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Al día siguiente Salvador despertó, aún extrañado por dormir en la habitación de Zander, le producía una incomodidad grandísima, sin embargo lo ignoró, y se preparó velozmente para dirigirse a otro día productivo.

Esta vez estaría acompañado de Julia, la cual tomó partida en la visita que haría el joven de ojos claros, puesto que debían trasladarse en el auto de la mujer hacia su destino algo alejado.

Se encontraron fuera de la casa de esta y, al ver que Julia le hizo señas para entrar en el automóvil, se dirigió directamente a la puerta del copiloto.

— Buenos días, Salvador —le saludó, el joven respondió de la misma manera—. ¿Estás listo?

— Sí —respondió con evidente inquietud—. Y nervioso también estoy, es la primera vez que iré a un sitio así.

— Mis superiores dicen que es bueno planear una cita en estos lugares para advertir a los jóvenes que no se metan en malos pasos —comentó, a la vez que encendía el auto y lo ponía en marcha.

— No me preocupa el lugar, sino las personas que trataré —respiró hondo.

— Vale, debo decirte que no demuestres miedo, mantente firme y centrado, que no te harán nada.

Salvador se repitió eso durante todo el camino, traducido a unas pocas horas de viaje, y cuando por fin divisó la gran edificación grisácea, lo tomó de la forma más negativa que pudo. Luego de unas palabras de aliento por parte de Julia, ambos bajaron del auto y se encaminaron hacia dentro del reformatorio.

Siguieron los procedimientos de seguridad y se dirigieron a un auditorio visiblemente de poco uso, donde caminaron a un extremo del mismo, soportando los piropos de mal gusto que lanzaban los jóvenes hacia la morena muchacha. Pasaron detrás de la cortina de la tarima, donde Salvador se preparaba mentalmente para lo que venía.

Luego de minutos, uno de los oficiales de seguridad vociferó que todos se callaran, pues un joven preparaba su servicio comunitario a todos ellos y debían prestarle atención, aumentando la tensión en su cuerpo.

El oficial dio paso para que Salvador aproximara la pantalla de vinilo que le facilitaron, con la portátil de Ellus, mostrando medios gráficos que preparó la noche anterior.

— Buenos días a todos, soy...

— ¡Habla más fuerte, malvavisco! —gritó uno de los reclusos, provocando fuertes carcajadas en el sitio.

— ¡Buenos días, soy Salvador Villareal y les voy a explicar por qué las drogas causan efectos adversos desastrosos para el cuerpo humano! —pronunció sin un ápice de vergüenza.

— ¡Oye, puedes poner una película de esas «mete y saca»! —chilló otro al fondo de la habitación, todos rieron nuevamente, lo que causó su expulsión de la sala.

— ¡Comenzaré a explicar las más perjudiciales, como por ejemplo... —cambió a una imagen de un joven albino, de complexión fuerte y vigorosa pasó a la delgadez extrema y con un sistema casi devastado—, ... la heroína.

Todos, sorpresivamente, se mantuvieron callados. Algunos con una expresión de sumo desagrado, mientras que otros bajaron la mirada llena de pena. Salvador explicó lo nocivo que resultan dichas sustancias, con palabras clave que determinó adecuadas al público que se presentaba, o sea, crudas y sin censura.

El entrecejo de los presentes, a medida que avanzaba la presentación, se hacía más pronunciado. El joven de ojos claros mostró historias reales, basadas en testimonios de personas adictas, que ya lo fueron, o familiares y amistades cercanas a la víctima, puesto que murieron de sobredosis o peor, tratando de deliquir para conseguir dinero y comprar más drogas.

Salvador temblaba en reiteradas ocasiones, no lo podía evitar y, aunque se controlase segundos después, no dejaba de hacerlo. Y se imaginó a las personas a las que les había vendido en aquel tiempo, y se sintió culpable de contribuir a su destrucción. Hubo un momento en que se quedó atascado en una frase, ya veía venir las burlas de todos, respiró hondo y continuó, y sorpresivamente, nadie hizo alución a lo sucedido.

Entendió que sí les importaba, quién sabe si, entre el público, se halla alguien que tiene un problema con las drogas, o conoce a alguien, o un familiar, por alguna razón quiso ayudar y, antes de terminar, improvisó una ronda de preguntas.

— ¿Alguien tiene preguntas? —se sostuvo de sus manos, esperando a que alguno se atreviera a levantar la mano—. Vamos, yo no juzgaré, y no creo que alguien lo haga porque aquí nadie se salva de haber hecho estup... —se detuvo en seco y corrigió—, cosas indebidas.

Pasaron varios segundos que parecieron eternos, se estaba por culminar la presentación, pues no parecía que alguien quisiera hablar. No obstante, sin previo aviso, un joven cerca del escenario se levantó de su asiento, al segundo, todas las miradas se posaron en él.

— Yo sufrí bastante... y consumía bastante, y mis padres murieron por mi culpa. A ellos... los mataron porque no le pagué a un traficante... y me siento de la mierda por eso.

Sus palabras rasgaban cual cuchilla de acero, nadie podía negarlo, todos se mostraron vulnerables en el momento en que comenzó a hablar. Otro joven se levantó de su asiento y, mientras apretaba sus puños, se expresó con todos.

— Mi hermana era adicta y, bueno, maté a golpes a todo el que descubría que le vendía de esa porquería, supongo que todavía lo sigue haciendo ahora que no puedo evitarlo.

Así, como ellos dos, hubo varios más que expresaron parte de sus vidas que se relacionaron con alguna droga, todo parecía ser logrado por el joven de ojos claros, el cual se mostró orgulloso luego de haber realizado su cometido, no obstante, permaneció consternado por las palabras de esos chicos menores de edad y por todo lo que han pasado.

La presentación terminó, y todos aplaudieron y silbaron como si de una visita de un artista se hubiese tratado, pero no fue así, fue la visita de un muchacho promedio tratando de cambiar las vidas de personas sin rumbo.

Salvador retiró los equipos del escenario y se aproximó hacia Julia, que se encontraba terminando sus anotaciones.

— ¡Vaya! Me has sorprendido, Salvador —elogió la morena—. Parece ser que todo lo que Dávila comentaba de ti resultó ser cierto, supiste manejar la situación muy bien.

— ¡Gracias! La verdad ni pensé que saldría así de bien.

De repente, una voz le retumbó sus oídos desde detrás de él.

— ¿Y cómo no? Si tu servicio comunitario se ha basado en éxitos todo este tiempo —Luciano se presentó ante él con un aspecto bien parecido.

— ¡No pensé verte aquí! —exclamó lo primero que pensó.

— Estaba acá desde temprano, confirmando tu visita con la directiva y ayudando con los preparativos, además, te observé mientras te presentabas y puedo decir que es lo mejor que he visto en todo el tiempo que llevo en este trabajo.

Salvador sentía la urgencia de dar un abrazo, o recibirlo, en cualquier caso, sentía que merecía un reconocimiento físico, pues no creía del todo las palabras que oía. Pero sus padres no estaban allí, Ellus no podía estar y Luciano solo está haciendo su trabajo.

— Gracias por sus palabras —se refirió a los dos.

El joven de ojos claros salió hasta el exterior, y se recostó del auto de Julia, esperando a irse pronto. Era bastante complicado sentir que hacía un buen trabajo, pues nunca había tenido alguien que se lo hiciera saber o que se preocupara al respecto, y no se le ocurría que pudiera ser verdad, así que de alguna manera se sintió deprimido.

Luciano lo avistó desde dentro y caminó hasta su lado con cautela. Se fijó en su aspecto melancólico desde lejos y adivinó de lo que se podría tratar.

— ¿En serio no crees lo que te digo?

— No, lo siento, no eres tú, es...

— Piensas que tu trabajo no vale o que no lo haces lo suficientemente bien y por eso no crees que lo has hecho mejor que nadie, ¿no?

— Es que... me cuesta creerlo. Mis padres ni siquiera me felicitaban por mis buenas notas o mi habilidad para el dibujo, que supongo ya perdí.

— Sí, los padres pueden no ser los mejores, hay muchos más casos de los que crees y, curiosamente, muchos chicos que he asistido en su servicio comunitario, han tenido problemas con sus padres y todos han tenido mi apoyo, los que quieren mejorar, claro está.

— Sí, pero no estoy acostumbrado a esas palabras bonitas y de aliento.

— Pues, al menos tienes a tu amigo Laurellus, ¿no? Él se ve que te apoya mucho.

— Je, es más complicado de lo que crees.

— ¿A qué te refieres?

— Laurellus tiene esto... Tiene alexitimia y no es precisamente alguien afectivo pues esto le impide demostrarlo —Luciano se mostró contrariado—. Es más extenso que eso, la cosa es, si yo no le pido que haga algo por mí, o se preocupe o lo demuestre, no lo hace, porque pareciera que su alexitimia se traga sus emociones.

— Vaya, qué interesante. ¿Y no tiene cura?

— No, se sigue un tratamiento y creo que ni funciona, me siento muy triste por él.

A la distancia, Julia terminaba de hablar con el director del reformatorio, a lo cual Luciano determinó que ya estaban por irse.

— Oye, no podré irme con ustedes porque tengo otras cosas que hacer, nos veremos la próxima vez, ¿sí? —Salvador asintió—. Esta conversación no ha terminado. Y recuerda, siempre tendrás mi apoyo —sonrió mientras le levantaba su rostro cabizbajo.

Salvador observó cómo se alejó hacia Julia para despedirse, y por fin la mujer se aproximó a él para dar por finalizada la jornada del día.

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