7. Sueños en una canción.

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Crystal.

Siempre pensé que nuestras vidas comenzaron el día que decidimos unirlas, aunque ya habíamos vivido bastante juntos. Pero entendí que no existe tal destino con cada minuto de existencia premeditado; las cosas pueden cambiar.

Sí que lo hacen.

Ya nunca volveré a dejar sentencia sobre un supuesto inicio, si cada día es diferente al anterior, con circunstancias aleatoriamente distintas. No hay modo de saber cuál es el verdadero comienzo.

¿Cómo sería siquiera capaz de decidir el momento adecuado para empezar la historia de mi vida?

En la cama, los auriculares hacen correr por mis oídos la suave melodía de una canción, mi canción.

La canción que comparto con él.

Calmada y llena de suspiros al cielo, con escalofríos de amor hasta los huesos y sonrisas de fascinación absoluta; con trozos nuestros por doquier.

Si es esto un castigo, no logro hallar una razón que justifique tan cruel tormento. Solo puede ser que la vida se haya ensañado conmigo de mala manera, haciéndome dudar de todo en lo que alguna vez confié.

Destruyendo el mundo que creí tan seguro, a pesar de mis idas y venidas a su alrededor.

He soportado golpes duros en poco tiempo, pero puede que no hayan sido lo suficientemente dolorosos como para decirse que había experimentado lo peor. Ahora sé que la vida siempre puede sorprenderme con un golpe bajo, o poner las expectativas demasiado altas como para que consiga alcanzarlas.

No consigo ocultar por más tiempo las lágrimas que trato de contener desde más temprano. Es difícil dejarlas salir, así se hará más real todo eso que no dejo de desear que solo sea un mal sueño. Pero nadie me ha concedido el deseo, y tengo que conformarme con la realidad, esa que me siegue restregando en la cara lo innegable. No estoy nada bien.

Quizás ha llegado el momento de permitir que salgan, de dejar libre todo eso que llevaba por dentro. Entonces, no lo analizo más, lo que sea que me depare el destino ocurrirá sin remedio. Así que llorar en este momento, aunque no sea mucha ayuda, es lo único que tengo.

Voy entregándome poco a poco al sueño que consigue vencerme, y las gotas de agua salada brotan con más intensidad de mis ojos, mientras la canción de mi vida continúa reproduciéndose, cuando ya no guardo fuerzas ni voz para cantarla.                                                 
Me quedo dormida escuchando nuestra canción. A mis sueños llega la imagen de Mitch cantando para mí en un sitio que no recuerdo exactamente, pero estoy segura que lo conozco.

Y eso es lo que pasará con el paso del tiempo, voy a olvidar esas pequeñas cosas que siempre han sido todo para mí. ¿Qué guardaré entonces en mi memoria? ¿Qué imágenes protagonizarán mis sueños cuando ya no recuerde nada más?

Esas preguntas y la inquietante nostalgia que me arruga el alma, hacen que despierte del sueño más largo que tuve en días, y no puedo dormir otra vez.

El tiempo se me vuelve sinónimo de infierno; realmente, el paraíso desapareció de mi diccionario desde que las llamas se convirtieron en mi hogar. Frías llamas que mantienen mi vida en un lento proceso de destrucción.

────────✧♬✧♬✧────────

Los días pasan lentamente, mientras que en mi vida las rutinas no cambian; si es que a existir se le puede llamar vivir, y a hacer nada, una rutina. Sin querer, he dejado que la angustia me arrastre y acabe sin piedad con las ruinas de mi mundo, de a pocos, torturándome y haciéndome encontrar esas facetas de mi personalidad que no estaba destinada a conocer.

Apenas hablo con nadie, lo sé. También acepto que no he comido lo suficiente como para mantener esos kilos que siempre me sobraban. Pero pienso… aunque no resulta ser la mejor opción, solo es capaz de atormentarme con un pasado que se encuentra sepultado en el olvido de otros.

Resulta casi imposible creer que una persona pueda llegar a sufrir tanto, incluso para mí. No imaginé jamás que algo sería peor a la distancia que nos impusieron, que algo me dolería más que no tenerle.

Pero sucede que, cuando arrebatan una parte de su vida a alguien, nada sería lo mismo. Peor aún, si ningún elemento del planeta conspira a favor de que se le regrese. Yo estoy justo en ese punto, y no se lo desearía a nadie.

Escucho pasos apresurados; tiene que ser ella, la única que se molesta en saber cómo me encuentro aunque la respuesta sea la misma. Mamá llama a la puerta antes de entrar, solo por formalidad. Seguramente escuchó mis sollozos en el pasillo, y dedujo que estaba despierta. 

No me importa en lo más mínimo que perciba la decadencia de mi alma, reflejada en el mal estado de mi cara; por lo que sigo recostada cuando se acerca a mi cama.

—Crys, tienes una llamada de Anya.

Su voz es casi una súplica.

—No quiero hablar con nadie, sabes eso.

Cubro mi rostro con la almohada, agotada de luchar incluso contra mis propios impulsos.

—Hija, por favor. Ha llamado cada día desde el accidente, no puedes simplemente alejarte de todos los que te quieren.

Inmediatamente pienso en Mitch, pero sé que mi madre no se refiere a él.

Resoplo y me incorporo irritada.

—De acuerdo, tomaré la llamada. —Anya está al otro lado de la línea cuando tomo el teléfono. Respiro profundamente antes de hablar—. ¿Hola?

—¿Crys?, al fin puedo hablarte —Me percato del nerviosismo en su voz

—Emm... sí, gracias por llamar

¿Qué más podría decirle? Definitivamente, no quiero esta llamada.

—Tu madre dijo que no quieres recibir visitas, pero te extraño mucho. Si necesitas cualquier cosa, sabes que puedes contar conmigo. —Hace una breve pausa—. En el colegio también te echan todos de menos.

—Anya, no hables de esa manera.

—¿Qué?, no comprendo.

—Lástima… tu voz está cargada de eso. Y no es lo que necesito en estos momentos.

—No Crys, es solo… No está bien todo esto.

Ya sé yo que nada se encuentra bien. Está de más que me lo sigan recordando, menos en ese tono.

—Adiós.

Intento no quebrantarme al decir cada palabra, ni al colgar el teléfono. Con una fortaleza oportuna, logro alejar las lágrimas, lo vuelvo un propósito esencial para no desintegrarme en gotas salobres.

────────✧♬✧♬✧────────

En la vida en general, siempre lo tuve a Mitch; para jugar, para cantar, para vivir y todo lo demás. Pero llegaba al colegio, y él no estaba allí.

Entonces, encontré el molde de mi presencia justo a tiempo para emprender nuevas aventuras; y no lo hallé en otra persona, sino en dos: Anya y Bethania.

Desde el sexto grado nos volvimos las tres chicas que no se separaban, las que discutían y se amigaban el mismo día, las que se apoyaban en todo y conocían cada secreto de las demás. Éramos las tres de siempre: la aplicada, la inteligente y la astuta; la pelinegra, la morena y la rubia; la frágil, la neutral y la valiente. Solo, Anya, Bethania y Crystal.

Y no sé hasta qué punto tuvimos una amistad perfecta, pero sí hasta qué día.

Fue dos mañanas antes de comenzar el primer año de instituto, Bethania se mudaba a vivir con su abuela en otra ciudad. Nuestro vínculo tendría que soportar más de cien kilómetros y no queríamos estar preparadas para eso. No queríamos perder una letra en nuestro inigualable ABC.

Anya no dejaba de gimotear mientras esperábamos a Bethania en el comedor de su casa, con las maletas que se llevarían gran parte de nuestra amistad.

—Para de llorar —susurré a su lado. Siempre fui la más fuerte de las tres—. Ya lo harás cuando se haya ido.

Me miró con una lágrima corriendo por cada mejilla, y un halo de reproche que me condenaba a su sermón.

—No te hagas la indestructible. —Sorbió por la nariz—. También te duele.

—Obvio que me duele, pero no sería justo hacerla sentir culpable por irse. —Agarré mi trenza con afán y dejé de mirarla; no podía llorar justo en ese momento en que intentaba calmar a Anya—. Mira, ya vienen.

Se acercaba cabizbaja con Rita, su madre, que la abrazaba por la espalda. El vestido de flores blancas le sentaba a las mil maravillas, pero algo en su expresión sombría no hacía conjunto con su belleza. También estaba triste.

—Chicas… —Dejó de hablar para correr hasta nosotras.

Nos abrazó, la abrazamos. Todo pareció estar bien por un instante.

—Siempre volveré ¿de acuerdo? —Asentimos, entre sollozos y lágrimas—. Siempre seremos las tres.

Luego se terminó la magia. Lester entró a la habitación con el pequeño Robby pisándole los talones, rompiendo el encanto de aquel momento; nuestro último momento en mucho tiempo.

—Hija, ya traje el auto.

Y se iba, una de nosotras se tenía que ir.

Significaba más que palabras el vacío que quedaría en la última hilera de la clase, en las risas a la hora de almorzar, en las distracciones que evitaban estudiar correctamente… en una gran amistad de tres, donde ella solía ser el punto medio que unía todo lo demás.

Yo y la pelinegra teníamos que hallar la manera de que su lugar quedara intacto para cuando volviera de vez en cuando y, al mismo tiempo, compensar la falta de ella con esas cosas que tanto podían gustarle. Tenía que haber alguna forma de no quedarnos estancadas en su adiós.

Parada sobre el asfalto de la calle, observé el coche hasta perderse en la lejanía, con la cabeza de Anya recostada a mi brazo. Ya habíamos dejado de llorar, también la habíamos dejado ir; no es que hubiésemos tenido otra opción. Su abuela ahora la necesitaba, aunque nos costara aceptar la distancia.

Crys, ahora somos solo tú y yo.

Vio en mi dirección con los ojos hinchados y los labios secos.

Negué, recordando las palabras de Bethania.

—Ahora solo estamos tú y yo. Pero siempre seremos las tres.

────────✧♬✧♬✧────────

Se supone que al menos estaríamos nosotras dos, pero la he hecho a un lado a pesar de que intenta acercarse. No dudo que se sienta mal por lo que está ocurriendo; quizás también se culpe por dejarme sola esa noche en el bar.

Pero no quiero que sientan lástima o compasión hacia mí después de lo que sucedió, mucho menos que la culpa sea quien atraiga a las personas que solían rondarme. Si Anya o alguien más me va a querer, tiene que hacerlo a pesar de las circunstancias. Solo así podrían demostrar la autenticidad de su cariño.

O al menos eso me dice la psicóloga todo el tiempo.

La Dra. Cruz y sus largas pláticas me ayudan por el día y sacan mis debilidades en las noches, además, sí que he aprendido mucho. Eso no significa beneplácito, ni derrota, sino un modo extraño de aceptar lo que ocurre conmigo. Y es lento, muy lento.

En otro momento, seguramente Anya trataría de encontrar una salida para agilizar tan tortuoso proceso; si yo la dejara, lo haría. Bethania buscaría la manera de hacerme reír con sus extraños conceptos y sus nombres para cada cosa existente. Y Mitch tendría en las cuerdas de su guitarra la canción ideal para alejar las malas vibras.

Sin embargo, me temo que nada de eso pasará, no por ahora.

Quizás, en el fondo, ni siquiera quiero una solución para este enigma en mi cabeza, para el nudo en mi garganta o para las punzadas del corazón. Dar un paso más –como llorar– solo cubriría con capas de realidad las pocas esperanzas que me quedan. Solo me destruiría otro tanto.

Y, ni Anya, ni Bethania, ni la Dra. Cruz… ni Mitch con sus canciones, serían suficientes para recomponerme.

Vuelvo a dejar los auriculares en mis oídos; han pasado varias canciones desde la última vez, ahora una enérgica Katy Perry deja toda su voz en el coro de Teenage Dream. Por alguna razón, me siento tan lejos de ser una joven llena de vida al escuchar su canción, como si hubiese perdido en el camino mi maldito sueño adolescente.

¿Qué me está sucediendo?

Indudablemente, necesito de la música para respirar, para sentir, para soñar. Mitch también terminó dependiendo de ella tanto como yo. Ese es el eje sobre el que han girado nuestros mundos por mucho tiempo, aunque existamos en universos separados. Ese es el hilo que nos unirá eternamente, a pesar de estar tan lejos en el espacio.

Esos universos locos solían chocar de vez en cuando, y nosotros, encontrarnos el uno al otro sin buscarlo. Pero, últimamente, se hace más fácil apagar una estrella en nuestro cielo, que escuchar al mismo tiempo una canción.

Ni siquiera nuestra canción, la única capaz de devolverme a los sueños.

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