6. Yellow

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Narrador omnisciente.

Rebuscando entre las celebraciones de aquel día invernal, cuando el frío congeló el tiempo, y el fin de un año daba inicio a una historia.

La historia de Crystal y Mitch.

────────✧♬✧♬✧────────

El timbre se escuchaba por segunda vez en la casa de los Wade. Una tercera vez y...

—¡Por fin abres! —Anya entró desesperada después de que Crystal abriera la puerta—. ¿Estás lista? Ya vamos tarde.

—Sí, podemos irnos —aseguró a su amiga, con rastros de tensión en el rostro—. Pero antes dime que tal estoy.

Se dio la vuelta para que la otra chica tuviese una visión completa de su conjunto.

Lucía un vestido celeste con mangas de encaje hasta las muñecas, que se ajustaba en la cintura, y rozaba la parte superior de sus rodillas. Llevaba sandalias de tacón -no muy alto-, blancas como la cartera; y su larga cabellera peinada hacia un lado en una gruesa trenza, mostrando un pendiente con forma de flor en el otro lado, a juego con el colgante.

Anya la observó por un largo minuto con rostro inexpresivo, lo que provocó que Crystal dudara de su apariencia.

¡Estás guapísima! —respondió mientras se lanzaba a su cuello—. Me pregunto a quién quieres impresionar esta noche...

Se alejó unos pasos y enfocó su mirada en los ojos de la otra, mostrándole una sonrisa cómplice que esperaba respuesta.

Pero ya la sabía.

El rostro de Crystal se sonrojó, como siempre sucedía. Su tez era tan blanca, que adquiría color con facilidad; y el destino se empeñaba en darle razones para teñirlo.

¿No decías que íbamos tarde? —Rompió el contacto visual—. Solo, vámonos.

La pelinegra estalló en risas, saliendo de la casa. Ella hizo hasta lo imposible por ocultar su sonrisita, y el brillo de sus ojos, mientras seguía a la chica del vestido rojo que a veces se reía de ella como si todo lo que hiciera estuviese mal, pero había sido su amiga por mucho tiempo.

El hermano mayor de Anya accedió a llevarlas a la fiesta que Mitch y Mikaela prepararon por Nochevieja, pues los padres de Crystal se habían marchado a visitar a sus tíos desde la tarde. Como de costumbre, celebrarían allá y ella se iría a quedar con su amiga. No era nada extraño para ellas.

Me encanta tu vestido, Crys —Iban sentadas en la parte trasera del coche, sin decir una palabra hasta ahora.

Crystal no dejaba de pensar en Mitch, y no sabía por qué, si tenerlo a él en su vida era algo tan común, sentía una cosa parecida a los nervios en su estómago y las manos le sudaban cuando un pensamiento sobre el chico le cruzaba la mente.

Cuando escuchó a Anya, dejó de mirar por la ventana y se volvió hacia ella con una sonrisa fraternal en el rostro, sus rasgos tan delicados y sus ojos, que sonreían más aún.

Mamá me lo obsequió. —Bajó la mirada y sostuvo la tela de la falda en sus manos—. Dijo que estaba siendo muy buena en la escuela, y me lo merecía. —De nuevo observó a la chica, que se hallaba sentada de lado, con su cabeza apoyada en una mano—. Y que las cosas en casa estaban mejorando después del ascenso de papá. —Se encogió de hombros—. Así que no debo preocuparme, supongo.

Anya enarcó una ceja y chasqueó los dedos de su mano libre.

Pues dio en el punto. —Rió—. Eso era justo lo que necesitabas oír para que dejes de preocuparte por los asuntos financieros de tu familia. No es que debas ignorarlo, pero tienes que disfrutar tu juventud.

Crystal rodó los ojos.

Ya, vale. A propósito, tú también... Espera. —Carraspeó, levantó su mentón, abrió los ojos como platos y, tratando de imitarla, soltó un: —¡Estás guapísima!

E inundaron el espacio del coche con sus carcajadas. Incluso a Jared -el hermano de Anya- se le escaparon unas risitas mientras las miraba de reojo por el espejo retrovisor.

Chicas, hemos llegado —dijo el joven chofer, aparcando el auto unos minutos después, cuando todos habían parado de reír.

La fiesta tendría lugar en una de las propiedades del padre de Mitch. No era una casa tan grande como la mansión en la que vivían, se encontraba a media hora de la ciudad, pero en un ambiente totalmente natural; y él sabía que a Crystal le encantaría la idea de una fiesta allí.

Todo el sitio estaba adornado con luces navideñas. Había luces en la verja de la entrada, en las barandas del porche y en los arbustos del jardín. También en el interior, pero no tantas.

Y el patio trasero quedó acondicionado como una hermosa pista de baile, con un pequeño escenario de fondo, que elevaba sobre sí un cartel luminoso de "Feliz Año Nuevo"; y tenía como techo la misteriosa belleza de un cielo repleto de estrellas.

Por todas partes había chicos. Amigos de Mitch, amigos de Crystal, amigos de Mikaela. Y compañeros del colegio de los tres. Personas con las que deseaban terminar aquel año, y comenzar el próximo dentro de unas horas. Las personas que pensaban que estarían siempre ahí.

Mitch se hallaba en una habitación de la planta alta mirando por la ventana que daba a la carretera, cuando vio a Crystal bajar del auto que acababa de detenerse frente a la casa. Sin pensarlo dos veces, corrió abajo por las escaleras y se detuvo en el salón principal de la planta baja, donde varias chicas conversaban en los muebles, y un grupo de chicos no dejaba de lanzarles miradas atrevidas.

Él se paró erguido, tomó una bocanada de aire, y la soltó pausadamente. Estaba nervioso. En varios días, la presencia de Crystal le había generado una inseguridad a la que no estaba acostumbrado. Con ella siempre todo era impredecible, pero ahora el que no sabía cómo iba a reaccionar era él.

En ese momento entraron por la puerta dos hermosas chicas. Una era pelinegra, llevaba un vestido rojo, largo hasta los tobillos, con una pierna al descubierto y sandalias trenzadas que le llegaban casi a las rodillas.

Pero toda la atención de Mitch se concentró en la otra chica, en la chica más alta, en la chica rubia vestida de cielo, que llegó imponiendo su belleza inconscientemente. Casi sin maquillaje, sin mostrar más de lo que había en sí. Como era ella; natural.

Sus ojos se tocaron desde la distancia, enviando por sus cuerpos ráfagas heladas, y una energía desconocida que se encargó de devolverles la calma. Fue mágico, pero muy diferente al día en que se conocieron, siete años atrás. En aquel entonces era un amor inocente y tierno, de niños; ahora ellos eran dos adolescentes, descubriendo nuevos matices de sus propias personalidades, y buscando en el otro lo que no hallaban en sí mismos.

Porque se sentían extraños, lo admitían. Pero experimentar al mismo tiempo esas nuevas sensaciones era precisamente lo que los tranquilizaba.

Así que Crystal lo supo, que eso sentía por dentro cuando pensaba en él no eran nervios; eran mariposas desorientadas que volaban sin rumbo, impactando de vez en cuando en las paredes de su estómago, y casi logrando que dejase de creer en sus convicciones de chica fuerte.

Así que Mitch también lo descubrió, que eso que recorría su columna vertebral cuando la veía acercarse no eran escalofríos; eran sentimientos que le sobraban y andaban por todo él, reclamando a la chica que los hacía existir.

Entonces, ambos lo decidieron. Ella dejaría libre a sus mariposas. Él dejaría salir esos sentimientos. Ya que estaban aprendiendo como abrir la puerta, después de tanto tiempo tratando de averiguarlo.

Crystal continuó su camino hacia Mitch, suponiendo que Anya iba a su lado, pero resulta que esta se quedó detrás, saludando a sus compañeros. Y para cuando se dio cuenta, ya estaba demasiado cerca del chico.

Hola Mitchi.

Mostró una sonrisa leve, guardando cierta distancia entre ellos, pero intentando sonar lo más casual posible. Se sentía culpable por sentir cosas hacia él.

Hola, princesita. —Mitch no se hallaba muy distinto. También sonrió—. ¿Qué te parece mi obra maestra? —preguntó luego de unos segundos, indicando a todas partes con un brazo extendido.

En eso apareció Mikaela detrás de él, con un hermoso vestido blanco y los labios de un rojo brillante.

Nuestra obra maestra, querrás decir. —Puso énfasis a sus palabras, al tiempo que saludaba a Crystal con dos besos—. Estás hermosa, nena.

Gracias, Mike . —Sonrió—. Creo que sabes que tú también.

—Bobadas. —Hizo un gesto con la mano, restándole importancia—. Deberías terminar de ver como quedó todo, Mitch se esmeró con cada detalle.

El chico se volvió hacia ella, tratando de mostrarse enojado.

Mike, por favor...

Ella solo sonrió y se marchó, dejándolos solos.

Creo que mi hermana tiene razón. ¿Quieres ver el resto?

El ambiente entre ellos casi volvía a la normalidad.

Claro.

Crystal miró alrededor de todo el patio, maravillada.

Me encanta. ¿En serio hicieron todo esto solo ustedes? —Se giró hacia él.

Pues... puede que mi tío nos haya echado una mano.

La miró con ese rostro inocente y una sonrisita se formaba en la comisura de su labio, mostrando el hoyuelo que Crystal amaba desde que lo vio por primera vez.

Ella lo analizó de la cabeza hasta los pies, y de los pies a la cabeza, sin discreción, sin ocultar los tonos rosa de sus pálidas mejillas.

Me gusta tu traje. —Sonrió, e hizo ese gesto extraño con la nariz, arrugándola seguidamente—. Te queda bien el gris.

Él se rio de nuevo.

A mí me asombra que lleves un vestido.

Puede que las fechas especiales merezcan excepciones. —Hizo una pequeña reverencia—.Y hoy es especial.

Mitch se quedó mirándola con devoción. Crystal agachó la cabeza, sin poder contener más las emociones.

Se te ve precioso. —Llevó una mano a su barbilla y le levantó la cabeza, haciendo que lo mirara—. Como a una princesa.

Y ahí se quedaron unos minutos, mirándose más allá de los ojos, buscando eso que aún no tenían del otro y que necesitaban como al aire para respirar.

Se quedaron absortos en otro universo, perdidos en otra alma. Pero a la vez tan conscientes de la realidad.

Mitchi, tengo algo para ti. Cierra los ojos. —Buscó en su cartera, y rápido sacó un colgante negro con un plectro de guitarra plateado. Agarró una mano de Mitch y lo colocó en ella antes de cerrarla—. Listo, puedes ver.

Al chico le brillaban los ojos mientras observaba detenidamente la prenda en su palma. Ella sonreía con algo de nervios, no sabía si le iba a gustar.

Tiene mi nombre —susurró, confundido pero entusiasmado. Se detuvo en su mirada—. ¿Por qué me lo regalas?

Crystal suspiró.

Me sentí estúpida en Navidad, cuando olvidé mi regalo en casa. Y tu obsequio fue tan genial que... —Se encogió de hombros—. Solo, no estuvo bien que quedaran así las cosas.

No seas tonta. ¿Crees que en serio me molestaría por eso? —Elevó una ceja—. Y ese cuaderno que te di, más que un regalo, tómalo como un compromiso. Contigo —aseguró, señalándole con el dedo índice—, y conmigo. —Indicó en su dirección—. Con nuestra música.

Crystal no rio, pero estaba muy feliz. Solo lo miró a los ojos, y dijo:

Pues toma al colgante como el sello de nuestro compromiso. —Le dio la espalda, enfrentándose a la pista de baile, donde todos se reunían—. ¿Te apetece bailar, Mitch? —Ya sentía como la música hacía vibrar el suelo bajo sus pies, y necesitaba conectarse a su ritmo.

Mitch hizo a un lado el cuello de su camisa -sin corbata, como siempre- y se colocó el colgante que no pretendía quitarse jamás. Las razones le sobraban.

¿Qué crees?

››Que nunca dices que no›› —pensó Crystal. Y él caminó a su encuentro.

Hay momentos en la vida que son definitivos, sí; que cambian tu existencia en un abrir y cerrar de ojos. A veces dependen de tus decisiones, y otras, son solo consecuencias de algo que ya se había instalado dentro de ti. Es en esos momentos cuando debes arriesgarlo todo, seguir a tu instinto más que al corazón, y ser un poco egoísta.

Es entonces cuando debes dejarte llevar por esa corriente que te arrastra a la locura, porque en ciertos instantes tienes que atreverte a darlo todo, a pesar de que también puedas perderlo. Tienes que actuar ahora, porque quizás mañana sea muy tarde y un 'nunca' te haya ganado la partida.

Y fue ese momento, cuando Crystal puso sus manos alrededor del cuello de él mientras Mitch la sostenía por la espalda, deslizándose por la pista al compás de la música; ese momento, en que Mitch decidió cruzar la línea que dividía su amistad de cada cosa que sentía, haciendo fundir sus labios en ese beso que lo cambiaría todo; ese momento en que Crystal sonrió en los labios de él, y no se separó, confirmando que ella sentía lo mismo...

Ese momento fue su momento. Fue el momento en que sus vidas se detuvieron, y comenzaron a reproducirse otra vez, pero al ritmo de la otra. Juntas. De la mano. Por algo más que un momento.

────────✧♬✧♬✧────────

Ellos odiaban el color amarillo. Pero amaban las estrellas.

Quizás eso era suficiente para hacer de Yellow -de Coldplay- la canción que los definiría. La canción que escuchabas y sabías que hablaba sobre Crystal y Mitch. Pero fue más que eso lo que transformó esas letras y esa melodía en el concepto de su amor.

Fue una noche estrellada llena de significados la encargada de convertir esa canción que, según sus compositores hablaba de un amor no correspondido, en una sobre alguien que era todo para el otro.

Mitch y Crystal nunca creyeron en la primera impresión que sientes al escuchar una canción, sino en las circunstancias, y en los mensajes ocultos detrás de cada frase.

Eso era lo que le daba sentido a sus vidas, el hecho de no quedarse en la superficie. Sumergirse en las profundidades para hallar las respuestas de las preguntas más difíciles. Esa capacidad que compartían era precisamente la que los hacía diferentes del resto; que los convertía en seres especiales.

Por eso aquella noche estrellada, donde ella fue todo lo que Mitch veía, y él todo lo que Crystal quería mirar, supieron que Yellow, la canción que sonaba en ese momento, los acompañaría para siempre.

Observaron aquel cielo sobre sus cabezas, y luego rieron mientras compartían una mirada, porque sabían que, definitivamente, las estrellas estaban brillando por ellos y por lo mejor que habían hecho en sus vidas: cruzarse en el camino del otro.

Ellos siguieron sonriendo.

El tiempo se detuvo por un instante.

Yellow continuó de fondo mientras Crystal y Mitch, en una mezcla aguamarina de sus ojos, se entregaban el alma.

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