Capítulo 16

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Mía escogió el peor momento para ir a su curso en New York. Sin su guía y sin nadie que pueda orientarme, me encargo de los problemas que van surgiendo en la semana.

Los problemas en la cocina son más fáciles de resolver porque tengo a Kim diciéndome que hacer.

— ¿Ana? Hay un problema en el bar.

— ¿Qué es? – volteo a ver a Aarón, el cantinero.

— No ha llegado el pedido de bebidas, nos quedamos sin vinos y algunos destilados.

— ¿Cómo que no ha llegado? ¿Cuando debía llegar?

— Ayer.

— ¿Quién se encarga de eso?

— Mía.

Mierda. Otra cosa de las muchas que ella hace y nadie más sabe cómo. Le hago una seña a Aarón para que me siga a la cocina, a la oficina de la dueña.

— ¿Sabes quién es el proveedor?

— Wines&Seattle.

— ¿Cada cuando les hacemos pedido?

— Cada dos semanas, más o menos.

— Bien, los llamaré, tan pronto como encuentre el número de teléfono.

Aaron se aleja de la oficina mientras rebusco entre el montón de papeles. ¿Es que hay algún directorio de proveedores? ¿Una lista de números telefónicos? ¿Facturas?

— ¡Kim! – lo llamo desde la puerta.

— ¿Si? – Se aleja de la estufa limpiándose las manos.

— ¿Quién ayuda a Mía con la parte administrativa?

— ¿Tú? – se ríe.

— Me refiero a que si alguien más ayuda, ella mencionó otro dueño. ¿No se involucra?

— No.

— ¿Y por qué no? ¿Solo viene a recibir el cheque?

— Podría decirse que si.

— ¡Qué idiota! ¿Lo conoces? Necesito su número o dirección para hablar con él.

— No tengo su número a la mano – Kim sonríe - Pero puedo decirte dónde encontrarlo.

Toma una de las notas que tiene sobre la barra de los pedidos y una pluma para garabatear, luego me la entrega.

"Salón principal,
Chico frente al piano"

— ¿Es una broma? – me quejo.

— No.

— ¡Agh! Olvídalo, veré la forma de resolverlo yo misma.

Revuelvo el escritorio de Mía y reviso las numerosas notas en su cajón hasta que doy con el número del proveedor. Lo llamo solo para confirmar que están enviando el pedido y les recuerdo que tienen un día de retraso.

Creí que sería un asunto resuelto, pero el pedido fue entregado al día siguiente y después de tres llamadas para presionarlos.

Días después, el refrigerador de la carne dejó de funcionar. ¡Esa es una tragedia mayor! Tuve que buscar a un técnico que pudiera venir inmediatamente a resolver el problema, pero el costo de la reparación fue mayor del que creí.

— ¿Mía usa la caja chica para hacer las compras?

— Si – dice Kim – Todo está asignado. Las compras, el sueldo de todos y creo que deja algo para imprevistos.

— Si, pero no es suficiente para esta reparación.

Mierda. Tengo que hablar con Christian, a quién he ignorado las últimas dos semanas. He estado tan ocupada con el restaurante que he podido evitarlo a él y a Luke, prácticamente solo voy al departamento a dormir.

Respiro hondo y empujo las puerta de la cocina para ir al salón a hablarle. No hay forma agradable de hacer esto, así que apuesto por ser directa.

— Necesito dinero.

Deja de tocar la melodía cuando levanta la vista hacia mí y frunce el ceño.

— ¿Qué obtengo yo a cambio?

— No para mí, idiota. Para el restaurante, necesito pagar al técnico que reparó el refrigerador grande.

— ¿Y?

— Eres el otro dueño, dame dinero para pagarle.

Se levanta del banquillo para buscar en su cartera el dinero, pero mientras lo hace, tiene una conversación consigo mismo.

— ¡Hola Christian! ¿como estas? – dice con voz chillona – Bien Ana ¿Y tú? ¿Cómo va todo? ¿Algo en lo que pueda ayudarte? Dímelo. ¿Qué necesitas? ¡claro que te ayudo! Eres muy amable en pedir las cosas tan amablemente.

— Date prisa, no tengo tu tiempo – le gruño – Y no me haces ningún favor, eres el dueño, cuido tu negocio.

Me entrega un montón de billetes y gruñe algo más sobre que le voy a pagar de alguna forma, pero no le hago caso. Regreso hasta donde el técnico se encuentra haciendo la factura y me firma un recibo de pago.

Kime me hace una seña para indicarme que revisó la reparación y el refrigerador funciona bien de nuevo, así que entrego el dinero al hombre.

Lo observo salir por la puerta de servicio y me tomo un momento para calmarme. Este trabajo me tiene tan estresada que empiezo a sudar frío, las piernas me tiembla.

Me recargo en la mesa metálica junto al fregadero, pero Raúl me mira preocupado.

— ¿Ana? Estás pálida, ¿Te sientes bien?

Es lo último que escucho. Me toma un tiempo reaccionar, pero cuando por fin lo hago y abro los ojos, no reconozco el lugar en el que estoy.

— ¿Hola? – balbuceo confundida.

— Ya despertaste – Una mujer vestida de enfermera sale por detrás de una cortina blanca – Le diré al doctor que venga a revisarte.

— ¿Por qué estoy aquí? – pregunto, pero ella ya salió de la habitación.

Unos minutos después, un doctor joven y sonriente aparece con una carpeta. La revisa antes de mirarme.

— ¿Ana Steele? ¿Sabes dónde estás?

— Si, pero no por qué estoy aquí.

— Te trajo un compañero de tu trabajo, aparentemente te desmayaste.

— ¿Desmayarme?

— Si. Tus exámenes están bien, así que solo voy a darte las recomendaciones para que puedas irte. Aunque ahora deberás tener más cuidado. Dormir, alimentarte lo suficiente y sobre todo, no estar bajo mucho estrés. Todo eso le hará un gran daño que ni las mejores vitaminas prenatales podrán corregir. Tendrá que seguir una estricta... - lo interrumpo.

— ¿Prena... Qué?

— Prenatales. Estás embarazada.

— No, no, eso es imposible – balbuceo confundida – ¡No puedo estar embarazada!

En doctor arquea la ceja y me mira divertido.

— ¿Ha tenido sexo sin protección en los últimos dos meses?

— Pfff... Si.

— Ahí tiene, está embarazada. Felicidades.

— ¡No, no! No me entiende. Estuve casada dos años, y mi esposo y yo lo intentamos todo ese tiempo pero no pude embarazarme.

— ¿Se hicieron pruebas de fertilidad?

— No.

— Puedo hacerle una ecografía justo ahora para revisar su aparato reproductor. Podrá incluso ver el saco del embrión.

Yo asiento, aún sorprendida por la noticia. Esto debe ser un error, un falso positivo sin duda. La enfermera aparece de nuevo con un carrito y un aparato.

— Ahí lo tiene – señala la pantalla – Todo está perfecto. Es una mujer sana y embarazada.

— ¿Entonces...?

— Por eso recomendamos las pruebas de fertilidad. Lo más seguro es que su esposo tuviera un conteo de esperma muy bajo.

— Pero él va a tener un bebé con otra mujer.

— Y si yo fuera él pediría una prueba de paternidad.

El doctor sonríe con un gesto de burla y sorpresa. ¿Entonces Luke...? ¿Y yo estoy...?

— Un bebé... De Christian.

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