1. Fantasma de una tormenta.

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Mitch.

Un día fuimos melodía y letra unidas en la canción perfecta, la favorita, la que todos quieren escuchar. Y no dudo que podamos serlo otra vez, juntos.

Éramos una canción de vida, con victorias y derrotas, en busca de libertad.

Y sé que me lancé a retos casi imposibles cuando incluso yo dudaba de poder alcanzarlos. Sin embargo, ella seguirá siendo mi aventura predilecta.

Pero ahora suelo estar siempre en la otra cara de la moneda; de algún modo, eso me deja demasiado lejos de Crystal.

────────✧♬✧♬✧────────

El sonido de la puerta al ser abierta anunció su llegada; los cabellos dorados como un halo de luz alrededor de aquel rostro sonriente iluminaron el espacio del salón de música de mi instituto.

Sigue siendo un misterio para mí su desbordante capacidad para llenar de alegría cada rincón inundado por su presencia.

―¿Cómo lograste entrar?

Una voz ronca se apresuró a responder por ella; continuaba sonriendo cuando arrastró una silla para ubicarse a mi lado.

―Yo la traje hasta aquí. ―Fueron las breves palabras del profesor Greg antes de volver a cruzar la puerta llevando su maletín.

Era demasiado impredecible como para saber qué haría a continuación. No supuse que lo hiciera, pero debí haberlo pensado.

De repente, sus labios estaban en los míos y yo la miraba con los ojos demasiado abiertos. Susurré su nombre, aunque no entendió que debía parar, así que también la besé. Me gustaba mucho besarla, era encontrar otra parte de mí mezclada con su esencia; la mezcla perfecta.

―Tengo algo nuevo. ―Sus ojos soñadores me regalaron un guiño.

Dejé en el suelo la guitarra del profesor -con la que practicaba en la escuela- esperando que Crys terminara de rebuscar algo en su mochila.

Fue mucho mejor la mezcla de nosotros que escuché en el audio reproducido en su móvil; era solo su voz, con desatinos y subidas de tono, sin melodía de fondo, pero envuelta en una letra única. Como ella.

Yo, ya sabía que eras tímido, que no querías hablar. Y no sé por qué pensé que podía ser diferente.

Tú, sí que has sido testigo de mi total desastre. Y aunque no lo intentaste comenzaste a cambiar.

Solo quería, soñaba y pedía encontrar en tu vida mi otra mitad.

Yo, quería ser ingenua pero me ganaba la espontaneidad. Siempre pudo más.

Tú, fingías ser rebelde aunque no había maldad en tus ojos. No quieras ser otro.

Simplemente, atrévete a ser mi otra mitad.

Crys dejó de revisar cada cosa del lugar cuando el audio terminó, y vino hasta mí mostrándose un tanto nerviosa. Aunque ella no solía sentirse así a menudo.

―¿Qué te parece? Creo que cambia mucho el ritmo... no sé.

―Me gusta. Solo que eso del desastre... ―Negué con una mueca de desagrado―. Debemos cambiarlo.

―Pero es cierto, Mitchi. Aunque odie los desastres que dejas por doquier, sé que yo soy uno.

Me levanté y la abracé por la cintura, un grito se le escapó e intenté sisear entre risas para que nadie escuchara.

―No repitas eso o te haré cosquillas. ―Sus carcajadas subieron de volumen con mis dedos moviéndose por su cintura―. Jamás serás un desastre, princesita. La basura no escribe canciones tan hermosas como esa que has hecho.

―Pero sí que soy tu otra mitad, ¿verdad?

Y allí estaban cara a cara: su locura y la poca razón que me había dejado; un infinito azul entre sus pestañas, un verde penetrante entre mis miedos. Pero todo desapareció, y éramos solo Crystal y Mitch...

―Imposible que no lo seas.

...un perfecto desastre, y su otra mitad.

────────✧♬✧♬✧────────

Llegamos. Todo se aleja por un instante, volviendo a la realidad que he empezado a odiar.

Fred me auxilia en el trayecto desde el auto; a pesar de eso, cuesta llegar al interior de la casa usando estas molestas muletas. Cuesta sentirse de algún modo ajeno a la incomodidad viendo a mi padre de pie en medio del salón.

Su atención recae en mí desde su pose de autoridad, inquebrantable como siempre. Suelo ser yo quien se rompe un poco más cada vez.

Puedo notar el desprecio pintado en su rostro cuando repara en mi pierna inmovilizada.

—Tardarás en volver a jugar. —Me recorre una inmediata sensación de hastío; por las heridas, por el dolor, por él—. Ya debes comprender el riesgo que implica estar cerca de ella.

Ignoro la simulada decepción de sus palabras; si le interesa algo respecto a mí es el maldito fútbol, pero solo porque es todo lo opuesto a lo que me gusta, no porque realmente le enorgullezca que haga algo bien.

Supongo que he logrado librarme de eso al menos. Pero definitivamente no preguntará como me encuentro; ese detalle no entra en su lista de prioridades.

Una bofetada de rechazo otra vez contra mi mejilla destrozada, contra mi orgullo inexistente, contra mi alma hecha pedazos. No entiendo por qué me sigue afectando, debí haberme acostumbrado.

—Crystal no tiene culpa de nada —mascullo, intentando acercarme a las escaleras.

Aún no tengo idea de cómo llegaré hasta arriba, sólo quiero poner distancia entre nosotros. Mucha.

—Al parecer, siempre consiguen librarse ¿no? —Alcanzo a sentir el peso de su mirada acusadora, el filo de sus palabras malintencionadas, y lucho por ignorar todo eso que me daña; en silencio—. Mitch, ya lo dije una vez, no quiero que continúes viéndola. ¿Has escuchado?

Ya al pie de la escalera, giro la cabeza en su dirección, está tan calmado que ni siquiera parece cierto que este tema lo fastidie tanto.

Al contrario, yo no puedo mantenerme sereno por mucho más. Eso es lo que siempre ha esperado de mí, que explote ante sus provocaciones.

—¿No te basta con todo lo que les hiciste pasar? —Las heridas escuecen intensamente—. ¡Ya es suficiente!

Una risa tropieza con el veneno en sus labios, y agradezco sinceramente no tener ningún parecido con este hombre. Con mi padre.

Entonces, confirmo que para Tom no es suficiente ni lo será jamás.

Se cruza con Fred en la puerta que da al jardín, y este lo mira confundido. Pues no es muy común ver a Thomas Holder sonriendo; aunque, sin dudas, no lo hace porque yo ya me encuentre en casa después de estar varios días hospitalizado.

—Traje tu bolsa.

Levanta el pequeño maletín con mis cosas del hospital, sin dejar de ver por donde se fue mi padre.

—Justo a tiempo para ayudarme a subir las escaleras.

Zanjo la conversación y me enfrento al doloroso desafío, necesitando más que una mano amiga para recuperarme completamente.

La necesito, a ella. Y Tom debería ir sabiendo que él ni nadie cambiarán lo que nos une. Siquiera lo entienden.

────────✧♬✧♬✧────────

Hace días no puedo dormir, ni pensar, ni cantar. Necesito la calma que obtenía de Crystal y de sus momentos de locura; de sus ocurrencias y su falta de razón, cuando en bromas decía todo lo que está mal en el mundo. Ella es mi equilibrio, y el punto exacto en que pierdo el control. Capaz de hacerme sentir en las nubes y bajo tierra al mismo tiempo, pero ya noto que el inframundo me roba el aire, no logro respirar.

La tarde se evapora en un horizonte que no merece ser admirado por alguien tan decaído, como yo justo ahora. En realidad, deseo que ella esté aquí, viéndolo a mi lado; quizás, diciendo alguna estupidez que yo amaría, o queriendo cantar la primera línea que le venga a la mente cada vez que capte un rayo de Sol perdiéndose tras los edificios de la ciudad.

Puras instantáneas suyas me llegan a la cabeza al divisar el espectáculo exhibido por el atardecer. No puedo ver mucho antes de que los recuerdos me nublen la vista, con esas gotas saladas que se están acostumbrado a mí. Ya dejan rastros de sus frecuentes visitas, las bolsas hinchadas bajo los ojos no dan lugar a dudas.

Cada vez luce más natural el llanto, de ese que se confunde con la tristeza porque tiene más de tristeza que la propia esencia de la palabra.

Sentado en el mueble junto a la ventana de la habitación -en la que he permanecido desde regresar del hospital-, intento pensar en una solución viable, en una verdadera opción para Crystal; para nosotros. Pero, dos familias realmente enojadas, con padres orgullosos e hijos enamorados, no ofrecen muchas alternativas.

Sin sumar al asunto el maldito accidente que empeoró la situación y solo divaga entre nosotros como el fantasma del peor fragmento de nuestras vidas. Ahora tenemos escasas posibilidades de ganar la batalla, aunque al menos yo no voy a rendirme sin luchar.

Gina asoma su cabeza por la puerta entreabierta, tirando al suelo de golpe todo el templo de cavilaciones que me construía sobre la cabeza.

―Hola. ―Ignoro la falta de sus habituales comentarios chistosos―. Solo vengo a buscar la ropa sucia.

―Pasa. ―Me incomoda un poco que no se mueva de la puerta mientras habla, aunque no me esfuerzo en demostrarlo. Prefiero a la Gina alegre de todos los días; quizás también ella prefiera al Mitch en que me había convertido―. Sabes que no debes pedir permiso para entrar a mi cuarto ―bufo, perdiendo los ojos a través de la ventana, en lo que queda de la luz del día.

Aunque no la esté viendo, sé que pasa frente a mí, analizándome brevemente; como cuando me enfermaba de pequeño y ella se detenía a tomar mi temperatura con semblante preocupado.

Imagino esa misma expresión sobre mi anatomía en este momento, pero continúo absorto en lo que veo, con algún que otro pensamiento depresivo pasándome por la mente.

―¿Tampoco vas a cenar? ―Esta vez sí poso la mirada en ella.

Anda despacio con una cesta que lleva hasta el baño, regresando con algunas piezas y toallas que seguro lavará mañana.

Es costumbre suya contonearse y canturrear mientras hace las labores de la casa, deduzco que renunció a eso por mi tristeza. Esa es ella.

―Algo de leche estaría bien ―respondo con la voz casi apagada, volviendo mi falsa atención a la ventana.

Sinceramente, no quisiera comer o tomar nada, pero no debo castigar al cuerpo mientras el alma se recupera. Porque no sé cuando ocurrirá.

La mueca la delata, Gina no se conforma del todo; debería tener en cuenta que este horario de comida no correrá con la misma suerte que el almuerzo, aunque sea con algo tan ligero.

―Ya te la traigo.

Deja la cesta en el suelo del pasillo para volver y cerrar un poco la puerta.

Efectivamente, unos minutos más tarde, a juzgar por el sonido de los pasos, alguien se acerca. Pero, cuando la puerta se abre, no es Gina la que llega sosteniendo una bandeja con galletas y un vaso de leche en sus manos.

Su pelo negro perfectamente peinado y lo impecable de sus ropas hacen que yo luzca tan desagradable como un indigente que vaga por los suburbios de la ciudad.

―Jeremy, ¿qué haces aquí? ―Frunzo el ceño, con la mayor sorpresa que alcanzo a mostrar.

Él deja la bandeja sobre el desordenado escritorio al lado derecho de la puerta, mueve la silla de oficina más cerca de mí y se sienta.

―¿Qué se supone que estoy haciendo aquí? ―Cruza un pie por encima del otro, descansando su espalda en el respaldo de la silla―. ¿Eres idiota, o también te golpeaste la cabeza? ―No escatima en insultos e ironías.

Niego con la cabeza, liberando suspiros que me sobran.

―Lo siento, amigo. ―Agarro una de las muletas junto al sillón y, apoyándome en el pie izquierdo, logro levantarme. Unos escasos pasos -con la herida ardiendo en mi brazo intensamente- y ya estoy en la cama―. Había olvidado que traerías los apuntes.

―Exacto. ―Hace girar la silla, hasta quedar nuevamente cara a cara―. Pero he dejado mi mochila abajo, Gina me dio esa bandeja. ―Señala a la mesa―. Y supongo que sea tu cena ―su tono es descaradamente burlón, aunque me he acostumbrado a sus "bromitas piadosas".

―Igual, no tengo cabeza ahora para estudiar. ―Recostado en las suaves almohadas, no encuentro ningún tipo de comodidad. Suspiro―. ¿Me traes la bandeja?, por favor.

―Sí, su majestad. ―Hace lo que pido y se sienta en el suelo junto a la cama, comiendo una de las galletas de chocolate que Gina me prepara con tanto amor―. El tío Nick ya resolvió todo en la escuela para ti.

No lo miro; me concentro en la bandeja sobre mi regazo, dando un pequeñísimo mordisco a una galleta, con el estómago revuelto y casi ningún deseo de ingerir cualquier cosa.

―Sí, me comentó algo.

―Los profesores dijeron que te enviarían al correo lo que necesitas mientras estás aquí los próximos meses, y que te incorporarás después de año nuevo. Porque así como vas...

―¿Has sabido algo de Crystal?

La pregunta se había tardado en salir de mis labios. Quizá solo la retuve inconscientemente, y a la vez con toda intención.

Jeremy se incorpora, su expresión se torna seria antes de que comience a hablar. Sabe que esto es importante para mí, no se atrevería a bromear ahora.

―Más temprano en la tarde me tropecé con Anya cuando salía del gimnasio. ―Tose por lo bajo, mi impaciencia crece―. Solo pudo decir que ha llamado varias veces a Crystal, pero no quiere hablar con nadie.

―Vale ―susurro, llevándome las manos a la cabeza.

Solo yo soy consciente del torbellino que sacude mi mente enredada.

De la culpa, las dudas, el silencio.

De los besos, las miradas, las canciones.

Jeremy sigue lanzándome preguntas y dando respuestas que no he pedido, pero continúo sin decir nada. Eso provoca que la extrañe más; Crystal sabría cuando necesito silencio o risas escandalosas.

Por un momento, la presencia de mi amigo inunda el espacio de la habitación con la melancolía de los días alegres, confirmando la efectividad de las nubes grises sobre nuestra historia; esas que me niego a ver.

¿Tienen que ser más las miradas lastimeras y las visitas que no me apetecen para darme cuenta de que nada está bien?

Porque ya han pasado cerca de tres semanas desde la explosión que contaminó todo, y las aguas aún están turbias; aunque prefiero tener esperanzas. Entonces comprendo que la tormenta sigue alejándose, pero nada en mí obtiene calma.

Tenía que haber sido diferente, pero la vida nunca es lo suficientemente justa. Tampoco lo es el tiempo, cruel y devastador, que nos arrebata todo.

Es que no entiendo por qué la vida nos ha arrastrado hasta esta orilla, si aún recuerdo cuando la vi por primera vez. Cuando éramos dos niños indefensos que querían descubrir el mundo.

Tal vez lo hubiésemos pospuesto, de saber que nos quitaría tanto. Aunque, tratándose de Crystal, siempre elegiría el riesgo de perder antes de quedarse sin hacer nada.

Aprendí esa lección, siento no haberla aplicado lo suficiente como para llegar a salvarla.

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