Capítulo III: ¿Raymond?

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En cuestión de segundos reaccionaron ante la impresión de ya estar a tan solo pasos de la caverna. Sus pasos fueron tan puntuales como el tiempo; sorprendentemente la noche aún no caía y ya habían llegado.Todos suspiraron al sentir aquella seguridad que invade nuestros corazones al llegar a nuestro hogar.

Reunidos en la orilla estaban los demás pasajeros, esperándolos, mirando el océano, el cielo y, ocasionalmente, siguiendo la línea de la orilla con la esperanza de verlos llegar. Para su sorpresa, al ver una vez más las olas romperse en la arena, pudieron ver como las figuras de sus compañeros se pintaban por si misma ante sus ojos. Habían vuelto exitosamente y con su llegada los demás se sobresaltaron de alegraría, esperándolos ansiosos, con sonrisas inevitables en sus rostros. La exaltación invadió los pies de ambos grupos y no tardaron en reunirse nuevamente. Hans encabezó el grupo diciendo lo que habían encontrado, incluyendo la decepción de no haber hallado un cuerpo con vida. Los rostros pasaron de una ingeua alegría a una melancolía inmediata, algunos ojos, inclusive, se llenaban de lágrimas.

–Lamento darles está noticia. Yo...

–¡Oye!— Dos pasos firmes en la arena, seguido de una voz femenina y determinada, lo interrumpió. La mirada de Hans se topó con la mirada de Renata, y esto fue suficiente para que callara sus palabras y tomara el papel de los demás al escuchar lo que la sorpresiva interrupción daría a conocer.— Quiero saber si encontraron algo más.— Exigió, observando los rostros del equipo de Hans.— Necesito saber si encontraron a Nina: la otra azafata; mi compañera, mi amiga. Necesito saber dónde está.

Tanto el grupo de Hans, como el resto del grupo atrás de ella, la miraban compasivamente. Hans se acercó a ella dando un pequeño paso. Nuevamente sus ojos se toparon e intercambiaron emociones.

–Señorita, entiendo que desea encontrarla, pero primero necesito que se calme.

–No necesito calmarme, y no tiene que tratarme con palabras bonitas para conseguirlo . Solo necesito encontrarla. Una vez que lo haga, estaré perfectamente calmada.

–Señorita...

–¡No!— Exclamó. Hans regreso dos pasos hacia atrás ante aquella reacción.— ¡No necesito palabras que me calmen y no necesito calmarme, solo necesito encontrarla, o al menos saber donde está!— La azafata imitó el paso de Hans al acercarse ahora hacia el.— Estuve esperando a que volvieran, estuve esperando pacientemente. Ahora que han vuelto, solo tienen que decirme dónde está.

Hans pensaba aún que decir mientras que el resto esperaba su respuesta. La verdad sería problemática, al igual que ocultarla y no decir nada. Se quedaban sin opciones y se veían en la obligación moral de hablar. No obstante, mientras que el silencio dominaba, Joáo recordó, como si los confines de su mente se vieran iluminados repentinamente, que aquel brazo que sostuvo lo había visto anteriormente, al igual que ese rostro que ahora se contempló tan pálido, cuando antes, en el avión, estaba tan lleno de vida. Lo recordó en silencio y lo supo: ambas azafatas estaban en su memoria, ambas habían luchado contra la turbulencia. Recordó, además, que solo uno de ellas consiguió sentarse, y era quien ahora reclamaba ver a su compañera. Las luces de su mente se apagaron al terminar de recordar. Nada sería de utilidad ahora que sabría que hacer.

–Tu compañera está muerta.— Todos miraron de inmediato a Joáo después de haber dicho esto. Sus ojos estaban fijados en la azafata y, mientras esperaba una respuesta, Renata solo veía a Hans, perdiéndose en sus hombros, completamente impactada ante aquella palabras. Hans vio a Joáo con el mismo impacto que todos; no pensaba que lo diría, y mucho menos de una manera tan directa. Nadie levantó su voz, y Joáo continuo.— La encontramos entre los cadáveres. Yo mismo comprobé su pulso y...

–Esta muerta...— Interrumpió la azafata, con su mirada cayendo lentamente hasta la orilla de sus pies.

–Me temo que si.— Respondió Joáo.

Hans lo miraba y sutilmente intentaba que no continuará hablando, pero Joáo no parecía percatarse de esto. El resto esperaba que la azafata reaccionará de alguna manera desalmada, pero, contrario a lo que esperaban, la azafata solo bajo su mirada en su totalidad, guardo silencio, como los demás, y dejo ir las primeras lágrimas de lo que sería un ambiente inundado de melancolía.

–No debió ser así, no para ella.— Dijo, entre lágrimas y breves inhalaciones abruptas, intrincadas por los fluidos acuosos que salían de su nariz.— Ella me había ayudado tanto, incluso fuera del trabajo. Me apoyo y se entregó completamente a mi.— Todos la observaron con compasión, pero nadie se acercó a ella, ni siquiera Hans, quién estaba a tan solo pasos de dónde estaba ella.— Nunca pensé que la última vez que sentiria sus brazos alrededor de mí cintura sería en el peor momento; ella solo intentaba cuidarme y ahora se que no volverá; ya no está; pero yo sigo aquí.

–Todos estamos aquí.— Añadió Hans a su pequeño monólogo.— No estás sola. Todos perdimos amigos, y se que este no es el mejor lugar para hacer amigos, pero solo estamos nosotros... Por ahora, debemos resistir, por nosotros, por los que están y por aquellos que se fueron.

Renata  alzó la mirada hacia todos los que estaban a su espalda, recorrió sus rostros mientras sus lágrimas bajaban. Desde sus ojos inundados, las caras que la observaban parecían figuras deformes y borrosas, pero no les temia a pesar de lo que fueran. En esta ocasión, los monstruos no querían hacerle daño. Y, al limpiar sus lágrimas, reconoció, en un momento de bondad, a las pocas personas que estaban junto a ella, y prometió, con aquella última lágrima que recogió de su mejilla, que los protegería con su vida.
Finalmente el silencio dio por sentada la discusión y la calma retorno al ambiente; todo se tornó menos pesado, de tal forma que los demás empezaron a hablar entre sí. Sus mandíbulas simplemente se liberaron de la tortura que es callar, y sus ojos eran recibidos por otros ojos, sus palabras por otras palabras y su compañía, como la de todos, era recibida y aceptada. La noche ya no parecía atemorizarlos y las penumbras no los llenaban de dudas; ya no más.

Hans mostró uno en uno los artilugios y objetos de utilidad que habían encontrado. Las miradas se llenaban se asombró al verlos, como si jamás hubiesen visto una linterna, como si jamás hubiesen visto un teléfono, una herramienta o un simple rollo de papel. Parecían una civilización desconcertada con aquel descubrimiento, pero aún no era todo, sus ojos aún no se habían llenado de la suficiente conmoción.

Tres botiquines de primeros auxilios fueron los objetos que llamaron la atención de todos. Su presentación fue perfecta, dándoles, inclusive, el peso de curar a quien lo necesitará, y atribuyéndole el hecho de contener suficientes medicinas para todos. Todos estaban contentos ante esto, y la alegría termino de vestir la cueva con la sombra de sus sonrisas. Era una obra de teatro donde no cabía la tristeza, y así continuo hasta que el sueño cayó sobre sus cabezas y se durmieron profundamente.

Sin embargo, Joáo no cabeceaba ante el sueño, y ni siquiera el cansancio lo hacía caer como sucedió con los demás; estaba sujeto a su propio insomnio, quién lo mantendría anclado a las rocas donde estaba sentado, viendo las olas danzar en la oscuridad.

El sonido del mar lo relajaba y lo hacía mantener su cabeza en blanco. No quería pensar en absolutamente nada. Se rehusaba a hacerlo; sus pensamientos le parecían indignantes y prefería no tener que lidiar con ellos, y el silencio, al igual que su propia soledad, lo entendían y no insistían; pero, incluso cuando parecía acostumbrarse al ambiente de aquel momento, se percató enseguida de que unos pasos se acercaban a el. Eran pasos cautelosos, pero aún así los noto. Bajo la cabeza para no advertirle a su invitado de que había sido descubierto, respiro profundamente y espero.

–¿Quieres compañia?— Dijo la voz que reconoció instantáneamente como la de Hans, con aquella forma de hablar tan distinguida, pausada y educada que tenía. Joáo levanto la mirada al reconocerlo y asintió.— Me preguntaba si era el único despierto; luego te vi aquí y decidí acercarme. No quiero presentar una molestia.

–No eres una molestia.— Respondio Joáo, tirando su mirada hacia el océano una vez que Hans se había sentado junto a él.
–¿Quieres hablar?

–Eso estamos haciendo.

Hans ignoraba cada respuesta inapropiada o sarcástica con un suspiro seguido de una sonrisa que lo relajaba. Solo intentaba entender a Joáo, y comprender que había en su cabeza. Desde ese lugar donde lo veía, sus ojos parecían brillar con la luz de la luna y su color café desaparecía casi por completo. Su cabello corto ni siquiera se mecia con el viento y parecía estar estático, viendo fijamente el océano, como lo hacia el.

–Lo sé, pero me refería a si realmente quieres hablar. A veces solo necesitamos personas que se queden, incluso cuando permanecemos en silencio. No sería un problema para mi, pero también hay cosas que me gustaría hablar.

–¿Como cuáles?

–Solo quería preguntarte qué pasó con la azafata.— Joáo devolvió su mirada hacia el. La piel blanca de Hans había adquirido un color rosado a causa del sol, y su cabello largo, extrañamente envuelto por tonalidades blancas y grises, a excepción de sus cejas que tenían un color marrón, estaba peinado hacía atrás.— ¿Por qué decidiste decir todo eso, cuando claramente estábamos en una situación delicada?

–¿Querías que mintiera?

–No, no lo quería. En tu situación, hubiera hecho lo mismo.

–¿Y que es lo que me reclamas entonces?

–Nada.– Llevo sus manos a su frente para limpiar su sudor, para luego bajar por sus dedos por su barbilla y sacudir levemente su mano. Parecía tomarse su tiempo para pensar las palabras apropiadas.— Solo pienso que....

–Recorde lo que había pasado.— La interrupción de Joáo lo hizo levantar su mirada y pasar a escuchar. Las olas habían cesado en aquel momento y todo parecía favorecer a la continuación de Joáo.— Recordé que durante la turbulencia, y minutos antes del accidente, vi a ambas azafatas. Una de ellas se esforzó en poner a salvo a la otra, y una vez sentada, la otra azafata intento llegar a su asiento, pero no lo logro. Ella murió por qué no le dio tiempo de llegar a su asiento, pero si le dio tiempo de salvar a su amiga. Tenía que decir la verdad, y eso hice. No me arrepiento de haberlo hecho.

Hans se quedó en silencio al terminar de escucharlo. Sus palabras se desvanecieron por su propia inutilidad. Ya no las necesitaba. El silencio los envolvió a ambos y la noche siguió como si su conversación hubiera sido completamente insignificante. Sin embargo, mientras aún Hans se mantenía indeciso en sí responder o no, la noche dejo ir un alarido horroroso: un aullido grueso, de origen indescriptible. Incluso para ellos, aunque estaban seguros de que a sus espaldas estaba solo el resto del grupo, le costaba creer que aquel grito proviniera de uno de sus compañeros. Pero, al no escuchar nada después de la sorpresiva intromisión, corrieron hacia donde estaba el resto, sin saber lo que había pasado, y preparados para afrontar cualquier situación.

Al estar a tan solo pasos de la cueva, observaron como el grupo salía rápidamente y se reunía con ellos. Parecían asustados y temerosos. Hans les pregunto si sabían que había pasado y, entre titubeos, solo pudieron decir que escucharon un sonido horripilante. Joáo lanzó su mirada hacia Hans y no fue necesario el uso de palabras para confirmar que no solo ellos pudieron oírlo.

La luz de la luna era escasa, y la oscuridad reía ante su intento de iluminar lo que ya le pertenecía. Esta vez, la luna no podía hacer más que simplemente estar, y la noche, sin embargo, gozaba de devorar cada espacio de la isla. Y, desde aquellos rincones donde la oscuridad aún no había llegado, y donde la luz aún vivía, el grupo de observación se reunía, quedando de pie y atentos, esperando que aquel sonido se diera lugar nuevamente. Pero, aunque guardaron silencio por unos minutos, nada pudo oírse, a excepción del viento adentrándose sutilmente en la jungla, y sus propia respiraciones pasándose de boca en boca, compartiendo su propio miedo como un éter donde solo reinaba el suspenso.

Al cabo de unos segundos, todo se detuvo. Sus respiraciones cesaron, sus pestañas se rehusaron a cubrir sus ojos y el viento pareció desaparecer entre las profundidades de la jungla. Incluso las olas caían silenciosamente sobre la arena. Pero, en un ligero cambio de presión, los pulmones de cada persona no soportaron el estallido y tragaron tanto aire como les fue humanamente posible, sus oídos no pudieron ignorar el increíble grito que secuestro los últimos segundos de su espera. Y, como si se tratase del disparo que marca el comienzo de la carrera, Hans corrió hacia donde provenía el horripilante sonido, seguido de Gissom, quién no dudo en seguirle, al igual que Joáo, y, unos pasos atrás, el resto del grupo también lo siguio, a excepción de la azafata, quién se había quedado con Raymond.

Para el oído de Hans, el sonido provenía de la jungla, a tan solo unos metros de donde estaban. Parecía riesgoso y poco sensato entrar a ciegas en la jungla, pero su propia curiosidad, alimentada por la necesidad de proteger o salvar a quien su instinto le juraba que estaba en peligro, lo obligaba a continuar.
Las ramas lo recibieron violentamente, golpeando su rostro al pasar, sus brazos, sus piernas, e incluso enredándose en sus extremidades, intrincando su andar y frenando sus pasos. Los demás presentaban los mismos obstáculos, pero estaban decididos a seguir a Hans.

Se adentraron unos cuantos metros en el interior de la jungla; la luz de la luna atravesaba las ramas y convertía el lugar en un juego de sombras que cambiaba con cada paso que daban. Nuevas figuras, nuevos rostros irreconocibles y extraños y distintos escenarios se le presentaban en esta tétrica travesía. Sin embargo, sus pasos, a pesar de ser constantes, se detuvieron repentinamente. A causa de la oscuridad, muchos de ellos chocaron sus rostros con las espaldas de los que estaban delante de ellos. Estaban confundidos, pero, a pesar de ello, les aliviaba la compañía de sus allegados, los cuales formaban una fila dirigida por Hans, quién fue el primero en detenerse.

Al mirar hacia arriba, pequeños destellos de luz entraban y se ocultaban por las sombras, hacia los lados no había más que una exorbitante oscuridad y hacia atrás la vista pasaba una cortina de ramas y hojas, donde a duras penas se podía ver la arena donde antes estaban. La pesadez de la jungla era insoportable, incluso cuando recién se habían detenido. El calor los asfixiaba y la humedad volvia su sudor pegajoso e incómodo. Ya deseaban irse de allí, pero aún Hans no reaccionaba, y, al ver esto, se asomaron por encima de su hombro, cruzando a su lado, solo para observar lo que el contemplaba y comprender, como un golpe sin advertencia, la razón de por qué no había reaccionado antes: en el suelo verdoso y oscuro donde estaban, a uno cuantos centímetros de donde sus pies se asentaban, habían dos cuerpos en el suelo. La oscuridad no les permitía ver sus rostros, pero sus ojos, adaptándose a la densidad de esta, podían distinguir la figura de sus brazos y piernas estirados e inmóviles. Estaban cubiertos torpemente por una enorme hoja de palmera, la cual, a pesar de ser lo suficientemente grande para taparlos, no lograba ocultar sus extremidades. El resto imitó la misma expresión que Hans al ver los cuerpos en el suelo. Hans, con un tono bajo y cuidadoso, pronunciando cada palabra lentamente, le pidió a Gissom que se llevará ambos cuerpos consigo hacia la arena, y, además, le pidió a Joáo que lo acompañará y revisara la condición de los cuerpos. Tanto Joáo, como Gissom, tomaron los cuerpos y se adelantaron en irse, seguidos de la mitad del grupo, quien inconscientemente, ya sea por morbosa curiosidad o miedo, se fueron con ellos, mientras que la otra mitad esperaba a Hans, quién aun se mantenía confundido e impactado ante aquel descubrimiento.

Joáo y Gissom no tardaron en llegar a la orilla, donde la oscuridad no sería un problema. La parte del grupo que los seguía se quedó atrás de ellos mientras Joáo veía los cuerpos más detenidamente, revisando sus manos, bolsillos, cuello y brazos. Los demás se asomaban por encima del hombro de Gissom, guiados por una intensa curiosidad y esperando una respuesta después de este suceso. Pero, antes de que Joáo pudiera tan siquiera terminar de revisar el otro cuerpo, Gissom lo levanto y le pidió entre balbuceos que lo acompañará. Dieron unos pasos, alejándose del grupo, quienes entendieron que buscaban privacidad y no se acercaron; Joáo lo miro frunciendo el ceño, esperando a que la intromisión tuviera un buen motivo.

–Son los cadáveres.— Se le resultaba difícil ocultar sus nervios.

–¿Los cadáveres?— Preguntó Joáo.

No parecía entenderle a causa de su nerviosismo, e incluso con poca visibilidad podía notar que el hombre estaba asustado, lo cual lo hacía entender la gravedad de sus palabras.

–Esos dos cadáveres estaban en el avión. Son parte de los cadáveres que fuimos a ver. Los recuerdo perfectamente.

–Pero eso es imposible. ¿Como podrían ser ellos?

–Son ellos, no tengo dudas.

Joáo cuestionaba sus propias dudas y creía que su origen era intangible. Aquellos cuerpos no podían ser uno de los cadáveres encontrados en el avión, y, aunque el, como Gissom, y el mismísimo Hans, estuvieron presentes en la revisión, no podía ser posible que los cuerpos llegarán a la jungla. E incluso con la posibilidad de que pudiera pasar, se rehusaba a creerlo; no tenía lógica, ni sentido, y la idea de creer en la intuición de un hombre dominado por el miedo le parecía descabellado.

Sin embargo, se quedaba sin explicaciones; una en una las descartaba, y no sabía en qué creer, ni en qué apoyarse. Temia que si optaba en creer en su instinto, caería tan presa del miedo como el hombre que estaba en frente de el, así que decidió ir a ver los cuerpos encontrados en la jungla nuevamente, sin responder a las constantes interrogantes que Gissom proponía. Revisaba sus antebrazos, en busca de algo que los hiciera ver similares a los del avión, mientras veía sus rostros, comparándolos, e intentando probar si lo que decía Gissom a sus espaldas era cierto.

Finalmente sus ojos se abrieron entre tantas especulaciones y preguntas, y comprendieron que la luz de aquel misterio, no era más que la oscuridad de la que tanto se alejaban, y que los rostros que veían desde arriba, eran los mismos que habían visto antes, los mismos rostros que habían visto en el avión hace tan solo horas, siendo estos los mismos cuerpos sin vida pertenecientes al avión...

Joáo volteó a ver a Gissom, quién esperaba ansioso una repuesta. Sus labios temblaban y sus ojos se rehusaban a parpadear, mientras que Joáo intentaba permanecer calmado, y, mirando fijamente la pupila inquieta de su temoroso amigo, suspiro y dejó caer su mirada. Gissom, al no obtener respuesta, cayó presa de sus propias deducciones, las cuales acertaban, y corrió hacia la jungla, gritando el nombre de Hans. Parte del grupo que los acompañaba entro inevitablemente en un pánico interno; sus rostros los delataban; y sus pies, a pesar de desear correr hacia ninguna parte, se mantenían aferrados a la arena, indecisos y sin saber que hacer, tan confudidos y asustados como ellos. Joáo al ver esto fue detrás del hombre causante de haber sembrado este miedo, quién corrió a la jungla en busca de Hans, creyendo que él le daría una respuesta a sus hambrientas y feroces dudas.

Ambos corrieron dificultosamente por la arena, levantando grandes cantidades de ellas cada vez que sus pasos la perforaban. Y, antes de que la jungla los abrazará a ambos, Joáo alcanzó a gritar palabras que parecieron quebrarse ante el estruendoso sonido de una ola, y que luego, insistiendo nuevamente, se dieron lugar entre el ruido con más claridad.

«–¡Gissom!–» —Grito, al darse cuenta que no tardaría en perderlo en la jungla.

«–¡Gissom!–» —Insistio, y como si sus palabras fueran aquel freno necesario, Gissom, se detuvo al instante.

Tan solo unas zancadas apresuradas le bastó a Joáo para alcanzarlo después de haberse detenido repentinamente. Se acercó lentamente, mirándolo con extrañeza; no parecía tener intenciones de seguir corriendo, y su presencia era completamente ignorada por sus sentidos, incluso parecía estar dormido, sin embargo, con sus ojos abiertos y estáticos, mirando fijamente la jungla.

«–Gissom...–» — Susurro Joáo, sin obtener una respuesta, más que su silencio.Y, preguntándose qué le sucedia, lanzó su mirada hacia donde estaba la de él, y no tardó en comprender su posición, su silencio y su petrificado estado. Casi al instante notó la figura oscura que estaba tan paralizada como ellos, oculta detrás de las ramas.

La oscuridad la ocultaba mucho mejor que las ramas, y la dejaba a merced de las miradas de Joáo y Gissom, quienes contemplaron su presencia y su aparición sin emociones que lo abrumaran; ni el miedo, ni la desesperación los invadió; tan solo la impresión de toparse con aquella figura que se mostraba cautelosa y silenciosa, haciendo movimientos lentos y cuidadosos. Las hojas y ramas caídas crujían muy lentamente mientras esta figura se alejaba con sutileza.

Sin embargo, en un movimiento rápido, escapó de la vista de Joáo y Gissom, quiénes, sin aguardar ni un segundo, fueron tras ella, escuchando el crujir de las ramas alejarse junto a aquella misteriosa figura.

Atravesaron la oscuridad, y sus propios miedos de perderse en la jungla se desaparecieron, pues estaban regidos por la determinada necesidad de saber que era lo que habían visto. La escasez de luz los dejaba cada vez más a ciegas, siguiendo tan solo el sonido que hacían los pasos de la escurridiza figura, moviéndose rápidamente y sin problemas, alejándose de ellos con cada segundo.

Y, sin antes escuchar varias exhalaciones similares a las de una conmoción de personas agrupadas en un mismo sitio, los pasos que seguían se detuvieron, y, detrás de una cortina verdosa llena de hojas, observaron como la otra mitad del grupo los recibía con sorpresa y miedo. La luz parecía convertirse en un foco único que recaía sobre ese espacio donde estaban, mientras que a los lados, como las paredes de una especie de cuarto cuadrado, solo habitaba la oscuridad. Hans estaba en el suelo, casi de rodillas, agitando sus piernas y luchando por sostener algo que intentaba escapar de sus manos. Ni siquiera el grupo sabía que significa, y Joáo y Gissom, quienes acababan de llegar, se preguntaban aún que sucedía, preguntándose, además, a donde había ido la figura que perseguían.

En un movimiento brusco, Hans se levantó, con una persona entre sus manos, pataleando e intentando zafarse. La luz apartó la oscura máscara que cubría su rostro y reveló una tez morena, con una caballera negra que se movía desenfrenadamente. La sorpresa llegó a los ojos de todos cuando sus intentos de huir cesaron y vieron que la figura indomable que tenía Hans en sus manos era Renata, la azafata. La reacción de todos ante esto fue inmediata, y su sorpresa fue tan notable para la azafata que se detuvo al ver que había sido descubierta y que de nada serviría intenta huir. Se rindió después de dejar ir un suspiro exhaustivo y acompañó cabizbaja, sin decir palabra alguna, a Hans y al resto, hasta la orilla donde esperaban los demás.

En poco tiempo sus pasos cortos se volvieron zancadas apresuradas, impulsadas por sus ansias de salir de la jungla. Y, finalmente, sintiendo sus pies hundirse en la arena, llegaron a la orilla, donde la luna los iluminaba satisfactoriamente, pero donde, sin embargo, a pesar de poder ver claramente, no había nada, ni nadie; sus compañeros no estaban y no había rastro de ellos. Y más que miedo o sorpresa, los invadio la frustración; Hans se sentía abrumado con cada suceso que llegaba, y su exhausto cuerpo solo quería desplomarse en la arena. Su liderazgo decaía sobre sus hombros sin darse cuenta y se había convertido en una piedra que ya no quería cargar más, y que sólo retenía por obligación.

–¿¡Donde están!?— Vociferó Hans, sacudiendo los brazos de la azafata, a quien sostenía con fuerza.— ¿¡A donde pudieron haber ido!?

–Ellos estaban aquí.— Dijo Gissom, frenando el impulsivo ataque de frustración de Hans.— Recuerdo que ellos estaban aquí antes irnos.–Termino de decir, mirando a Joáo, el cual solo desvió la mirada.

–¿irse?— Pregunto Hans.— ¿Abandonaron al grupo?

–Gissom solo fue a buscarte.— Mencionó Joáo, aún mirando hacia otra parte. No parecía querer involucrarse, pero se veía decidido a intervenir ahora que Hans estaba propenso a alterarse en cualquier momento.— Yo fui tras el. Pero, antes de llegar a la jungla, nos topamos con la azafata, ella huyó, la seguimos y  así te encontramos.

–¡Vaya! ¡Excelente! Es una breve explicación de cómo dejaron solos a la mitad del grupo. ¿Acaso están dementes? ¿Como pudieron hacer tal estupidez?

–Como dije, Gissom solo te busco. Corrió desesperadamente hacia ti. Y si es una estupidez buscarte por falta de respuestas, entonces todos aquí son tan estúpidos como Gissom. Pero, no me malinterpretes Hans, eso no te hace un Dios a quien acudimos por miedo o ignorancia. Eres uno de nosotros, tan estúpido como nosotros y tan perdido como nosotros. Así que no actúes como si las miradas fueran reflectores que solo te apuntan a ti. Contrólate.— La tensión aumento cuando Joáo giro y su mirada se topo con la temerosa expresión de Hans, quién no tenía palabras.— Estamos en la oscuridad, todos los estamos. Ellos acuden a ti por qué reconocen que están perdidos aquí, pero dime, cuando reconozcas que estás tan perdido como nosotros, ¿A quien vas a acudir?

Nadie interrumpió el silencioso momento donde ambos bajaron sus miradas. Los demás solo se observaban entre sí, preguntándose qué pasaría ahora o que debían hacer, pues, aunque no querían aceptarlo, Joáo tenía razón. Estaban perdidos y asustados, tal como el los había descrito. Y a pesar de equivocarse, fue más humillante reconocerlo que escuchar la certeza de sus palabras.

Esperaron como peones al borde de sus puestos, mientras que Hans se veía como un rey que cuestionaba su reinado y que se rendía ante los pesares de su propio liderazgo.

–¿A que hemos venido?— Pregunto Hans, con un tono decadente y melancólico.— Somos parte de un grupo de observación, lo conformamos y cada uno de nosotros representa una pieza fundamental de dicho grupo. Nos convocaron para encontrar un estúpido barco que naufrago en esta isla, y lo único que notablemente hemos visto que se ha quedado varado aquí, es nuestro avión y, por supuesto, nosotros.— Río al escuchar su ironía.— Y lo único que nos ha traído hasta aquí es aquella presuntuosa señal que marcaba la última ubicación del barco, aquí, en esta isla donde solo estamos nosotros, o díganme; ¡Muestrenme lo que yo no he visto, revelenme lo que para mí ha estado oculto y díganme! ¿¡Donde esta el barco!? ¡No hay nada aquí, absolutamente nada! ¡Vinimos aquí por nada!

–Estas desvariando.— Dijo Gissom, intentando calmar a Hans.— Por favor, cálmate.

–¿Calmarme? ¿Como podría calmarme?— Arremetió con preguntas.

–Necesitamos que te calmes.— Insistió Gissom.

–Ya estoy muy cansado como para continuar con este perverso y sádico circo. Estoy cansado de ser una simple atracción entretenida que le sirva de diversión a lo que sea que nos observé desde arriba. Solo díganme, y acaben con mis pocas energías; díganme ¿Que más necesitan de mi?— Sus ojos brillaban cuando alzaba la vista, como si la luna estuviera interesada solo en su sufrimiento, viéndolo directamente, haciendo que sus lágrimas adornen sus ojos, como estrellas en la más oscura noche.— ¡Los he apoyado todo este tiempo, los he ayudado y me he mantenido con ustedes! Este era mi papel, pero, ¿Cual es su papel? ¿Que hacen, además de seguirme, o que planean hacer, además de esperar a que yo de las órdenes?— Lanzó su mirada penetrante hacia la azafata, quién estaba cabizbaja y avergonzada.— ¡Tu!— Grito Hans, mirándola, a la vez que la tomaba con fuerza.— ¿Cual es tu papel? ¿Que haces aquí, cuando claramente se te había encargado cuidar de Raymond? ¿Por qué estás...— Sus ojos dejaron de brillar y su intensidad se desvaneció en un instante.— aquí...?— Los demás copiaron su rostro al darse cuenta del escalofriante sentido que habían tomado las palabras de Hans, golpeándolos brutalmente contra un muro donde, iluminado por sus ahora latentes temores, liberados por su anterior descuido, se podía leer claramente que decía: ¿Donde está Raymond?

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