Lautaro, he hecho como me has dicho.

Me he escondido del monstruo.

Pero, aparentemente, este sabe buscar bien.

Sabes bien que he hablado con Nina. Bueno, de saber, no lo sé. No sé si te llega algunas de mis palabras. Que, pensándolo bien, es lo mejor. No es fácil que un urraco llegue al infierno, me pregunto, ¿cuántos de todos los que he mandado se han quemado?

¿Y si te has quemado tú?

Esperemos que no.

Vuelvo al punto, el monstruo: Nina. 

Si yo pregunto, Nina responde. Pero lo hace con cierto... cuidado. Casi en secreto. Como si no quisiera que su voz me alcanzara.

Hoy me habló fuerte y claro.

Tienes que estudiar.

Hubiera preferido cualquier otra cosa. Quería saber si también tenía un pez, si le gustaba la mermelada, si entendía esos símbolos extraños de la clase, si alguna vez le dolía tanto correr como a este cuerpo tuyo. 

Yo triunfalmente, acordándome de sus palabras, le respondí:

¿A ti qué o qué?

Vi su rostro enrojecer de inmediato, después de eso Nina huyó.

¿No te parece un poco hipócrita que me pida eso después de que nos dijera que ella no iría a ese otro averno llamado universidad?

Fue bueno que se fuera esta vez, porque estaba cerca de querer preguntarle todas las cosas que pasaron por las que tengo prohibido hablarle. Pero siempre que intento hacer mención de eso, por algún motivo, Nina quiere llorar.

Y verla entristecerse de esa manera me hace querer sacar las entrañas de este cuerpo.

No miento, tuve las intenciones de correr detrás de ella y luego recordé todas las veces que me caí en tu patio trasero intentando dar zancadas. La admiré escabullirse entre la gente. Que voltee. Lo repetí una y otra vez en tu cabeza mientras ella se iba. Pero no lo hizo ni una sola vez.

¿También sentías lo mismo cuando la veías?

Como si te marearas y el corazón partiera el pecho. Como si la única cura para ello fuera escucharla y tenerla cerca... Envidio esta sensación. Me gusta. Me gusta mucho.

¿Cómo están las cosas allá? ¿Qué te parece la eternidad?

-Atentamente, Lautaro falso.