Capítulo I: Entre Cadáveres

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Y, como si el tiempo hubiera sido aturdido por el choqué, las horas se perdieron con su intento de despertar, y la oscuridad pareció desvanecerse mientras abría sus ojos. Y, en su proceso, le resulto difícil distinguir entre aquellas luces repartidas en cuadros y algunas sombras deformadas que colgaban ante el. Incluso antes de que recuperará del todo su conciencia, creyó que había muerto y, más que confusión ante esto, lo nvadió el temor de no saber si se encontraba en el cielo o en el infierno. Casi enseguida, se apresuró a cerrar los ojos, negándose a aceptar aquello. Sin embargo, extrañamente, el sonido del metal retorcerse le trajo una enorme paz que lo animo a abrirlos de nuevo. Y aunque sintió un alivio momentáneo, como al asomarse hacia a un abismo y sentir la seguridad de no caer, se volvió a ver repentinamente tomado por un temor aún más profundo al observar como el avión parecía una especie de pulgatorio metálico: un lugar donde los cadáveres simplemente eran desechados, solo que estos permanecían dominados por una paz sobrenatural, mientras estaban sentados en sus asientos.

Las ventanas, algunas rotas y otras en buen estado, dejaban entrar la luz del exterior, y lo hacían ver con más detalle esta escena. Su recorrido al pasar su mirada por este lugar era más que tétrico mientras la luz le mostraba cada asiento, como una demostración de los trofeos de la muerte, y, a la vez, iba detallando si algunas personas se encontraban vivas o al menos con señales de encontrarse en buenas condiciones.

Pudo notar como algunos asientos yacían vacíos, con sus cinturones colgando. El escenario ciertamente había sido destrozado por el impacto del avión. Giraba su cabeza hacia los lados, intentando ver que otra cosa más se encontraba a su alrededor. No reconocía el lugar. Todo, a merced de la oscuridad, había cambiado drásticamente.
Durante su búsqueda, una luz lo ofusco por un instante y luego, al recobrar la vista, miro con asombro como una luz, mayor al resplandor anterior, entraba por una apertura gigantesca en la parte superior del avión, como si literalmente este se hubiera partido en dos.
Esta luz le permitió ver más de lo que anteriormente había notado, y, achicando sus ojos a causa del resplandor de luz que alcanzo a cegarlo momentáneamente, y recuperándose de asombro, quedó atónito, incluso más que antes, al ver como unas sombras oscuras tomaban las figuras de cuerpos humanos, siendo claro ante sus ojos, la pila de cadáveres ubicada justo enfrente de el, a unos cuántos metros debajo.

Aun impactado ante estas imágenes, intentando calmar sus nervios, consolandose así mismo mientras sus pensamientos volaban, opto por buscar una manera de salir de aquel lugar. Pensaba demasiado las acciones que llevaría a cabo para salir. Se ubicaba en un asiento lejos de la cabina donde yacían aquellos cuerpos, y un paso ligeramente mal dado podría llevarlo a formar parte de esa pila de cadáveres.

Ya preparado para desabrochar su cinturón y abandonar su asiento, analizando cada posible situación que pudiera pasar, con sus manos listas para desabrocharlo, cerró sus ojos por un momento, suspirando, con sus neviors aún vagando sin sentido por sus venas, y, con sus ojos aún cerrados, escuchó el pequeño sonido que emitía el cinturón al desabrocharse. Pero sus manos aún no se atrevían a quitar su cinturón.

Confundido y sin explicar aquello, abrio los ojos, convenciéndose de haberlo imaginado, siendo esto causado posiblemente por su imaginación, quien quizás no pudo hacer más que repetir aquel sonido que escucho tantas veces al imaginar tantas situaciones por las que podía haber pasado, terminando en tragedia o en éxito, al desabrochar su cinturón; se sintió aliviado de no haberlo hecho.
Pero, su alivio duró poco cuando sintió unos dedos rozar su hombro, como si el viento cobrará forma y lo tocará, casi como serpientes tan compasivas que se rehusaban a morderlo, para luego ver, por encima de su hombro, un cuerpo enorme, mayor a de él, pasar a su lado, dejando como en despedida su mano, con la que antes lo había rozado, mientras era arrastrada por su propio peso al caer, topándose con la superficie de un asiento vacío, en el que tal vez estaba otra persona que tuvo la mala fortuna de caer. Ahora el asiento vacío volvería a pasar por lo mismo, al ver caer un cuerpo nuevamente.

Sin embargo, este no impidió su caída, ni siquiera llegó a frenarla. El cuerpo cayó hasta el final, siendo uno más en una pila de cuerpos que lo esperaban, haciendo un sonido similar al de una bolsa de carne cayendo en una pila de basura. Levantando hacia la nariz del único espectador, un olor que lo hizo arrepentirse de seguir respirando.

Se mantuvo en silencio después de haber visto esto, recuperando el aliento que fue secuestrado por su miedo, intentado ver el cuerpo a través de la cortina oscura que le servía de sábana.

En pocos segundos se dio cuenta que aquel cuerpo enorme, con cabello castaño que caía en su frente, camisa de mangas cortas azul, de botones de un color azul un poco más oscuro y resaltante, con pantalón negro holgado y zapatos marrones oscuros, no era más que su compañero de asiento, Raymond, quién hace tan solo horas estaba profundamente dormido a su lado.

Ni siquiera una palabra tuvo la curiosidad de asomarse durante ese momento. Quedó completamente absorto al verlo, sin gota de sangre alguna y sin ningún rasguño notable, a excepción de su ropa arrugada; incluso parecía, para los previos recuerdos de su mente, que aún estaba dormido.

Y como si el sonido de su caída hubiera dado a luz otros sonidos, se escucharon ligeros rechinidos por encima de su cabeza, como si los asientos se retorcieran lentamente justo arriba de el; se escucharon voces en leves tonos, algunas respiraciones profundas, incluso algunos balbuseos que no llegaban a entenderse, hasta que finalmente una horda de inhalaciones, como si los instrumentos tomarán aire antes de empezar con el musical, se escucharon brevemente, dejando segundos de suspenso, y, quebrando lo que pareció ser el comienzo del silencio, se escuchó el grito de una mujer, aturdiendo a sus oídos, dándole una razón al silencio para huir, dando lugar a otros gritos, de voces diferentes, dejando ir palabras y letras diferentes: parecían cánticos haciendo eco en las paredes lúgubres de una iglesia que Dios había abandonado. En ese preciso momento, desde allí donde estaba, sentía que el mismo Dios lo había abandonado. Mientras escuchaba los gritos saliendo disparados una y otra vez, se convencía aún más de que se encontraba en el propio infierno.

Una en una las personas despertaron, algunas gritando, alborotadas, con espasmos de terror en todo su cuerpo, tal vez intentado despertar de lo que parecía ser una pesadilla; otros solo estaban petrificados, observando hacia abajo, viendo todos los cuerpos muertos, sin decir palabra alguna. Claramente se podía ver en sus ojos abiertos como se preguntaban que hubiera pasado de haber despertado y no encontrarse sentados, si no siendo parte de los cadáveres, para no despertar jamás. Otros, más calmado, ayudaban a quien tenían cerca. Intentaban calmar a sus compañeros, dándoles la mano, susurrándole palabras tranquilizantes, pero la calma aún no llegaba y aparentemente tardaría en regresar.
Desde arriba, plasmandose en las paredes como una sombra zigzagueante a causa de la luz que entraba por la parte rota del avión, cayó la figura de un hombre, hasta terminar en el fondo de la pila de cadáveres. Las gargantas fueron acalladas por un momento y luego continuaron gritando con más fuerza, como si la muerte guiará una orquesta con las personas. Y, como gotas de lluvia, cayeron otros cuerpos más, avivando la desesperación de los pasajeros que permanecían atados a sus asientos, alimentando la llama de la que se alimentaban ahora, aquella que no deseaban. Aquel simple aire difícil de tragar que nadie desea: el miedo.

Mientras tanto, una voz intentaba resaltar sobre las demás, y se podía escuchar como subia su tono para llamar la atención. Y, para cuándo todos aquellos ojos se posaron en esos brazos estirados pertenecientes a Hans, quién, junto a un grupo de personas más calmadas intentaban tranquilizar a la multitud, haciendo que su atención se centrará en ellos, los gritos empezaron a calmarse; solo se escuchaban algunas respiraciones agitadas y balbuceos de bocas temerosas, incapaces de usar palabras.

«-¡Escuchen, por favor, escúchenme!-»

Gritaba Hans, irónicamente, mientras intentaba calmar a las personas alteradas.

«-Les pido que me escuchen, por favor.-»

Y al ver cómo todos lo escuchaban, continuó.

«-No debemos perder la calma. Gritando no solucionaremos esto. Debemos salir de aquí con la mayor precaución y cuidado posible, ayudándonos unos a otros.-»

Las personas empezaban a agarrar aire, suspirando mientras recobraban sus sentidos, a medida que callaban para escuchar a Hans, quién aún pedía que lo escucharán.

«-No es un ambiente apropiado para pedir que se calmen, lo sé, y ni siquiera es el mejor lugar para conversar, ni para que me escuchen. Solo les pido que ayuden a la persona más cercana a ustedes y juntos salgamos de aquí.-»

Y enseguida, como si las personas llenarán de valentía sus corazones, cada uno de los pasajeros ayudaron a sus compañeros, algunos inclusive formaban pequeños grupos para ayudarse entre sí. Cuando todo parecía estar más ordenado y cada persona no parecía correr el riesgo latente de caer, Hans propuso la idea de acercarnos a la salida de emergencia ubicada al costado del avión, cerca de donde estaba la cabina de los pilotos, la cual estaba cerrada, y justamente posicionada donde yacían los cadáveres. Hans propuso la idea que todos anteriormente querían evitar: caer hacia la pila de cadáveres. Sin embargo, al verse malinterpretado, lo pidió de manera más técnica y elaborada, en un plan que se basaba en que cada persona bajará usando los asientos, y usando los cinturones colgantes como un seguro por si resbalabasén.
Este, ahora, ya no parecía ser un plan tan descabellado, y, por lo tanto, considerado por todos el más viable hasta el momento, ya que nadie proponia una idea mejor. Hans bajo junto a dos hombres que lo acompañaban, ambos eran robustos, y no tuvieron problemas al acompañarlo. Se mostró como el ejemplo a seguir, posando un pie en los asientos que parecían ser una larga fila de escalones torpemente puestos. Bajaba con firmeza y seguridad, los otros dos hombres siguieron lo imitaron a la perfección. Las personas se animaron a seguirlos cuando estos ya estaban llegando a la puerta. Una por una fueron bajando, casi sin hacer sonido alguno, más que el crujir metálico del avión.

El silencio se veía interrumpido por leves sonidos chirriantes, suspiraciones temerosas y palabras de apoyo provenientes de Hans, quién ya había bajado y no podía hacer más que apoyar a quiénes aún no lo lograban. A la vista de un espectador, este escenario le resultaría familiar a el trayecto de hormigas al bajar por un árbol, en pequeños grupos, y sin precipitaciones o movimientos bruscos; a excepción de lo que pareciera ser una hormiga solitaria, alejada del grupo, y que no era más que el compañero del Raymond, quién bajaba cuidadosamente por donde antes este había caído. Sin notarlo al principio, al sostenerse con sus manos en uno de los asientos, pudo sentir el sudor de Raymond con sus dedos, y lo invadío el sonido inquietante de su cuerpo al caer nuevamente. Sus manos se rehusaban a tocar el asiento, y, aunque fuera así, más que sentir asco, no quería caer, así que se sostuvo con fuerza. Y, continuando así, asomándose en ocasiones por su hombro, veía a los demás, imitando sus pasos al bajar con la misma preocupación. En sus rostros se reflejaba el miedo latente de caer, pero sus movimientos precisos y firmes al bajar denotaban una extraña seguridad, como si las palabras de Hans hubieran despertado en ellos está fuerza que les permitía bajar en sincronía, apoyándose mutuamente. Sin embargo, estaba muy alejado de ellos, así que continuo bajando sin alguna voz que lo motivará o unos hombros en los cuales apoyarse, hasta que finalmente, en cuestión de segundos, llegó a un punto donde soltarse ya no era un peligro y donde el riesgo de hacerse daño había bajado drásticamente.

Estando en piso firme, se reunió con el resto de los pasajeros que mantenían conversaciones momentáneas entre ellos mientras otros dos, los que estaban junto a Hans, observaban la puerta por la que tenían pensado desde un principio salir. La miró y noto que evidentemente no parecía tener problemas para abrirse, puesto que, sin haberle hecho fuerza alguna, esta ya parecía tener una apertura por la que se asomaba un rayo de luz, y por la cual fácilmente se podría sacar ventaja, usando una especie de enganche al abrirla. Y, mientras veía la luz, intentando ver más allá de el resplandor, se dormitaba a medida que sus pasos avanzaban hacia ella, hasta que por un momento pudo observar, no estando muy cerca, solo a tres pasos de dónde antes estaba, como se visualizaba a través de ese pequeño agujero la imagen de árboles no muy grandes, en conjunto con otros, junto a una entrada vestida en su totalidad de arena, revelándole que se encontraban en la orilla de lo que parecía ser la isla a la que vinieron.

Y, estando distraído por el paisaje, otra luz lo enfocó. Giro rápidamente, intentando ver a través de otro resplandor, sin embargo, no proveniente de un orificio, si no de una literna sujetada por uno de los pasajeros y, atrás de aquel, como una fila de rostros, estaban los demás pasajeros, mirándolo fijamente.
Sus miradas, además de verlo, parecían perderse por encima de su hombro, viendo por encima de él, observando lo que el no podía. Y sus ojos, al igual que los del resto, también se perdieron en la lejanía de sus hombros, congelandose en las sombras, sin saber explicar la sensación pesada de unas manos apoyarse en sus hombros, junto a una respiración lenta asentándose detrás de su oreja, soplando su cabello, haciendo que esté estuviera tan asustado que se movía como si quisiera escapar de lo que veía; su miedo hacía que sus ojos desecharán la idea de voltear, y sus sentidos, auque se mantenían atentos, descartaron esa valiente idea mucho antes de que sus ojos siquiera la considerarán.
Las personas no se movieron, ni hicieron ruido alguno, todos lo miraban con una especie de compasión, como al presenciar un presagio de lo que se avecinaba, como si en el brillo de sus ojos pidieran que aceptara su perdón por no poder hacer nada.

Repentinamente, la respiración que sentía pareció detenerse, y temio por la suya, la cual aún se mantenía acelerando su palpitar. Las manos que lo sostenían apretaron sus hombros, levantándolo unos centímetros del suelo, para luego soltarlo y dejarlo caer, escuchándose el sonido de su cuerpo asustado, y, seguido a éste, un sonido aún más fuerte, que retumbo en los espacios del avión.
Las personas se empezaron a acercar con paso precavido, reuniéndose en un pequeño círculo incompleto que nadie se atrevía a completar. Todo se mantenían juntos, codo a codo, como si todos mostraran la misma preocupación, el mismo temor, como peones ocultando su miedo en un juego de ajedrez. Al ver el cuerpo que se encontraba tirado, todos compartieron la misma sorpresa, pasando de una mirada a la otra: era Raymond.

No habian cambios en el, solo el notable contraste oscuro en la tonalidad de su piel, de un color morado. Fue lo único que parecía llamar la atención en el, y lo único que se alcanzo a ver antes de que Hans, en compañía de los mismos dos hombres, se acercarán a el. Hans tomo inmediatamente su pulso, mientras los otros dos veían el cuerpo de Raymond por encima de los hombros de Hans. La mirada de los tres se veía tensa, particularmente la de Hans, que se veía pérdida, mientras que la de los otros dos estaba atenta, esperando una orden. Hans no dijo palabra alguna, solo tomo los hombros de Raymond para intentar levantarlo, los otros dos hombres, al ver esto, acudieron a ayudarlo, tomando sus piernas.

La puerta se abrió y la luz deslumbró a todos.
Y, cuando la luz ya no parecía tan brillante, se alcanzo a distinguir la figura de una mujer sosteniendo la puerta mientras Hans y los otros dos llevaban el cuerpo de Raymond hacia el exterior. La mujer los siguió, y así, siguiendo sus pasos, cada uno de los pasajeros salió hasta abandonar el avión.

La isla constaba con una imagen tan tranquilizante para aquellos quienes acabaron de salir, como poco esperanzadora. La arena recibió sus pasos de manera silenciosa, como una bienvenida que no sería recordada, ni siquiera mencionada. Las miradas se perdían en diferentes direcciones, pasando al horizonte, a través del extenso mar que los rodeaba: aquellos aterradores miles de kilómetros en el cual este naufragio eran tan diminuto como las gotas de agua que llegaban a abrazar la arena cuando las olas rompían en la cercanía de la orilla. Desde ese lugar, donde sus pies se hundían en una tumba que ellos mismos inconscientemente cavaban, sus mente simplemente ascendía para huir del miedo, de una manera imaginaria, tan irreal, al punto de verlo todo desde arriba, como en la orilla de alguna nube, siendo tan diminutos e insignificantse, tan pasajeros y momentáneos, tan absurdamente humanos, en un mundo que no dudaría en olvidarlos, por que incluso existiendo, a orilla de esta isla, el mundo ni siquiera pensaba en ellos, ni siquiera llegaría a recordarlos; se sintieron tan aterradoramente desechables, como suicidas arrepentidos, parados al borde del olvido y al borde de su muerte. Pero, la muerte acechaba aún, más que en sus imaginaciones temorosas.

Hans y los otros dos hombres dejaban caer cuidadosamente el cuerpo de Raymond sobre la arena, mientras la mujer que abrió la puerta se acercaba a ellos: su cabello negro se mecia con cada paso, y su piel morena, junto a su vestimenta formal, de uniforme femenino, con un logo en su pecho, con letras detalladamente cosidas, les esultaban familiar a todos. Entre ellos, solo uno logro tener un recuerdo que dibujaba su figura golpeando la cabina hasta ser obligada a sentarse por la mano de otra azafata. Su rostro en aquel momento lucia desesperado, pero ahora se le veía calmada, completamente enfocada en el bienestar de Raymond, quién, a pesar de verse en un estado casi vegetativo, inmóvil y sin señales de vida, podía mantener los ojos abiertos; por momentos su pupila de novia hacia diferentes lados como una mariposa negra atrapada en sus ojos. Su cuerpo descansaba en la arena, cubierto por la sombra de los pasajeros que lo observaban. Entre susurros, cada uno de ellos se contaba entre sí el final que más le era de esperarse. Pero los susurros se vieron callados por una profunda inhalación proveniente de la garganta de Raymond. Sus ojos se abrieron de una manera casi irreal, mostrándose secos, pero vivos, como un lago estéril, para luego ocultarse bajo sus pestañas. Y, al cabo de unos segundos, su pecho se inflo lentamente, para así, continuamente, exhalar ese aire que entraba y salía de sus pulmones.

«-Esta vivo.-»

Se decían mientras se inflaba el pecho de Raymond.

«-Es increíble que este vivo-.»

«-¿Se habrá desmayado solamente?-»

Las voces de las personas simplemente discutían bajo el telón fingido del silencio, y, mientras esto sucedía, el silencio acechaba a una sola persona, a aquella que se mantenía detrás de todos los demás, sin decir palabra alguna, viendo fijamente a Raymond y como su pecho continuaba llenandose de aire. Y escuchando, además, voces aún más profundas y con un hambre insaciable de duda, conversando para sus interiores, siendo así que, mientras sus labios estaban cerrados, esas voces solo gritaban las mismas preguntas, desparramandolas por las paredes de su cráneo:

«-¿Cómo es que sigue vivo después de haber caído ante mis ojos cuando estábamos en el avión?-»

Esta pregunta cruzo maliciosamente por su mente; los otros solo imaginaban lo que el realmente presenció, y discutían una conclusión de la cual el formo parte. Entró en una especie de pánico interno, resguardado por un silencio al que se aferraba temeroso, temiendole a la verdad y a sus propios labios que en algún momento podrían traicionarlo; no podía decir lo que vio, sería como darles una razón para hacerse preguntas; preguntas que darían lugar a sospechas, y no era el momento. Se vio obligado a callar.

Finalmente la voz de Hans llegó a sus oídos, quién se acercó hacia nosotros, dejando a Raymond al cuidado de los otros dos hombres, los cuales parecían estar disgustados, y junto a la azafata, quién aún estaba tranquila. Hans levantó su mirada hacia ellos, ocultando su preocupación con un decidido tono al hablar.

-Raymond está vivo, es lo que puedo afirmar sin duda alguna. Pero no estamos al tanto de su condición. Dada la posición en la que se encontraba, y el lugar donde estaba, podemos asumir que debió haber caído. Sin embargo, podemos asumir, además, que, si el está vivo después de haber caído semejante altura, tal vez entre los cuerpos alguien más este vivo.

-¿Podemos asumir?- Puso en duda una voz, apareciendo entre los rostros; todos voltearon a ver, buscando entre todos los hombros el origen de aquella voz.- Sí tu no estás seguro, ¿Cómo podemos estarlo nosotros?

Hans mostró una expresión sorpresiva, pero, a pesar de ello, no tuvo problemas en contestar.

-No busco darles una seguridad; son vidas que podríamos salvar; personas que podríamos ayudar. Y si tenemos la oportunidad, deberíamos actuar.

-Fueron personas, ahora son cadáveres.- Insistió de nuevo la misma voz.- Tu mismo los viste, todos los vimos. Acabamos de salir del avión, no tenemos realmente un motivo para volver a entrar. Cómo dije: son cadáveres. No podemos compadecer su muerte, debemos agradecer que seguimos con vida y no terminamos como ellos.

La expresión de las personas cambiaron drásticamente. Todos permanecieron en silencio. Las miradas se cruzaban momentáneamente, pero las opiniones simplemente no existían, a excepción de la discusión que tenía lugar.

-Estamos vivos.- Contesto Hans, dando un paso hacia enfrente, colocándose justo delante del hombre que se oponía ante el, quién ya había mostrado su rostro. La tensión entre ellos no aplicaba en sus miradas, ni en sus palabras, ninguno la notaba, ni siquiera se percataban de que todos callaban solo para escucharlos.- Pero, aunque estamos vivos, estamos atrapados en este lugar. Nuestras esperanzas están en que alguien pueda sacarnos y, siendo que estamos aquí, atrapados, como dije, podrían haber personas atrapadas entre esa pila de presuntos cadáveres, basando sus esperanzas en que alguien los saque de allí. Y si no estás dispuesto a ayudarlos, ¿Cómo esperas que nos ayuden a nosotros?- El hombre no hizo más que bajar su mirada, permitiendo que Hans terminara de hablar.- Asi como tú, otro podría pensar que estamos muertos y nuestras esperanzas morirían con nosotros, y terminariamos siendo otra pila de cadáveres en esta isla.- Hans culminó sus palabras alejando su mirada de el hombre, quién acepto su silencio como su propia derrota, para luego enfocarla nuevamente en el resto.- Lo más apropiado será buscar un lugar para refugiarnos y dónde podamos agruparnos sin problemas. Dejaremos a Raymond al cuidado de los que se ofrezcan a estar al pendiente de el, pues no es obligatorio.- Miró sin decoro al hombre con quién había discutido, este solo evadió la mirada y volvió sobre sus pasos, colocándose nuevamente donde estaba.- Reuniremos un grupo pequeño para ir al avión y buscar señales de vida, además de cualquier cosa que nos sirva. Pensaremos en que más hacer cuando encontremos principalmente donde hablarlo antes de que llegue la noche. Cuando gusten, nos vamos, aunque preferiblemente sería mejor que empezáramos a actuar ahora.- Las miradas de las personas se cruzaron en ese instante en el que parecía haber terminado de hablar, pero, viendo en la mayoría de rostros una gran preocupación, continuó.- Recuerden que, a pesar de haber sufrido este accidente, somos un equipo, y formamos parte de un grupo de observación capacitado lo suficiente como para sobrellevar situaciones aún peor que está. Quédense juntos y les prometo que saldremos de aquí.

Las manos de las personas temblaban mientras sus mirada se movían incesantemente por los rostros de otros, y sus pasos se mantenían firmes, mirando hacia enfrente, para luego caminar, juntos, sosteniendo conversaciones entre ellos, llenando de calma y de valentía sus corazones.

Y así, todos continuaron caminando, mientras que, quién fue el testigo de la caída de Raymond, se quedaba atrás, caminando lentamente, mirando detenidamente el avión: aquella enorme apertura por donde entraba la luz como el único daño notable a simple vista; mientras que, en sus costados y en lo que podía ver de el frente, no había un daño que llamará su atención.

Siguió los pasos del grupo que ya se estaba reuniendo con los hombres que llevaban a Raymond y la azafata que los acompañaba a un lado. A su lado, repentinamente se colaron los pasos de alguien más. Empezó a sentir como unos ojos lo observaban con atención: era el hombre con quién había discutido antes Hans: sus ojos claros se veían claramente a través de sus gafas con bordes oscuros, y su cabello corto dejaba ver una frente comúnmente amplia donde resaltaba una cicatriz pequeña, aunque notable, que se escondía entre los cabellos delgados. Lo miraba mientras se arreglaba un poco su corbata fucsia, como si se preparará para dar algún tipo de discurso. Ambos se vieron de manera inquietante, en una incómoda situación, pero, al cabo de unos segundos, el hombre que había discutido con Hans solo volteo su rostro, tirando su mirada hacia el frente, caminando junto a él e imitando sus pasos, sin decir absolutamente nada. Mientras caminaban, la jungla parecia verse consumida por una negrura que imposibilitaba el retorno de alguna mirada curiosa, como eran las de los pasajeros. Por momentos, el constante avance de sus pasos le permitían ver cómo la luz atravesaba esas ramas altas y aquellos colores verdes, brindandoles una visibilidad, aunque escasa, de lo que sería adentrarse en la jungla. Sin embargo, la imaginación tomaba el control y se encargaba de darles más detalles de los que sus ojos alcanzaban a encontrar, y, aunque esta les facilitará una imagen clara, no eran más que ilusiones y espejismos. No podían confiarse de una mente, ni mucho menos de la suyas; las mentes suelen confiarse demasiado, al igual que los corazones, es solo que las mentes viven de mentiras que se consideran, para ellas, hechos que aún no han pasado. Por ello vivimos de esperanzas, cuando ni siquiera sabemos que esperamos, mientras que los corazones viven de ilusiones ocultas de la realidad, como niños en un ático, entre cajas y juguetes, imaginando un mundo dentro del real.

Merodeando la orilla, viendo las profundidades de la jungla, los pasajeros continuaron caminando. Algunos conversaban mientras que otros solo guardaban silencio. Atrás de ellos, seguidos por dos compañeros solitarios, siendo uno de ellos quién discutió con Hans y el otro quien vio caer a Raymond, no eran la excepción; ambos hablaban en un tono leve y cuidadoso, con pasos lentos y sin apresurarse a interrumpir al otro.

-Teniendo en cuenta que estamos indefinidamente atrapados aquí...- Dijo, en un penoso tono, el hombre que había discutido con Hans.- ¿Como te sientes al respecto?

-No creo que sentir algo sea lo más apropiado.- Contesto quien vio caer a Raymond.- Las emociones son inestables y en momentos como estos se necesita mantener la compostura.

-En ese caso, ¿Como crees que se sientan los demás?

-Asustados, confundidos, esperanzados.

-¿Esperanzados?

-Por supuesto; es difícil perder la esperanza cuando es lo único que está al alcance.

-¿Tu tienes esperanzas?

-¿Debería tenerlas?

-Naturalmente, si.

-Las tengo, evidentemente, más no en salir de aquí; mis esperanzas están en sobrevivir. Es lo único que importa. Mientras vivas, tu esperanza vive, y si mueres, ella muere contigo.

Ambos lanzaron la mirada hacia el grupo al terminar de hablar, quienes se habían detenido, escuchando a Hans hablar, estando enfrente de lo que parecía ser una especie de caverna alejada de la orilla. Las olas rompían cerca pero no alcanzaba a penetrar sus confines.

-Si no tiene esperanza en salir, supongo que nada te espera de vuelta en el mundo civilizado.

-¿A que se refiere exactamente?

-Pues, ¿Es que acaso no tiene familia, hijos, amigos, o alguna persona que lo espere o que se preocupe por usted?

-Haces muchas preguntas para ser alguien que cree saber todas las respuestas.- El hombre se mostró indignado, pero aún así insistió en que se contestará su pregunta.- Pero, si, tengo una hija.- Respondió en un tono melancólico.

-¿Hace cuánto que no la ve?

-¿Como puede saber si la he visto o no?

-No parece muy contento de hablar de ella, su expresión me lo ha confirmado, supongo que no se han visto en mucho tiempo o, por otro lado, algo no le permite sentirse bien hablando sobre ella.

-Aunque quisiera verla, no podría. Es militar, nunca está en casa y no suele escribirme muy a menudo.

-¿Usted también es militar?

-No, soy doctor.

-¿Como ella termino siendo militar teniendo un padre como doctor?

-Teniamos muchas cosas en común. Ambos queríamos ayudar a las personas. Sin embargo...- Suspiro por un segundo.

-¿Sin embargo...?- Insistió en saber.

-Ella no quería ser como yo.- Se adelanto un par de pasos al culminar sus palabras, a lo que el otro hombre respondió con dos zancadas que le permitieron llegar nuevamente a estar codo a codo con el.

-¿Puede decirme su nombre?- Pregunto en un intento de seguir con la conversación, arreglando nuevamente su corbata, la cual se había desajustado un poco.

-Joáo, ¿Y el suyo?

-Lorenzo.

-Es un placer.- Contesto indiferente.

Siendo interrumpidos, la voz de Hans se alzó.

-Quiero aclarar que yo no encabezó este grupo, ni mucho menos estoy a cargo. Todos decidimos nuestras propias opciones y somos libres de opinar y protestar. En este momento solo les pido que tomemos una decisión. Este lugar.- Añadio, señalando hacía una caverna a la que habían llegado.- Podría ser un refugio momentáneo, el cual podemos aprovechar. No está muy lejos de donde está el avión, así que no tendríamos que recorrer una gran distancia para ir y volver.- Las personas se vieron sus rostros, lanzadose preguntas que nadie se atrevía a contestar.- ¿Alguien tiene algo que decir sobre esto?- Solo se escucharon las olas romperse en la orilla. El silencio fue breve y sirvió como una respuesta para Hans, quién prosiguió.- Muy bien. Necesitaremos luz, así que, quien tenga su teléfono en buenas condiciones, puede entregarlo y colaborar con la iluminación, luego podremos buscar linternas o teléfonos en el avión. Por ahora, solo será una noche, descansen.

El día se desvaneció con cierta melancolía. Aún las personas se preguntaban como ocurrió esto, otras se preguntaban si llegarían a salir de esto y otras, menos sensatas, llegaban a preguntarse por qué les sucedió esto solo a ellos. Las dudas invadían a cada persona como una enfermedad contagiosa, pero, incluso con esta propagación, todo se mantuvo en calma y la noche transcurrió silenciosamente.

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