XXXV

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Y es que no tuvo que ser así, pero la oscuridad puede devorar planetas enteros, y la vida de Ellus, tan insignificante, no era la excepción.

Al despertar, Ellus se encontraba intranquilo por alguna razón, ansioso, sudaba frío y sus manos temblaban frágilmente. La mente le divagaba, la habitación parecía ser mucho más pequeña, casi diminuta, no podía ver más allá de la cama, de sus pies. No podía mover ninguna extremidad. Sus ojos saltaban de una esquina a otra frenéticamente y su respiración se aceleraba cada vez más. Y aunque quería hablar, no pudo, intentó gritar, pero solo se desgastó más de lo que ya estaba.

A cada rincón que posaba su mirada, veía sombras, de todos los tamaños y formas, juzgándolo, señalándolo y sintiendo asco. Las sombras se hacían cada vez más grandes, pero intentó no centrarse en ellas. De la ventana, se mostraron siluetas, y de una de ellas, apareció Salvador.

Estaba justo ahí, de pie, observando al pequeño e inquieto castaño. Lo llamó, varias veces, con una voz que se perdía en el abismo, para que fuera a jugar con él y aunque Ellus quería, no pudo hacerlo, no pudo seguirlo. Salvador se mostró triste y cayó al suelo enseguida, se transformó en un charco negro, del cual, emergió una mano grande, tan grande como un guante de boxeo, una que Ellus reconoció de inmediato, porque sentía cómo la mano lo sujetaba. Era el mismo hombre, aquel que marchitó las flores del jardín de Ellus.

Ahora podía moverse, con total libertad. Buscó a Salvador desesperado pero ya no estaba allí, solo su esencia permaneció, y se adhirió de alguna forma a Ellus, una en la que podía sentir cómo respiraba aunque no estuviera ahí, podía sentir que lo miraba aunque no era así, y esto solo hizo que Ellus se agitara más.

El hombre emergió por completo del charco negro, y sonrió, y Ellus pudo apreciar cómo la felicidad del mundo se desvanecía, cómo el respirar perdía sentido y hasta a la esperanza perdiendo la guerra.

Se levantó de la cama y comenzó a buscar el picaporte de la puerta, pero no estaba ahí, ni siquiera se hallaba la puerta, el cuarto solo eran paredes infinitas. El hombre comenzó a dar pequeños e insonoros pasos, que hasta pondrían a temblar la torre más alta. Ellus, exhausto de estar en ese lugar, se echó en cama, y se arrinconó lo más que pudo, dejándose abrazar por la pared.

El hombre se sentó y le tapó los ojos a la almohada, y el pequeño Ellus preguntó repetidas veces quién era, quién le había dejado ciego, quién no le permitía volver a ver el sol, sin obtener respuestas. Lentamente, el hombre bajaba su pantalón, y Ellus comenzó a gritar, que se detuviera, que parara, que por qué él.

El hombre apartó la mano del pequeño Ellus y este, con la mirada perdida, mantenía una tétrica sonrisa sin vida. Ambos miraron hacia un lado del cuerpo y desaparecieron, dejando a Ellus aún gritando.

¿Qué significó todo eso?

No lo sé, supongo que ya perdí la cabeza.

¿Estás seguro?

No.

Roy entró a la habitación y calmó a Ellus de inmediato, el cual abrió los ojos, rojos e hinchados, y observó cada esquina de la habitación, para confirmar que no había nadie que quisiera hacerle daño.

- Ellus, cálmate, por favor.

- No -rompió en llanto-, no otra vez.

- Otra vez con las pesadillas, ¿verdad?

Asintió con la cabeza.

- ¿Ahora sí me contarás qué te pone así de malo?

Ellus talló sus ojos y negó con la cabeza repetidas veces.

- Da igual si me dices o no, solo quiero que estés bien.

Roy le dio un beso en el cabello y se dirigió a la puerta, para desearle buenas noches antes de salir de la habitación.

Ellus se puso de pie y observó a través de su ventana la oscuridad de la noche, iluminada por los autos y postes de luz de la avenida. A cinco pies de altura, se encontraba la calle, y era como si nada importara. La vida continúa después de una tragedia, los autos andan y los animales cazan. La playa sigue su oleaje y las estrellas muertas aún embellecen el cielo nocturno.

El chico en su imaginación, ya había saltado de esa ventana, ya visualizaba su cuerpo en el pavimento en un pozo escarlata con sus visceras desparramadas en el pavimento. A veces, se impulsaba hacia adelante y quedaba con la nariz suspendida en dirección al suelo, y cerraba sus ojos. Sentía la brisa como golpes en la cara, escuchaba las cornetas de los automóviles y se imaginaba su ambulancia llegando.

Y ahora, a un lado de su cuerpo inerte, imaginó a Salvador. Abrió sus ojos de repente y solo miró hacia abajo. Veía a Salvador, llorando, aún como niño porque no sabía cómo se veía ahora. Se lo preguntó, ¿tendrá granos, tendrá bigote de puberto, continuará siendo tan infantil?

Y sonreía, y aunque no podía verse a sí mismo, sentía cómo sus ojos brillaban, como linternas en un cuarto oscuro, como explosiones en el vacío cósmico.

Mientras le buscaba el sentido a estar vivo, imaginó a Salvador, que lo salvaba, porque se imaginó abriendo los ojos y apartando la sangre de su rostro, para volver a reír junto a su amigo.

Se apartó de la ventana y se sentó en el suelo. Sacudió su cabeza para tratar de borrar esas ideas de su mente, no pretendía pensar en nada de eso, se preguntaba, ¿por qué debía hacerlo?

Se dijo que ya no volvería a sentir empatía por nadie, se lo había prometido, porque las personas solo saben herir, olvidan, dejan de luchar y cometen errores que saben que no pueden reparar.

¿Y tú, Ellus? Claro, él no veía sus errores, no los aceptaba. No se autoevaluaba y por eso no se sentía en paz. Tal vez eras inconsciente de lo que causabas, pero no te preocupes, siempre hay algo, o alguien, que te guía y te ayuda a salir del túnel.

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