Capítulo 4: Tormenta en casa de Rafaela

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


La tormenta que venía amenazando con aparecer, dando señales de bochorno, brisa y nubes, se desató esa noche. Jeremías se arrebujó bien en su chaqueta, intentando protegerse al máximo de la lluvia que comenzaba a caer. En la casa de Rafaela había luz y las ventanas estaban abiertas, pero no había rastro de ella. Mientras el agente escrutaba tratando de adivinar dónde podía estar, un leve ruido demasiado cerca de él lo sobresaltó.

Rafaela no estaba en casa. Después de la visita de aquel sospechoso desconocido de negro, había estado pensando al respecto y no se fiaba de nada. Primero la noche anterior encontró a un hombre escondido al lado de su casa, según el cual solo estaba descansando; y por si eso fuera poco, al día siguiente se presentaba aquel individuo. Aunque no era demasiado aficionada a los libros de misterio policiaco, podría haber hecho muy buen papel con Sherlock Holmes y lo que estaba ocurriendo por allí.

Dejándolo todo tal cual, había salido a dar una vuelta por la calle en tanto que se hacía de noche y las nubes que cubrían el atardecer formaban una tormenta de verano. 

Ahora volvía a su casa, caminando lento con sus zapatillas de lona por el pavimento, cuando vio a alguien andar a paso rápido desde la otra punta de la calle. El individuo, alto, con una chaqueta de cuero marrón y gafas de sol, se paró justo enfrente de su casa y ahí se quedó. Ya estaba oscuro y la lluvia comenzaba a caer, pero a Rafaela no le importó. Andando «a lo gato», como decía su madre cuando ella iba descalza y sigilosa de pequeña, se acercó al hombre que estaba ahí parado, completamente distraído en observar la casa. Se acercó, hasta que el agente escuchó el ruido que lo sobresaltó. Estaba tan oscuro con la lluvia que al principio no pudo ver quién era, pero al momento ambos se reconocieron; pues Rafaela descubrió que se trataba del desconocido de detrás del seto, y Jeremías se vio sorprendido por segunda vez. 

—¡¿Tú?! ¿Qué carajos haces aquí, si puede saberse? —preguntó ella. Empezaba a sentirse mosqueada con aquel asunto misterioso, y no iba a dejarlo escapar.

—Lo mismo puedo decirte a ti —rebatió él.

—¿Ah, sí? —replicó ella, cruzándose de brazos y frunciendo el ceño levemente—. ¡Me parece que tiene más explicación que salga a dar un paseo por mi calle, a que tú y tu amiguito andéis merodeando por aquí y espiando! ¿Qué queréis robar?

—¿Qué estás diciendo? ¡Yo no pienso robar nada ni sé de qué amigo hablas! ¡No sabes en lo que te estás metiendo, así que sería mejor que te estuvieras quieta en tu casa!

—¡A mí no me dices lo que tengo que hacer, que el que está en una situación comprometida eres tú! ¿Te parecería bien que fuese a la policía y le contara todos estos merodeos? Porque creo que les iba a interesar, y de hecho, lo voy a hacer.

—Por mí haz lo que quieras, no me importa —gruñó—. Pero déjame.

—¿Se puede saber qué estás haciendo aquí de noche, lloviendo, parado delante de mi casa como un completo acosador? —exclamó ella, exigiendo una respuesta.

Sinceramente tenía razón, pues aquella era una situación completamente extraña y Jeremías sabía que no estaba en la mejor de las posiciones.

—Nada que te interese, así que mejor vete a tu casa.

—¡¡No me voy a ningún lado hasta que no me respondas!! —volvió a gritar ella.

Seguía de brazos cruzados, completamente empapada por la lluvia que cada vez iba a más, y con expresión de enojo y tozudez. Jeremías suspiró largamente. ¿En dónde se había metido?

—Pues yo me voy a quedar aquí toda la noche, no sé cómo lo ves.

Rafaela volvió a evaluar a su contrincante. No parecía dispuesto a soltar prenda y sin embargo, sí que lo parecía a estarse allí toda la noche. Aquello no hizo más que incrementar la extrañeza y curiosidad que sentía, y también el enfado e indignación.

Dio media vuelta bruscamente, y con pasos largos llegó a su casa y cerró de un portazo. Si aquel extraño quería estar ahí toda la noche, no era asunto suyo. Ella estaría en su casa, haciendo su vida de costumbre, y le darían igual las cosas sospechosas que pudieran ocurrir fuera.

Así transcurrió bastante tiempo, Jeremías fuera aguantando la tormenta estoicamente, entre lluvia y truenos, y Rafaela en su casa tratando de hacer la cena una vez se cambió de ropa, pero sin conseguir distraerse ni olvidar al sujeto que estaba ahí fuera vigilando, lo cual la inquietaba cada vez más.

Poniendo en la mesa de madera su cena, consistente en unos sándwiches de jamón con mucho queso, algunos de ellos quemados, Rafaela fue comiéndoselos y pensando qué debía hacer. Cuando iba por el último, se levantó. Aquello no podía seguir así, tenía que hacer algo. Salió a la calle, y efectivamente allí seguía el individuo. Justo en aquel momento un gran relámpago iluminó el cielo por un instante, y después fue seguido de un profundo y ruidoso trueno que hizo estremecer la tierra. 

—¡Ven! —gritó Rafaela.

—¡¿Qué?! —gritó a su vez Jeremías, tanto porque no había oído bien como porque no se lo creía.

—¡¡Que vengas, maldita sea!! ¡Hazme caso o te parto la cara en dos! —amenazó ella, pues estaba harta de aquello.

Jeremías no tuvo mucho que plantearse. En parte porque parecía muy dispuesta a cumplir su amenaza, y también porque se le brindaba la oportunidad de ponerse a cubierto, algo que sus muy calados huesos anhelaban secretamente; claro que él nunca lo hubiera dicho. Pero por otro lado aquello era peligroso, no sabía que intenciones podía albergar ella y la misión se estaba complicando ligeramente. 

Rafaela lo esperaba con la puerta abierta, haciéndole un gesto impaciente. Jeremías entró algo desconfiado, dirigiendo una mirada a la casa. Era una estancia abierta, y a la izquierda estaba la cocina con una encimera en forma de L, y la mesa para comer, a la derecha el salón o sala de estar principal, y más adelante por un pequeño pasillo a las habitaciones. En la esquina delantera de la izquierda había una puerta, que daba al patio trasero.

Ella le estaba tendiendo una mano y lo miraba algo acusadoramente. Tardó un instante en comprender que pedía su chaqueta para colgarla, pues estaba realmente chorreando de agua. Se quedó pues con la camisa, que también estaba mojada, y Rafaela prácticamente lo obligó a sentarse en el sofá, decorado con una tela bohemia y cómoda.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó Jeremías por fin.

—Que me respondas a esa misma pregunta. ¿Qué quieres de mí? —inquirió ella, volviéndose a cruzar de brazos. 

El chico se pasó las manos por su cabello mojado, echándolo hacia atrás. 

—No quiero nada de ti. 

—¿Entonces por qué estás ahí fuera, parado delante de mi casa día y noche mientras está cayendo la tormenta del siglo? Te niegas a decirme nada, ¿pero cómo quieres que no me de cuenta de algo si te pillo dos veces y encima viene otro sujeto misterioso a decirme cosas raras? ¡Exijo saber qué está pasando aquí!

Una especie de gruñido gutural se le escapó a Jeremías, ¿qué podía hacer él? Ninguna historia inventada que le contase serviría, era demasiado lista y se daría cuenta. Pero tampoco podía decirle la verdad... aunque dadas las circunstancias quizá fuese peor para él callarse. 

—Mira, no te puedo decir nada. Sé que el cuadro que me estás presentando, según tú es como para remover cielo y tierra con que es un asunto sospechoso —se levantó y empezó a dar vueltas por la mullida alfombra, mientras ella lo seguía con los ojos y escuchaba—. ¡Pero hazme caso, déjalo estar! Solo olvídate, ignórame, y sobretodo, ten cuidado con ciertas personas. 

—¿Pretendes que escuche lo que me estás diciendo, me esté callada, te haga caso y lo olvide todo? ¡Debes de estar loco! —respondió ella—. Ahora sí que necesito respuestas, pues al parecer hay «algunas personas» de las que debo tener cuidado, un sujeto que vigila mi casa 24/7 y me dice que lo ignore, y quién sabe qué hay detrás de eso... ¡Por Dios! ¡Es para volverse loco!

—Joder... 

Viendo que él seguía ahí de pie, mirando al suelo y con gesto contrariado, Rafaela dijo:

—Tengo tiempo, puedes estar aquí lo que quieras hasta que te dignes a decírmelo todo. Y si vas a tardar mucho, terminaré mi cena. 

Y, con toda calma, fue a terminarse un sándwich y a hacerse un té, mientras Jeremías la miraba sin saber qué hacer. 

—Olvidé los buenos modales, puede que tengas hambre y quieras comer, ¿cierto? —dijo ella al verlo con aquella cara.

Jeremías emitió un sonido inarticulado, y se dio cuenta de que llevaba sin comer muchas horas.

—¿Eso es un sí?

—Sí —terminó por aceptar, ya que se lo había ofrecido y podía ser que lo retuviera allí demasiado tiempo.

Así pues, le preparó a él otros sándwiches mientras ella se tomaba un té. Se abatió sobre ellos un silencio incómodo, en el que ambos sopesaban la situación. 

—¿Y bien? —inquirió Rafaela una vez ambos terminaron, quedando en silencio y mirándose sobre la mesa.

—Bien... —comenzó Jeremías sin saber qué decir.

Tendría que contarle al menos una parte de la verdad, pues sería mejor para ambos. 


¿QUÉ ESTÁ PASANDO AQUÍÍ? O mejor aún, ¿qué va a pasar aquí? AJSJAJSJ

Mientras reviso/leo un capítulo me voy haciendo comentarios mentalmente a mí misma, (sí, me auto fangirleo), porque además sé lo que pasará luego en el libro y es tipo: Ajá, ajá, no dirás lo mismo luego... y cosas así PUAJAJASJASJJAS.

¿Algo que añadir respecto a Jeremías y Rafaela? 

No sé por qué primero pienso en unos personajes medio happy flowers y luego los termino emputando <:(me gusta ver el mundo arder).

Bueno, espero vuestros comentarios de lo que sea, vuestras opiniones y todo eso :3. Gracias por leer, babys.

PD: Si alguien así por la cara se ofrece a hacerme gráficos aesthetic de los que me da pereza hacer, le rezo de rodillas AJAJSJA.

Hasta la semana que vieneee.
Mucho loveeeeeeeeeee <3

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro