XXXVI

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Agosto 06, 2015


Ellus no había vuelto a salir de su casa desde la pesadilla y se había dedicado a leer enciclopedias viejas que ya tenía guardadas. Mientras buscaba otro ejemplar de la historia del arte, en uno de los cajones del armario, encontró una hoja de papel, la cual, al verla mejor, se dio cuenta que era el poema que le escribió Salvador hace ya muchos años.

Lo tenía entre sus manos y lo observaba, sin mostrar ninguna emoción, en realidad no sabía qué sentir al respecto, y simplemente la devolvió al sitio de donde la sacó.

Continuó el día leyendo, dando vueltas en el departamento, comiendo y volviendo a leer. En un momento, Henry llamó a Ellus desde su ventana, y este se asomó para ver qué quería.

— Oye, llevas mucho tiempo sin salir de tu casa.

— No he tenido ganas.

— ¿Estás enfermo o algo así?

Y por algún motivo, inesperadamente, la palabra "enfermo" retumbó sus oídos. Miró a su vecino con cara de pocos amigos y cerró la ventana de golpe, se alejó de la misma y se fue directo a la cama. No sabía porqué había hecho eso, pero no dejaba de sentir repulsión hacia esa palabra.

Esa noche, Roy notó que los trastes sucios estaban sobre la cocina, no había limpiado el baño como le había pedido a Ellus y los libros estaban desordenados por toda la casa. El mayor sentía que vivía con un infante malcriado. Entró al cuarto del menor y lo despertó de golpe.

— ¿¡Qué no puedes contribuir en la casa en la que vives!? —gritó para que se asegurara de que lo escuchara.

— ¡Déjame en paz! —soltó somnoliento.

— ¡Cada vez que desobedezcas te despertaré, y te vas a limpiar todo!

— ¡Yo no te tengo que obedecer! —se levantó de golpe.

Roy lo miró estupefacto y gruñó involuntariamente.

— ¡Agradece que te soporto solo porque quiero a tu abuelo!

Ellus enseguida apretó los dientes.

— ¡Yo ni siquiera te soporto!

Y ambos permanecieron callados, se dijeron cosas que sobraban, que solo dijeron por el enojo del momento...

¿o no?

Agosto 16, 2015

Un día, tocan la puerta del departamento, Ellus abandona la lectura y se dirige a abrir. En ese momento, no lo podía creer, no lo quería creer, ni entendía la razón de su presencia en la puerta de su casa.

— ¿Qué haces tú aquí? —trató de ocultar todo sentimiento que no fuera de molestia—. ¿Cómo supiste dónde vivo?

En realidad Henry me pidió venir a su casa pero insistió en que tú necesitas mi ayuda.

— Yo no necesito la ayuda de nadie, no me pasa nada.

Como sea.

Vitalis estaba a punto de irse cuando se detuvo en seco y se giró para quedar de nuevo frente a Ellus.

¿Podrías... acompañarme?

— ¿A dónde? —puso los ojos en blanco, acto que Vitalis repitió.

Sabes qué, olvídalo.

Ellus se sorprendió al ver que no obtuvo respuesta positiva de Vitalis. Se supone que siempre había sido así y las pocas personas que había tratado soportaban su manera de ser, pero él no, y esto sacó un poco de quicio a Ellus, el cual persiguió a Vitalis solo para fastidiarlo, o así quería pensar.

— Muy bien, te acompañaré, pero que sea rápido —bufó.

Vitalis sonrió para sí mismo y ambos salieron del edificio. Mientras se alejaban del mismo, el rubio pidió detenerse en una estación de servicio y se sentaron a un costado de la tienda.

— ¿Me sacaste de mi casa para sentarnos aquí? —dijo con evidente enfado.

¿Te gusta el olor a gasolina?

Ellus arrugó el rostro lo más que pudo. Vitalis en cambio, no dejaba de ver al cielo y sonreír. Ellus cerró sus ojos e inhaló el olor a gasolina que, curiosamente, sí le agradaba.

— Sí, me gusta, pero, ¿a qué viene eso?

Me parece que es un aroma incomprendido.

— ¿A qué te refieres?

Te pareció extraño que te preguntara si te gusta o no... ahí lo tienes.

Ellus no supo qué contestar y simplemente observó detenidamente al rubio. Mostraba, como siempre, un aspecto melancólico, casi deprimido, que cubría con sus sonrisas y buenos modales.

Vitalis suspiró, se puso de pie y continuó su andanza con Ellus a su lado. Caminaron en silencio, cada vez que Ellus buscaba hablar, el rubio posicionaba su dedo índice en los labios. Estuvieron varios minutos hasta que llegaron al museo.

Entraron al mismo y se dirigieron hacia el jardín trasero. Era bastante grande, tenía incluso una pequeña caída de agua. Con flores de muchos colores y pequeñas aves que pasaban de visita por el gran techo descubierto.

— Es bastante precioso, nunca había entrado al jardín.

Casi nadie lo hace.

Estuvieron unos segundos en silencio y Vitalis continuó hablando.

¿Qué piensas de las flores?

— Son bonitas —solo se le ocurrió decir.

¿Y más allá de eso?

— No puedo ver las flores más allá de lo estético.

Qué pena.

— Pues, ¿qué piensas tú de las flores? —alzó una ceja.

Vitalis caminó hasta un costado del muro donde reposaba un conjunto de flores blancas y pequeñas, y sostuvo una por el tallo, para continuar hablando mientras la veía.

Pienso que cada flor alberga el alma de alguien, nace con ella.

— No entiendo —Ellus se sentó en una corniza que sobresalía de la pared mientras escuchaba.

Piénsalo así: cuando alguien muere, una flor nace y con ella el alma de la persona. Aún permanece en este mundo, puede sentir, se puede alimentar, pero esta vez, la vida pasa mucho más rápido, y no se pregunta por qué, solo lo acepta. Es como si la vida de la flor fuera como un autobús, que lo lleva a la divinidad. Cada ave que baja y se alimenta de la flor, cada mariposa que se posa en ella, son ángeles, dándole la bienvenida al nuevo mundo que le espera, a la gracia eterna y el gozo sin fin. Y cuando la flor se marchita o incluso si alguien la pisa o la arranca de su tallo, el alma se libera, en otras palabras, el autobús llega a su destino, recibido por San Pedro.

— Vitalis... —Ellus talló sus ojos ya que estaban húmedos por alguna razón—. Vaya, es que no tengo palabras.

El rubio se acercó a Ellus y le alborotó el cabello.

Creí que eras alguien listo.

Vitalis rió y Ellus ni siquiera había escuchado lo que le dijo, pero rió con él. Enseguida, el mayor salió del jardín con Ellus detrás, y esta vez con paso rápido.

Continuaron caminando hasta llegar a un parque que conectaba con un pequeño grupo de árboles los cuales eran la entrada a un extenso campo de helechos. Ellus observó el horizonte maravillado, con el sol declarando su tumba detrás de unas colinas. Vitalis se dio cuenta de esto y le despeinó el cabello, algo así como una caricia en la cabeza, mientras mantenía los ojos en el firmamento.

Minutos después, Vitalis llamó la atención de Ellus una vez más.

¿Qué opinas de los atardeceres?

— La gente los sobrevalora mucho, es un proceso de la naturaleza que ocurre todos los días, no es algo tan especial —alzó los hombros.

Ante esta respuesta, el joven se mostró serio y se alejó del castaño, hacia el sol, hacia donde pretendía reposar la gran bola de fuego, y Ellus no entendía el por qué.

— ¡Oye!, ¿adónde vas?

Como si Vitalis fuera a gritarle sus intenciones.

Así que corrió tras él para tratar de alcanzarlo. Notó cómo Vitalis cayó de rodillas y se apresuró aún más, cuando lo alcanzó, se sentó junto a él.

— Oye, ¿qué te sucede?

Vitalis alzó la mirada y estuvieron observándose por unos segundos.

¿Es posible... alcanzar la felicidad?

Ellus no entendía qué ocurría, así que solo le siguió la corriente para descubrirlo.

— Quizá la felicidad no existe.

¿Eso crees?

— No lo sé, la verdad.

¿Has sido feliz genuinamente alguna vez?

— No lo recuerdo, pero no creo.

El sonido del viento decidió acompañarlos mientras no decían nada, y los ojos de Vitalis se humedecían cada vez más.

— Vitalis, ¿entonces es cierto? —este arrugó la cara para señalar que no entendía—. ¿Es cierto que sonríes para ahogar tu inevitable llanto?

Ambos recordaron la pequeña charla que tuvieron aquella noche.

¿Y tú? ¿Qué escondes tras esas palabras bonitas y tu intelectualidad forzada?

— Solo... soy inteligente, qué puedo decir —sonrió, dudando en si hacerlo o no. Vitalis suspiró de golpe.

Creo que es hora de que nos vayamos.

— ¡No, no! —evitó que Vitalis se pusiera de pie—. No quiero ir a mi casa.

Ni yo, pero técnicamente yo soy responsable por ti, así que debo llevarte a casa.

Ellus limpió su rostro con fastidio y ayudó a Vitalis a levantarse para irse de nuevo a casa.

En el camino, no supo qué fue lo que sintió durante todo el tiempo que estuvo con el rubio, pero sí sabía que sintió algo, agradable, pero que no podía expresar de ninguna forma.

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