Capítulo 24

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— ¡Annie! ¡Vengan a desayunar!

Mamá golpea la puerta con tanta fuerza que me incorporo asustada. Tengo el cabello revuelto y solo la sabana cubre mi cuerpo desnudo.

Christian duerme boca abajo a mi lado, solo lleva los boxers puestos.

— Christian... – lo muevo – Despierta, Christian...

Él gruñe algo que no alcanzo a comprender, se da la vuelta hacia mí y abre los ojos lentamente.

— Buenos días.

— Buenos días, dormilón.

Rayos. Es la primera vez que él y yo dormimos en la misma cama. ¿Como hace él para lucir como un modelo tan temprano en la mañana?

— Levántate, mamá nos llama para el desayuno.

Me envuelvo en la sabana para ir a buscar mi camisón al piso y luego al baño por una ducha rápida. Afortunadamente mamá y Bob están en la cocina tomando café y no se dan cuenta.

Cuando salgo ya cambiada, Christian, Mamá y Bob están terminando de desayunar.

— Date prisa Annie, casi terminamos.

Carla canturrea mirando fijamente a Christian. ¿Eso podría ser más incómodo? ¿Mamá tiene un enamoramiento?

— No tengo hambre.

Tomo un vaso del cajón para servirle jugo de naranja.

— Tienes que desayunar – Dice el chico odioso sin mirarme.

— No quiero, cuando tenga hambre comeré.

— No es opcional, tienes que alimentarte adecuadamente.

— No.

Giro de nuevo hacia la encimera para servir más jugo cuando unos brazos me sostienen por la cintura y me levantan.

— ¡No! ¿Qué haces? ¡Christian!

Me retuerzo entre sus brazos para que me libere, pero solo consigo risitas de Bob y Mamá.

— Tienes que alimentarte, si no lo haces por ti, hazlo por... – no termina la frase.

Chico tonto, odio que tenga razón. Ahora más que nunca no puedo ser descuidada, así que resoplo antes de mirar el plato frente a mi y comenzar a cortar la fruta.

— No me gusta la piña – Me quejo.

— Come – me ordena.

Se vuelve a sentar en la silla junto a mi y pone un panecillo en mi plato.

— No quiero pan.

— ¡Qué comas!

Se pasa la mano con frustración por el rostro. ¿Ahora él es el maduro? ¡De no creerse!

— No tienes que vigilarme.

— Estoy terminando mi desayuno, y me aseguro que termines el tuyo.

Pongo los ojos en blanco mientras Bob lleva sus tazas a la cocina y Mamá nos mira con una risita. Seguro le parece divertido.

— ¿Y a qué hora se van? No es que esté corriéndolos – dice Carla – Pero estoy más segura sabiendo que Annie está contigo.

Señala a Christian y yo frunzo el ceño. ¿Ahora son muy amigos? ¿Desde cuándo mi mamá confía en él?

— Me alegra que lo mencione, nos vamos ahora.

— ¿Ya? – chillo.

— Si, ¿Tienes lista tu maleta?

— Si, pero...

— Ningún pero, tengo reservados los boletos para el vuelo hasta Seattle. Despídete.

— Tú no me das órdenes – apoyo mis manos en la cintura.

Me levanto de la silla para mirarlo, él hace lo mismo y se cruza de brazos frente a mi.

— Nos vamos ya.

— No.

— No estoy preguntando, te aviso que nos vamos en un par de horas.

— ¡No!

— ¡Te llevaré así tenga que cargarte en mi hombro!

— ¡No te atrevas! ¡No tienes ningún derecho sobre mi!

— ¡Pero si sobre mi bebé! Que resulta estar en tí, así que muévete.

— Christian – gruño su nombre en advertencia.

— No me asustas, no soy Lukie.

— ¡Es que...! ¡Tú! ¡Agh! ¡Te odio!

Él vuelve a sonreír con diversión haciéndome enojar más. Cuando volteo a mi lado, mi madre y Bob no están. Gracias mamá.

— Irás ahora, por las buenas – apoya su dedo índice en mi pecho – O por las malas.

Antes de que pueda volver a protestar, me besa hasta dejarme sin aliento. Idiota. Cuando se aparta, me mira y sonríe con satisfacción.

— Andando, tomatito.

Toco mi rostro con el dorso de mi mano y si, el calor de la vergüenza me colorea las mejillas. Este chico sabe cómo distraerme.

— Solo porque no quiero que se haga tarde – intento justificar – no porque me hayas convencido con tu intento de beso.

Me doy la vuelta para no escuchar su respuesta y voy hasta la habitación de mamá. La abrazo y también a Bob para luego ir por la mochila que tiene mi ropa y nos encontramos de nuevo en la sala.

— El chico me agrada, Annie.

— ¿Christian? ¿Por qué?

— Porque eres tú misma cuando estás con él. Hasta verlos pelear es divertido.

— ¡¿Por qué?! – chillo de nuevo.

— Bueno, no recuerdo nunca haberte visto pelear con Luke – su expresión cambia por una más triste – El ordenaba y tú obedecías, ¿Crees que no me daba cuenta? Jamás los vi como ahora tú y Christian.

— Christian me vuelve loca – una pequeña sonrisa se estira en mis labios – Me saca de quicio su actitud despreocupada e irresponsable.

— Porque tú eres tan rígida, Annie, tan madura. Pareces más vieja de lo que realmente eres.

— Gracias mamá – digo con sarcasmo.

— Me refiero a que esta vez no tienes miedo de expresar lo que sientes y piensas, Christian sabe cómo manejarte.

— ¡Wow! ¡No! Christian no me maneja, no se maneja ni a sí mismo.

— Ustedes se complementan, hija. Lo veo en sus signos solares.

— ¡Mamá! ¡No! Por Dios, ¿Cuando le preguntaste eso a Christian?

— Cuando llegó – ella sonríe – Yo quería conocer al hombre que tiene el corazón de mi hija.

— Él no tiene... – niego con la cabeza – No tiene mi corazón, mamá.

— Ay Annie, ¿Cuándo dejarás de entender tus sentimientos y comenzarás a sentirlos?

Abro la boca para responder pero nada se me ocurre. ¿Soy diferente con Christian? No lo sé, todo el tiempo me provoca golpearlo. ¿Era diferente con Luke? Si, eso sí lo sé porque estaba estresada todo el tiempo.

— ¡Tomatito! ¡Vámonos ya!

— Si – ruedo los ojos – Dios, es tan odioso.

Mamá se ríe un poco mientras me acompaña a la puerta. El taxi llegó y Christian está subiendo las mochilas. Me despido de Bob y entro al auto para ir al aeropuerto.

Llegamos justo a tiempo para el abordaje y tuve que pelear con Christian por el asiento junto a la ventanilla. Accedió a cambiarlo cuando un señor de la fila de la lado no dejaba de platicarme sobre sus vacaciones.

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