IV

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La vida cambia cuando menos te lo esperas; puede dar un pequeño giro en donde te ves con la necesidad de lidiar con problemas para fortalecerte, o bien, puede cambiar por completo y desorientarte al extremo, enfrentando situaciones a las que no estabas listo.

A Simón no le convencía la idea del penthouse al principio, pero luego de semanas viviendo allí, se encontraba más que cómodo y se logró acostumbrar.

Constantemente recibía llamadas de su padre para verificar que todo estuviera en orden y, siempre positivo, Sim le decía que no había nada de lo qué preocuparse.

Ir de compras era lo más complicado, siempre dudaba adónde dirigirse para comprar lo necesario y que su hijo tuviera todo lo mejor, y llevarlo con un portabebés hacía la experiencia más agotadora para él. Lo bueno era que al estar apegado a su padre la mayor parte del tiempo, evitaba en medida los llantos incontrolables.

Al regresar con las bolsas de las compras, usualmente se topaba con un inquilino que habitaba la vivienda 1A, este se encontraba saliendo o llegando de su casa y, como siempre veía a Simón cargando bolsas pesadas de las compras, se ofrecía a ayudarlo, pero Sim lo evitaba asegurando de que lo tenía todo bajo control y no necesitaba ayuda, el inquilino no seguía insistiendo y simplemente seguía en lo suyo.

En una ocasión, al pasar por el segundo piso, en la vivienda 2B notó a una señora de aparente avanzada edad, asomada por la rendija de la puerta.

Cuando Simón trató de acercarse y hablarle, la señora cerró de un portazo rápidamente, le pareció algo muy extraño y pensó que no debía volver a molestarla.

Lo cierto es que esos eran sus únicos vecinos, y para Simón, uno era fastidioso y otro era una completa vieja extraña.

Agosto 10, 2000

Simón abrió los ojos como platos al escuchar a su hijo llorar en la madrugada. El reloj marcaba las tres y cuarto, y tomando fuerza de voluntad, se levantó de la cama y tomó al niño de la cuna para comenzar a mecerlo.

El padre trataba de hacer que se tranquilizara; hablándole con voz dulce, paseándolo por la casa, ni siquiera la música clásica lo calmaba, era un fenómeno que lo desconcertaba.

De un momento a otro, mentalmente se dio a sí mismo una palmada facial, no le tomó mucho tiempo darse cuenta de que quizá lo que tenía era hambre, lo cual le extrañó un poco, ya que no había pasado mucho tiempo desde que lo alimentó.

Al darle nuevamente fórmula para bebés en su biberón y acabárselo todo, el niño comenzó a emitir balbuceos bajos y, para evitar futuras situaciones parecidas, le dio un poco más y se encargó de tener siempre preparada un poco de fórmula extra.

Luego de eso Simón llevó de vuelta a su hijo a la habitación, lo acostó y lo observó quedarse dormido lentamente. Miró el reloj una vez más, daban las cuatro y media, a lo que este decidió volver a recostarse y esperaba que su hijo lo dejara dormir unas horas más.

Su teléfono celular emitió varios timbres a la vez. Abrió los ojos y notó que la luz del sol ya atravesaba la ventana. Tomó su teléfono y vio que le habían llegado varios mensajes de texto; de parientes con los que ni siquiera mantenía contacto, pero todos decían lo mismo: le deseaban un feliz cumpleaños.

El joven no contestó ninguno y solo guardó su celular en el cajón de la mesa de noche, bostezó y volvió a recostarse, con la vista hacia su hijo.

El niño comenzaba a mover sus brazos y piernas, emitía algunos sonidos como si ya quisiera comunicarse con su padre. Esto le reconfortó el corazón, era su primer cumpleaños de tantos que pasaría con su hijo, y agradecía cada segundo que lo tenía junto a él.

De repente, el celular volvió a sonar una vez más, puso los ojos en blanco y revisó de quién se trataba, al ver la pantalla, contestó.

— ¿Aló?

Happy birthday son, how are you today? —era su padre.

Resulta que Fred y Simón tienen una tradición en la que, en cada cumpleaños de alguno de los dos, hablan en inglés entre sí, debido a que fue el primer idioma que Fred le enseñó a su hijo al nacer.

— Oh, hi Dad, thank you so much —rió en voz baja.

Roy's not here, but he's excited about today.

— What do you mean?

He's gonna buy you a cake, don't tell him that I revealed the surprise.

— Sounds great Dad, but I don't know if I want to celebrate my birthday.

Don't be silly, this is gonna be a very special birthday for you, your son is gonna be with us by now and on.

En ese momento, el bebé despertó del todo y comenzó a llorar.

— Okay Dad, fine, I gotta hang out, I'll see you here! —colgó la llamada y lanzó su celular de vuelta al cajón.

Mientras trataba de calmar al pequeño, pensó en que su padre tenía razón, ese iba a ser el primer cumpleaños que pasaría junto a su hijo, y él lo sabía.

A Simón no le gustaban mucho las reuniones con grandes cantidades de personas, y de pequeño su cumpleaños siempre lo incomodaba por la misma razón, hasta que decidió no celebrarlo más y evitar decirle a las personas que le preguntaban cuándo sería.

El día transcurrió normal y, para horas de la tarde, sus padres llegaron junto a un gran pastel. La mayoría de la atención no fue hacia el cumpleañero sino al hijo de este, al cual mimaban de muchas maneras, parecía que el cumpleaños fuera de él.

Diciembre 24, 2000

Lo que fácil llega, fácil se va, pero eso no quiere decir que la despedida también deba ser sencilla.

Mientras miles de familias celebraban la Navidad, Simón se encontró decaído todo el mes. Es como si al pisar el primero de diciembre, un agujero sin fecha de exterminio se abriera en su corazón, en su alma, y absorbiera su júbilo y alegría.

Durante todo el mes, se sentía vacío, sin propósito y sin ganas de sonreír, por suerte, ahora tenía a su hijo, ese el que iluminó su vida desde su llegada, el que al ver sus ojitos notaba como un cosquilleo en su alma se hacía presente y sentía la necesidad de protegerlo a toda costa de todo lo que el mundo le pueda echar.

Simón se acercó a su armario, de una caja que aún no había abierto desde su mudanza, sacó una fotografía de una mujer, con una fecha en el reverso '25-12-77' y una cruz a un lado.

Colocó la fotografía sobre el mesón de la cocina, arrecostada de la pared, cogió una vela de uno de los cajones y la encendió con un fósforo.

Cerró sus ojos y sólo se quedó ahí de pie, frente a la foto. Sentía cómo querían salir las lágrimas de su ser, pero apretaba los párpados con fuerza para que eso no sucediera. Se sentía cansado de aún llorar por la muerte de su madre y no dejarla descansar en paz, culpándose a sí mismo por su deceso.

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