III

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Junio 09, 2000

Pasaron algunos días desde la llegada de Simón a casa de sus padres. Para él, nada más era importante en ese momento, nada tenía más relevancia, nada más le hacía sonreír, que tener a su hijo en sus brazos, sentir su pequeña respiración, observarlo era su mayor afición, y para él lo hacía sentir como el hombre más afortunado del planeta.

— Sim, ¿fuiste a comprarle todo lo necesario? —se refirió Fred al bebé, que entró a la cocina junto a Roy.

— Aún no papá, pero lo haré —Simón se encontraba alimentando con el biberón a su hijo mientras caminaba de un lado a otro.

— Se está acabando la fórmula de alimento y los pañales que los vecinos nos dieron amablemente —Roy sonó preocupado.

El tono y la postura de sus padres lo llenó de inseguridad de padre primerizo. Así que decidió entregarle el bebé a Roy para poder ir a comprar los implementos que requería su hijo, para su suerte, sabe conducir y su padre Fred le prestó su automóvil.

Simón se sintió completamente desacostumbrado durante las compras, y cómo no, no era usual para él comprar alimento especial para recién nacidos, ropa de bebé, pañales y demás productos indispensables para criar a su hijo. En algunas ocasiones tuvo que preguntar a la dependienta de la tienda y pedir consejos a alguna madre que se encontraba en la calle.

Se sentía asustado, muy nervioso, pensaba en muchas cosas y a la vez en nada, la paternidad supone muchos desafíos y, aunque se sintiera frustrado en algunos casos, se enfrentaría a cualquier cosa que se le cruce, realizaría cualquier acción por el bienestar de su hijo.

Al volver a casa con lo necesario, dejó todo en el mesa del comedor y rápidamente corrió hacia la habitación de sus padres, allí se encontraban estos arrullando a su nieto, que descansaba en el regazo de Fred, mientras Roy se hallaba recostado a su lado.

Simón se sintió lleno de regocijo al ver la amorosa escena que observaba. El amor es muy metamorfo, viene y va, en muchas y distintas formas, y él presenciaba en ese momento dos formas de amor bastante hermosas. El amor entre dos personas que se entienden, cuidan y velan el uno al otro –de una forma romántica– y el amor entre un abuelo y su nieto.

Junio 28, 2000

El truco estaba siendo dominado poco a poco, Simón ya sabía cómo cambiar pañales, bañar delicadamente a su hijo, la cantidad de alimento que necesitaba y la forma de calmarlo si lloraba descontralamente si no se sentía con hambre o si estaba hecho.

Se solía recostar con él, viéndose cara a cara, mientras le colocaba sinfonías de músicos clásicos, la música parecía calmarlo demasiado.

Cuando su hijo se durmió completamente, Simón se levantó de la cama, colocó almohadas a sus lados por seguridad y abandonó la habitación para dirigirse a hablar con sus padres, los cuales se encontraban en la cocina.

— Papá, Roy, necesito hablar con ustedes —se sentó con ellos en la mesa.

— De acuerdo hijo, ¿qué sucede?

— He pensado y —suspiró profundamente—, creo que es hora de conseguirme un lugar propio para poder criar a mi hijo.

La pareja se miró el uno al otro, con una mirada que reflejaba cierta tristeza.

— Pero, ¿por qué te quieres ir, Sim? —balbuceó Roy.

— No quiero ser una molestia chicos, y ustedes necesitan su intimidad, además, me han ayudado mucho estas semanas con Laurellus, y les agradezco —prosiguió al ver que no decían nada—. Pero debo y quiero rehacer mi vida, junto a mi hijo.

Luego de tomar una bocanada de aire, Fred habló.

— Te entiendo hijo, estás en todo tu derecho de hacerlo y te apoyo.

— Por supuesto, sabemos que lo que decidas hacer, estaremos para ti —concluyó Roy.

Simón sonrió y abrazó a sus padres fuertemente, después de unos segundos de separarse, Fred volvió a hablar.

— Sin embargo, tenemos una condición antes de irte.

— ¿De qué se trata?

— Vivirás en un apartamento a unas cuantas cuadras de aquí que compramos hace unos días.

La sonrisa de Simón se desvaneció lentamente, permaneció en silencio durante un rato, mientras sus padres continuaban expectantes.

— Chicos, lo aprecio mucho... pero no puedo aceptarlo.

Roy miró a Fred afligido, pero el segundo se expresó de una manera distinta.

— Debes aceptar lo quieras o no, no puedo permitir que mi hijo y mi nieto vivan en una pocilga.

— Papá, yo...

— Déjame hacer esto por ti, Sim, he estado muy ausente en tu vida y quiero ayudarlos de alguna manera —expresó Fred.

Simón, con la cabeza fría, aceptó la oferta de su padre, el cual se encontró gozoso de saber que su hijo y nieto estarían cómodos, por los momentos.

A la mañana siguiente se decidió que era el momento perfecto para comenzar la mudanza, no le tomó mucho tiempo empacar lo suyo y lo de su hijo, y se encontraba listo para partir. Fred y Roy ayudaron con el equipaje y lo guardaron en la cajuela del auto, se subieron y Fred aceleró para dirigirse al apartamento.

— Oigan, por cierto, ¿por qué compraron un apartamento? —preguntó Simón, confundido.

La pareja soltó una pequeña risa, Fred lo miró por el espejo retrovisor y Simón sacó a relucir su primera deducción.

— Ustedes me iban a echar de todas formas, ¿no es así? —espetó sobresaltado.

— Vamos Sim, «echar» es una palabra muy fuerte —Roy rió cubriendo su boca—. Sólo era para estar preparados, sabíamos que no querrías quedarte por mucho tiempo, aunque no imaginamos que te irías tan pronto.

Simón refunfuñó, mientras sus padres aún seguían riendo, fue una trampa después de todo.

De inmediato, sus ojos se posaron sobre su hijo. Su retoño no hacía más que dormir. A veces abría sus ojitos, solo un poco, como si quisiera verificar que todo estuviera en orden, para volver a cerrarlos y continuar en los brazos de morfeo.

No les tomó mucho tiempo llegar, en automóvil la distancia entre ambas viviendas no era tan larga, unos treinta minutos aproximadamente, podría tomar el doble de tiempo en caminata.

Se trataba de un pequeño complejo de tres pisos, los primeros dos con departamentos a ambos lados y en el tercero se hallaba un penthouse minimalista, el cual ahora era propiedad de Simón.

— No puedo creer que hayas comprado el penthouse, papá —Simón rodó los ojos.

— Ya te dije que quiero lo mejor para ustedes.

Al llegar al penthouse, resultaba bastante más acojedora que la pútrida casa donde vivía anteriormente Simón, y él se dio cuenta de ello con solo dar unos pasos.

— ¡La amoblaste también! —Simón se dio vuelta sobre sí mismo para admirarlo todo—. ¿Cómo no me enteré de esto?

— Si antes resultabas ser bastante distraído, ahora con tu pequeño, que no le quitas los ojos de encima, ya no te das cuenta de nada —Fred esbozó una media sonrisa.

— No sé qué decir —Simón se hallaba contemplando el lugar.

—Esperamos que te guste, yo elegí los muebles —Roy se acostó en un gran sofá blanco.

— Te luciste Roy, gracias.

La decoración y el espacio designado para cada cosa resultaba agradable a la vista. Roy tenía buen gusto, le fascinaba el interiorismo y fue algo en lo que se especializó. Colores tan sutiles como el blanco y el negro, polos opuestos muy atractivos, permitían una gran impresión de elegancia en cualquier aspecto.

— Bueno Roy, creo que es hora de que nos vayamos, Sim se tiene que instalar en su nuevo hogar.

— De nuevo, gracias por todo —Simón se acercó a sus padres y los abrazó.

El lazo que une a un padre y su hijo, debería ser uno especial, uno inquebrantable, un lazo resistente a todas las adversidades que presenta la vida, y así se sentían Fred y Simón, como uno solo, no se veían con ojos de simple afecto, sino con ojos llenos de adoración.

A Simón le reconfortó la llegada de Roy a la vida de su padre, atesoró el momento en que se conocieron y que decidieron lo mejor para el otro.

El ayudarse mutuamente siempre fue primordial en la relación de Fred y Roy, y es que después del fallecimiento de su esposa, Fred se sintió devastado por mucho tiempo y, la aparición de Roy y su incansable motivación por verlo sonreír, construyó un templo en donde habitan los corazones de ambos.

Empezó siendo una gran amistad como cualquier otra, se reunían en grupo a beber alcohol, salían a pasear a un pequeño Simón y siempre trabajaban en proyectos que los hacía entretener y mantener la mente de Fred ocupada, uno que siempre habían querido realizar era el de una florería, pero necesitaban mucho para planearlo todo.

Con el tiempo, Fred se volvió adicto a la compañía de Roy, y no para apoyarse y apartar el despecho que dejó su esposa, sino que se volvió adicto a que cuando estaba junto a él, se sentía feliz, se sentía lúcido y se sentía lleno de vida.

La relación de amistad entre ambos fue cambiando a una más íntima, un joven Simón se percataba de estos cambios, pero, si su padre había recuperado la sonrisa por ese señor, lo aceptaba y lo quería también.

La pareja abandonó el apartamento y se puso en marcha de nuevo a su hogar. Simón decidió que en ese momento comenzaba un nuevo ciclo en su vida, lleno de responsabilidades y de deberes que debía cumplir, pero el hecho de que lo haría junto a su hijo, le subía la fuerza de voluntad.

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