CVI

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Ellus despertó estirándose lo más que pudo en la cama, cayendo en cuenta de que Salvador no se encontraba allí ya. Se colocó ropa cómoda y salió hasta el baño para lavarse los dientes, al salir, se fijó en Agustín terminando de preparar el desayuno de los tres.

— Buen día, Ellus. Despierta a Salvador que ya estará lista la comida.

— Salvador no está, ya se fue.

— Oh, cierto, aunque no pensé que se iría tan temprano. Como sea, siéntate.

Ellus obedeció y, minutos después, Agustín sirvió los platos de ambos, procediendo a comer enseguida.

— Agustín, tengo algo que decirte —el mencionado levantó las cejas como respuesta—. Sabes que nunca fui bueno en lo que trataste de enseñarme, y no quiero seguir intentando, así que buscaré otra cosa que hacer.

— Mmm, está bien, no puedo detenerte.

— Gracias por tu ayuda, pero necesito intentar encontrar algo en lo que me sienta cómodo y gane dinero.

— Entiendo, pero admite que soy un buen profesor —Agustín rió por un corto tiempo, Ellus lo miró y solo asintió—. ¿Y qué piensas hacer?

— No lo sé, esta tarde saldré a ver qué consigo.

— Te puedo acompañar si quieres, ya terminé casi todos mis trabajos pendientes y el único que me falta es para dentro de una semana.

— Si quieres, no me importaría —respondió sin grandes ánimos.

Ambos terminaron de comer y, luego de dos horas, salieron de casa para encontrar un empleo para el castaño, uno en el que se sienta parte del mismo y capaz de hacer un buen trabajo. En el camino, visitó varios sitios que solicitaban vacantes, otros solo los pasaba de largo pues la tienda y las cosas que allí se hacían no le atraía en lo absoluto.

Una pequeña caminata resultó en horas de decidir a dónde sería un buen lugar donde podría desempeñar sus habilidades. Y pensó, ¿en qué era bueno? No lo sabía con certeza, pero al pasar a un lado de una librería y observar su reflejo en el cristal, se visualizó a sí mismo allí.

Decidió entrar sin siquiera pensarlo y se acercó al puesto donde se encontraba la empleada que pronto dejaría su puesto.

— Hola, ¿en qué puedo ayudarte? —dijo con una sonrisa.

— Hola, vi que solicitan un empleado y quería presentarme para trabajar aquí.

— Oh, muy bien, ¿trajiste una hoja de vida?

— Yo... No —arrugó el entrecejo—. Pero estoy aquí, ¿por qué no me haces una entrevista o algo?

— Bueno, yo no tengo autoridad para eso —Ellus expulsó aire con fuerza y estuvo a punto de protestar—, pero mi jefe está arriba en la oficina, puedo preguntarle a ver qué opina, si quieres.

— Sí, hazlo... por favor. —finalizó.

La chica asintió aún sonriendo, y se encaminó directo a la puerta tras el mostrador, que se dirigía hacia las escaleras, y entró a la oficina del jefe.

Al cabo de unos minutos llenos de expectación, la joven bajó del segundo piso y le avisó al castaño que le recibiría con gusto. Ellus suspiró y cruzó la puerta dejando a Agustín esperando afuera. Al llegar arriba, tocó no más de dos veces la puerta, para recibir un aviso de que podía entrar.

No hubo un saludo al principio por parte de ninguno, así que cerró la puerta y se adelantó a sentarse en la silla próxima al escritorio del joven adulto. Pasado unos minutos, en los que el castaño solo observó cómo se desenvolvía el muchacho en su computadora tecleando sin parar, por fin terminó y se fijó en él.

— Buen día, joven —extendió su mano, que estrecharía instantes después con la de Ellus—. ¿Cuál es tu nombre?

— Buen día, me llamo Laurellus Venizelos, ¿y usted?

— Soy Ignacio Navas —dijo, luego de aclarar su garganta—. Así que... Mi empleada dice que quieres trabajar aquí —Ellus asintió—. Y decidiste buscar empleo sin llevar una hoja de vida contigo —pronunció con evidente ironía.

— Fue de improviso, he pasado por bastantes dificultades y necesito un trabajo para ganar dinero.

— Muy bien, directo y simple —espetó, estirando su camisa con ambas manos—. ¿Y qué te hace pensar que puedes trabajar aquí? ¿Tienes experiencia?

— Trabajé un tiempo en la florería de mi abuelo, con atención al público. También me he desempeñado en trabajos manuales lo cual me ha hecho elevar mis habilidades y conocimientos teóricos y prácticos. Y me gustan los libros —alzó sus hombros.

— Claro. Pues bien, fíjate, la solicitud de empleo solo está allí donde la viste porque Alicia, mi empleada, se irá de la ciudad. Sinceramente, si no hubiera sido por eso, no dejaría que se fuera ya que es una excelente empleada que trabaja aquí desde hace años. No confío mucho en la gente y sé que eso puede resultar un problema, pero ahora necesito que alguien competente y de confianza la reemplace, ¿captas? —el castaño asintió enseguida—. ¿Por qué crees ser el indicado para ser ese «alguien»?

— Pues bien, fíjese —tomó la misma postura y tono que su contraparte—, tampoco confío mucho en la gente, tengo mis razones. Pero confío en que puedo realizar un buen trabajo en cosas que me interesan, pues soy muy impulsivo e insistente. No vengo a reemplazar a nadie, vengo a probarme a mí mismo que puedo resurgir yo solo, y quiero hacerlo.

Durante todo el tiempo que habló, Ignacio notó algo inusual en el castaño frente a él, de alguna manera le transmitía confianza, aunque era una persona en la que no tomaba lo primero que veía de una persona.

— Parloteas mucho, y resultas algo arrogante —se cruzó de brazos observando con seriedad a Ellus, este imitó su gesto en una posición nada amigable—. Han venido unos cuantos candidatos pidiendo el empleo y solo me dicen lo que ellos suponen que quiero oír.

— ¿Tonterías como «Trabajo muy bien en equipo, tengo excelentes habilidades comunicativas...» y eso?

— Y me juran que son personas confiables y que no me defraudarán —rodó los ojos con burla.

— Por supuesto no caería tan bajo —agregó, el joven adulto se inclinó hacia delante en su asiento y afincó los brazos en su escritorio—, no le diré que puedo ser alguien confiable, porque hasta yo a veces me defraudo. Tampoco soy bueno en el trabajo en equipo, porque de verdad ni lo intento. Pero cuando quiero realizar un buen trabajo, me aseguro de hacerlo, no importa qué se interponga.

— Bueno, bueno, bueno... —sonrió con astucia, a la vez que dejaba sus formalidades de lado—. Tal vez no deba decírtelo, pero lo haré de todos modos; tengo cierta incertidumbre con respecto a contratarte, porque quizá no nos llevemos muy bien, pero...

— Sí, pero, no busco caerle bien —Ignacio alzó una ceja con duda—. Entiendo que sea el jefe y supongo es fundamental, pero como dije, solo busco trabajar y ganar dinero.

— No me interrumpas —Ellus selló sus labios de inmediato—. Arrogante e impertinente, me recuerdas a mí hace algunos años. Como sea, tienes cierta sagacidad que puede que sea lo que busque. Alicia puede resultar igual pero con una mejor actitud. Pero tú, Laurellus, dices lo que piensas y tienes aspecto de que puedes estar en este lugar sin problemas.

— ¿Quiere decir que...?

— Te doy el empleo, pero relaja esa actitud.

— Sí, lo haré, vaya...

— Comenzarás el lunes, luego encargo que te hagan el uniforme.

— Vale. ¿Y cuánto me pagará?

— Te lo digo el lunes, por ahora agradece que te di el empleo.

— Gracias —dijo sin siquiera pensar si debía decirlo o no.

— Ahora vete, tengo cosas que hacer.

Ellus se levantó y estuvo a punto de irse, sin embargo...

— Laurellus, ¿no te despides? —el castaño se giró sobre sus talones y estiró la mano para formalizar su salida. El joven de veintiocho años retiró sus anteojos de pasta, empujó su silla hacia atrás para poder levantarse y, con una mano peinó su cabellera negra hacia atrás, más de lo que el gel que traía se lo permitía, y con la otra estrechó su mano con fuerza desmedida, provocando una mueca de dolor en el castaño—. Espero que nos llevemos bien.

Ellus asintió y esperó segundos para que soltara su mano, y salió de allí victorioso de haber conseguido el empleo, sin pensar ni un poco en el hombre que ahora sería su jefe. Al apartarse del mostrador, se dirigió hacia Agustín que ojeaba libros de cocina a un extremo de la tienda.

— ¡Ellus! ¿Cómo te fue?

— Obtuve el empleo, ¿qué lees?

— ¡No lo creo! ¡Ellus, me alegro mucho! —exclamó mientras lo abrazaba, sin prestarle atención a la pregunta que le hizo.

— Sí, sí, tranquilo —palmeó su espalda—. Fue fácil conseguirlo.

— Casi nunca resulta fácil conseguir un trabajo, deberías sentirte orgulloso.

Ellus se lo preguntó, pero no se sintió como tal, y evitó totalmente intentarlo siquiera.

— ¿Qué lees? —volvió a preguntar.

— Pensaba comprar uno de estos libros de postres y ver si hacia algo de esto.

— ¿Sabes cocinar tanto así?

— No, bueno, pensaba intentarlo con un amigo repostero y que me enseñe y ya luego les cocino postres a ti y a Salvador, ¿qué te parece?

— Oh, muy bien —sonrió levemente.

Agustín compró dos libros de recetas para postres, dietéticos y otro con tantas calorías como fuera posible, y ambos salieron de la tienda y se dirigieron a casa.

Al cabo de un rato, un automóvil se aparcó al frente de la residencia, y Ellus corrió a ver por la ventana de quién se trataba. Salvador bajó y se despidió de Julia con una sonrisa, a lo cual ella aceleró tocando la corneta. El castaño abrió la puerta y esperó a que el joven de ojos claros se aproximara a él.

— Hola Ellus —le abrazó, correspondiéndole el saludo—. ¿Qué hiciste hoy?

— Salí y tengo un empleo —pronunció con cierto orgullo influido por el consejo de Agustín.

— ¡Ellus, eso es genial! —un abrazo más fuerte y sincero les resplandeció los sentidos—. ¿En dónde trabajarás?

— En una librería del centro.

— ¿La Mansión del Libro? —trató de adivinar.

— No, Librería Navas.

— Es gracioso pero esa tienda es más grande que la otra —destacó—. Pero bueno, me alegra mucho eso, ¿cuándo empiezas?

— El lunes me encadenan.

— Vaya, quién lo diría.

Ambos chicos entraron hasta la habitación, donde les atacó el silencio, uno incómodo. Ellus sentía una sombra que le cubría la boca y que impedía moverlo, pero trató de romper todo eso luego de mucho esfuerzo, y se dirigió a Salvador.

— ¿Cómo... Cómo te fue a ti hoy? —preguntó, Salva se levantó sonriente de la cama y se sentó al borde de esta, quedando a un lado del castaño.

— Fue asombroso, fue aterrador, ¡uy, no sé cómo describirlo! Es que... era un reformatorio, ¿sí? Obviamente tenía bastante miedo de decir algo mal o arruinarlo, y al principio fue así, pero intenté mantenerme firme y por suerte nadie más se burló. Además, al final todos se sinceraron y fue algo fenomenal, parecía una terapia de grupo y me alegré bastante de que se desenvolvieran así conmigo y todos, porque muchos de esos chicos tuvieron problemas con drogas y es un bodrio, pero sentí que fui parte de la solución y me produjo bastante satisfacción.

Escuchar a Salvador con tal entusiasmo, describiendo sus sentimientos del día, cómo pasó de uno a otro, cómo se liberaba de sus cadenas, de alguna manera deprimió a Ellus, y lo peor es que no comprendía por qué. Pero la sombra lo atacó nuevamente, esta vez sin que él mismo se diera cuenta, y resultaba que mientras Salvador se mostraba más seguro de sí mismo, Ellus olvidaba todo lo que creía de sí, porque la verdad es que hablaba sin estar seguro de nada.

— Qué bueno que todo haya resultado bien, Salvador, en serio —sonrió con expresión melancólica.

Salva lo notó pero no dijo nada, sino que se esforzó en sonreír más fuerte y tomarlo del rostro. Sus frentes chocaron, fusionando sus espectros, y no dejárselos todos al castaño. Sus labios vibraron por tal acción, y sin siquiera tocarse, sintieron la presencia del otro, resultando en uno de sus mejores momentos en la vida: mantenerse juntos.

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