17. 𝖳𝗋𝖺𝗇𝗌𝖺𝖼𝖼𝗂𝗈́𝗇 𝖼𝗈𝗆𝖾𝗋𝖼𝗂𝖺𝗅.

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Cuarto, Hogwarts (Curso 94-95)
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❝𝗣𝗲𝗿𝗾𝘂𝗲̀ 𝘁𝗼𝘁 𝗲𝘀𝘁𝗮̀ 𝗽𝗲𝗿 𝗳𝗲𝗿 𝗶 𝘁𝗼𝘁 𝗲́𝘀 𝗽𝗼𝘀𝘀𝗶𝗯𝗹𝗲❞.

❝𝘗𝘰𝘳𝘲𝘶𝘦 𝘵𝘰𝘥𝘰 𝘦𝘴𝘵𝘢́ 𝘱𝘰𝘳 𝘩𝘢𝘤𝘦𝘳 𝘺 𝘵𝘰𝘥𝘰 𝘦𝘴 𝘱𝘰𝘴𝘪𝘣𝘭𝘦❞.

Enllunada se dejó caer en una de las butacas cerca de la ventana en la Sala Común de Gryffindor. La nieve se acumulaba en el alféizar y el viento golpeaba el cristal violentamente. Un estado que parecía acompañar el semblante de la rubia que vestía el uniforme con el cárdigan negro, pero con la corbata escarlata y dorada por fuera del mismo.

—¿Cómo te ha ido a ti? —preguntó George desde el sofá de al lado que compartía con Fred.

—Macmillan me ha dado cinco galeones para que dejase de cantar —comentó mientras alargaba la guitarra española hacia Lee Jordan.

—Pero si tampoco lo haces tan mal... —observó Fred.

—¡Gracias! —agradeció Enllunada consternada.

—Es tuya, te la regalé —comentó Lee bastante seco, devolviéndole la guitarra para volver a esconderse detrás de un ejemplar de «Las aventuras de Martin Miggs, el muggle loco».

Desde el baile de invierno Lee se había mantenido distante con ella, no solo porque otro chico de Durmstrang se había adelantado en pedirle que fuese su pareja, si no que además Enllunada mostró predilección por un tal Jordi alumno de Beauxbâtons que demostró una habilidad innata en el hechizo de dar besos.

A Enllunada le daba pena que el primer amigo que había hecho en la escuela se comportase de aquella manera cuando nunca antes siquiera habían dado pie a tener algo más, ¡hasta le había comentado la loca idea de pedirle a Hermione que fuese al baile con ella! Pero lo que la cabreaba es que en lugar de ser sincero y decirle lo que sentía, se mostraba frío y la evitaba la mayor parte del tiempo.

Dejó la guitarra guardada en su debida funda, a los pies entre ellos.

—En total tengo siete galeones, doce sickles y un knut.

—¿Quién te ha dado el knut? —quiso saber Fred con burla.

—Un niño de primero muy mono, la verdad. Al menos los Hufflepuff me han dado más que el otro día en Ravenclaw.

—La Lovegood te pagó en especias, no te quejes —se rió George, a lo que se unió Fred.

—Reíros lo que queráis, pero la chica se pensaba que me daba la gran cosa.

—¿Un rábano es la gran cosa?

—Si tienes que hacer sopa, me imagino que sí...

Enllunada respondió con una mueca, aunque terminó riendo.

—A este ritmo está claro que no llegaremos a obtener los galeones que necesitamos —meditó Fred después de un rato.

—Al menos con las apuestas del Torneo de los Tres Magos estáis haciendo un poco de caja para la tienda, ¿no? —dijo Lee dejando el cómic al fin.

—Sí, bueno, pero igualmente no es suficiente...

—... ni por asomo.

—Pero al principio podríais vender por correo. El establecimiento es lo que acostumbra a costar más, me imagino —razonó Enllunada.

—Gracias por ayudarnos, por cierto —dijo George.

—Sin quidditch que retransmitir, algo tengo que hacer —quiso sacar hierro Lee.

—Pero tú, Enllunada, seguro que necesitas los galeones para la... —Antes que pudiese terminar, Fred le dio un codazo a George en las costillas mientras un alumno de séptimo pasaba por detrás de ellos.

—La poción, puedes decirlo —sentenció Enllunada mientras se apoltronaba en el sillón con un suspiro—. Desde que echaron a Remus, ya me la suda si la gente se entera. Pero me la costea el colegio, así que de momento puedo ayudaros. Además es una inversión. Si tenéis proyecto yo tengo empleo. Y si tengo empleo, cobro galeones con los que puedo ayudar en casa.

A bussines girl —dijo Fred.

—Ser pobre es un despropósito —bromeó George.

—Estamos todos igual, hermano —añadió Lee.

—Imaginaos si además tuvierais que pagar la Wolfsbane cada mes, el resto de vuestra vida... —suspiró Enllunada jugando con la punta de la corbata—. Es una vergüenza que no sea considerada producto de primera necesidad.

—¿Cómo lo hacíais con Lupin cuando estabais en Transilvania? —preguntó Lee de repente.

Enllunada dejó de mirarse la ropa para centrar aquella mirada salvaje que la caracterizaba hacia el chico de piel negra. Nunca nadie antes se había preocupado por aquel detalle, ahorrándole tener que dar explicaciones o cambiar de tema descaradamente.

—Digamos que tenía la herencia de mi anya.

Aunque aquello no era del todo falso, la realidad es que nadie les dio permiso para quedarse con la pequeña fortuna de galeones que encontraron en Dózsa Haz el día que Remus se la llevó de allí. A Enllunada le hacía gracia pensar en que Joana habría dicho que era justicia poética.

Los galeones les permitieron comprar la poción a una cigány conocida de Bartos durante casi un año, mientras Remus buscaba trabajos entre muggles. Ágnes, la pocionera que les facilitó la Wolfsbane de contrabando y cobrando precios abusivos, fue también quien les informó que Bartos había sido ejecutado por la Securitate después de no haber cooperado dando el paradero de Joana.

—No es justo lo que le hizo Snape a tu padre. Ni lo que hace todo el mundo con los hombres lobo —comentó Lee, sincero.

Enllunada fijó sus ojos en Lee tan intensamente que provocó que el chico de sexto se avergonzara.

—¿Qu...é?

—Tengo una idea.


Era día lectivo. Los alumnos aprovechaban el descanso del mediodía para comer tranquilamente en el Gran Comedor o disfrutar del sol febril de febrero paseando por los jardines. La profesora McGonagall no tardó en escuchar el barullo del patio interior del castillo y se acercó para comprobar que no fuera nada inusual.

Un cúmulo de estudiantes de todas las casas, de Durmstrang y Beauxbâtons, llenaban el atrio central donde descansaba una pequeña fuente de piedra, rodeado de un pasillo de arcadas al aire libre.

Se acercó a los estudiantes que se apartaban para darle paso y se encontró con un tenderete de color púrpura y verde, con un gran letrero en el que ponía «Mordiscos lycans a 5 galeones». Justo debajo una pequeña leyenda continuaba «conviértete en una bestia mejorada con una simple mordedura».

Detrás de la pequeña mesa que conformaba el mostrador, se encontraba sentada Enllunada Lupin custodiada por los gemelos Weasley y su inseparable Lee Jordan que alentaban a todos los de su alrededor repartiendo papeles y cantando consignas.

—¿Qué se supone que es esto, señorita Lupin? —le preguntó McGonagall perpleja.

—Una transacción comercial, profesora McGonagall —respondió la rubia con una sonrisa amable.

La jefa de Gryffindor agarró uno de los papeles de la mesa para empezar a leer todas las ventajas que habían escrito sobre ser licántropo, con expresión de desconcierto.

—¿Están cobrando por convertir a los alumnos?

—Sí, profesora —dijo animado Lee Jordan, zarandeando una pequeña caja metálica donde iban metiendo los galeones de los inocentes que habían accedido a que Enllunada les mordiera en alguna parte.

—¿Y la gente les está pagando?

—Un montón —intervino Harry, quien estaba observando todo aquello igual de divertido.

Llevaban casi una hora con ese revuelo en el que las primeras víctimas tímidas habían tardado en llegar. No fue hasta que Viktor Krum, acompañado de Hermione, dijo «Yo no tenerrr miedo de la amiga de Hermona», pagó los cinco galeones diligentemente, se arremangó la manga de la túnica, dejó los músculos a la vista y permitió a Enllunada que hincase sus caninos en la piel turgente, que el resto no había comenzado a animarse a hacerlo también.

La rubia se lo estuvo pasando en grande entre miradas reprobadoras, vítores y preguntas sobre si realmente era licántropa como su apa.

—Den el espectáculo por finalizado —exclamó McGonagall severa, y con un gesto de varita hizo desaparecer el tinglado que tenían montado.

No tardaron las quejas y los abucheos.

—Vayan a sus clases pertinentes que es casi la hora —siguió la profesora, provocando que la mayoría comenzase a desfilar ante su figura imponente—. Ustedes también —añadió a los alumnos de las otras dos escuelas.

—Pero profesora, era una idea reivindicativa —exclamó Enllunada.

—Si obviamos que estaban estafando a sus compañeros, estoy de acuerdo, señorita Lupin —le recriminó la profesora McGonagall a Enllunada, aunque ¿se estaba aguantando la subdirectora una sonrisa?

—¿Tenemos que devolver los galeones? —preguntó George.

—Si sus compañeros son tan necios para pensar que un mordisco de la señorita Lupin sin estar transformada puede convertirlos en hombres y mujeres lobo, señor Weasley, es que quizás merecen que se les reprimenda para aprender la lección. Buenos días —sentenció antes de darse la vuelta y alejarse de allí a paso ligero.

Antes que Enllunada tuviera tiempo de asimilar que la jefa de su casa les acababa de dejar quedarse con las ganancias, un nuevo visitante reclamó su atención:

—¿Llego tarde para uno de esos mordiscos, Lupin? —preguntó el chico atractivo de último curso con una sonrisa radiante.

—Son diez galeones, Diggory —respondió Fred de mala gana.

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ᵀʳᵃᵈᵘᶜᶜᶤᵒᶰᵉˢ ᵈᵉˡ ᵐᵃᵍʸᵃʳ:
Anya: madre.
Dózsa Haz: mansión Dózsa o Dózsa Manor.
Apa: padre.

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