20. Nunca

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Nunca había estado tan incómodo como en esta caminata rumbo a la casa de Amanda.

Para ponerte en contexto, Amanda llegó por mí a la tienda mientras Alice me abrazaba y yo vivía un momento emocional por lo de mi madre. Necesitaba ese abrazo, y necesitaba esa conversación, pero de seguro que esto había puesto todo peor.

—Amanda, ¿podemos hablar? —pregunté por tercera vez, pero como las otras dos, nunca respondió. Respiré profundo y la vi girar en una esquina cuando tomé su mano y halé de ella.

—¿Qué es lo que necesitas hablar, Justin? —yo tartamudeé al ver la molestia en cada una de sus facciones.

—No es lo que parece —fue lo primero que dije, pero ella bufó y se dio vuelta para irse otra vez.

—Amanda, por favor —le rogué y ella zapateó.

—¿De verdad me vas a venir con el cliché de que no es lo que parece? ¿Y qué es lo que parece, Justin?

—No lo sé —tartamudeé. No tenía ni idea de qué quería escuchar ella—. Pero lo que sea que parezca no lo es —puso los ojos en blanco.

—¿Ya estás con Alice de nuevo? Quiero terminar este maldito juego —se quejó a voces y yo me sentí herido por su necesidad de huir.

—¿Eso es todo para ti? ¿Un juego?

—Es lo que es —soltó, casi escupió las palabras como veneno.

—Bien, entonces ya no jugaremos más —le repliqué y ella me retó con la mirada.

—Tengo días sin dormir bien porque no sabía cómo hablarte y tu... Tú estás perfectamente. Yo soy una tonta —comenzó a decir y yo me acerqué y la miré a los ojos cuando ella puso sus manos sobre mis hombros y me empujó suavemente. No era un empujó agresivo, era una protesta que venía de lo más profundo de su ser—. Por favor deja de hacer eso —dijo alejándose de mí.

—¿Qué? —le pregunté cuando un juego de pasos detrás de nosotros me desconcentró por completo. Me di media vuelta y vi a tres tipos entrar al callejón en el que estábamos hablando. Instintivamente caminé hacia Amanda y le tomé la mano. Ella miró la situación y trató de huir como yo, pero nos cerraron el paso.

—Stefannia, cariño —Amanda miró directamente a uno de los hombres cuando otro tipo más salió desde atrás y se me encimó. Yo hinché el pecho, listo para liarme a puñetazos si era necesario, pero había algo que tenía más en claro: no iba a ganar esto, simplemente iba a ir luchando como los hombres.

El tipo que se me encimó me sorprendió tomando el brazo de Amanda. Entonces reaccioné y lo empujé con fuerza haciéndolo trastabillar. No había terminado de empujarlo cuando los otros dos tipos me habían agarrado por los brazos impidiéndome moverme.

—No la toques —le dije como amenaza. Me hervía la sangre verlo acercarse a Amanda y agarrarla igual que a mí. Ella paseó su mirada entre mí y el tipo que la llamaba Stefannía.

—¿Qué es lo que quieres, Carlos? —yo estaba buscando una forma de salvarla, de zafarme para pegarle en las nueces al idiota que la tenía agarrada para que ella pudiera escapar. Pero ella simplemente miraba todo con una cara suprema de aburrimiento que me estaba sacando de quicio.

—Quiero hablar contigo, Stefannia, la última vez no terminamos de hablar.

—¿Cuándo ibas a meterme por la fuerza a mi coche?

—Creo que eso fue un malentendido —replicó el tipo mientras yo hacía uno que otro movimiento con el brazo para verificar la fuerza con la que me estaban sosteniendo.

—Sí, por supuesto —dijo Amanda mirándolo directamente—. Claramente entendí mal, y esto lo demuestra —le dijo señalando con la mirada a su amigo.

—Los dos sabemos que para poder saldar cuentas, tengo que sostenerte con tres manos —dijo señalando a los tipos que me sostenían a mí—. ¿Este es el imbécil que me pegó por la espalda? Muy poco masculino, si me lo preguntas —se comenzó a burlar cuando Amanda lo interrumpió.

—¿Qué piensas hacer? —musitó Amanda cuando el tal Carlos me dio un golpe fuerte en la espalda y me tumbó al suelo de rodillas.

—Devolverle el favor —dijo el mismo tipo antes de lanzarme un golpe en la cara que tuve que cerrar los ojos con fuerza para recuperarme. La sangre me lleno la boca y forcejeé para soltarme mientras luchaba por ver si le estaban haciendo algo.

—¿Y por qué eso es mi problema? —inquirió Amanda con el mismo aburrimiento y yo abrí los ojos como platos. Ella no se inmutaba—. Ya le pegaste, ¿puedo irme? —Carlos lució desconcertado—. Tampoco veo muy masculino que sostengas a un tipo para pegarle. ¿Es porque no le ganarías en una pelea? —a Carlos se le tensó la vena de la cara y me dio otro golpe más cuando el pie de Amanda se movió hacia adelante y luego hacia atrás.

¿Qué demonios sucedía? ¿Acaso no le importaba que me golpearan? ¿A tales había llegado nuestra pelea que simplemente no le importaba que me mataran a golpes?

—Me desconcierta, Stefannia, ¿este tipo no es tu amigo?

—Es solo un conocido —dijo como si realmente no fuese importante, y juraría que me dolió más que el último golpe—. Tuvo la dicha de salvarme de tus manos, Carlos. No recordaba que fueras un salvaje.

—¿No lo recuerdas? Pero si eso antes no fue un problema –pero su cara de sexo me voló las ideas de la mente y logré zafarme durante un breve instante para lanzarle un golpe que no alcancé a atinar cuando otro de sus amigotes me atajó y me volvió a arrodillar.

—Bueno, ya sabes que no me gusta que me obliguen a nada, soy yo quien llevo las riendas, ¿recuerdas? —soltó Amanda con el mismo tono de Junior, el hijo del mecánico, que me hacía regurgitar y me sentí un total imbécil.

—Me hiciste enfadar, ¿entiendes? Dejarme tirado en un estacionamiento con la cabeza sangrando —reclamó cuando me dio un golpe fuerte detrás de la cabeza que me hizo tambalearme y Amanda ni siquiera me miró.

—Lo siento mucho, fue muy descortés de mi parte —le dijo con ironía—. ¿Podrías perdonarme? —yo levanté la cabeza para ver a Carlos cerca de ella.

—Sí, claro, preciosa —asintió y el tipo que la tenía agarrada la soltó.

—No me gusta como tratas a mis conocidos, Carlos —le advirtió Amanda cuando el tipo la agarró del rostro y yo me retorcí en el suelo tratando de soltarme, pero estaba muy mareado y tenía sangre en el ojo que no comenzaba a arder.

—Siempre que te portes bien, no volverá a suceder —le dijo antes de soltarme un último codazo detrás de la nuca y dejarme tendido en el suelo.

Pasaron segundos o minutos, no sabría decir. Tenía los oídos sellados y la mandíbula presionada tratando de evitar que se me saliera el cerebro o algo. Intenté levantarme con todas mis fuerzas para hacer algo si estaban intentando llevársela, pero tan pronto levanté la cabeza volví a caer al suelo con un severo vértigo que seguro acabaría por matarme.

Cerré los ojos y me di vuelta para sentarme fuera cual fuera el costo, porque tenía que hacer algo para rescatarla. Y entonces sentí dos manos sumamente calientes en mi rostro y pude dejar de oír pitidos para escuchar ecos de su voz hablándome.

—Justin... Justin, mírame por favor —abrí los ojos y apenas vi un destello de sus preciosos ojos verdes.

—Te veo doble —me quejé, pero no era una queja, el mundo era más bonito cuando ella sostenía mi rostro acariciando mi barba y examinándome por todos lados como si estuviese en peligro de muerte.

—¿Estás bien? —me preguntó con demasiada preocupación. Casi diría que la voz quebrada, pero no podía verla y esto era del todo distinto a su voz de hacía un momento, toda seria y aburrida.

—No tanto como tú —volví a bromear cuando pude medio espabilar y la miré a los ojos como un tonto. Estaban húmedos, me miraba con intensidad y entonces pareció respirar por primera vez en mucho rato.

—Imbécil —se quejó y yo solté una sonrisa al ver que no se la habían llevado, que estaba entera, estaba conmigo y me estaba sosteniendo con ambas manos.

—Gracias a Dios que estás bien —susurré mirando su cabello liso casi cubrir mi rostro. De verdad nunca me había sentido tan afortunado. Estaba tan agradecido con el universo porque ella no estuviese en un peligro mayor y yo no hubiese podido hacer nada, que no podía hacer más que mirarla, mirar los colores formarse en fila para conformar su rostro hermoso, sus ojos delineados y esa forma cursi como me miraba, como si también estuviese agradecida.

No pude evitarlo, levanté la mano y la atraje hacia mí para besarla. Entonces noté que ella tuvo la misma idea que yo porque prácticamente nuestros labios chocaron en una forma en la que nunca lo habían hecho.

Yo no podía hacer más que besarla, porque es lo que más deseaba. Y ella no podía hacer más que sostenerme y mantenerse junto a mí, yo lo sabía porque podía sentir su corazón desesperado, estaba aterrada y yo lo sentía porque ahora la conocía.

—Estoy bien –le juré. Un poco golpeado, como un saco de box, pero estaba muy bien, nada me iba a pasar. Amanda me acalló con otro beso y luego pasó sus manos por mi cara como si quisiera borrar todo aquello.

—De verdad perdóname —me dijo bajando la mirada cuando yo la besé de vuelta y le sonreí.

—Te lo juro que estoy bien –le aseguré.

—Lo siento mucho, perdóname —me dijo bajando la mirada. Su voz estaba quebrada y yo me incorporé para que viera que estaba bien. De hecho, me estaba haciendo todo lo fuerte que podía a pesar de que la cabeza me diera vueltas.

—¿Por actuar como si no te importara? No sé si pueda olvidarlo.

—Por los golpes, perdóname —me suplicó nuevamente.

—No me golpeaste tu. No sé con qué clase de tipos sales, pero...

—No es usual que salga con el mismo tipo dos veces —aclaró como si le apenara—. Es por esto, se vuelven locos.

—Deberíamos ir a hacer la denuncia –ella pensó y negó.

—No creo que vuelva a aparecer –dijo—. No sé siquiera su apellido.

—Diablos, Junior –le bromeé y ella sonrió con vergüenza, nada parecido a la postura desvergonzada de hacía un rato.

—¿Puedes ponerte de pie? —yo asentí y me costó un poco—. Vámonos a casa, hay que verte ese corte, no deja de sangrar.

—Estaré bien –le aseguré dándome unos segundos para caminar a su lado. Amanda caminó un par de pasos y yo necesité cerciorarme de que estaba todo bien, porque nunca había tenido tantas ganas de ir a casa y resultaba que esta denominación no era ni siquiera mi propia casa, sino la suya, o donde fuese que estuviese ella.

Entonces halé su mano un momento y ella retrocedió un paso, cuando se giró quedó frente a mí, y decidí besarla porque era lo único que realmente tenía ganas de hacer. Ese sabor dulce suyo no se parecía a nada que hubiese probado nunca. Y por alguna razón hoy yo me sentía mucho más libre de simplemente quererla con todas mis fuerzas.

Hacía más de una semana que pensaba en cómo arreglar las cosas entre nosotros, y mientras lo hacía me daba más cuenta de que necesitaba encontrar alguna forma de ganarme el corazón de Junior, el hijo del mecánico, porque amaba demasiado lo que yo creía que era su verdadera personalidad y me arriesgaría a descubrir todo el paquete si ella tan solo quería permanecer junto a mí, siendo un cobarde que estaba dispuesto a ser valiente las veces que ella quisiera que lo fuese.

Llegamos a casa y se dedicó a cuidarme solamente, mientras me contaba de dónde había sacado al tal Carlos. Al parecer Junior era un auténtico casanova, iba a bares, se regresaba con chicos y el resto decidí no escucharlo, porque acabaría matando a alguien si lo hacía.

Ordené comida china, ella me vendó cada parte del cuerpo que le pareció que estaba lastimada, y nos quedamos hablando hasta un poco más tarde.

En condiciones normales habría arreglado el sofá para quedarme, pero justo ahora no pensaba dar marcha atrás en mi condición con Amanda, así que sería un chico decente y me iría a mi casa.

Tan pronto me levanté del sofá ella se negó, estaba tan dispuesta a dejarme ir como yo a irme.

—Te quedas aquí siempre... —se quejó y yo le sonreí.

—Bueno, eso es porque hemos sido solo amigos hasta ahora –pero su rostro de reprensión me hizo dejar de reír—. ¿Seguimos siendo solo amigos?

—Hasta que me convenzas de lo contrario.

—¿Cómo podría? —le pedí saber, pero ella se levantó y me miró de frente.

—Convénceme —me dijo con firmeza, y yo sentí el temor intenso de no poder hacerlo.

—Nunca he tenido que convencer a nadie de que es una buena idea estar conmigo.

—Quizás no es una buena idea –me aseguró y yo asentí.

—No lo es –le dije—. Soy un cobarde.

—Odio cuando haces eso –susurró.

—Déjame terminar –me quejé y ella simplemente me miró.

—No te digas cobarde.

—Lo soy —aseguré y bufó—. Pero yo puedo ser valiente también, puedo ser inteligente, elocuente, fuerte, dócil. Puedo ser cualquier cosa –le aseguré—. Ser cualquier cosa que necesites.

—¿Y si no te necesito?

—Nunca me has necesitado –le dije. Lo sabía de sobras—, pero no tardarás en darte cuenta y descubrir que estás mejor conmigo –entonces levantó la mirada por primera vez y sonrió.

—¿Qué tan seguro?

—Tan seguro como que me aseguraré de eso cada día que decidas quedarte conmigo —volvió a sonreír y yo retiré el cabello de su frente para llevarlo detrás de su oreja. Entonces se quedó en silencio y yo no sabía si eso era una especie de respuesta o era algo más.

Entonces simplemente me quedé inmóvil y escuché sus pulmones llenarse de aire para hablar mientras yo luchaba por no parecer impaciente.

—Nunca te disculpaste —me dijo mirándome con sus ojos verde aceituna, como rompiéndome el corazón en pedacitos. Comenzaría a disculparme por lo que fuera, de no ser porque mi ego no me permitía creer que estaba equivocado en nada hasta este momento en el que simplemente estaba pidiéndole una oportunidad para probarme a mí mismo.

—¿Qué? —intenté evadirla, si había hablado con la voz tan baja, quizás no quería ser escuchada.
—Nunca te disculpaste —repitió con la voz un poco más firme y yo espabilé al verla sostenerme la mirada con cierta determinación tierna, como si esto y lo otro fuesen exactamente el mismo tema.

—¿Por qué?

—Por gritarme, por lastimarme, por no hablarme durante una semana —me aseguró con tanta certeza que me sentí un imbécil.

En esas horas habíamos estado como siempre. Me había olvidado de que estábamos molestos, de que no nos hablábamos, de que habíamos tenido una pelea tras otra.

—Creí que estábamos bien —me revolví en mis pensamientos, pero su respuesta me sorprendió.

—Lo estamos. Pero nunca te disculpaste —explicó bajando la mirada, como si le diera vergüenza decir todo esto.

—No creí que debiera hacerlo, pensé que estaba todo bien, todo estaba dicho.

—Todo está bien —repitió—. Pero siempre debes disculparte, para que yo sepa que no lo has hecho con la intención de lastimarme —fruncí el ceño un segundo.

—¿Crees que lo hice para lastimarte? —musité buscando su mano y ella dejó que la tomara con la mía.

—No, jamás —fue certera nuevamente—. Pero a veces me cuesta más trabajo convencer a mi corazón de ello –pero medité en esto un instante. No habíamos peleado tanto como para que ella se olvidara de que yo no quería hacerle daño, ¿o sí?

—¿De que no quiero lastimarte? —ella apenas asintió bajando el rostro, como dando por terminada su solicitud.

—Siempre debes recordarme que no quieres lastimarme, por si acaso —añadió con esa voz tan pequeña, como de que no quería pedirme nada, como de que simplemente deseaba sentirse toda a salvo. Entonces me acerqué a ella y la halé de las manos para sostenerla un poco entre mis brazos. Levanté su rostro con una leve caricia y la miré directamente a los ojos.

—Perdóname por gritarte, por decir cosas que no sentía, por lastimarte y por no arreglarlo antes —le dije sin un ápice de duda, realmente lo sentía—. Creo que eres lo mejor que me ha sucedido, tienes una mejor percepción de mi realidad de lo que yo la tengo y me entiendes mejor que nadie —ella intentó bajar la mirada y ocultarla tras su cabello, pero yo volví a alzar su rostro con delicadeza y añadí algo más—. Y perdóname, por favor, por nunca disculparme. Nunca, jamás, jamás, quiero lastimarte –Amanda sonrió con timidez y casi escondió su rostro en mi mano.

—Bien —musitó y yo simplemente la miré deseando que aceptara mis disculpas—. Nadie nunca había tenido tanto éxito en convencerme de que sería una buena idea estar con él.

—¿Planeas que me quede esta noche para que no vuelvas a llamarme luego? —ella soltó una risita de vergüenza y negó.

—A ti pretendo volverte loco –bromeó mientras contorneaba los botones de mi chaqueta con los dedos.

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