21. Veo en ti

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«Esta vez todo es diferente, veo en ti la luz», escuché en un tonto anuncio mientras caminaba a la casa de Amanda. Mi Amanda.

Por alguna razón seguía repitiéndome esto, pensando en lo ridículamente fácil que había sido para mí sentirme enamorado de ella. Era algo que me tenía loco, en las nubes, con el corazón fuera del pecho la mayoría del tiempo, e inventándome formas para hacerla feliz.

Entonces estaba con ella. Hacía un mes desde que establecimos nuestro acuerdo y pensé que se me iban a pasar las ganas de besarla si lo hacía más a menudo, pero no.

Así como quería pasar más tiempo con ella, lo cual era irónico, porque me había mudado de su casa a una nueva oficina pequeña en la ciudad, y no me quedaba a dormir en su casa casi nunca, porque, antes que nada, yo era un tipo respetuoso. Habíamos acordado que no queríamos apresurarnos a un tipo de relación que nos agotara pronto y yo estaba bien con eso, de todas formas, estaba con ella el mayor tiempo posible.

Justamente esta mañana un cliente había confirmado mi nueva asociación con una gran empresa de finanzas y un contrato maravilloso de cinco años con el que podría permitirme contratar a una programadora senior, además de vivir en un lugar menos desagradable y lejano.

Y era cierto, esta vez todo era diferente. Estaba feliz, y no podía esperar para darle la noticia, abrazarla y ser felices juntos. Así de cursi, así de tonto. Así de valiente me sentía ese día, porque todo marchaba adecuadamente.

Pasé por el desayuno y me dirigí directamente a su departamento. Toqué la puerta un par de veces y la escuché aproximarse. Abrió la puerta y me sonrió de medio lado. Era obvio que me esperaba, y yo había llegado a tiempo.

—Buenos días, hermosa —musité sabiendo que una sonrisa se escapaba de mis labios.

—Buenos días, lindo —replicó antes de acercarse y coronar mis labios con un beso tan suave y breve que necesité tomar su cadera con suavidad y atraerla hacia mí para besarla de nuevo.

Había pasado casi diez horas sin besar sus labios, que en este instante tenían ese aroma embriagante a café y dulce. Definitivamente esta era mi recompensa.

—No deberías estar aquí —me susurró antes de besarme otra vez y luego caminar un par de pasos dentro de la sala. Le entregué las bolsas de papel donde estaba el desayuno, y nos desenroscamos un poco para poder desayunar y tener una mañana decente

—¿Por qué? —le pregunté, ella caminó hacia la cocina y luego volvió para responderme.

—Mi hermana está en la casa —volví a fruncir el ceño y ella me puso una taza de café en las manos.

—¿Tu hermana? Creí que eras el único hijo del mecánico —ella sonrió y siguió hasta sentarse en la esquina del mueble donde yo estaba sentado.

—Técnicamente lo soy —me dijo bajando la voz—. Stella nos odia a papá y a mí. Tanto que se cambió el apellido cuando cumplió la mayoría de edad.

—¿Quién podría odiarte a ti? —le pregunté trazando un camino con la yema de mi dedo sobre su mano. Ella volvió a sonreír con gesto tierno.

—Stella —replicó—. Mamá sufrió demasiadas infidelidades de papá. Aguantó y aguantó una disculpa tras otra, hasta que papá se acostó con una de sus amigas. Entonces se decidió a dejarlo y llevarnos con ella.

—Creí que siempre viviste con tu papá —ella se aproximó a responder.

—Así fue —siguió—. Yo tenía diecisiete años entonces y sabía que papá no sobreviviría sin una mujer en casa. Entonces decidí quedarme.

—Y Stella te odió por eso —traté de seguir la historia mientras bebía un poco de café.

—Eso y que Stella creía que yo sabía de las infidelidades de mi papá.

—¿Lo sabías?

—Claro, se lo dije a mamá, pero ella siempre lo ignoraba —se quejó y sus ojos verdes se centraron en alguna parte de la ventana—. Cuando se acostó con la amiga de mi mamá, yo fui quien se lo dijo, pero para no meterme en la pelea, mamá dijo que lo había descubierto.

—¿Por qué Stella creía que tú lo sabías?

—Siempre he trabajado en el taller con mi papá, era algo de lógica —fruncí el ceño y acaricié su mano de nuevo.

—De verdad siento que hayas tenido que soportar algo así.

—No es tan insufrible como soportar a Stella —aseguró—. Intenté explicarle mil veces, pero no me cree y mamá no quiere tocar el tema, así que me odia y se quedará odiándome por siempre.

—¿Y qué hace aquí?

—Le gusta meterse en problemas. La saqué anoche de un bar y...

—Espera, ¿no me llamaste?

—Claro, Justin. Te llamé para que te vinieras de las afueras a las dos de la mañana a acompañarme a algo que podía hacer sola —levanté la mano una sola vez y ella se me quedó mirando. Entonces hice una mueca y negué—. ¿Qué? —le hice una señal para que se acercara y ella lo hizo, entonces le robé un beso más y le sonreí.

—Amo tu independencia y el hecho de que no me necesitas para nada. Pero por favor, cuando vayas a hacer algo así, me gustaría estar presente.

—Lo siento, no estoy acostumbrada a que me cuiden. Y era muy poco funcional que te llamara —me rasqué la cabeza y la miré nuevamente.

—Pues creo que tendré que mudarme más cerca de aquí entonces —le anuncié. La razón real por la que había venido era que quería compartir esto con ella.

—El vecindario es costoso, pero puedo rentarte una habitación si... —comenzó a razonar antes de devolver la mirada a mis ojos y quedarse estupefacta. Yo sonreí por su lentitud para procesar lo que acababa de decirle—. ¿Firmaste? —asentí con una sonrisa y ella se guindó en mi cuello abrazándome con fuerza—. Sabía que podías hacerlo —me animó sosteniendo mi rostro entre sus manos y dándome besos muy pequeños.

—Yo no lo sabía —admití—. Gracias por decírmelo —puso los ojos en blanco y me dio un pequeño codazo.

—Quién diría, ahora salgo con un empresario exitoso —dijo en un falso tono seductor y luego comenzó a jugar con los rizos de mi cabello, haciendo un movimiento muy suave, lindo y sexy con su pierna.

—Bueno, no diría eso, pero sí debo buscar a una socia —aproximé y ella sonrió con el mismo gesto coqueto mientras rodeaba uno de mis rizos entre sus dedos.

—Hay miles de cientos de opciones fuera —musitó, pero la verdad yo no la estaba escuchando demasiado. Estaba concentrada en esa forma divertida y coqueta de mirarme, de moverse, de actuar.

—No hay miles de opciones para mí, sé lo que quiero —le dije cerrando mis brazos alrededor de su cintura cuando ella volvió a sonreír.

—Está bien, solo estoy diciendo que, si tienes que elegir, deberías elegirme a mí —yo sonreí ante su forma coqueta de seducirme. Era muy nueva y definitivamente quería que se quedara entre nosotros.

—¿Ah, sí? ¿Por qué? —rozó suavemente su nariz con la mía, me sostuvo la mirada con sus hermosos ojos verdes aceituna y me sonrió.

—¿No es obvio? —inquirió bajando la voz cuando me acerqué a robarle un beso. ¡Sí! Era mil veces obvio, no necesitaba más razones, era evidente que ya yo la había elegido y no porque tuviese miles de opciones como decía, sino porque solamente me imaginaba estando loco por ella, como lo estaba ahora.

—Arrastrada —escuché detrás de nosotros y me sobresalté. Amanda se volteó y se levantó del mueble con cara de pocos amigos. Entonces vi que había aparecido a una chica más joven, con el cabello oscuro y ondulado caminando desde una de las habitaciones hasta la sala.

—Justin, Stella —nos presentó—. Stella, Justin.

La chica de cabello ondulado y ojos oscuros tenía un aire demasiado similar a Armando que me hizo pensar que era la más grande ironía de todas. Pero se me pasó la sensación de gracia cuando se plantó frente a mí y me miró de arriba abajo igual que su papá.

—¿Tu eres el nuevo juguete sexual de Amanda? —inquirió.

—Por favor, Stella, sé amable.

—Tú nunca eres amable conmigo —le replicó Stella y yo la miré nada más.

—Mi nombre es Justin y soy... —pero me interrumpió.

—El nuevo pasatiempo de Amanda —volvió a decir con un tono tan peyorativo que me hizo poner a la defensiva.

—Stella —se quejó Amanda nuevamente y me haló de la mano para intentar sacarme de la habitación.

—¿Estás dispuesto a jugar, Justin? A nadie le gustan las chicas que te piden que las elijas —se burló y Amanda se sonrojó tanto de la molestia que tuve que intervenir.

—No es necesario que me lo pida —le repliqué entre dientes.

—Entonces no estás perdiendo el tiempo, ¿cierto? Amanda es el aire que respiras —dijo chasqueando los dientes y burlándose, guiñando el ojo mientras caminaba de vuelta a la cocina y yo me sentí más enojado todavía—. Bien hecho, Amanda, enganchaste a uno. Que comience el juego.

—No la escuches —me pidió Amanda—. Tuvo una noche difícil.

—Esto no es un juego para mí —aclaré de todas formas y miré a Amanda un instante. Necesitaba que ella me creyera.

—Entonces, ¿piensas casarte con ella? —disparó Stella mientras se recostaba en el mesón de la cocina y me miraba con gesto retador. Abrí la boca para hablar, pero inmediatamente me di cuenta de que no sabía que decir.

Me esforcé excesivamente por responder algo, lo que fuera, pero cientos de elementos se dibujaron en mi mente mientras Stella me miraba con una risita entre labios. Por supuesto que era una respuesta difícil de ofrecer, sobre todo porque le daría a Amanda lo que fuera que me pidiera y sí me imaginaba casándome con ella, formando una familia y mirando sus ojos verdes al despertar cada mañana.

Pero yo no sabía si eso era lo que ella quería. Amanda no era un prototipo, ella nunca había tenido una relación en serio y, aunque no lo dijera, le costaba mucho establecerse. Entonces, ¿arruinaría todo si dijera que yo sí quería casarme y vivir el resto de mi vida con ella? Después de todo, esto podía ser circunstancial, podía ser un juego para ella, tal como todo esto empezó.

—¿Lo ves? —se burló Stella mientras se regresaba a la cocina—. Nadie nunca va a elegirte, Amanda, olvídalo.

Amanda me haló el brazo de nuevo y yo la miré.

—No sigas su juego, puede ser muy desagradable —me pidió antes de acariciarme la barba.

—Pero...

—Amanda, dile a tu accesorio que se acabó el jugo. Quizás salga corriendo a traerlo como el último que conocí.

—Basta, Stella —le pidió Amanda con voz firme mientras caminaba hacia la salida y prácticamente me empujaba hacia ella mientras yo recargaba un montón de cosas que responderle.

Cuando cerró la puerta detrás de nosotros, tragó grueso y me miró a los ojos como si esto le costara demasiado.

—No eres un juego para mí —me aseguró.

—Lo sé —pero mentía, realmente no lo sabía. Sin embargo, su firmeza y su vergüenza por el comportamiento de su hermana me daban cierta certeza.

—De verdad, no lo eres —repitió bajando la mirada, tragó grueso—. Hay mucho que no sabes sobre mí.

—No tienes por qué... —comencé a decir, pero ella me silenció con su mirada.

—Mi padre era un imbécil y su forma de actuar me enseñó que los hombres eran todos iguales a él. Entonces me prometí que no sería como mi madre, y nadie nunca jugaría conmigo —explicó hablando muy rápido, como si esto fuese algo vergonzoso—. Stella vio algunas de las veces que jugué con algunos tipos y... Pues, no me enorgullece, pero...

—Ya, Amanda, lo pillo —era incómodo escuchar todo esto. Pero ella puso sus manos sobre las mías y me interrumpió una vez más.

—Estoy tomando un riesgo contigo, Justin —me dijo y sentí mi garganta cerrarse ante su declaración—. Te estoy permitiendo entrar y no me arrepiento, pero debes saberlo —yo asentí entendiendo todo lo que decía, y también sintiendo todo el peso de la responsabilidad.

—No soy como tu papá, Mandy —le aclaré y ella asintió bajando la mirada con vergüenza.

—Ya lo sé, por eso me gustas tanto —y entonces sentí algo explotar en mi interior y la atraje para que me besara—. ¿Y eso por qué? —pero la volví a besar y le sonreí.

—Me encanta esto de ti —le aseguré—. Me encanta Junior y su incapacidad para admitir que sacar a su hermana a las dos de la mañana en un bar puede ser peligroso. Pero me gusta más esta Amanda, que es capaz de admitir lo que siente, que es susceptible, vulnerable y que me pide que la cuide como si fuese frágil —ella me dio un golpecito en el hombro y sonrió.

—Nunca dije eso —se quejó.

—No lo dijiste, pero quiero hacerlo, ¿está bien? —asintió con suavidad y se recostó de mí.

Juraría que algo dentro de mí se quebró otra vez mientras reproducía de nuevo la melodía que había oído antes: «Esta vez todo es diferente, veo en ti la luz». Suspiré oliendo todo su aroma y sonreí para mis adentros sabiendo que no existía nada sobre el mundo que me advirtiera sobre esta Amanda, la hermosa niña tierna que tenía entre mis brazos y que querría proteger para siempre.

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