14.- El príncipe de los tristes destinos

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 Habían pasado un par de días desde que la pesadilla de Yuuri. El mal sueño no volvió a repetirse, pero distaba mucho de sentirse tranquilo. En vano se esforzaba por organizar los recuerdos de ese invierno olvidado. Claro que su mente conservaba algunos, más en su mayor parte era como mirar una hoja blanca con algunos garabatos.

"Pasé casi una semana inconsciente, y unos cuantos días más con dolor de cabeza, un terrible resfriado y otros problemas de salud" rememoró Yuuri. "Al final, me recuperé del todo, o eso pensé..."

Era muy probable que su amnesia fuera una secuela del accidente. Yuuri frunció el ceño. Necesitaba averiguar más sobre lo que pasó. La cuestión era, ¿cómo? Sus padres se rehusaron tajantemente a tocar el tema y muy rara vez mencionaban aquel invierno, lo mismo con Mari, por lo que dudaba mucho que, a pesar de los años transcurridos, eso hubiera cambiado. Si les escribía preguntando sobre el accidente se preocuparían, además de que no deseaba obligarlos a hablar sobre algo que seguramente les produciría dolor.

Yuuri se limitó a seguir al resto de su grupo de estudio, que conversaban animados sobre la visita a una de las bóvedas de la Academia para su clase de historia. El joven suspiró, incapaz de reprimir su ansiedad. En cierta forma, de no ser por JJ, las cosas seguirían igual. Ahora, estaba lleno de dudas. ¿Quién era esa persona misteriosa? ¿Por qué trataba de romper el hielo en el lago? ¿Qué le llevó a arriesgar su vida de esa forma? Y aún más importante... ¿habría sobrevivido al agua helada? ¿Y qué pasó después con esa persona? ¿Cómo averiguarlo? Volver a Hasetsu para investigar por su cuenta en esos momentos era imposible, y además de su familia y Minako, no era especialmente cercano a otras personas que pudieran asistirlo. O quizás...

Yuuri se llevó una mano a su bolsillo y tanteó con sus dedos una pequeña figura de madera en forma de trébol, el amuleto que su amiga Yuuko le obsequiara antes de partir. Entonces lo recordó. Fueron Yuuko y su madre quienes se encargaron de atenderlo después del accidente y fue su amiga quien le contó lo sucedido. Definitivamente, si alguien podía contarle más de aquel invierno, era ella.

—¡Muy bien, todos! ¡Necesito que presten atención!

En respuesta a la indicación, los estudiantes se detuvieron. Yuuri, al ir distraído, chocó con la espalda de otro chico, lo que le valió recibir una mala mirada de su parte y tuvo que disculparse. Ajeno al desacuerdo, un hombre atractivo de cabello café y ojos verdes, requirió aplaudir un par de veces para acallar las pláticas de los alumnos y garantizar que lo escucharan. Se trataba del profesor Magnus, apodado Masumi por sus alumnos. Junto a Viktor, era uno de los profesores más jóvenes y más populares de la escuela.

—Esta es una de las múltiples bóvedas de la Academia donde se resguardan reliquias y tesoros de distintos reinos para protegerlos—explicó el maestro—. Para nuestra lección de historia de hoy, analizaremos algunos de estos objetos. Elegirán uno y estudiarán sus características, su función y qué lo hace importante. Solo ver, tienen terminantemente prohibido tocar nada sin permiso. ¿Está claro?

Un coro de afirmaciones se hizo eco, aunque a juzgar por la expresiones de algunos de los alumnos, no todos tomaron en serio la advertencia. En el caso de Yuuri, dudaba mucho ser capaz de concentrarse en la tarea de Masumi, ya que su máxima prioridad era su investigación personal sobre su accidente. Si bien esto cambió nada más puso un pie dentro de la bóveda.

Más que una bóveda de seguridad, parecía un elegante museo. Las paredes estaban decoradas por magníficas y detalladas pinturas que mostraban a héroes, reyes y reinas, grandes batallas y otros sucesos relevantes. Numerosas armas y piezas de joyería eran exhibidas, algunas protegidas por cajas de cristal y otras aparentemente al alcance de la mano. Yuuri recorrió el sitio, maravillado e inseguro de cual elegir. A su alrededor, la mayoría de sus compañeros ya se habían decidido por un objeto. El joven de gafas vaciló. Conocía algunos de aquellos tesoros a partir de historias y relatos y nunca se esperó tener la oportunidad de verlos en persona. Eventualmente, se detuvo frente a una corona de oro decorada con un bellísimo rubí. Asombrado, leyó la inscripción para corroborar lo que ya sabía: se trataba de la corona que usara la primera reina de la Tierra de los Viajeros del Fuego, el reino de Otabek.

Yuuri examinó la corona con atención. Era un espléndido ornamento y el rubí parecía tener vida propia, como si contuviera llamas en su interior. Esto no era ninguna sorpresa. A fin de cuentas, la primera reina de los Altin fue una bellísima hada.

La calma se vio rota de pronto, con un alarido de terror. Yuuri se sobresaltó y de inmediato divisó a un grupo de asustados estudiantes en torno a una estatua de piedra que representaba a un joven sosteniendo una espada. En apenas unos segundos, Yuuri comprendió el pánico de sus compañeros. Esa no era una decoración cualquiera, y es que el monumento usaba el uniforme característico de los estudiantes, y su rostro reflejaba una expresión de miedo absoluto.

—Por eso les dije que no tocaran nada—reprendió el profesor Masumi frunciendo el ceño, tras lo cual se dirigió a una azorada chica—. Ve a buscar al profesor Cialdini.

La jovencita asintió torpemente y salió corriendo a toda prisa. Acto seguido, Masumi pasó su mano por la espada, sin apenas tocarla por milímetros, y sobre la cabeza del alumno petrificado.

—Él va a estar bien, descuiden—se apresuró a calmar a algunos de los amigos del chico, que tenían los ojos llenos de lágrimas—. Esto es lo que pasa cuando usan una reliquia que no les corresponde. Por lo general, solo su auténtico portador es capaz de usarla. De lo contrario, en el mejor de los casos simplemente no lograrán aprovecharla al máximo. En el peor...—hizo un ademán, señalando a la estatua—, podrían resultar heridos o víctimas de una maldición.

Afortunadamente, Celestino llegó un par de minutos después. Masumi retrocedió para permitirle a trabajar, a la vez que retomaba su inesperada lección.

—Por si no se habían dado cuenta, la gran mayoría de las reliquias cuentan con sus propios medios de protección. Sin embargo, las que almacenamos en la Academia cuentan con algunas otras medidas adicionales, como hechizos o conjuros.

Celestino murmuró una serie de palabras en una lengua extraña y, contrario a las recomendaciones iniciales de su colega, puso su mano primero sobre el hombro del joven convertido en piedra, y luego sobre la espada.

—Estos solo pueden ser rotos por la persona que los lanzó, o bien por alguien con un poder igual o mayor.

Celestino guardó silencio y la piedra se resquebrajó como si se tratara de un cascarón de huevo. El chico cayó al suelo temblando de miedo junto con la espada, de la cual trató de apartarse a toda prisa.

—Yo me encargo de él—intervino el profesor Cialdini—. Lo llevaré a la enfermería, aunque debería estar bien. Si yo fuera tú, lo castigaría. Esto fue algo perfectamente evitable.

—Muchas gracias. Tomaré en cuenta su consejo, pero creo que el susto ya fue suficiente castigo—asintió Masumi. Tras él, los otros alumnos intercambiaron suspiros de alivio—. En cuanto a ustedes, la clase no ha terminado. Aún deben entregarme sus reportes.

Los estudiantes fueron retomando sus tareas poco a poco, esta vez, mostrándose más cautelosos y respetuosos de los objetos en la bóveda. La espada maldita que había ocasionado todo el problema había sido colocada de vuelta en su sitio original, como si nada hubiera pasado. Yuuri la observó con atención y sintió un escalofrío.

"Definitivamente, las reliquias son fascinantes...y muy, muy aterradoras" reflexionó.

***

La siguiente clase del día fue esgrima. Yuuri supuso que el incidente en la bóveda habría causado un gran revuelo, y si bien algunas personas conversaban de lo sucedido, la gran mayoría encontraba más relevante conversar sobre el menú del comedor que sobre un chico que fue convertido en piedra.

—En verdad es algo muy común —le explicó Sara—. Muy seguido alguien cree que puede usar la Armadura devora almas, o tomar prestado el Anillo de trueno y terminan poseídos o con una joya que ya no pueden quitarse.

—Aunque me sorprende que hayan tantos tesoros en una escuela—confesó Yuuri.

—Si lo piensas bien, no es tan raro. Hystoria está muy bien protegida, así que reinos que no cuentan con la suficiente estabilidad prefieren guardar sus reliquias aquí. Otros lo hacen para no preocuparse por mantenerlas a salvo y destinar los recursos que usarían en ello para otras cosas.

Yuuri asintió. Visto así, era lógico. Dada la complicada situación de los Altin, seguramente optaron por resguardar sus tesoros más valiosos en la Academia.

Instintivamente, Yuuri buscó a Otabek con la mirada y lo encontró justo al lado de Viktor. Fue en ese momento que el profesor dio inicio a la clase.

—Les tengo una sorpresa muy especial—anunció alegremente Viktor—. Para la clase de hoy, aprenderemos sobre un arte marcial muy antiguo de ni más ni menos que un experto. Otabek, ¿querrías hablarnos al respecto?

A la señal del maestro, Otabek dio un paso al frente. Yuuri arqueó las cejas en señal de duda, sintiéndose entre emocionado y confundido. Y es que, ¿en qué se relacionaba un arte marcial con la esgrima?

— "Qos soqqi". Significa doble golpe. Se basa en dos preceptos básicos: desarmar y someter. Tradicionalmente se pelea a puño limpio. La técnica fue creada por las tribus de nómadas de mi país antes de la unificación por el primer rey, para defenderse de invasores extranjeros armados. Es especialmente efectiva contra espadachines.

Viktor observó complacido la reacción de sus alumnos. Todos escuchaban atentos y con gran curiosidad a la explicación del usualmente reservado Otabek, y ninguno le lanzaba las miradas compasivas llenas de lástima habituales. Al parecer, su táctica para que los otros chicos cambiaran su forma de tratar a Otabek, estaba funcionado. Sin embargo, no había terminado todavía.

—Creo que es suficiente teoría, ¿qué les parecería un combate de demostración? Aunque para eso voy a necesitar un voluntario...

Prácticamente cada chico y chica presentes alzaron sus manos. Viktor rió, divertido por su entusiasmo. Aunque al divisar que uno de ellos se aproximaba sin esperar a que lo llamaran, resistió el impulso de darse un golpe en la frente.

—Será un placer participar—expresó JJ con una sonrisa confiada—. Otabek y yo hemos entrenado juntos desde hace años, así que estoy más que familiarizado con su estilo de pelea.

—Por eso justamente es que no puedo dejarte combatir—lo rechazó Viktor, y procedió a recorrer el lugar con la mirada, hasta que identificó a un cierto alumno de gafas—. Yuuri, ¿podrías ayudarnos?

El aludido se encogió sobre sí mismo, en parte porque no estaba acostumbrado a ser el centro de atención, y en parte por la mirada enfadada de JJ.

—¿Por qué él?—protestó el príncipe.

—Tu mismo dijiste que ya conoces la técnica de Otabek, un combate así no será muy emocionante. Y si todavía quieres alegar, yo soy el profesor y en esta clase debes obedecerme—puntualizó Viktor, cruzándose de brazos—. Ahora, si Otabek desea que seas su compañero de práctica, entonces lo reconsideraré.

—Estoy de acuerdo con usted, profesor Nikiforov—asintió el heredero de los Altin, para sorpresa tanto de Yuuri como de JJ.

Finalmente, JJ volvió a su lugar a regañadientes, y no sin antes lanzarle a Yuuri otra mirada que le produjo escalofríos. Seguramente los miembros del séquito de JJ lo tomarían como otro motivo más para molestarlo.

—Este será un combate libre. No hay límite de tiempo o restricción de espacio. Yuuri, si derribas a Otabek, serás el ganador, pero si él te desarma, la victoria será suya. Entonces, a mi señal...

Yuuri tomó una de las espadas de entrenamiento, sin filo, y se coloco un sencillo peto. Al joven le desconcertó que Otabek no portara ninguna armadura u otro tipo de protección. Por supuesto que Viktor no permitiría que se lastimaran seriamente, pero aún así, no podía evitar preocuparse.

Yuuri se preparó, sujetando bien la empuñadura de la espada e inhalando y exhalando hondo varias veces para concentrarse, tiempo que aprovechó para analizar la posición de Otabek: los pies ligeramente separados, con el derecho unos centímetros por delante, los puños cerrados a la altura del torso y un semblante lleno de determinación. De pronto, el nerviosismo de Yuuri fue reemplazado por expectación.

—¡Ahora!

Otabek fue el primero en moverse, lanzando una veloz y precisa patada que Yuuri alcanzó a esquivar a duras penas. El joven retrocedió con la intención de tomar impulso para atacar, si bien era claro que no se lo pondrían para nada fácil. Otabek era sumamente rápido y no había terminado con un movimiento cuando ya estaba lanzando el siguiente, impidiéndole a su oponente recuperarse. El espadachín poco a poco fue intuyendo la técnica del Qos soqqi.

Al principio asumió que portar un arma le daba la ventaja, pero evidentemente se equivocó. Las patadas de Otabek equiparaban en poder y velocidad a los golpes de su espada, y no solo eso. Aunque su punto fuerte eran sus piernas, también disponía de sus puños. Con estos, trataba de atacarlo en el rostro, con lo que lo obligaba a intentar o bien esquivar, o bien intentar protegerse alzando su espada, lo que Otabek aprovechaba para tratar de desarmarlo con una de sus patadas.

Yuuri frunció el ceño. El corazón le latía con fuerza, y tanto él como Otabek respiraban agitadamente, pese a lo cual ninguno mostraba intenciones de rendirse. Si lo comparaba, había pasado más tiempo defendiéndose que atacando. Si esperaba ganar, necesitaba crear una apertura.

Divisó a Otabek preparándose para asestar un nuevo golpe y entonces lo decidió. En lugar de aparte y esquivar, optó por enfrentarlo directamente. El puño de Otabek se impactó de lleno contra el rostro de Yuuri, quien aprovechó la oportunidad para blandir su espada y golpear a Otabek en un costado. Otabek hizo una mueca de dolor y trastabilló, sin embargo, logró recuperar el equilibrio a último minuto y, antes de que Yuuri pudiera atacarlo de nuevo, se apresuró a derribarlo con una fuerte patada en la espalda.

Instintivamente, Yuuri trató de aferrarse a la empuñadura de su espada, pero fue demasiado tarde y acabó por soltarla al caer al suelo. Algo aturdido, quiso incorporarse, pero el puño de Otabek a pocos centímetros de su rostro lo detuvo.

—La pelea ha terminado—anunció Viktor, fuerte y claro—. El ganador es Otabek Altin.

Los aplausos y vítores no se hicieron esperar, sin embargo, la persona a quien iban dirigidos se limitó a ignorarlos y en cambio ayudó a su rival a levantarse.

—¡Bravo! Los dos estuvieron muy bien. Ya sabía yo que hacía lo correcto al ponerlos como compañeros de entrenamiento—celebró Viktor, orgulloso de su gran idea. Sin que el lo notara, las mejillas de Yuuri se pintaron ligeramente de rojo—. Como pudieron notar, el Qos soqqi busca desarmar al oponente, aprovechando el largo y la fuerza de las piernas, y después someterlo por medio de golpes precisos cuando ha caído. Luego de esta extraordinaria demostración, que les parece si...

—Profesor Nikiforov.

El aludido reconoció al instante la voz de Yakov. Al oírlo, los jóvenes fueron moviéndose para permitirle pasar al frente, donde se apresuró a susurrarle algo a Viktor que nadie pudo escuchar.

—Vaya, tal parece que surgió un imprevisto y la clase debe terminar antes—se excusó el de cabellos plateados en medio de un coro de exclamaciones decepcionadas—No es tan malo. Por el día de hoy no les encargare deberes. Y si les parece y Otabek está de acuerdo, podríamos organizar otra sesión para aprender más del Qos soqqi.

Con ese último comentario, Viktor se despidió de sus alumnos. Algunos aprovecharon para dirigirse a Otabek y pedirle que les contara sobre el arte marcial originario de su país. Yuuri, mientras tanto, se entretuvo acomodar el peto y la espada con el resto de la indumentaria de práctica.

—Peleaste muy bien—lo felicito Sara—. Estoy segura que Otabek se divirtió mucho.

Antes de que pudiera preguntarle exactamente a qué se refería, Michelle apareció y, argumentando que iban retrasados a su próxima clase, la tomó de la mano y se la llevó de ahí. Para ese punto, Yuuri creyó que la sala de entrenamiento estaba vacía, hasta que Otabek se acercó a él.

—Gracias.

—¿Por qué?—cuestiono un muy confundido Yuuri.

—Por tomártelo en serio.

—No hice la gran cosa, simplemente trate de luchar lo mejor que pude y tu fuiste mejor.

—He practicando Qos soqqi desde que tenía ocho años. En el tiempo que llevo en Hystoria, solo una persona además de ti ha logrado golpearme en un entrenamiento.

Más que alardear, el tono de Otabek denotaba que simplemente establecía un hecho que hizo despertar la curiosidad de Yuuri.

—¡Woh! Si yo fuera tú, tendría cuidado con lo que digo a Katsuki. No se distingue por tener buena memoria.

A Yuuri no le sorprendió descubrir que fue JJ quien se burló de él, aunque igualmente desvió la mirada incómodo, puesto que a fin de cuentas el comentario guardaba un deje de verdad. Inesperadamente, Otabek tocó su hombro y negó con la cabeza, para después enfrentarse al otro príncipe con un semblante en extremo serio.

—Jean, déjalo en paz.

—¿Por qué? Lo admito. Es un poco bueno con la espada, ¿y qué?. Eso no lo vuelve especial. Apuesto que su carta no es la gran cosa. Seguramente no llega a un As, mucho menos a ser un Rey.

Instintivamente, Yuuri se encogió sobre sí mismo y se llevó una mano al pecho. Otabek se mantuvo impasible.

—Yo tampoco tengo un Rey, ¿ya olvidaste?

La expresión burlona de JJ se congeló al instante. Esto resultó un contraste con Otabek, que para nada lucía molesto, pese a lo cual para Yuuri era evidente que JJ se sentía en extremo culpable.

—Lo lamento—se disculpó el príncipe Leroy. Otabek se limitó a arquear una ceja e indicó a Yuuri.

—Más bien deberías disculparte con él.

JJ pareció considerarlo por unos minutos y hasta abrió la boca. Al final, chasqueo la lengua, negó con la cabeza y se alejó sin agregar nada más. Otabek esperó a que abandonara el área de entrenamiento para dirigirse nuevamente a Yuuri.

—Te pido perdón en su nombre. Conozco a Jean desde que éramos niños y lo considero mi amigo. Pero eso no significa que condonaré su mal comportamiento.

—En verdad, no hace falta que te disculpes, no quisiera que los dos discutieran por mi culpa. No vale la pena.

—Jean no es malo, pero suele dejarse llevar por su ego y le da demasiada importancia a las cartas. Bajarle los humos de vez en cuando no le hará daño.

Yuuri luchó para disimular una risita. Era bueno que alguien pusiera a JJ en su lugar, para variar. De pronto, recordó algo.

—No quiero entrometerme pero, cuando mencionaste tu carta... es solo que, asumí que sería un Rey ya que eres un príncipe y todo eso...—se interrumpió, avergonzado por hablar de algo tan íntimo de una manera descuidada y quiso retractarse, especialmente al recordar la trágica historia de la familia Altin—. Me excedí. No me debes ninguna explicación. Esta bien si no quieres contarme.

Otabek reflexionó en silencio durante lo que a Yuuri le pareció una eternidad al cabo de la cual se decidió.

—Es mejor si lo aclaro yo mismo, aunque estoy seguro que debes haber oído rumores. Mi carta es un Tres. Soy el segundo de cuatro hermanos, y seré el tercero en morir.

Yuuri requirió emplear todo su autocontrol para no ver a Otabek con los ojos y la boca bien abiertos. La revelación fue un enorme shock, pero no tanto comparado con la forma en que el príncipe lo admitió. No había enojo en su voz, ni lamentación o pena, tan solo una fría aceptación. El de lentes sintió una opresión en el pecho y un nudo en su estómago. El se sentía mal por escucharlo, no podía ni imaginarse cómo debía ser para Otabek vivir día a día con el conocimiento de su destino era morir. Comparado con eso, de pronto su carta en blanco se veía como una bendición.

—Entonces... ¿las historias son ciertas?

Otabek volvió a asentir.

—La batalla con el dragón, el mar de fuego...

—Y el hermano que traicionó a los otros. Todo es verdad.

Abrumado, Yuuri agachó la cabeza. Era demasiado cruel. Quizás no fuera muy cercano a Otabek, pero igualmente lo apreciaba. Sabía que era una persona inteligente, fuerte y justa. Definitivamente sería un gran rey... de no ser por su triste destino.

—Lo sien...

—No lo digas.

Yuuri se sobresaltó por la abrupta interrupción. Otabek no le había gritado, ni siquiera alzado la voz, si bien su enojo era más que evidente. Entonces lo comprendió.

Seung Gil no tenía un destino maldito, más el hecho de ser una Sota, hacía que los otros lo apartaran. Dada la carta de Otabek, le ocurría algo similar. El de lentes meditó con detenimiento sobre su situación en la Academia. En clases siempre estaba solo, lo mismo en la biblioteca, el comedor u otras áreas comunes. No le temían como a Seung Gil. Yuuri se percató de algo que hasta ese punto pasó por alto. Y es que quizás Otabek no recibiera un trato alienante, más no por ello era aceptado.

"Lo siento", "lamento que tengas que tengas que morir". ¿Cuántas veces tuvo que oír esas palabras a lo largo de los años? Seguramente demasiadas. La historia de los Altin era bien conocida, por lo que todos eran conscientes del destino del joven príncipe. Que frustración y que rabia debía sentir por que todos los días le recordarán que moriría.

Y Yuuri estuvo a punto de hacer lo mismo.

— Honestamente, no sé qué decir...—confesó apenado.

—Tengo dos hermanos menores. Ninguno de ellos está en edad de obtener su carta aún, aunque a uno de ellos no le falta mucho. Mi hermano mayor tenía diecinueve años cuando recibió El Llamado y murió. Vine a Hystoria porque creo que aquí encontraré algo que me permita ayudar a mi familia. Ese es mi motivo principal, el otro es más egoísta—Otabek cerró los ojos y suspiró—. Pensé que aquí podría ser yo mismo, o lo que sea que eso signifique.

—Sé cómo es eso... ¡hablo en serio!—exclamó Yuuri ante la mirada incrédula del otro—. No voy a fingir que se como te sientes, o pretender que lo que me contaste no me abrumó, pero... ¿podríamos seguir como hasta ahora? En verdad, nunca he sido bueno con la gente. No soy muy sociable ni tengo muchos amigos, y se que no nos relacionamos mucho, pero te respeto. Es fácil conversar contigo, así que si te parece bien, ¿podríamos ser amigos?

Pese a que Yuuri era sincero, no pudo evitar preocuparse. Quizás se había propasado y presionó a Otabek demasiado sin querer. Consideraba retractarse, cuando divisó que el príncipe de hecho le ofrecía su mano.

—¿Te arrepentiste?

El cuestionamiento de Otabek lo hizo reaccionar y se apresuró a corresponderle el gesto. Yuuri esbozó una sonrisa y, si bien su expresión no lo demostraba abiertamente, Otabek también se sentía feliz. Al mismo tiempo, reflexionó en que algo similar le ocurrió con anterioridad. Y, casualmente, con alguien que compartía el nombre de su nuevo amigo.

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NOTAS DE LA AUTORA

Hola a todos!!!! Ufff, por donde empiezo??? Primeramente, creo que debo agradecerles porque a pesar del tiempo sin actualizar, continuaron llegando views y comentarios a a este fic. Y de verdad que eso significó mucho y al final fue lo que motivó a retomar la escritura. Segundo, por qué me tardé tanto??? Una combinación de varios factores: demasiadas historias pendientes y muy poco tiempo libre, un trabajo de adulto que me mantiene muy ocupada y finalmente y lo más importante, unos cuantos problemillas de salud tanto en mi familia como en persona que honestamente me impidieron tener cabeza para pensar en otras cosas por lo que escribir pasó a segundo plano. Me disculpo por eso y poco a poco trataré de ir retomando el ritmo y seguir escribiendo. De nuevo, muchas gracias por seguir al pendiente y seguir leyendo.

Por lo pronto, retomamos oficialmente con la historia de Otabek. Más detalles irán surgiendo más adelante.

Si leyeron hasta aquí, muchas gracias!!!

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