II

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Simón llegó a casa de sus padres, ya era de noche y sabía que no se esperaban para nada su visita, mucho menos con un bebé en brazos, el cual de ahora en adelante llamarían nieto.

Tocó la puerta reiteradas veces, el taxi se había marchado, así que todo estaba en silencio en el vecindario. El pequeño se encontraba dormido en los brazos de su padre, ignorante sobre el penoso suceso que aconteció en el lugar de su nacimiento.

Luego de varios golpes más, uno más fuerte que el anterior, apareció un hombre bien vestido, perfumado y con anteojos de lectura. La mirada del hombre al ver a su hijo de nuevo lo llenó de júbilo.

- ¡Bienvenido, Sim! -sonrió, luego giró su vista hacia el bebé-. ¿Qu-quién es él?

- ¿Está Roy contigo? Tengo algo que me gustaría contarles.

Fred asintió y lo invitó a pasar, luego tomó sus maletas y entraron. La casa no era ni tan grande ni tan pequeña, dos habitaciones, dos baños... era bastante cómoda, ideal para que viva una pareja.

Simón se sentó en un sillón de la sala, aún con su hijo en brazos, no podía dejar de mirarlo, el verlo dormir tan plácidamente lo reconfortaba mucho.

Pocos segundos después, su padre junto a otro hombre salieron de la cocina juntos y se sentaron en el sofá.

- Nos alegramos de verte de nuevo, Simón -pronunció Roy, sonriendo.

- ¿Puedes decirnos que está pasando? -Fred se mostró nervioso.

Simón se encontraba algo tenso, pero confiaba en que sus padres entenderían su situación.

- Quiero que -tragó saliva-, saluden a su nieto.

Ambos caballeros quedaron asombrados, su reacción era de esperarse, no tenían conocimiento de la gestación subragada que llevaba a cabo la esposa de Simón. Él no quería que lo supieran, no deseaba subirles la esperanza de que en algún momento lo verían con un hijo propio, ya que Delia no deseaba tener un hijo con él.

- Él, ese pequeño, ¿es nuestro nieto? -unas pequeñas lágrimas de felicidad brotaron de Fred que inmediatamente limpió.

Simón asintió y extendió sus brazos para dejar que lo cargaran.

- Cariño, nuestro bebé tiene un bebé -Roy abrazó a su pareja entre lágrimas.

El momento era enternecedor, se sentía como si una luz cálida atravesaba el techo de la casa e iluminaba la habitación, no se trataba del candelabro sobre sus cabezas, ni de las luces del exterior, ni siquiera la luz de la luna tenía que ver en el hecho de que los ojos de los tres hombres se iluminaran tan radiantemente, era ese bebé, el bebé que llegó para incandecer las vidas de sus seres queridos.

- Estoy muy orgulloso de ti, hijo -su padre no apartaba la mirada del recien nacido.

- ¿Cómo se llama? -se le ocurrió preguntar a Roy.

- Pues, Laurellus siempre me ha parecido atractivo y extravagante y... -Simón se detuvo al ver la mirada confusa de sus padres-. ¡Es de origen griego, es original y me gusta! -exclamó firme.

Ambos señores se miraron extrañados, pero al final aceptaron la decisión de su hijo sin cuestionarle nada más.

- Hola Laurellus, eres tan hermoso -Roy no dejaba de acariciar su cabeza.

- Ten cariño, cárgalo por un momento -Fred le entregó su nieto a su pareja. Se levantó del sofá y le dijo a su hijo que lo acompañara.

Ambos fueron hasta la oficina del mayor donde se sentaron a conversar sobre asuntos que no dejaban de preocuparle.

- Cuéntame hijo, ¿qué pasó con tu esposa? -Fred se cruzó de brazos-. ¿Por qué no está aquí con nosotros?

A Simón le costó hablar del asunto, pero decidió desahogarse con su padre sobre los horrores que había vivido durante su tiempo de casado.

- Ya no viviré en esa casa papá, ya no la soporto -Simón comenzó a sollozar.

- ¿Qué te ha hecho esa perra? -Fred se irritó al ver a su hijo de esa manera.

Simón tomó la fuerza que necesitaba y le contó todo a su padre. Los tres años de casado para él fueron un infierno, y no entendía el porqué, ya que la etapa del noviazgo, antes del matrimonio, fue lo mejor que había vivido con alguien. Al momento de casarse, Delia cambió por completo, empezó a controlarlo y celarlo en muchos aspectos; financieros, sociales, inclusive familiares.

Simón siempre soñó con tener una familia, tener un hijo para él era un sentimiento que lo hacía rejuvenecer de alguna forma, porque sabía que ver a su hijo vivir, crecer, sonreír, jugar; también se sentiría joven, lleno de vida, la vida que le daría su hijo con cada respiración.

Pero Delia no quiso, no quería nada con él, llegó un punto en que le daba repelús dormir en la misma cama. Simón eventualmente descubrió que tenía un amante en su trabajo, que la hacía ganar más dinero de lo que solía ganar, esa fue la razón que le dio cuando la confrontó. Delia lo hizo sentir como un inútil al cual no la satisfacía en ningún aspecto.

Su padre permanecía perplejo mientras le contaba todo, con ambos puños cerrados y el cuerpo tenso, estaba furioso, estaba afligido, se encontraba lleno de emociones que no sabía cómo liberar, el saber que su hijo no era feliz como él quería que fuera, lo destrozaba; Simón, aunque se dio cuenta de esto, continuó.

El conocer que su esposa no quería nada con él le dolió, pero al decirle que no engendraría un hijo con él, le rompió el corazón.

¿Por qué aún permanecía con esa mujer?

Su idea del amor, todo fue culpa de eso, ¿o el culpable debería ser Simón? En cualquier caso, él desde que la conoció, la adoró, aun con sus defectos, porque sabía que nadie es perfecto, pero lo que no sabía era la forma de amor verdadero, lo tomó como un concepto erróneo y lo moldeó a una forma totalmente insana, y todo a causa del vivir de los recuerdos, pero, equivocándose se aprende, ¿o no?

Hubo gran silencio, el cual interrumpió Fred con un fuerte suspiro. Le dio una mirada a su hijo, con ojos cristalinos, y se atrevió a preguntar sobre el origen del ser humano que sostenía su pareja en la sala de su hogar.

- No entiendo, entonces, ¿ese bebé no es hijo tuyo? -Simón se aflojó el cuello de su camisa para responderle.

- No exactamente, pero eso no quita que sea su padre.

- No lo niego, pero quiero que me expliques de dónde salió.

Por supuesto que su padre merecía una explicación, y Simón se acomodó en su asiento para ponerse cómodo y dársela finalmente.

Resulta que la hermana melliza de Delia, Dahlia, siempre quiso tener un hijo, al igual que Simón. Su deseo de experimentar la maternidad la embriagaba desde hace mucho tiempo, desde su juventud pensaba en eso, pero una triste noticia sobre su fertilidad la derrumbó tanto que todos imaginaron que su depresión la llevaría hasta su fin.

Sin embargo, al conocer a Theo, el mejor y único amigo de Simón, el mundo de Dahlia volvió a ponerse en pie lentamente, había recobrado el espíritu, esa dulce alegría que la caracterizaba, esos deseos fervientes de seguir aferrada a la vida.

Delia nunca fue muy unida a su hermana, le tenía celos ya que fue la hija favorita desde el inicio, con mejores calificaciones, mejor desempeño social y mejor habilidad para las artes, y en lugar de trabajar y reforzar todos esos aspectos por ella misma, Delia se ahogó en el cólera, asumiendo que nunca lograría ser mejor que ella.

Un último golpe asestó el mundo de la dulce Dahlia, le diagnósticaron cáncer de pulmón, el mismo que se llevó a los padres de ambas meses antes, y parece ser que tantos años inhalando el tabaco le afectó de sobremanera.

La pobre chica desafortunada, así la conocían, ese fue su nombre de pila a vista de los demás.

Quizá fue la culpa, quizás el remordimiento, o tal vez fue el pequeño y agrio corazón de Delia que latió una vez más en señal de afecto hacia su hermana, que le propuso la gestación subragada para que finalmente tuviera a su retoño.

Se le ablandó el corazón, decían todos, al saber del noble acto que estaba dispuesto a hacer aquella mujer.

Lo que nadie sabía, a excepción de Simón, era que Theo le había pagado una gran cantidad de dinero a Delia, que esta le había exigido, para someterse a dicha gestación subragada, si no se lo daba, se negaría rotúndamente, y Theo sabía lo importante que sería para Dahlia, así que aceptó. La cochina avaricia de Delia fue la que la impulsó a hacer ese supuesto noble gesto hacia su hermana.

No obstante, un día avisaron a Simón y Delia que se irían al extranjero a una consulta con un doctor muy prestigioso que les ayudaría en el tratamiento del cáncer de Dahlia.

La pareja que construyó un templo para protegerse el uno al otro, la pareja con verdaderos sentimientos que los llenaron de emociones desconocidas por ambos, la pareja que lucharía hasta el cansancio por su felicidad, falleció en un accidente aéreo; el mismo que traía de vuelta a una Dahlia con grandes esperanzas y un Theo con una felicidad plena, que se apoyaba en el bienestar de su esposa.

Al saber la noticia, Simón se vio muy afectado por la pérdida de su mejor amigo, y esperaba una reacción igual o mayor en Delia, pero no fue así, no mostró una mínima pizca de empatía, todo lo que le importaba era gastar el dinero que le había dado Theo.

Aunque sí le preocupaba una cosa, el destino del bebé, que ya tenía seis meses de gestación. Pensó en varias formas de deshacerse de él, ya sea abortando clandestinamente o darlo en adopción al momento de que nazca, estaba sumamente desesperada y pensaba optar por la primera opción, aceptando correr cualquier riesgo.

Sin embargo, Simón la amenazó con denunciarla y quitarle todo el dinero que le dejó su mejor amigo, lo que la hizo, en consecuencia, volverse más displicente con él.

Delia soportó con el bebé hasta el final, y para calmarla, Simón le decía que lo darían en adopción al momento de nacer. Pero desde el instante en que su mujer había mencionado la palabra «aborto», Simón estaba listo para abandonarla y llevarse al bebé consigo.

- Y esa es la historia, papá -culminó.

Un silencio aún más fuerte parecía arrebatar el oxígeno de la habitación, ambos mantenían una respiración forzosa, y como no, todo fue tan trágico en la vida de Simón, que su padre no se podía perdonar el no estar a su lado durante todo este tiempo.

- Perdóname hijo -Fred finalmente rompió en llanto-. No sabía el infierno que vivías, las mentiras que soportabas, los sucios secretos y los infames maltratos de esa mujer.

Simón se levantó y lo abrazó con fuerza.

- No papá, no te culpes, por favor.

Permanecieron así, durante un rato, restableciendo así su débil vínculo padre e hijo.

Cuando el llanto del infante azotó los cimientos de la casa, ambos se miraron el uno al otro, recuperaron la compostura, limpiaron sus lágrimas y salieron de la oficina rápidamente para atender el llamado de la paternidad.

*

Nota: espero que no se confundan con la pronunciación. «Laurellus» se pronuncia «Laurelus», o sea, como si tuviera una sola ele.

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