Capítulo 17

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Jennie la agarró desprevenida.

Pudo sentir como los trabajos, sobre la mesa, caían al suelo estrepitosamente mientras Jennie la empujaba contra ella. Lisa ni siquiera alcanzó a protestar como correspondía, pues de forma inmediata la boca de la alfa se posó sobre sus labios, y le estaba besando como nunca hizo antes.

La estaba besando como si quisiera comérsela, y ese pensamiento hizo que su omega gimiera con clara necesidad.

Las manos de Jennie se colaron bajo su ropa, acariciando su cintura. Fue en ese instante en que Lisa, mareada por el beso, sintió su humedad allí abajo.

Empujó a Jennie un poco, lo suficiente para que ahora comenzara a besarle el cuello, y la omega gimió. Sus feromonas inundaban el aire de la oficina, por lo que alguien no tardaría en darse cuenta lo que estaba ocurriendo allí.

Bueno, ¿y qué importaba? Jennie era su novia, pensó en la bruma del placer, era su alfa. Ellas se querían, se querían demasiado, ¿acaso ya no era el momento de tener ese ansiado momento íntimo.

Pero no. Pero no allí. No en ese lugar.

—Jennie —gimió Lisa, y la alfa frotó su entrepierna contra la entrada de la omega. Sintió la dureza y humedad a través del pantalón—, necesito... necesito...

—Te necesito —gruñó, y la tailandesa gimoteó—, mi bebé...

—Sí, sí —aceptó ella, pero trató de mantener la calma—. Deja... deja que llame a... a Rosé. Rosé, sí —trató de aclarar sus pensamientos—. Ella... ella nos puede llevar a tu departamento, y allí...

—Te haré mía —jadeó Jen, y volvió a besarla. La mente de Lisa pareció derretirse con ese nuevo beso, con el hecho de sentir la lengua contra la suya.

A pesar de sus palabras, la castaña no se calmó los siguientes minutos. Lisa se volteó boca abajo sobre la mesa, sintiendo suaves embestidas por encima de su pantalón. Jennie se comportaba como una alfa en extremo caliente, no la mujer seria y controlada que conocía, y esa idea casi la enloqueció.

Marcó el número de Rosé desde el celular de Jennie, aferrándose a la madera y tratando de aguantar los gemidos de su boca.

—Hola, Jennie —saludó Rosé.

—Rosé —jadeó, moviéndose y tratando de que la mayor la soltara, pero sólo le hizo soltar un gruñido—, soy... soy Lisa...

—¿Ah? Hola, Lis —sonaba desconcertada—. ¿Pasa algo?

—¡Sí! —chilló—. Jennie, ella... ella está en celo, y necesito... Estamos en su oficina, pero...

—¡Oh, demonios! —Rosé soltó otro par de groserías—. Vale, bien, voy a buscarlas.

—Gracias —lloriqueó Lisa, y cortó—. ¡Jennie, ya, basta.

La alfa dejó salir un gemido, como de cachorra regañada, pero ni siquiera la soltó. Parecía que sólo quería frotarse contra Lisa, en cualquier parte de su cuerpo, y dejarla impregnada en su olor.

Lisa ni siquiera sabía lo que iba a ocurrir una vez ellas llegaran al departamento. Los celos de alfas eran sólo una vez al año, no se podían calcular con una fecha exacta, y duraban tres días en promedio. No sabía qué tan intensos podían ser, pues nunca pasó algún celo con un alfa, y ahora estaba demasiado nerviosa por lo que pudiera ocurrir.

—Te necesito —sollozó Jen.

La omega soltó un bufido bajo, que pronto se transformó en un gemido al recibir otro beso en la boca. La extranjera trató de que el beso no evolucionara a algo caliente y lascivo, sin embargo, fracasó en el proceso. Terminó con su entrada lubricando otra vez, con un hilo de saliva conectando ambos labios y el rostro colorado. Casi sin ser consciente de sí misma a esas alturas, sacó su lengua y Jennie también lo hizo, y se besaron otra vez en un sucio beso que hizo que la temperatura subiera.

Rosé las pilló así: con Lisa recostada sobre la mesa, con las piernas abiertas, mientras Jennie le dejaba marcas en el cuello y le embestía por sobre la ropa.

—¡Mierda!

Lisa se sobresaltó y el color pintó su rostro, espantada. Jennie gruñó como un animal salvaje, dispuesta a lanzarse sobre Rosé por interrumpirla en medio de su sesión de tener sexo con su omega.

Sin embargo, afiebrada y caliente como estaba, Jennie casi tropezó y Park pudo contenerla con facilidad.

—Bien, bien, vamos —dijo Rosé, colorada—. Agarra sus cosas, Lis, vamos.

Lisa se trató de arreglar el suéter lo mejor posible, sin mirar a Rosé a los ojos. Metió un montón de papeles al maletín de Jennie mientras Rosé sostenía a la mayor, y no les quedó más remedio que salir así.

En el fondo, Lisa rogaba que ninguno de sus compañeros las viera a las tres. Estaba segura de que debía apestar a la alfa, además de que iba detrás de Rosé como si fuera una especie de guardaespaldas. Su novia iba tambaleándose a cada paso, echando su mirada hacia atrás, a Lisa, para asegurarse de que no iba a desaparecer.

Sin embargo, la omega no estaba preparada para el momento en que salieron del edificio. No sólo varios de sus compañeros estaban fuera de la facultad, sino que Jieun se les acercó.

—¿Lisa? ¿Profesora Jennie? —chilló, con esa odiosa vocecita—. ¿Le pasa algo, profesora Jennie...?

Y la chica extendió la mano hacia la alfa.

Lisa, sin pensarlo dos veces, se le adelantó y manoteó su mano. Le dio un gruñido de advertencia, enfurecida.

—No toques a mi alfa —le espetó, y sin quedarse a mirar la expresión que tuvo que haber puesto (junto al resto de sus compañeros), siguió a Rosé.

Sólo cuando llegaron al auto, que el enfado pareció desaparecer y su rostro se pintó de rojo. Por dios, ¿qué acababa de hacer? ¡Reclamó a Jennie frente a la mitad de sus compañeros! ¡Ahora ya todos iban a saber que Jennie y ella tenían algo!

Ni siquiera le dio tiempo a lamentarse, porque una mirada más al rostro de Jennie bastó para tranquilizarla de una extraña manera. Vale, ¿y qué? Ellas lo hablaron. El curso ya estaba casi acabado, no tenían por qué esconderse.

Rosé metió a Jennie a los asientos traseros y Lisa fue al copiloto. Cinco minutos después, estaban saliendo del estacionamiento.

—¿Lo pasarás con Jennie? —preguntó Rosé, pasado un instante—. Si no, es necesario comprar supresores.

Los supresores bastarían para que Jennie se sintiera menos caliente y más cansada.

Lisa lo pensó unos segundos.

—No —dijo, algo sorprendida—. No, me quedaré con ella. Jennie es mi alfa.

Ni siquiera tuvo que analizarlo dos veces, porque era cierto. A esas alturas, su omega veía a Jennie como su complementario, como su pareja de por vida. Llevaban saliendo cerca de medio año y quería estar para siempre con ella.

—Bien, vamos entonces —asintió Rosé.

—Deberé llamar a Jisoo, para que se haga cargo de Hae estos días —añadió Lisa, buscando su celular.

—Oh, tranquila —Rosé le sonrió, aunque vio cierta chispa de inquietud en sus ojos—. Yo le aviso a Jisoo.

—¿Tienes su número?

Las mejillas de la adulto se colorearon de rojo.

—Ella y yo estamos saliendo.

Si Lisa hubiera estado conduciendo, de seguro habría chocado en aquel momento por la impresión.

—¡¿Qué?! —gritó, sorprendida.

—Omega —gimió Jennie, a punto de verse como si fuera a llorar—, mía, mi omega...

Jennie probablemente se sintió celosa de que Lisa no le prestara más atención. La menor miró hacia atrás, extendiendo su mano, y Jennie se la agarró con una sonrisa todavía afiebrada. Aunque eso no evitó que interrogara a Rosé.

—¿Desde cuándo están saliendo? —preguntó, atónita.

—Desde hace meses —se encogió de hombros, dubitativa—. Jisoo es mi omega destinada.

—¡¿QUEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEÉ?! —volvió a gritar Lisa.

Esto era increíble, ¿omega destinada? ¿Pareja destinada? ¡Casi no existían, eran muy difíciles de encontrar! Y Jisoo y Rosé...

¡Jisoo, la muy desgraciada, no le contó nada! ¿Cómo pudo ser tan descarada y egoísta? ¡Lisa la iba a asesinar!

—¡Omega! —exigió Jennie.

Rosé presionó el acelerador.

Diez minutos más tarde, estaban llegando al conjunto departamental. Rosé bajó a Jennie, ignorando las preguntas de Lisa, y la fue a dejar a su departamento.

—Soo te lo explicará en su momento —insistió la rubia, abriendo la puerta—. Ahora, Lisa, tienes otros asuntos de los que preocuparte.

—Sí, pero...

Ni siquiera pudo continuar, porque Jennie gruñó y, soltándose del agarre de la otra alfa, tomó a Lisa de las caderas. Rosé, aprovechando la sorpresa de la tailandesa, se despidió y cerró la puerta.

¡Traidora!

No tuvo tiempo para reclamar, porque su besa se ocupó con la de Jennie. Las protestas murieron y su mente se puso en blanco, dejando que la alfa la besara a gusto propio. Era como derretirse en sus brazos, siendo empujada hacia la habitación matrimonial, oyendo los gruñidos bajos de la castaña.

—Mía, mía, mía —gruñía Kim con cada nuevo beso.

—Sí, sí, tuya —afirmó, y cayó sobre la colcha.

Sin dejar de besarse, las manos de Jennie fueron hacia el suéter de Lisa y luchó por quitárselo. Pronto, el resto de las ropas fueron esparcidas por el suelo, incluso la ropa interior, y ahora Jennie tenía dos dedos metidos en la vagina de Lisa.

La omega gimoteaba y lloraba, sintiendo los dedos empujándose dentro de ella, abriéndola y haciéndola un desastre. El lubricante chorreaba por su entrada, con sus piernas abiertas y la mayor gruñendo sobre ella. El pene de Jennie, para sorpresa de Lisa, se veía incluso un poco más grande que a lo que estaba acostumbrada, con el glande enrojecido y las venas marcándose a lo largo de su tronco. Sus bolas estaban hinchadas y tensas, mientras que de la uretra salía el líquido preseminal, humedeciéndolo a lo largo.

Lisa nunca antes ansió tanto un pene dentro de ella. Ahora, quería que la empalara y entrara muy profundo en su vagina.

Pero Jennie, a pesar del celo, no parecía demasiado apresurada en hacerlo. Por el contrario: metió un segundo dedo dentro de ella, que se deslizó con facilidad gracias a la dilatación de la omega.

—Bonita —gruñó Jen, inclinándose y comenzando a besarle el cuello—, mi omega bonita...

—Alfa —gimoteó Lisa, con la voz quebrada en gemidos rotos, moviendo sus caderas para que fuera más adentro—, por favor, por favor...

Los dedos en su interior entraban y salían con velocidad, abriéndola más y más a medida que el calor en la menor subía. Lisa podía sentir el orgasmo construirse poco a poco, con las piernas temblando y su boca emitiendo suplicantes gemidos. El cuarto se encontraba inundado en feromonas de celo, ya no sólo de Jennie, sino también de Lisa.

Cuando Lisa gimoteó en señal de que el orgasmo la iba a alcanzar, Jennie gruñó.

No —dijo, con esa grave voz alfa.

Lisa tembló y, por Dios, no tuvo que excitarse más de lo que ya estaba. Sin embargo, su vagina se apretó alrededor de los dedos de Jennie, quietos ahora, y chorreó más lubricante sobre las sábanas.

Era la primera vez que una alfa usaba su voz alfa en el sexo con ella. No quiso compararlo, pero fue inevitable hacerlo, y es que Kangsan no se preocupó demasiado de ella cuando se la follaba. Sólo metía y sacaba.

Pero ahora, su omega, su cuerpo, estaba doblegado ante Jennie. Y era caliente y lascivo, demasiado libidinoso, con la lujuria inundando su cuerpo.

Jennie pareció notarlo, porque sonrió con superioridad, como un animal a punto de atacar a su presa. Lisa volvió a temblar por la excitación y fogosidad de la situación, incapaz de moverse de su lugar.

—¿No? —preguntó en un lloriqueo tiritón.

—No —repitió Jennie, volviendo a inclinarse y lamiendo su cuello—, mi omega. Mi linda omega depravada y sucia.

Con un suave gesto, Jennie quitó sus dedos del interior de Lisa, que sollozó por la sensación de vacío.

—Ábrete —ronroneó la alfa—, ábrete y muéstrate para mí, omega.

Otra vez ese tono rudo y grave, que provocó escalofríos en el cuerpo de la tailandesa. Jamás sintió esa ardiente pasión que recorría cada uno de los poros de su piel, desnuda y tan expuesta a los ojos de Jennie. Cada mirada que le dirigía la alfa con sus dilatados ojos oscuros hacía que el rubor de su cuerpo aumentara, el aire saliera y su mente se pusiera en blanco. Estaba dispuesta a todo por Jennie a dejarse usar por ella de la forma que quisiera y así obtener el placer que tanto deseaba. En ese instante, ganarse el éxtasis que prometían los ojos de la mayor era suficiente para que Lisa tirara toda la lógica por la borda.

Así que obedeció. La omega separó más sus piernas y las elevó, llevando las rodillas a su pecho y agarrándolas por detrás de ellas. Su centro, ante el gesto, se abrió más a Jennie.

—Sí, sí —aceptó la alfa, arrodillándose sobre la cama, con su endurecida polla alzándose contra su vientre—. Mía, mía.

A pesar de la vergüenza, Lisa sintió también el gusto de que Jennie le contemplara de esa forma.

Jadeó sonoramente en el momento en que Jen le agarró de las rodillas, tirándola contra ella. La alfa le elevó por la cintura, y Lisa observó el pene de la castaña frotándose contra sus pliegues. Su entrada no podía estar más preparada para ese momento.

Con una mano, Jennie agarró la base de su verga, frotando el glande contra el clitoris de Lisa.

—Por favor, por favor, alfa —suplicó la muchacha.

—¿Por favor qué? —exigió Jennie, salvaje y dura.

—Fóllame —rogó la omega—, hazme tuya, alfa. Jódeme y lléname.

La sonrisa en el rostro de la profesora era placentera y complacida, como si eso era lo que estuviera esperando oír luego de muchos años.

Jennie lamió sus labios antes de presionar la cabeza de su polla en la entrada de Lisa, entrando sin ninguna dificultad, casi como si lo ansiara por completo. Tanto el lubricante de la omega, como el líquido preseminal de su propio pene, era suficiente para facilitar la penetración, y pronto estuvo entrando por completo en ella.

Su miembro pasó hasta el punto más de al fondo, observando el rostro de la omega: la cara de Lisa se encontraba enrojecida, con los ojos llorosos y la boca abierta en un murmullo implorante. La chica llevó las manos a sus piernas, abriéndose más, y Jen se empujó más, sin dejar de entrar. A medida que se metía, el murmullo subía más y más fuerte, hasta el punto en que Lisa pedía que siguiera entrando.

—Sí, ahí, ahí, alfa —animaba Lisa, sintiendo la forma en que la polla le llenaba, le abría y le hacía de Jennie—, ahí, más, más...

La mayor se impulsó una última vez, entrando por completo en ella, con sus testículos chocando contra el culo de Lisa. La omega soltó un gemido sonoro por la forma en que entró en ella, sintiéndose demasiado llena en ese momento.

Cerró sus piernas en la espalda baja de la alfa y Jennie le agarró de los costados de la zona pélvica, antes de comenzar a mover su cadera para follársela.

La pelinegra empezó a gemir y llorar de placer por la forma en que Jen se movía dentro suyo, saliendo levemente para luego embestirla con dureza, un sucio y morboso ruido resonando en el cuarto junto con los jadeos de la alfa y la omega. Cada nueva penetrada iba más y más profundo en Lisa, con la polla de Jennie presionando contra su sensible punto G, enviando corrientes de placer por el cuerpo de la menor.

Lisa ni siquiera sabía que pudiera sentir tanto placer siendo follada así, con tanta dedicación y rudeza, con los ojos de Jennie puestos en ella. No sabía qué expresión estaba poniendo exactamente, pero la alfa le contemplaba como si fuera un objeto precioso, y eso era suficiente para amar toda esa situación.

Jen no dejaba de empalarla una y otra vez con su verga, gruñendo y jadeando, y pronto su mano fue hacia el clitoris de la omega. Sin dudarlo un poco, le empezó a masturbar, sin dejar de follárselo.

Para esas alturas, Lisa ya no podía soportar más, con el éxtasis alcanzando su punto máximo, y arqueó su espalda, echando su cuello hacia atrás. Sus ojos rodaron y sacó su lengua en un gesto obsceno, pero qué importaba a esas alturas.

—¡Oh, Jennie, mierda! —gritó, el orgasmo golpeándola con fuerza, siendo mucho mejor a los que tuvo anteriormente.

Sus fluidos vaginales rodearon el pene de Jennie, pero esta no detuvo las embestidas contra su sobreestimulado punto débil, y extendió el placer lo más que pudo. Sin pensarlo demasiado, se inclinó y sus dientes se enterraron en la expuesta piel del cuello de Lisa.

En ese preciso momento, Jennie también alcanzó el éxtasis y se metió más profundo dentro de Lisa, derramándose en su interior. Mientras le marcaba, sintió el nudo formándose dentro de la omega, sin dejar de eyacular.

—Jennie, Jennie... —gimió Lisa, con los restos del orgasmo en su sensible cuerpo.

Escuchó un nuevo gruñido de parte de la alfa y el dolor en su cuello, allí donde mordió. Hizo un mohín antes de sentir suaves lamidas.

—Mía —le escuchó decir—, mía, mi omega.

—Sí, tuya —Lisa no se movió, sintiendo el nudo todavía en su interior.

—Tuya. Soy tuya —añadió Jennie, levantando su cabeza, y le miró con esos iluminados y somnolientos ojos.

—Está bien, sí, tú eres mía —afirmó Lisa.

Jennie sonrió, cansada y luciendo adormilada en ese momento. Lisa quería sentir un poco de preocupación por Haerin, pero si era sincera, su hija era el último de sus pensamientos en ese momento. Haerin estaba en buenas manos.

La alfa acababa de marcarla. Jennie acababa de darle una marca, a pesar de ser una omega que ya tuviera una hija. Jennie no dudó en hacerlo, y no parecía ni un poco arrepentida.

—Te amo —le dijo Lisa.

La sonrisa en el rostro de Jennie se volvió más grande.

—Mmm... te amo también —respondió la alfa, besándole en la boca—. ¿Otra vez?

Sintió el nudo comenzando a bajar. Casi al mismo tiempo, Jennie comenzó a mover sus caderas.

Se rió, asintiendo y siendo feliz.

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