10. Despedida

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El ser humano normalmente teme al fracaso, al hecho de fallar en lo que ha sido siempre una ilusión y desea con todas sus fuerzas poder realizar.

Mitch temía a seguir fallando en su mayor sueño, a no encontrar nada que le gustase tanto como la música. Le aterrorizaba la idea de seguir atado al balón de fútbol que tanto orgullo daba a su padre, pero solo lo alejaba más y más de lo que realmente quería ser.

Odiaba tener que fingir una sonrisa cuando su padre lo felicitaba entre dientes, y tener que callar cuando le decía lo que estaba haciendo mal; lo hacía todo mal, peor si Tom veía entre sus manos una guitarra en lugar del balón. Odiaba aún más el hecho tener que seguir cambiando el rumbo de su vida, ya que recién descubría lo cansado y aburrido del trabajo de su padre, ese que en unos años le tocaría asumir sin escapatoria.

El Hotel “Pink Star” -donde se encontraba justo entonces- le gustaba; también le agradaban el resto de los hoteles de su padre que conocía, pero solo para disfrutar de ellos. Aunque pensó que era un tanto egoísta, no se podía imaginar a sí mismo dirigiendo una tan grande cadena hotelera, con todos sus trabajadores y papeleo y cosas que no le interesaban en lo más mínimo.

Sentado en el borde de la piscina del hotel, con los pies metidos en el agua y la piel un poco expuesta a los rayos solares, daba una y otra vez vueltas sobre las palabras dichas por Tom al ver su cara de indiferencia tras el recorrido por todas las instalaciones del hotel.

—Mitch, debes convencerte, eso de la música es una tontería —aseguró, colocando una mano sobre el hombro del chico e intentando fijarse en su mirada, pero él la evadía—. No hay futuro para ti en otro sitio que no sea “Holder's Star”.

Mitch se sacudió para alejar su toque lo más que podía; como siempre, no emitió palabra alguna. El corazón le latía con fuerza bajo la piel, tanto que lo podía sentir retumbando en las sienes. Se odió al momento por hacerlo pero apretó la mandíbula, en un gesto similar al que su padre efectuaba con frecuencia. Fue un reflejo involuntario, un acto impulsado por la rabia, igual que el movimineto agitado de su pecho.

Un instante de furia tras las palabras de su padre, que eran solo ofensas, quería desequilibrar su razón. Pero él ya aprendía a crecer sin sostenerse de su mano; sin embargo, se contradecía a sí mismo deseando que este lo guiase. Solo que él jamás tendría el poder de elegir.

¿Por qué tenía que herirlo así? ¿Por qué con la música… su música?

—Además —prosiguió en su discurso, con desdén a cada nota de la imponente voz disfrazada de falsos intentos por llegar al interior de su hijo—, ni siquiera cantas bien. —Mitch tragó despacio todas las emociones que tenía atoradas—. Es preferible escuchar eso de alguien allegado, antes de que te hiera un desconocido sin tacto.

¿Acaso él tuvo tacto alguno? Ni siquiera pensó en cómo se sentiría Mitch.

Destrozado, así se sentía. Confundido incluso, porque sabía que en parte él tenía razón. No podía pretender vivir de la música, cuando estaba más que claro que su padre no lo apoyaba en absoluto. La decepción también lo abrazó fuerte, quería que Tom estuviese orgulloso de él, y solo lo animaba a fracasar.

Agitó el agua fría con los pies, provocando que salpicara por todas partes; su camiseta sin mangas y los pantalones cortos por la rodilla fueron víctimas de las gotas que salían desprendidas con cada furioso movimiento de las piernas.

No supo cuánto tiempo pasó entre sus pensamientos, hasta que unas manos tibias se posaron sobre sus ojos; unas manos que lo hicieron reaccionar, definitivamente.

—Estoy buscando a un actor famoso. —La voz pretendía ser áspera, pero él siempre reconocería ese timbre tan peculiar.

—¿Ah, sí? —respondió con desgano.

Ese día en particular no le apetecían ni siquiera las bromas de Crystal, las que lograban arrancarle tiernas sonrisas o carcajadas escandalosas.

Lo que menos necesitaba era más escándalo para terminar de hacer colapsar su cabeza, ni nada de ternura que le recordase la buena persona que solía ser. Porque, después de las palabras de Tom, ya no quería ser el chico bueno y encantador. Sentía deseos de mostrarle al mundo que había algo mal con él, como con todos; que no interviniesen en sus instantes de paz y lo dejaran librar solo sus guerras.

Pero nunca encontraba dentro de sí la fuerza necesaria para derrumbar su coraza anti-mundo. Y seguía perdido en una espiral de miedos, que Crystal quería borrar.

La chica quitó las manos de su rostro y caminó hasta quedar junto a él; su ceño fruncido daba a pensar que lo sabía: le pasaba algo a Mitch y se imaginaba qué.

—¿Qué pasó ahora con tu papá?

Mitch se encogió de hombros, ella no dejaba de mirarlo al tiempo que se sentaba también en el borde de la piscina con las piernas cruzadas.

—¿Qué haces aquí? —seguía concentardo en hacer chapotear el agua.

—Vine a ver a papá que… —Metió una mano en el agua para salpicar a Mitch, quien se volvió hacia ella con el rostro crispado—. ¡Hey!, yo pregunté primero. Sé que sucedió algo con el señor Thomas, siempre terminas así de apagado, y molesto.

Suspiró, pasando parte de la camiseta negra por el rostro mojado. La chica de las preguntas jamás dejaría de ser la chica de las preguntas.

—Este lugar es horrible. Nunca algo me había dado tantas ganas de odiarlo como este hotel.

—¿Es en serio, Mitch?, ¿no te gusta? —Una sonrisa confundida se pintó en sus finos labios—. Pero si crecimos corriendo por todo este sitio. Es de tu familia, no entiendo.

—Ya, que es muy lindo y muy costoso y a todos les encanta. —Le sostuvo la mirada al hablarle, como si de ese modo llegara a comprenderlo realmente—. Es de mi familia y será mío algún día, pero no lo quiero Crys. No quiero vivir para regalar la felicidad a otros, ignorando la forma de llegar a ser feliz yo.

Crystal desvió la mirada un tanto incómoda y dejó salir la respiración que contenía. No era muy fan de esos momentos en debía hablar para hacer sentir bien a alguien; pero, si ese alguien era Mitch, buscaba palabras de donde no quedaban.

—Vaya. Eso sonó un poco…

—¿Egoísta?

Quiso asentir, quiso decir que era precisamente eso, sin embargo, él necesitaba algo más que un movimiento de la cabeza o una oración que lo hiciera sentir más miserable.

—Tal vez, pero no es que tu padre no sea egoísta. Nunca pregunta qué es lo que piensas, ¿verdad? —Él asintió sin hablar—. Y tú tampoco se lo dices, Mitchi.

Mitch era consciente de eso, nunca se atrevía a hablar. ¿Y en qué punto lo dejaba el hecho de mantener su vida al margen de los demás?

Lo dejaba justo donde todos podían asomar las narices, dictar órdenes y remover sus cosas, y él continuaría en silencio.

—¿Sabes?, hemos soñado demasiadas cosas y aún somos muy jóvenes. —Sonrió con tristeza—. Sería bueno que algún día se hagan realidad.

—No seas ilusa, Crystal. —Su expresión se volvía más severa; no querer asumir las verdades lo convertía en un arma contra sí mismo y contra los demás—. En serio somos muy jóvenes, y solos no llegaremos a ningún sitio. La música tampoco nos llevará a ninguna parte. —La miró, ella se aferró al verde en su mirar para no perder su esencia. Pero ya se había ido—. Mucho menos lo harán los sueños.

—Pues no estoy de acuerdo. —Se impulsó hacia arriba con la fuerza de su enojo—. Si eres tan cobarde para buscar la felicidad, tu problema. Yo no voy a renunciar a lo que más amo “porque no me llevará a ningún sitio” —imitó su voz en la última frase y se dio la vuelta a toda velocidad rumbo al interior del hotel.

Mitch soltó todos los improperios que pasaron por su mente y nunca antes pronunció. Cayó agotado de espaldas contra el suelo, sus pies continuaban en el interior de la piscina; pidió internamente dormirse para alejar lo sucedido pero no ocurrió.

El peso de una verdad suele ser demasiado para las personas como él, acostumbrados a disfrazarse para intentar ser felices, para que el resto piense que lo son.

────────✧♬✧♬✧────────

La coleta desordenada de Crystal se balanceaba de un lado a otro en su caminar apresurado cruzando la puerta principal del lujoso edificio. Su cabeza se hallaba tan lejos de allí en aquel momento, que no percibió a Nick pasar por su lado, ni la exclamación de este gritando tras ella.

Fue al detenerse para ceder el paso a un grupo de personas rumbo al hotel, que Nick consiguió alcanzarla.

—¡Crys! —gritó a varios metros. Afortunadamente, escuchó su voz entrecortada por la carrera y se detuvo—. Espera.

Crystal no detalló su alocada apariencia. Era bastante extraño encontrar a Nick en un lugar público con una camiseta sudada, pantalones deportivos y el cabello negro todo sucio, pero ella evitó concentrarse en algo distinto a su fastidio.

—¿Qué pasa, Nick? Tengo prisa. —Rodó los ojos varias veces en el corto espacio de tiempo, señal de que estaba muy enojada. Él tomó una bocanada de aire, aumentando su desesperación—. ¿Qué quieres?

—Mitch… —Seguía jadeando, con gotas de sudor cayendo desde el rostro—. ¿Lo has visto?

Crystal rodó los ojos una vez más y maldijo en voz baja antes de contestarle.

—Sí, está en la piscina.

Ya se enfrentaba nuevamente a la calle, cuando la voz de Nick frenó sus pasos con palabras que no esperaba escuchar. Y no quería.

—Denise está mal.

—¿Qué? ¿Qué estás diciendo?

—Mike está con ella en el hospital. No podía respirar bien, no podía… —Inhaló para mantenerse firme—. Voy por Mitch.

—Esperaré aquí, no puedo dejarles solos.

El rostro de Mitch estaba rojo cuando volvió con su tío para ir al hospital. Estaba llorando, Crystal notó enseguida las lágrimas que quiso ocultar.

Aunque la situación no dajaba lugar para estúpidas peleas de chicos, Crystal agradeció que Mitch fuese delante en el asiento del pasajero, relativamente lejos de su puesto en la parte trasera de Nick. No quería mirarlo después de que la llamara ilusa, cuando siempre le gustó que fuese una idealista soñadora.

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Ya llevaban varios minutos en la sala de espera junto a una Mike temblorosa que se abrazó a Mitch nada más llegar, cuando el doctor apareció con una expresión para nada alentadora.

Dijo que Denise estaba en terapia intensiva y que no conseguía respirar por sí sola, asegurando que su avanzada edad era un agravante al problema respiratorio del que padecía desde un tiempo atrás. Lo que más los desconcertó fue el hecho de saber cuán mal se encontraba, y no poder hacer nada para ayudar, ni siquiera ir a verla.

Después de unas horas, cuando se acercaba la noche y ya el lugar se colmaba con la presencia de Gina, Eleanor, Vera y Tom, permitieron que al menos se acercaran al vidrio que protegía la Unidad de Cuidados Intensivos.

Mitch fue uno de los que pasó, junto a su hermana y su tío. Realmente, eran ellos los más cercanos a Denise, los que tenían que estar allí.

El pitido constante de las máquinas a las que estaba conectada no era agradable en lo absoluto; por instantes, daba la impresión de que se demoraba un poco más alguno de sus intervalos, como amenazando con lo que de verdad podía ocurrir.

Contemplar a una mujer tan fuerte como Denise así de vulnerable no podía estar bien. El llanto de Mitch resurgió al verla, Mike tampoco soportó lo que advertía a través del cristal y Nick, aunque intentó esconderse en el traje verde y la mascarilla, también se descompuso. Ella era todo lo que tenía como madre y fue la mejor.

—Abuela, dijiste que no te irías otra vez. —La edad y los sollozos le quebraron un poco la voz a Mitch que, con su mano en el cristal, reclamaba cumplir una promesa.

Una promesa que no dependía de Denise en ese preciso momento. Una promesa que quedó para siempre rota tras el pitido sin intervalos que, a la mañana siguiente, anunciaba el adiós definitivo de la señora francesa. La despedida que perpetuaría su estancia en muchos corazones, aunque haya dejado de respirar.

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—Mitch, traje de sus flores favoritas. —El vestido negro de Crystal resaltaba su palidez; se sentó al lado del chico en la banca de la iglesia—. Hay para los dos… si quieres.

Él la vio con bolsas bajo los ojos y un peso enorme sobre su cabeza; llevaba horas sin dormir, sumido en el llanto, y sin ella.

—Vale —Extendió una mano, donde dejó varios tulipanes blancos—. Gracias.

Pese al dolor que debía estar sintiendo, ella percibió su frialdad y no podía culparlo. Era una buena oportunidad para pedir perdón y así le permitiría estar cerca para apoyarlo.

—Mitch, lo siento. Sabes, por todo lo que te dije.

—Tampoco debí hablarte de ese modo.

Una parte de su carga emocional pareció desaparecer.

Crystal lo abrazó sin previo aviso, el espacio se cubrió con el olor de las flores.

—Yo también tengo deseos de llorar justo ahora, Mitch —susurró en su oído—. Puede que me cueste aceptarlo, pero ya no seremos cobardes ¿sí?

—Tú nunca lo has sido, princesita. —Sujetó sus hombros al alejarse—. Hoy necesito llorar, mañana comenzamos a ser valientes.

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