CAPÍTULO VEINTIOCHO: El periodista

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Manhattan, 14 de julio de 2022, 20:00 hrs.

Queda una hora para el fin del mundo.


El centro turístico de la ciudad parece haberse convertido en el set de filmación de una de esas tantas películas apocalípticas en las que Times Square es el primer sitio en verse destruido.

Más de la mitad de las grandes pantallas están apagadas o rotas, otras solo muestran estática y rayas de colores. Las que todavía funcionan están teñidas de rojo con la cuenta regresiva en grandes letras blancas y un mensaje breve que va cambiando de un idioma a otro cada varios segundos:

Disfruta de cada instante de tu vida. Lo sentimos.

¿Dónde están las cámaras? ¿Y los actores? Esto no puede ser real.

Hay un cadáver en la entrada del subterráneo. No quedan turistas, locales ni tampoco personas disfrazadas de personajes famosos que cobran por tomarse fotos con los niños. NADA.

La desolación se siente irreal.

Casi todas las grandes tiendas han sido saqueadas hace horas. Sus vidrios están destruidos. Dentro, los anaqueles casi vacíos solo resguardan productos que se han roto en la locura de los robos.

En el suelo hay manchas de sangre, suciedad y escombros. ¿De qué? Ni idea.

Los restos de un taxi que fue incendiado se alzan en la esquina entre Broadway y la séptima avenida, donde ambas se juntan con la calle 45.

Soy la única persona a la vista, aunque seguro hay otros en los edificios. El paisaje es tan abrumador que no me sorprendería si, de repente, me atacara un zombi o alguna criatura nacida en la imaginación de un artista del terror.

Click.

Tomo varias fotos en alto contraste. Salen oscuras, pero igual las subo a redes sociales. Serán mis últimos posts.

Tomo también un video en modo selfie mientras giro en mi sitio y muestro el deplorable estado de uno de los puntos más concurridos del mundo.

Como periodista independiente, no voy a desperdiciar ni un segundo. Además, no tengo otra cosa para hacer. Mi familia vive lejos y no tengo forma de llegar a ellos. Se han quedado sin electricidad ni internet alrededor del mediodía. El pequeño pueblo de Utah en el que crecí jamás tuvo buen servicio de todos modos.

Extraño a mi hermano menor, mi compañero de aventuras. A él le encantaría ver Nueva York apocalíptica en persona, ama esa clase de películas.

Suspiro. Se suponía que él vendría a pasar Navidad conmigo. Incluso me había tomado la molestia de reservar un tour en helicóptero por encima de la ciudad para que pudiera disfrutarla en su máximo esplendor.

Íbamos a ver la cuenta regresiva para fin de año juntos, con una cerveza en cada mano y esos ridículos lentes y gorras que dirían 2023. El plan era fijar la vista en la pantalla central y gritar junto con miles de extraños el paso del tiempo hasta que la medianoche nos hiciera celebrar.

En cambio, estoy solo aquí. Es pleno verano a mitad de año... y la cuenta regresiva marca el posible final de la vida sobre el planeta.

No es lo que tenía en mente.

Suspiro y me obligo a sonreír para tomar otra selfie con el reloj a mi espalda. Se la mando a mi hermano, aunque sé que no la va a ver. Escribo debajo que me encantaría que estuviera aquí. Y envío.

Sin más, guardo el teléfono y, con ambas manos en los bolsillos del pantalón, comienzo a caminar hacia el sur por Broadway. No sé qué tan lejos llegaré antes de que todo acabe, pero me gustaría ver si la Estatua de la libertad se caerá, justamente como muestran en todas esas películas postapocalípticas que son tan parecidas entre sí.

No tengo miedo a que puedan atacarme. En ese sentido, soy privilegiado. Mi piel morena y gran contextura generan respeto y un poco de temor en otros, en especial en desconocidos. Además, en este punto de mi vida y de la cuenta regresiva ya nada me importa. Si me matan una hora antes del horario del fin del mundo, pues qué pena.

Estoy solo. Aburrido. Triste. Recorrer la ciudad tomando fotos que nadie verá es solo mi excusa para no sentarme a fumar y a beber en el apartamento que alquilo.

Bostezo. Tal vez, si llego a Battery Park, pueda recostarme en una banca frente al Hudson y dormir (o intentar dormir) hasta que todo acabe.

Ya no me quedan ganas de nada. Ni de caminar ni de ser periodista ni tampoco de existir.

Vine aquí creyendo que mi vida sería como la de Peter Parker, pero terminó siendo más bien como una versión amateur de la de Neville de Soy leyenda.


GRACIAS POR LEER :)

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