Capítulo II: De vuelta al Avión

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En el albor del día, el tiempo aplastó a cada persona como hormigas ante la punta de un zapato que, más que pisotearlas, solo jugaba con ellas. Sus cuerpos estaban cansados e inutilizados, sin embargo, sin razones lógicas para esto; la marea no los había tocado y la caminata no fue extensa ni ardua; solo la oscuridad de la caverna los acobijo durante la noche. Todos exclamaron haber sido víctimas de un cansancio inexplicable, con excepción de algunos, quienes se veían impulsados por su propia voluntad.

Hans, como había dicho antes, reunió un pequeño equipo para regresar al avión mientras que dejaban a Raymond al cuidado de la azafata y uno de los dos hombres que lo seguían, mientras que el otro iría con el, al avión, seguido de otras 5 personas.

Joáo y Lorenzo se veían desde cada punta de ambos grupos, del cual uno partiría y el otro, desde el principio de la caverna, lo despediría. La mirada de Lorenzo era temerosa, dudosa y con ligeros cambios nerviosos, viendo de un lado a otro, mientras que la mirada de Joáo no mostraba temor, y ni siquiera lo ocultaba con la valentía; nada lo inducía a fingir o resaltar la fortaleza de su corazón; la calma era lo único que escasamente se reflejaba en el.
Sin decir más que unas cuantas palabras que marcaron el inicio de su viaje, Hans se despidió y el resto del grupo se encaminó a lo que sería un corto destino.

El trayecto fue simple y sin molestias. Solo las olas aplaudían su valentía y solo la arena obstaculizaba su andar. Ocasionalmente, el viento parecía darle voz a la jungla, haciendo que sus hojas susurraran al mecerse con el viento, como en un intento de convencerlos de entrar en ella, vivir de ella y no temerle. Y aunque era una gran oferta, el grupo estaba decidido a seguir y no responder ante estas tentaciones. Ni siquiera sus pasos, acallados por la arena, se dejaban llevar por la idea de refugiarse entre el lecho de sombras verdosas; su objetivo estaba en llegar al avión, en nada más.

Y no tardaron mucho en poder ver la superficie metálica reflejar la brillante luz del día. Aún la noche no se acercaba, aún quedaba tiempo y pensaban aprovecharlo. Se miraron en una breve felicitacion por haber llegado hasta aqui, Hans embocó una pequeña sonrisa que ánimo al resto a seguir caminando, hasta dar con la entrada del avión. La puerta aún tenía las abolladuras de cuando intentaron abrirla para salir y, a excepción de eso, todo seguía igual. Incluso después de haber salido de aquel lugar, tan siquiera asomar sus rostros y mirar su interior, les recordaba la impresión que les causó el verlo por primera vez: toda esa confusión, ese miedo y esa desesperación en cada rostro. Solo esto se les presento como un obstáculo al entrar: su propias ganas de volver. Del resto, haciendo a un lado su comprensible miedo, la entrada no presentaba problemas, así que uno por uno entraron al avión sin dificultad alguna.

La claridad del día otorgaba una visibilidad aún mayor a la de antes, y sus recuerdos dibujaban líneas y contornos de los que antes no se habían percatado. Las sillas seguían inertes, los cinturones colgaban como serpientes en una jungla dominada por la maquinaria y los cuerpos, repartidos y amontonados, yacían en el mismo lugar donde los habían visto, con el mismo olor fétido que recordaban.

A medida que cada uno entraba, sentían una gran repulsión hacia aquel olor. Era nauseabundo y putrefacto, como una vulgaridad en el aire que nadie quería respirar. Pero, era inevitable, ese aire llenaba sus pulmones, quisieran o no, y tendrían que continuar así.

Al reunirse justo al lado de los cuerpos, Hans llevo sus manos a su barbilla, limpiando su sudor. Los miro muy detenidamente a cada uno de sus compañeros, para luego tirar su mirada, de una manera casi obligatoria, hacia los cuerpos.

–No es un lugar muy grande, así que no tendremos necesidad de dividirnos, aunque si tendremos que mantener un poco la distancia y enfocarnos en buscar en diferentes lugares. No podemos buscar en el mismo sitio donde otro ya busco. Asegúrense de buscar bien y no omitir nada. Gissom.— Dijo, señalando a uno de los hombres que lo han acompañado desde que salieron del avión, el cual lo vio e inmediatamente se mostró a su disposición.— Quiero que vengas conmigo y con Joáo para examinar los cuerpos y ver si alguno presenta señales de vida.— Hizo una pausa antes de mirar a Joáo. — ¿Usted es doctor, no es así? Recuerdo haber leído eso sobre usted, antes de que fuera admitido para formar parte del grupo de observación. Joáo asintió, a lo que Hans prosiguió.— El resto preocúpense por encontrar cualquier cosa que pueda sernos de utilidad.

Enseguida, sin más que decir, el pequeño grupo se separó en dos partes, quedando Hans, el hombre que insistía en seguirlo fielmente, llamado Gissom,  y Joáo, mientras que el resto empezaba a buscar cualquier cosa útil o llamativa.

Joáo tenía la tarea de buscar vida entre los presuntos cadáveres, y sus ojos no reflejaban más que aquellos cuerpos, mientras que, a su espalda, había esperanza en los ojos de Hans, a la vez que preocupación ante la idea de haber caído en ilusiones.

–¿Cree usted...— Preguntó en una pequeña pausa Hans, con su pulgar oprimiendo su barbilla.— que realmente encontremos a alguien con vida?

–Aún no podría darle una respuesta para esa pregunta.— Al decir esto, Joáo levantó cuidadosamente el brazo de un cuerpo cercano, desabrochando los botones cerca de la muñeca, mostrando la línea de presión de la camisa que quedaba marcada en la muñeca del cuerpo, rodeada de un color morado oscuro.— Este cuerpo en particular lleva muchas horas aquí, podría atreverme a decir que el resto llevaría la misma cantidad que este. Sin embargo, es una conclusión anticipada; primero debemos revisar cada cuerpo.

–Confio en su palabra, Doctor.

Joáo no hizo más que asentir para pasar a inspeccionar cada brazo al alcance, moviendo cada cuerpo, facilitando su enfoque solo en uno a la vez.

A pesar de estar amontonados entre sí, estaban helados, pesados, con ciertas extremidades de su cuerpo inflamadas, como sus brazos, su estómago y sus pies. Caracterizados por una piel pálida, dejando visible pequeñas tonalidades moradas y oscuras, similares a las de Raymond.

Joáo recordó enseguida su encuentro con Raymond, después de haberlo tirado como una bolsa de basura. Aquella escena no lo perturbó, al contrario, lo confudia y lo hacía preguntarse cómo era posible que alguien que presentaba los mismos rasgos que caracterizan un cadáver pudiera tan siquiera estar de pie y haber tenido la fuerza como para levantar un peso como el de él. Parecía una idea descabella, pero, a medida que pensaba en ello, las preguntas crecían de manera extraña, como globos de agua, dentro de su cabeza.
Y, frenando sus pensamientos, Hans tomo su hombro, viéndolo detenidamente. Joáo frunció su ceño y lo miro enseguida.

–¿Se encuentra bien?— Quiso saber Hans.

–Sí.

—¿Y que puede decirme de ella?

-¿Ella...?— Susurro Joáo, volteando lentamente, empezando a sentir una masa en sus dedos. Su brazo estaba levantado y entre sus dedos estaba el brazo delgado y pálido de una mujer.

Sus ojos se sobresaltaron al ver esto, y más grande fue su sorpresa al bajar su mirada hacia su cabello amarillo que cubría sus hombros, parte de su cuello, y que llegaba hasta el comienzo de su uniforme. En su camisa estaban cosidas unas letras pequeñas, junto a un logo que estaba centrado en su pecho. Era el mismo que tenía la azafata, al igual que su atuendo. Era evidente que aquella mujer era una de las azafatas del avión, quién corrió con la mala suerte de caer.

–¿Ella está muerta?— Pregunto en voz baja joáo. Hans lo miro confundido.

–No lo sé. Yo debería preguntarle lo mismo, Doctor.

–No tiene pulso.— Contesto Joáo, bajando su tono, a la vez que su mirada.

–Entonces temo que ha muerto. ¿Podría decirme cuánto tiempo cree usted que lleva así?

–Yo...— Una leve aflicción se asomaba en los ojos de Joáo antes de contestar.— No lo sabría. Tal vez el mismo tiempo que el resto.

–¿Seguro que se encuentra bien?

–Si, solo me distraje un segundo.

–Bueno, solo quiero asegurarme que sus deducciones sean exacta, ya que hasta ahora no me ha dado una respuesta que me asegure cuanto tiempo llevan aquí estás personas. Para ser un doctor, no esta siendo muy preciso.

–Los doctores suelen trabajar con personas vivas. Creo que me confunde con un forense, lo cual no soy.

–Bien, lo lamento.— Hans se limpio el sudor de su frente.— Entonces, todos estos cuerpos cayeron consecutivamente, mientras que nosotros estábamos arriba. Ni siquiera nos percatamos de esto. Que desconcertante...

–Y lamentable.— Añadio Gissom.— Recuerdo a esa mujer. Fue muy amable con nosotros.

–¿Sabemos su nombre?— Pregunto Hans, viéndolos a ambos.

–Yo no recuerdo haberlo escuchado.— Respondió Gissom, mientras Joáo aún la veía.— Pero estoy seguro que alguien más debió conocerla.

–No hay nadie con vida.— Interrumpió Joáo, aún mirando el cuerpo de la azafata.— Revise el pulso de cada persona y ninguna muestra señales de vida. Lo único que puedo decirles es que llevan muertas mucho tiempo, mucho antes de que despertáramos.

–Entonces, se descarta la idea de encontrar vida en el avión, por más que quisiera no hacerlo.— Hans suspiro decepcionado y tocó nuevamente el hombro de Joáo, como pidiéndole que se levantará.— Veamos que encontraron los demás.

Las miradas iban y venían por parte de los que buscaban cualquier cosa que resultará de utilidad, pero, nada había en sus manos, nada habían encontrado aún y sus ojos parecían rendirse. Hans, su compañero y Joáo se acercaron a ellos y lo observaron, esperando a que uno de ellos se diera cuenta de su presencia, pero su búsqueda era implacable y decidida. Los tres se miraron y decidieron ayudarlos, separándose y hurgando cada espacio y cada rincón que estuviera a su alcance.

Al pasar las horas, siendo el sol empujado por la marcha de los minutos hacia el abismal horizonte, el pequeño grupo salió del avión con entusiasmo después de haber encontrado suficientes cosas como para llenar sus bolsillos, mostrando los hallazgos que recolectaron y mirando sus rostros llenos de júbilo. Hans, aunque también estaba tan entusiasmado como el resto, se sentía decaído; sus esperanzas se desvanecieron a medida que aceptaba que no había vida en aquel avión, solo cuerpos que ahora carecían de ella. Pero no permitiría que la aflicción lo invadiera por completo; aún quedan sobrevivientes, siendo él y su grupo parte de ellos, aún quedan objetos útiles, además de los que acabaron de encontrar. Aún habían corazones latentes y aún habían ojos llenos de brillo. Y, como faros deslumbrando felicidad, el grupo volvió sobre sus pasos, con sus manos llenas de nuevas oportunidades y llenas de esperanza.
Mientras volvían, las conversaciones se acortaban y se volvían cada vez más momentáneas. Era evidentemente que, aunque formaban parte de un grupo de observación, ninguno de ellos se conocía a profundidad. Eran simples extraños trabajando juntos. Pero eso no los desanimada; sus ánimos aún seguía intactos, incluso cuando la incomodidad de compartirlo mantenieran sus labios cerrados.
El sol vestía de arrebol el cielo a medida que se acercaban más al lugar donde el resto los esperaban. Hans, aprovechando una brecha de oportunidad mientras los demás observaban las nubes rojizas, se acercó a Joáo, sonrió con simpatía y golpeó su hombro en un saludo juvenil y energético. No obstante, su alentadora presentación decayó al acercarse unos cuantos centímetros.

–No era necesario reflexionar mucho para saber que si eres el único doctor aquí, te espera una pesada carga.— Dijo, mirando sus propios pasos marcandose en la arena, ambos lo hacían. Era una conversación clandestina, lejos de los oídos del resto.– Y no te estoy presionando. No quiero que pienses eso, pues no es mi intención hacerlo. Pero, solo quiero saber si estás dispuesto a ayudar.— Volteó a ver a los demás y suspiro.— Necesitamos apoyarnos mutuamente, y te he observado; se que eres distante y muy callado. Las personas suelen enloquecerse con las personas como tú, por qué se preguntan tantas veces que pasa por tu mente que no se dan cuenta que sus propias mentes se atiborran de preguntas. Y se que no te preocupas por ellos, pero yo sí. Quiero ayudarlos.

–Los estamos ayudando.— Respondió Joáo.

–Lo sé, sé que eso hacemos. Solo quiero evitar que hayan futuros problemas. Ya tenemos suficiente con no saber que pasará en un par de horas, al caer la noche o a la mañana siguiente. El futuro se vuelve cada vez más impredecible cuando piensas en el, ¿No lo crees?

–Si, es cierto. Pero descuida, no tienes de que preocuparte. No habrán problemas.

Hans lo miro con una peculiar impresión ante su repuesta. Asintió y se alejó unos cuantos centímetros. Los otros tres, quiénes estaban atrás, se reunieron con ellos al darse cuenta que ya estaban llegando a su destino.Todo salió perfectamente bien y la sonrisa de satisfacción de Hans lo confirmaba.

Sin embargo, mientras ellos se regocijaban después de haber completado su labor, el resto del grupo de observación los esperaba con impaciencia, seducidos por la idea de ir a buscarlos, temiendo que hayan tenido obstáculos que no les permitían volver. Sus ideas presionaban cada vez más a su paciencia, para hacerla caer en aquel abismo de desesperación que acoge, como es de costumbre, a las multitudes que carecen de esperanzas.

Estaban sentados en la entrada de la caverna, en silencio y sin decir más que palabras calmantes para sus interiores. Lorenzo, en una impetud desconocida, se alzó frente a todos y aprovecho su silencio para dirigirse a ellos.

–He querido hablar con ustedes desde el momento en que comprendí que mis conclusiones no podrían ser aceptadas, a menos que fueran aceptadas antes por ustedes.— inhaló profundamente y continuó.— Nuestra situación empeora cada vez, y temo por qué nuestro sufrimiento se prolongué, o, peor aún, por nuestro final, el cual se avecina y puedo sentirlo acercase entre los murmuros insistes del viento.

Su manera de hablar era peculiar, aunque elegante, pero de tosca y presumida arrogancia que se notaba a simple vista y que se visualizaba, como la transparencia de una almohada que miente al decir que su interior está repleto de plumas, a través de sus palabras.

–¿A que vienes con todo esto?— Preguntó un hombre que reposaba su espalda en la rocosa pared de la caverna.

–Es cierto, no veo realmente a qué punto quieres llegar.— Añadió una mujer que estaba a su lado.

–Lo que intento decir...— Relajo sus nervios después de exhalar muy tácitamente.— Es que necesitamos ser realistas y aceptar que perdemos nuestro tiempo, el cual es escaso, salvando la vida de otros. Debemos enfocarnos en nosotros. Solo en nosotros.

–¿Como puedes ser tan egoísta y tan cruel?— Lanzó, nuevamente, como una pregunta aún más sólida, el hombre recostado de la roca.

–¿Y como pueden ser tan ingenuos? Es decir, si quisiera persuadirlos, no fuera honesto con ustedes. La honestidad, en casos tan delicados como estos, no suele ser usado y aún así la estoy empleando con mucha confianza, y es por qué confío plenamente en su juicio. Pero. Temo por qué se sacrificaran por alguien que, estando en su mismo lugar, no haría lo mismo por ustedes. Piénsenlo, tan solo piénselo un segundo...— Se acercó a ellos con sus manos presionando ambos costados de su cabeza, como si los obligará a razonar, con una expresión que dibujaba el más genuino y bello momento de locura.— ¿Creen que otra persona, teniendo la elección de vivir, morirá por ustedes? ¡Pues no lo harán! El sacrificio humano paso a ser una leyenda, una historia, un mito... Solo nosotros podemos escoger, pero nadie escoge la muerte por encima de otra vida. El ser humano, pase lo que pase, y bajo cualquier circunstancia que se encuentre, siempre escogerá la vida, sin importar que esto conlleve a la muerte de alguien más.

–¿Y que pasaría si te equivocas?— Replicó, preguntándo de nuevo el mismo hombre, quién insistía en derrocar a Lorenzo.— ¿Y si aún queda bondad en el ser humano?

–¿Correrías el riesgo de comprobarlo?— Los ojos del hombre se abrieron enseguida ante aquella pregunta.

–No estoy dispuesto a morir.

–Ni yo.— Continuó la mujer que estaba a un lado de Lorenzo.

–¡Exactamente! A eso precisamente me refiero: nadie está dispuesto a morir; nadie puede obligarlos a morir.

El hombre callo después de escuchar su repuesta. En esta ocasión, Lorenzo tomaba la victoria y eso hacía más creíble sus argumentos. Las personas empezaban a ver sus palabras menos hilarantes y sus conclusiones más razonables. Algunos, inclusive, sin pensar demasiado en ello, creían que tenía razón, mientras que los otros dudaban aún. Como lo hacía, acompañado por el resto, el hombre que acepto su derrota, mientras pensaba en la traición de sus palabras, repitiéndose una y otra vez en su mente: «no estoy dispuesto a morir».

Y mientras ellos debatían sus opciones, dentro de la caverna estaban Renata y el hombre que Hans había dejado a cargo del cuidado de Raymond. Ambos observaban su cuerpo, estando atento ante cualquier movimiento o señal que les indicará su despertar, lo cual los alegraría, y, por otro lado, también los mantendría alertas; desde el encuentro con Joáo, ambos desconfiaban de la compostura psicológica de Raymond.

–Me he preguntado por qué no nos conocemos.— Saco a relucir el hombre, mirando a la azafata.

–¿Te refieres a nosotros?— Señaló sutilmente con su dedo a su pecho, y luego a el, suponiendo que hablaba de ambos.

–No.— Negó.— Me refiero a todos en general. Somos un equipo que se desconoce completamente y eso me confunde.

–No podría ayudarte a responder tus preguntas aunque quisiera, pues no formó parte de su equipo.

–Me temo que ahora si.— Renata lo miro confundida.— Estamos solo aquí, y, quieras o no, formas parte de nosotros.

–Es un buen punto.— Después de un breve silencio, continuó.— ¿Y si no conoces a estas personas, como confías en que harán un buen equipo?

–No confío en ellas. Las personas son impredecibles, pero sus instintos son lo contrario. Siempre intentarán sobrevivir, y en momentos como estos la supervivencia se basa en la agrupación.

–¿Dices que juntos somos más fuertes?

–No exactamente, pero juntos podemos ser más fuertes, más hábiles y más creativos. Todo depende de nuestra cooperación. Sin embargo, es cuestión de tiempo para que el egoísmo se haga presente en alguno de ellos, y temo por ese momento.

Renata comprendía su punto, y tenía razón. Su supervivencia dependía de tener un lugar a donde volver y hombros en los cuales apoyarse. No obstante, su mente estaba enfocada en más que solo la idea de vivir. Más allá de su silencio, planeaba y ejecutaba una y otra vez el mismo procedimiento, de una manera compulsiva, comprobando que hasta el más mínimo detalle encajaría para que asi, temiendo que si las cosas salían mal, y que si sus altas expectativas eran devastadas, todo saldría a la perfección; Y después de tanto pensar, ahogo su oculta desesperación en una inconmensurable paciencia, y aguardo a la llegada de Hans y los demás para obtener su repuesta y tomar una decisión.

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