me quedaron, es una prueba de que no te estoy mintiendo.

—¿Un accidente? Oh, por Dios... —Renata se llevó la mano a la boca, abrumada.

—¿Podemos ir a algún lugar para hablar tranquilamente? Tengo mucho que contarte.

—Hay... una cafetería unas calles más abajo. —Apuntó con la mano a un lugar iluminado por luces blancas.

Caminaron juntos por la acera, con las emociones a flor de piel y la ilusión germinando otra vez en sus corazones.

Marco le contó a Renata que su padre se había recuperado del infarto y un día antes de volver a Ecuador, le dieron ganas de dar un paseo en su moto; perdió el control en una curva e impactó contra un muro. El accidente lo dejó en coma durante un año. Mientras estuvo en esa condición sus padres trataron de contactarla, sin resultado, y al despertar, la situación se estancó más, dado que no recordaba nada.

Tardó mucho tiempo en recobrar sus recuerdos; y cuando volvieron, lo primero que hizo fue contratar un investigador.

—Mi situación mejoró, pero otros sucesos me impidieron regresar, entre ellos la muerte de mi tío. —Marco acarició la mano de Renata por encima de la mesa.

—Tantas cosas horribles que pasaste y yo pensando lo peor de ti —gimió—. Debí buscarte así como tú lo hiciste conmigo. Nunca te olvidé, Marco. Y la única vez que consideré hacerlo fue cuando mi hermano me dijo hace unos días atrás que te ibas a casar. —Agachó la cabeza, ocultando una lágrima.

—¿Qué? No me voy a casar.

—Mi hermano te vio entrar a una cafetería en Roma en compañía de una chica.

—Esa mujer es mi prima Giulia —aclaró—. Su padre, el tío del que te hablé, murió hace un año. Ella es hija única como yo, y dada nuestra cercanía, Giulia me pidió que la entregara en el altar. Fui con ella a Roma por asuntos de la boda.

—Así que estás soltero...

Marco asintió con una mirada traviesa.

—Y tú... ¿estás soltera?

Renata asintió, con el mismo gesto divertido en los ojos.

—Te amo, Renata —declaró en tono emotivo—. Te prometo que borraré todos estos años de sufrimiento que te causé...

—No fue tu culpa. —Colocó su mano sobre la de él—. La vida nos ha dado otra oportunidad y no quiero perder ni un segundo. Te amo, Marco.

La solemnidad del momento fue acompañada por algo que Marco extrajo del bolsillo de su abrigo.

—Esto es para ti.

Renata abrió el sobre y encontró una pintura de los dos, besándose bajo un muérdago. Alzó la vista, enternecida.

—En mis sueños siempre aparecías tú. Pinté esa escena cuando aún no te recordaba; en el fondo de mi corazón, sabía que eras alguien importante para mí. 

—Como tú lo eres en mi vida —confesó Renata. Dejó escapar unas lágrimas, pero esta vez de alegría. A un lado quedaron los años perdidos. La felicidad era plena y nada más importaba.

Se besaron profundamente. Debajo de ellos permaneció la pintura, convirtiendo ese beso de amor, en realidad.








Fin


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