19. Conflicto

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Cualquiera que conociera mi vida hasta el momento sabría que tengo un severo problema con el conflicto. Por eso estaba aquí, callado y sentado en la silla de mi oficina, pensando que ya para ahora tendría que conseguirme otro lugar donde trabajar.

Amanda se estaba maquillando para ir al trabajo. Y yo nunca me imaginaría que ella era de las que usaban maquillaje. Me parecía fascinante cada vez que se paraba frente al espejo que estaba en el pasillo que daba hacia su habitación. Hacía algo muy breve que hacía que sus ojos verdes se viesen más profundos y grandes, más brillantes y hermosos. Entonces se miraba de lado a lado, convencida de que lucía hermosa ese día, o eso pensaba yo, y se arreglaba el cabello una, dos y tres veces.

Finalmente, se acercaba un poco y se pasaba un dedo por los labios y estos se veían más brillantes, gruesos y... Bien. No iba a seguir por este camino si no quería acabar de nuevo en conflicto.

Cada vez que la veía quería decirle que estaba absolutamente hermosa, y no es que se viera más hermosa con maquillaje, sino que podía apreciarlo un poco mejor por alguna razón que no lograba entender.

Y cada vez bajaba la mirada cuando se daba cuenta de que la estaba viendo.

Porque estábamos en conflicto.

Hacía una semana y un poco más que estábamos en conflicto, hablábamos poco y yo estaba trabajando en otros proyectos, así que no había demasiado qué hacer. Pero yo no quería estar en conflicto con ella, solo que no sabía como arreglar esto.

Usualmente con Amanda solo dejábamos de estar en conflicto, sin más. Ella me lanzaba una almohada, me ponía colorante en la colonia o sal en el café, y estábamos en paz, pero ahora mismo no sabía cómo estar en paz con ella, porque se suponía que era yo el enojado, y no me veía poniéndole sal a su café, sería algo muy infantil de mi parte, y ella me odiaría más.

¿Cómo era que habíamos llegado hasta aquí? Ah... Sí, otro conflicto.

Las manos me temblaban con brusquedad mientras ella daba vuelta a la esquina y se detenía abruptamente frente a la tienda de Alice. Acabábamos de salir del estacionamiento donde golpeé a un tipo para que no la sometiera y la metiera a la fuerza en un coche, yo tenía la adrenalina a millón y los nervios de punta.

—¿Qué hacemos aquí? —le pregunté. Ella suspiró y me miró.

—Vas a decirle a Alice —yo negué.

—No, Amanda. Nos vamos —ella pareció sorprenderse por mi respuesta.

—¿Por qué te niegas, Justin? Esto es lo correcto —pero la frustración me nubló la cabeza mientras me alborotaba el cabello de lado a lado intentando liberar mi estrés cuando solté una queja.

—Porque no quiero hacerlo. Simplemente déjame tomar esta decisión —le dije entre dientes.

—Entonces le diré yo —me amenazó y yo intenté poner coherencia en mi mente, para separar el momento de adrenalina de esto con la misma fiereza que lo había hecho ella.

—No me amenaces, Amanda. Simplemente no estás percibiendo correctamente la realidad y yo...

—Y tú simplemente quieres obviar lo que sucede. ¿Y si Alice se encuentra a Joshua en la calle? ¿No crees que va a herirla más? ¿No crees que merece algo mejor que no tener ni idea de que...? —pero la interrumpí.

—¡No conoces a Alice y no me conoces, Amanda! No puedes controlar todo simplemente porque tu creas saber cómo deberían ser las cosas —quizás alcé un poco la voz, dejé salir demasiada frustración y puse ambas manos sobre la guantera con demasiada brusquedad—.

—Tienes razón, Justin, creo que no te conozco. Esperaba que actuaras como un buen hombre, pero sigues siendo el mismo imbécil que quiere meterse a la cama de su ex novia.

—Ya basta, haz lo que te de la gana, yo me largo —le repliqué saliendo del coche cuando me topé con una Alice estupefacta de frente.

—¿Qué sucede? —inquirió—. ¿Está todo bien? —Amanda salió del coche y me miró con fiereza.

—Justin... —yo apreté la mandíbula antes de mirarla.

—Alice —empecé y vi como sus facciones preocupadas le llenaron el rostro, debió escucharnos peleando—. ¿Te gustaría saber si Joshua viniera a la ciudad? —y al instante su gesto se ensombreció y negó dando un paso simbólico hacia atrás, es como si la hubiese golpeado un muro. Sentí el corazón pequeño al verla endurecer sus facciones para no revelar como se sentía.

—No —me aseguró y Amanda casi corrió hacia ella.

—Alice, ¿estás bien? —inquirió Amanda y ella levantó la mirada hacia mí.

—¿Cómo lo sabes? —me preguntó. Yo simplemente miré a Amanda y ella abrió la boca para hablar, pero yo abrí el pecho y decidí hacerme cargo de esto.

—Estaba trabajando en la base de datos de la empresa y vi una serie de salidas del inventario totalmente inusuales. Todas a su nombre —le expliqué y ella movió los ojos como pensando.

—¿Cuándo? —me preguntó.

—Hace dos días —le dije—. Perdóname por no decirte, pero supuse que no querrías saber.

—Tenías razón —volvió a afirmar cuando Amanda se aproximó.

—¿Estás bien? —le preguntó cuando Alice negó.

—Gracias por decirme, Justin —yo tragué grueso viendo su corazón roto. Sabía que esto sucedería.

Cerré los ojos un instante y casi pude percibir su aroma a café y dulce. Abrí los ojos y me di cuenta que ya se había ido otra vez, sin mediar palabra.

Yo tampoco me había quedado más a dormir. Estábamos en esa pausa silente en la que solo nos ladrábamos de vez en cuando y yo cada vez la extrañaba más. Pero no tenía idea de cómo lidiar con el conflicto, así que seguiría huyendo de él.

Hoy tenía que presentar el final de los sistemas para Le Petit Princesse, y me parecía que todo había quedado bastante bien, pero trabajaría un rato en los servidores de Alice para determinar si los almacenes estaban completos, y si toda la data funcionaba bien para hacer un inventario automático de pertenencias con código de barras entre otras cosas.

El trabajo me sobraba ahora. Tenía tres nuevos clientes gracias a mi imagen de programador estrella de Le Petit Princesse y ya estaba a un solo negocio de poder contratar a una programadora senior para que me ayudara.

Pero la programadora senior que quería me odiaba y seguramente ya no quería trabajar conmigo.

Traté de no sentirme miserable por eso, y me fui a la oficina de Alice para darme cuenta de que ella estaba trabajando desde las 7 am sin parar. Entonces estuve con ella, trabajamos, desayunamos y ella no dejó de lado sus libros viejos para hacerme compañía en la sala de servidores.

Llegada cierta hora de la tarde, me preguntaba por qué la pizza no había llegado cuando Alice recibió una llamada de su madre, muy preocupada por su alimentación y muy insistente en que fuese a casa esa misma noche a cenar con ella y su hermano.

Alice con aburrimiento trancó la llamada y se sentó a mi lado mientras yo daba toques finales en el sistema.

—Madres —se quejó. Yo simplemente le sonreí.

—Mariana cocina delicioso, deberías aceptar.

—Mamá quiere asegurarse de que no tengo deseos suicidas —se burló y yo la miré de reojo—. ¿Qué? No los tengo. Conozco mi valor.

—¿De verdad? ¿Y cómo es eso?

—Es como... —se quedó pensando un instante y me miró—. Es como un dolor crónico, de esos de rodilla o de espalda que se acentúan con el frío. Está ahí, a veces puedo ignorarlo, otras veces me cuesta un poco más. Sin embargo, no define lo que soy, lo que hago ni lo que seré. En algún momento pasará.

—Aún así deberías ir con tu madre, y tranquilizarla —la insté, más que nada porque suponía que Mariana estaba demasiado preocupada como para llamarla.

—Madres —se quejó nuevamente cuando hizo un pliegue en el papel—. ¿Cómo está Olivia, por cierto? —y entonces me sentí timbrado por su pregunta, más que nada porque era consciente de que no la había hecho desde hacía más de cuatro años cuando la grité por preguntar por mi madre.

—Eh... —me quejé sin querer revelar información. Pero era cierto que había jurado para mí ser honesto en todo lo que pudiera con Alice. Sin hablar, por supuesto, de la parte de engaño con Amanda.

—¿No la has visto más? —se sorprendió evidentemente y yo negué.

—Murió —le respondí y ella se detuvo de lo que estaba haciendo.

—Cuánto lo siento —me dijo con pesar en su voz—. ¿Hace cuánto que...? —pero la interrumpí.

—Hace cerca de tres años y medio —le corté esperando que no reparara en los detalles cuando frunció el ceño.

—Pero todavía estábamos juntos, ¿es que no lo sabías? —yo le sonreí sin ganas y negué.

—Lo sabía. Estuve allí cuando sucedió —ella bajó sus manos de la mesa y se me quedó mirando con demasiada intensidad.

—No lo sabía —musitó—. De verdad lo siento —y su voz sonaba confusa, quizás yo incluso podría pensar que se culpaba por no acompañarme, por perdérselo o lo que fuera. Pero no era su culpa, yo la excluí a propósito. Entonces yo tenía que decírselo, más que anda porque merecía saberlo.

—El día que secuestraron a Lanna me llamaron a mi celular antes de las cuatro de la tarde y me dijeron que fuese urgentemente al hospital psiquiátrico donde estaba alojada Olivia —le conté sin poder mirarla a los ojos cuando no pudo contener su expresión de sorpresa. Alice sabía que yo no podía llamarla mamá, y sabía que esto me estaba costando horrores—. Ella se había escapado de la habitación y se lanzó de un piso cuatro gritando que escaparía del diablo. Entonces sufrió una hemorragia severa y estaban intentando salvarla, pero necesitaban que fuera a ayudar con los trámites del seguro.

—No tenía idea de que estuviera tan mal.

—La última vez que te grité por eso había sido diagnosticada con un grado de esquizofrenia, y las medicinas no hacían demasiado efecto. Perdóname. Nunca he sabido lidiarlo —Alice se acercó y por primera vez en todo este tiempo que nos frecuentábamos, tomó mis manos y me miró a los ojos.

—No tenía idea.

—No es tu culpa. Yo no te dije nada. No le dije nada a nadie más que a mi papá —recordé—. Llegué al psiquiátrico y Olivia alucinaba con los analgésicos. Sin embargo, mientras transcurría la noche se hacía imposible salvarla. Entonces simplemente murió cerca de las dos de la mañana —recordé los ojos inyectados de mi madre diciéndome maldiciones, gritándome que me odiaba y pidiéndome que la matara tan solo por un instante que me obligó a bajar el rostro tras el peso de un recuerdo horrible, pero entonces volví a levantar la cabeza y presioné sus manos con mis dedos.

Cuánto extrañaba el calor de Alice y su suavidad. Cuán caliente me hacía sentir el corazón y me hacía dejar de sentirme solo, inquieto y enfermo para estar simplemente tranquilo mirando sus ojos cafés preocupados por cada una de mis facciones.

—No tenía señal telefónica. Por eso no pude contactarte —continué—. Creo que nunca me disculpé por abandonarte en la peor noche de tu vida —ella asintió suavemente y yo estaba dando por zanjado uno de los peores errores de mi vida: abandonarla en un momento tan difícil. Aunque no había sido del todo mi culpa, yo siempre había cargado con esto a cuestas.

—Es que no tenía idea —susurró con suavidad cómo si estuviese mirando otra parte del panorama.

—No tenías que saberlo, tu estabas viviendo tu propio infierno personal con lo de Lanna, y yo estaba en el mío —expliqué cómo si no tuviera importancia, pero ella arqueó una ceja y sonrió con ironía mientras levantaba uno por uno los dedos de mi mano. Pero su respuesta me sorprendió

—¿Crees que terminamos porque no me respondiste al teléfono esa noche? —me preguntó ladeando la cabeza, como si supiera lo que yo estaba pensando.

—No podía exponerte a mi peor pesadilla, Alice —ella sonrió casi con pena y me miró a los ojos.

—Supongo que esa es una de las más curiosas ironías de la vida —se recogió el cabello con los dedos.

—¿El qué?

—Que yo si te quería en mi pesadilla. Te quería en cada uno de mis sueños, y más aún en las realidades —se quejó. Sus palabras me atragantaron y yo respiré profundo.

—Yo no soy como tu —le respondí—. Podía lidiar solo con esto.

—Podías lidiar solo con todo, Justin. Eres un hombre extraordinario, fuerte y valiente. Pero si no me necesitabas para nada, ¿por qué querías conservarme?

—Si te necesitaba, Alice. Te necesito —confesé y ella sonrió con cierta tristeza y negó.

—Es tiempo de que entiendas que no es así, Justin.

—¿Cómo podría no serlo?

—Conmigo has tenido la vida resuelta siempre. Somos compatibles, nos queremos y podemos ser excelentes amigos, pero no me necesitas para vivir. Podías respirar sin mí y lo hacías constantemente. Pero yo siempre tuve el mismo conflicto contigo, una y otra vez. Porque como no me necesitabas, hiciste que yo tampoco te necesitara, hasta que entendí que no tenía punto permanecer donde no soy necesaria.

—Siempre serás necesaria en mi vida, Alice.

—Tal vez eso sea cierto. Pero no para ser tu novia, ni tu esposa. Sino para darte un consejo y patearte el trasero en el Free Fire de vez en cuando —se dio el lujo de bromear, y rio. Pero yo no podía reírme de aquello.

—Quizás tienes razón —admití pensando en todas las cosas cuando ella me acarició el brazo y suspiró.

—De todas formas, lamento mucho lo de tu madre. No puedo imaginarme por lo que pasaste —yo me encogí de hombros y ella negó mientras se levantaba de su silla.

—Es lo que era y siempre fue. Una mujer desequilibrada que odiaba todo de mí —pero entonces Alice me abrazó con demasiada fuerza y yo simplemente me quedé recostado en sus brazos recordando una vez que mi mamá me abrazó de la misma manera exacta. Una sola vez, una muestra de cariño, un momento de lucidez.

—Mira el hombre en el que te has convertido, ¡qué orgullo! —susurró a mi oído y el simple recuerdo me derrumbó haciéndome temblar como niño. Alice lo recordaba bien, fue en mi graduación. Mamá estaba probando un nuevo tratamiento y funcionaba. Ella no podía ir a la ceremonia porque había demasiados ruidos y música, y yo no pensaba volver a casa a ser vituperado. Pero me sorprendió mi madre en la salida del auditorio, puesta en pies y con una sonrisa que jamás olvidaré. «Lamento que me hayas tenido a mí por madre, Justin. Pero siempre en mis cabales, te amo con locura y estoy orgullosa de lo valiente que eres», susurró en mi oído mientras me abrazaba.

Cuando mi madre perdió el sentido por completo, me confundía con mi padre, que la había abandonado en su locura. Entonces me despreciaba y deseaba mi muerte cada que me veía. Y yo siempre la culpé por eso, pero la verdad es que no podía hacerlo más.

No podía permanecer en conflicto, no podía odiar a mi madre por estar enferma, y no podía odiar a Alice creyendo que me había cambiado por Joshua. Simplemente había entendido justo ahora lo que ella entendió en aquel entonces y que es el origen de la mayoría de los conflictos en el mundo: somos personas diferentes y pensamos diferente. Actuamos de forma distinta y no podemos esperar que la otra persona haga las cosas como nosotros las haríamos.

El origen de todas las frustraciones es esperar que alguien más hiciera lo que yo haría. Yo quería estar solo y vivir mi infierno personal porque Alice intentaría arreglarlo de alguna forma, y yo me quería sentir miserable en esa noche interminable. Sin embargo, Alice no quería estar sola, ella prefería llamarme y que yo arreglara las cosas junto a ella, aunque yo no creía tener la fuerza.

Y podía trasladar ese mismo problema a todos los inconvenientes que tuvimos durante nuestra relación para reducirlo en que simplemente era un conflicto irremediable que se presentaría siempre. Éramos diferentes en lo fundamental y no estábamos diseñados para tener ese tipo de relación.

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