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Suecia, 2020

           Había conocido a ese chico por casualidad. Desde el primer momento en que lo vio no dedujo que fuese tan talentoso, en realidad, el muchacho daba esa sensación de que estaba completamente perdido. Con ese cuerpo tan flacucho, esa ropa holgada y ese viejo gorro que nunca se quitaba, no dabas ni una corona por el.

Jimin Ericksson Park, ese era su nombre. Algo extraño, debido a que en Suecia las personas sólo poseían un apellido, supongo que desde el principio, Dios quería que destacara de una u otra forma, y por supuesto lo hacía. Su padre era un coreano que según el muchacho no se había hecho cargo, dueño de una franquicia de hoteles, y su madre era una alcohólica dependiente de un hombre que no hacía más que menospreciarla. Pero ya se enterarán más adelante con lujo de detalle.
El joven trabajaba para ayudar a su pequeña hermana de seis años llamada Annika, limpiaba por las mañanas un pequeño bar en la 16 en Lilla Nygatan, en la colonia Gamla Stan y Riddarholmen en Estocolmo y por las noches era barman del mismo lugar mientras cursaba la preparatoria nocturna en línea en sus tiempos libres.

En ese entonces, aquel no tenía idea de que él chico existía, era sólo un viejo que acababa de perder al único ser capaz de brindarle color a su vida: Su esposa, Ágata.

Bueno, no importa desde qué punto comience a contar, tengo el control total y si quiero podría empezar desde el final de la historia, contarles acerca de esa angustia en su pecho cuando aquel joven de dorados cabellos no llegaba, había desaparecido como si la tierra se lo hubiese tragado. Pero, no quiero adelantar los hechos tampoco, o terminaré confundiéndolos a todos, seré ordenado y empezaré desde el principio. Desde el día en que él deleitó sus oídos.

El clima era frió, el cielo estaba despejado de estrellas, todo se veía muy vacío, eso no hacía más que agrandar el hueco en su pecho. Ese orificio que no creía poder tapar con absolutamente nada, ni con tiempo. Vagaba por las transcurridas calles de Gamla Stan y Riddarholmen. De vez en cuando su hombro terminaba por chocar con los de las otras personas, pero no podía evitar pasar de largo. El celular dentro de su bolsillo no dejaba de vibrar, pero prefería aparentar que no lo sabía, en ese momento lo que menos le importaba era contestar, seguramente a su hijo, a su nieta, a quien sea que lo estuviese buscando luego de desaparecer sin decir una palabra de aquel funeral que le partía el alma.

Entonces se detuvo. Exhalo profundo para liberar la pesadez que lo hacía sentir pequeño. Fue entonces cuando levanto la mirada y aquellas luces neón terminaron por iluminarle el rostro.

|VAYADOLID|
Bar y discoteca.

Se leía en aquel cartel frente a sus ojos. Nunca había acostumbrado frecuentar tales lugares, era viejo y tenía el colesterol alto. Pero en ese momento, lo que más quería era: Olvidar. Y que mejor manera de hacerlo, que con alcohol. Así que, decidió entrar. 
El reloj seguí marcando las siete de la noche, y la extrañeza llegó a él cuando observó el lugar bastante vacío.

—Bienvenido—le interrumpió tal voz en su cabeza que lo obligó a voltear. A los segundos, sus ojos se toparon con ese ser humano con pinta de ser un vagabundo debilucho, limpiaba vasos con un trapo que hacía juego con su uniforme de barman.

Fue amable en un principio, pero el viejo no le correspondió ni el saludo, simplemente camino hasta la barra para tomar asiento y dijo:

—Un vodka de 96º—ordenó y el chico abrió los ojos a tope.

—¿Está loco? Es peligroso ingerir esa bebida sola—exclamó negando como si estuviese regañándole—Pida otra cosa.

—¿No escuchaste? Soy un cliente, el cliente siempre tiene la razón. Quiero un vodka de 96°—soltó groseramente, dejando un par de coronas sobre la madera y un par de billetes.

—Bien, da igual, el que morirá será usted, no yo—soltó el chico botando bruscamente el trapo, tomó el dinero para guardarlo en su mandil corto, y se giró para servir lo pedido—Aquí tiene, ¿Contento?—dijo sarcástico, dejando dos bebidas frente al señor—Al menos acompáñelo con jugo de arándanos.

Era increíble. Había sido descortés desde un principio, pero ese chico aún no dejaba de preocuparse.

—Te lo agradezco—murmuró con la mirada perdida.

Repentinamente, aquel rubio continuó con lo suyo, y mientras lo hacía, tarareaba una canción que estaba seguro, había escuchado antes, en alguna parte.

—¿No te importaría cantar para mi un poco?—hablo sin dirigirle la mirada.

—En realidad, me importa—contesto el otro sin detener su actuar.

—Vamos, soy sólo un anciano en busca de algo que lo consuele.

—Mmm—él lo pensó detenidamente, tenía que haber pasado por algo muy duro como para siquiera atreverse a pedir esa bebida, y luego decirle a un completo extraño que cantara para él—No es alguna clase de pervertido con fetiches raros ¿Verdad?

—Para nada. Si quieres, puedo pagarte.

—Bueno, todo sea por el dinero—murmuró poniéndose firme.

Se mantuvo un momento en silencio, y luego:

I tell myself I don't care that much...—comenzó tomando un poco de aire—But I feel like I die—cantó lentamente, cerrando sus ojos—'til I feel your touch...—continuó haciendo breves pausas—Only love...

El contrario lo escuchaba atento, mientras una lágrima se le escapaba resbalando su mejilla.

Only love can hurt like this—continuó—Only love can hurt like this—siguió tomando más aire—Must've been a deadly kiss...; Okay, creo que ya fue suficiente consuelo—corto inesperadamente tomando de nueva cuenta el trapo, y estiró su mano.

—Así que...Paloma Faith —habló atreviéndose a mirarle, depositando otras cinco coronas en la palma del chico—No conozco muchas de sus canciones, pero tiene una poderosa voz.

—Me gusta esa canción. Se ha vuelto muy famosa, seguro ha ganado micho dinero con ella—fue lo único que recibió como explicación por elegir tal canción.

—¿No te gustaría ser tan rico como ella?

—No tengo tiempo para eso. Ya tengo un plan—mencionó tomándolo por sorpresa.

—¿Y cuál es ese plan? Si puedo preguntar.

—Donarle todo lo que tengo a mi hermana y luego morir.

—¿Morirás? ¿Estás enfermo?

—No. Planeaba tomar muchas pastillas con alcohol, pero...es muy caro. Ya pensaré en otra cosa—dijo restándole importancia.

—¿Y porque tanto apuro por morir? Podrías ser cantante, ganar más dinero y así irte sin dejarle más preocupaciones a tu hermana.

—Mmm, de hecho, no es mala idea. No lo había pensado.

—¿Por qué no vienes a verme?—mencionó sacando de su saco, aquella cartera marrón que lo acompañaba siempre, y de ella, una pequeña tarjeta de presentación—Podríamos hablar más acerca del tema.

—¿Trabaja en una compañía de entretenimiento señor...—leyó—Guidetti?

—Olle, Olle Guidetti es mi nombre.

—Nunca había escuchado de ella. ¿Acaso piensa estafarme?

—No es una compañía, es una academia y es mía. Mi esposa es profesora en ella, o bueno, lo era.

—Ah, ya veo—murmuro observando aquella tarjeta—Pero, si es una academia, ¿No se debe pagar?

—Podríamos hablar de eso y luego tomar decisiones.

—¡Ericksson!—se escuchó ese grito desde el interior de un cuarto atrás—¿Crees que el piso va a limpiarse solo?

—Oh, si, ya voy—grito el rubio en respuesta y luego se dirigió a Olle—Disculpe señor, debo trabajar, las deudas no desaparecen por arte de magia. Y la discoteca empieza en media hora.

—Podrías decirme que al menos lo pensarás—insistió antes de verlo partir.

—¡Ericksson! 

—¡Dije que ya voy!—volvio a gritar ya fastidiado—Mmm, maldito sordo, ash—balbuceó despeinándose el cabello—Está bien, voy a pensarlo.

Y sólo bastaron esas palabras, para dar inicio a una gran revolución en la vida de ambos.

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