Capítulo 3: Encuentros e intrusos

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Pasaron días, pasaron semanas, y Jeremías ya se había acostumbrado a la rutina de estar espiando silenciosamente a Rafaela, sin hacer otra cosa. Había aprendido muchas cosas de ella. Sus rutinas, que solía sacar a Thor por las tardes en su remolque al campo, que no trabajaba, que pasaba la mayor parte del tiempo en casa y a veces salía a dar largos paseos o sentarse fuera a contemplar la nada. La compra que hacía, lo que la ocupaba, y que nadie venía a visitarla. Él pasaba informes a la Agencia Punto Azul, que por su parte seguía investigando los movimientos de la organización, sin llegar a nada en claro.

Aquel jueves por la tarde las nubes se habían acumulado en el cielo, presagiando una posible tormenta y un atardecer precioso de colores rosas y naranjas extendidos por las nubes. Jeremías estaba al lado de la casa 63 de la calle Alfajor, con un cigarrillo entre los labios y la mirada distraída, pues entonces no había nada que hacer porque Rafaela no salía. Pero en aquel momento, pillándolo desprevenido, se abrió la puerta. Apenas tuvo tiempo de ocultarse tras el seto, cuando la figura femenina que ya conocía apareció fuera.

Todo habría ido bien, y ella habría sacado la basura sin fijarse en nada extraño, pero hubo algo que no pasó desapercibido a Rafaela. 

Cuando estaba sacando la bolsa de basura tranquilamente, sabiendo que en aquel momento no había nadie por allí porque vivía en una calle casi desierta, su sensible olfato detectó cierto olor a tabaco. El humo era una de las tres cosas que más detestaba en el mundo, e involuntariamente arrugó la nariz. Allí no había nadie, por lo tanto, ¿de dónde venía el olor, justo como si alguien estuviera fumando al lado?

Se paró quieta, en silencio, tratando de descubrir algo. Jeremías, que se mantenía oculto y no se había acordado de apagar el cigarrillo, al no escuchar más que un extraño silencio se movió un poco, y así poder ver mejor. Lo suficiente como para que Rafaela girase bruscamente la cabeza hacia el seto, y por un instante sus miradas chocaran.

«¡Mierda!», pensó Jeremías. Esta vez sí que había cometido un desliz.

—¿Quién hay ahí? —interpeló Rafaela.

El agente pensó rápidamente posibles escapadas, pero lo único que podía hacer era enfrentarse a ella y disimular. Con un gruñido salió de su escondite, arreglándose la chaqueta y el pelo. 

—Esto...

—¿Quién eres? ¿Qué hacías ahí escondido? —preguntó ella, cruzándose de brazos frente a él. Aunque era casi diez centímetros más baja, tenía ademán de imponer.

—No estaba escondido —replicó rápidamente Jeremías, poniendose también en actitud desafiante—. Simplemente pasaba por aquí y me quedé ahí a descansar.

—¿A descansar? —inquirió ella, echándole una mirada de los pies a la cabeza. Parecía a partes iguales desconfiada, extrañada, escéptica y reticente.

Seguía analizando al chico, que parecía quizá unos años mayor que ella, era alto, bien parecido e iba bien vestido. ¿Qué carajos hacía detrás de un seto al lado de su casa? «Descansando», vaya, sí, no tenía otro sitio mejor. También podía estar haciendo cualquier otra cosa, y no se fiaba en lo absoluto de ningún desconocido que aparecía de la nada y se estaba tan cerca de su casa.

—Bueno ¡lárgate! —ordenó con voz de mandar a un toro—. Me dan igual tú y tus ocupaciones, pero te largas a otra parte. ¡Y no quiero volverte a ver por aquí! ¿Entendido?

—Sí, claro... entendido —gruñó Jeremías, completamente contrariado. Se dio la vuelta y desapareció, tomando la calle Alfajor camino a su casa, sabiendo que Rafaela Cabreras, la chica de pelo cobrizo y repentes agresivos, no le quitaba ojo de encima.

Poco sabía ella, al enfrentarse con aquel desconocido y decirle que no quería volverlo a ver, que esto sucedería muchas veces más; tampoco podía sospechar el papel que jugaba, ni lo que pasaría después.

Jeremías, volviendo a su casa, no paraba de maldecir. «¡Idiota! Ahora te ha descubierto, lo has echado todo por tierra». Pero debía seguir con su trabajo; volvería al día siguiente, ocultándose todo lo que hiciese falta. Lo importante era que ella no supiese lo que él hacía, podía pensar que era un vagabundo o cualquier cosa. Pero debía seguir.

Cuando llegó a su pequeña y vetusta buhardilla, dejó en cualquier parte su cazadora de piel marrón y no se preocupó de encender la luz, tendiéndose en el sofá. Mientras cavilaba se quedó profundamente dormido de lo cansado que estaba, soñando con toros, agentes malignos de cara deforme que querían atraparlo y la chica que se lo complicaba todo; siendo él el acosado y perseguido por todo el mundo.

A la mañana siguiente estaba hecho polvo, y mientras se echaba agua en la cara pensaba si acaso merecía la pena volver y pasarse la eternidad observando para nada; podía ir al trabajo y renunciar, diciendo que no valía. Pero eso era un pensamiento vano en su cabeza, pues en realidad por nada del mundo renunciaría; seguiría hasta el final aunque no hubiese nada. Para eso le pagaban y era su trabajo.

Más malhumorado que de costumbre, anduvo a ciegas hasta la calle Alfajor. Ese día iba con otros atuendos y gafas de sol, y se quedó más apartado, pasando desapercibido. 

Pero aquel día no fue como otros. Tras llevar allí un buen rato, vio algo que llamó su atención y que se salía de lo normal. Un hombre, vestido con una recia chaqueta negra a pesar de que hacía calor, se aproximaba a la casa número 63.

Jeremías se acercó un poco, para intentar averiguar quién era y qué quería. ¿Sería una visita para Rafaela?

Después de que el misterioso sujeto llamara al timbre dos veces, pasó un rato. Cinco minutos contados con reloj, en los que ambos hombres esperaban. Por fin la propietaria de la casa abrió la puerta, ataviada con unas botas altas de cowboy, un delantal de rayas y una blusa-vestido que le llegaba a los muslos. Se encaró con el desconocido, y estando ella encima del escalón era una cabeza más alta que él, a pesar de lo fornido de éste.

El agente Jeremías, apostado junto a una farola, no pudo escuchar bien lo que decían, pero dotado de una buena deducción llegó a concluir que no se conocían para nada y que a ella no le agradaba mucho. Parecía hacerle preguntas o querer venderle algo, y ella fruncía el entrecejo exactamente igual a la noche anterior. Al fin se libró del desconocido de negro, cerrando la puerta. Tras apuntar algo en una libreta, el individuo se fue dando grandes pasos. Inmediatamente, Jeremías lo siguió como una sombra que a toda costa quería averiguar las intenciones que se traía.

El individuo iba seguro y sin mirar atrás, cosa que daba ventaja a Jeremías, que lo seguía a cierta distancia y con pasos silenciosos. Callejearon, pasando por calles de un tipo y de otro y dando imprevistos giros, de forma que Jeremías apenas recordaba el recorrido a pesar de su buen sentido de la orientación. 

De pronto, ciertas señales dispararon las dudas de Jeremías. ¿Quién era ese sujeto y qué quería? ¿Por qué callejeaba tanto sin ir a ningún sitio? La maniobra que estaba haciendo era exactamente como si quisiera despistar a posibles seguidores. Entonces se paró y dio media vuelta, girando a la calle anterior y abandonando a su perseguido. 

Esta estrategia surtió su efecto, pues el misterioso hombre enfundado de negro paró un instante y miró atrás, sonriendo socarronamente al no ver a nadie. Y así, creyéndose libre de cualquier mirada indiscreta, sacó de sus bolsillos un walkie talkie de largo alcance.

«¿Así que esas teníamos?», se dijo a sí mismo Kere, observando desde la esquina. Si había adivinado que él lo estaba siguiendo y se comportaba de esa forma, no era ningún vendedor de fibra gratis. Cada vez las sospechas hacia aquel nuevo misterio iban siendo más grandes, así que escuchó atentamente lo que decía por el aparato de comunicación.

 —Aquí número X400, ¿me reciben? —comunicó, recibiendo respuesta que no se pudo oír bien—. He hecho una aproximación, resultados negativos. No acepta nada, tendremos que seguir probando otra cosa. Sí, podemos volver con esto, si no funciona tomaremos otra estrategia...

Volvió a escucharse una entrecortada respuesta, y tras un «corto y cambio» el desconocido se perdió por las calles.

Jeremías se quedó pensando en lo que acababa de ver y oír. No cabía duda de que aquel era un agente secreto, seguramente de la organización que iba tras Rafaela y su toro, y estaban tratando de hacer alguna clase de acercamiento estratégico. Si no les salían bien las formas sutiles, cabía la posibilidad de que tomasen resoluciones más hostiles.

Debía redoblar su vigilancia, informar a la Agencia Punto Azul y hacer cualquier cosa con tal de evitar lo que pudiera ocurrir. Todo eso lo iba pensando conforme caminaba de vuelta a la casa de Rafaela, pues había decidido pasar por allí la noche.


^v^

E voilá, aquí estamos de nuevo MUAJAJAJA.

Y hemos tenido... encuentros. Lo suficiente como para pensar que las cosas se van a poner interesantes (?. Vosotros diréis xD.

Espero que os esté gustando y se entiendan las cosas bien, porque soy un cacao en general.

Yyyyy *redoble de tambores*: aquí dejo un dibujo que me ha hecho la maravillosa AmiKamiu de Jeremías, alias Kere o mi bb hermoso. Porque gané un sorteo que hizo.

Puede no ser 100% como me lo imaginaba pero da igual, es lo mejor que hay ASJASJ. Y Ami dibuja genial.

Y ahora espero vuestras opiniones y todo eso UwU. Nos vemos en el siguiente capítulooooo (las semanas son muy largas y a la vez muy cortas).

Mucho love para vosotros ❤


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