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Cuando Lisa empezó su relación con Jennie, si bien se encontraba muy enamorada de ella, jamás pensó que fueran a durar más allá de dos meses.

Por eso mismo, cuando cumplieron los cinco meses, no podía aguantar la emoción. Cinco meses eran... Era mucho para ella, era más de lo que alguna vez soñó en su vida.

Así que, cuando Jennie le invitó a cenar a su casa, no dudó en aceptarlo. Por casualidad, su aniversario coincidió con una salida de sus padres, que irían a visitar a los abuelos paternos de Jennie, junto con Jungwon. Al inicio, se entusiasmó un montón por lo que significaba: ellas iban a tener un momento romántico sin nadie que les molestara.

Y luego, se dio cuenta de eso: ellas estarían solas, en la casa de Jennie, celebrando su aniversario. Lisa no era tonta, y sabía que eso podía significar algo que le daba terror: tener sexo. Hacer el amor. Follar. Tirar. Coger. Lo que fuera.

De sólo pensarlo, podía sentir cómo su rostro se deformaba por el llanto. Era peor de lo que imaginaba.

Y lo peor no era eso. Lo peor era que no se atrevía a decirle a Jennie que quería cancelar esos planes, porque sabía que la alfa podía enfadarse, o incluso terminar con ella. De sólo pensarlo, Lisa se sentía más en desgracia. Tampoco tenía el valor suficiente para hablarlo con sus amigas, pues temía que le quitaran peso a eso o le dijeran que exageraba.

Por eso mismo, terminó cometiendo un terrible y gran error: iba a bajar de peso en lo que quedaba de la semana, costara lo que costara.

―Lisa, ¿otra vez trajiste lechuga?

Se sobresaltó cuando escuchó las palabras de Jisoo, detrás de ella. Como si estuviera cometiendo un crimen, Lisa cerró su recipiente con fuerza y se forzó a sonreír, a pesar del hambre que sentía. El día anterior llevó de almuerzo una ensalada de apio, y el anterior a ese, lechuga. Se estaba saltando los desayunos y cenas a propósito y se trataba de mantener sólo con el almuerzo y agua. Sabía que no bajaría de peso lo suficiente, pero si perdería unos kilos y, tal vez, no sería tan desagradable.

Lo que le daba mayor miedo era eso: que Jennie le viera desnuda y le mirara con asco.

―Sí ―chilló, ocultando el rugido de su estómago―, ¡estoy a dieta!

―No, eso lo sé ―contestó Jisoo, desconcertada―, pero estar a dieta no significa comer mal. Alimentarte de sólo lechuga...

―¡No me molestes! ―espetó Lisa, enfadada―. ¡Las ardillas no necesitamos comer tanto!

Jisoo se veía mucho más perdida ahora, aunque también herida por lo que le dijo. Lisa se sintió un poco mal, sin embargo, Jisoo no tenía razones para decirle esas cosas. Claro, como ella era delgada y bonita, sin una gota de grasa extra, no sabía lo difícil que era para ella. El miedo que le daba no ser deseada por la chica que quería. Era muy probable que ella ya hubiera tenido algún momento íntimo con Rosé, así como Shuhua y Soojin tenían, pero ¿ella? Lisa jamás podría causarle deseo a nadie con su aspecto.

Enfadada consigo misma por ese hilo de pensamientos, ignoró a Jisoo y abrió su recipiente, olvidando las desabridas hojas de lechuga. Ni siquiera les echó sal y aceite, queriendo reducir cualquier gota de caloría en lo máximo. Casi a la fuerza, se comió su pobre almuerzo, ignorando las miradas que Jisoo le dirigía. Y fue peor cuando llegó Shuhua, huyendo de Miyeon.

―¡Unnie, ya, deja de molestarme! ―exclamó la conejita, a pesar de que no se veía molesta―. ¡Eres una pesada conmigo!

―¿Yo soy una pesada? ―se ofendió Miyeon―. Mírate tú primero, saltando de un lado para otro, con esas odiosas orejas rebotando...

―¡Mis orejas no son odiosas!

―¡La pesada eres tú, Yeh Shuhua!

Shuhua rabió en su lugar antes de sentarse, sus ojos quedándose en la comida de Lisa, ya casi acabada.

―¿Sólo lechuga, Lis?

―Sí ―dijo, queriendo que su rostro no expresara ninguna emoción―, me gusta la lechuga.

―A los conejos igual ―y quien habló no fue Shuhua, sino Miyeon, con una mirada indescifrable―, y la lechuga no es algo que las ardillas suelan comer tanto.

Lisa sentía que se enfadaba más y más con lo que oía, sin saber muy bien qué le estaba pasando. Era sólo que toda esa situación le afectaba más de lo que debería, sabía que sus amigas se preocupaban por ella, pero Lisa lo único que quería era que le ignoraran esa semana. ¿Y qué si no se alimentaba bien esos días? Una vez pasara todo ese encuentro con Jennie, las cosas volverían a la normalidad.

O, al menos, eso pensaba hasta que una idea repentina apareció: ¿y si a Jennie le gustaba? Si, en el hipotético caso de que a Jennie le gustara estar con ella, tal vez querría repetirlo. Querría hacerlo más veces, en otros días. Lisa no sabía si las panteras eran animales sexualmente activos, pero era una depredadora por naturaleza, eso ya decía bastante para Lisa.

No, tendría que bajar de peso, sí o sí. A como de lugar. Jennie podría dejarla si seguía así, luciendo tan desagradable y fea. Ya no la molestaban como antes, no le pegaban o le insultaban abiertamente, pero eso no impedía que no escuchara lo que hablaban de ella.

Se llevó las últimas hojas de lechuga a la boca, haciendo un mohín por el ácido sabor a limón, antes de ponerse de pie.

―No pasa nada, ¡están exagerando! ―exclamó, tratando de sonreír y lucir normal.

Las tres se miraron con expresión incómodas, sin saber cómo reaccionar. Para fortuna de Lisa, no insistieron más.

Aunque, también para desgracia, no significaba que hubieran detenido sus intentos de hacerla razonar. Así que hablaron con Jennie para que interviniera.

Cuando Lisa salió de clases y vio a su novia, corrió a saludarla. Los últimos días poco se vieron, pues estaban en época de exámenes y decidieron no estar tanto tiempo juntas. Se distraían demasiado cuando estaban al lado de la otra. Sin embargo, se juntaban al salir de clases y se iban juntas a la casa de Lisa, donde Jennie la dejaba.

Ahora, Lisa abrazó a Jennie y le dio un sonoro beso en la boca. La alfa se lo devolvió, antes de alejarse y dirigirle una mirada.

―Estás más pálida ―fue lo primero que dijo.

La omega parpadeó, un poco desconcertada con sus palabras. Sin embargo, se limitó a sonreír.

―Claro, ¡es el invierno! ―le dijo, alejándose y agarrándole la mano―. Tú también estás más pálida, Jendeukie.

Lisa hizo el amago de empezar a caminar, pero Jennie endureció un poco su expresión. Antes de darse cuenta, la alfa le agarró la barbilla con fuerza y le hizo levantar su mirada.

―No te ves bien ―dijo la más baja―, me han dicho que no te estás alimentando bien, Lisa.

Esas palabras le hicieron crisparse, sintiendo cómo el enojo volvía a aparecer. Quiso buscar a Shuhua y Jisoo para regañarlas por lo que hicieron, ¡¿qué le estaban diciendo a Jennie?! ¡Ellas no tenían porqué meterse en su relación!

―¿Qué dices? ―dijo, un poco enfadada―. ¡Claro que me estoy alimentando bien! Sólo estoy rebajando un poco mis porciones, ¡pero nada más!

―No te ves bien ―repitió Jennie―. Traes ojeras, te ves un poco enferma y tus feromonas han cambiado ligeramente ―hizo un mohín―. ¿Estás preocupada por la cena? Si te hace sentir mejor, podemos no...

―¡Por supuesto que quiero hacerla! ―gritó Lisa, en medio del pasillo, y pudo sentir cómo algunas personas se detenían a mirarla. La vergüenza la golpeó―. No quiero discutir esto aquí, Jennie, por favor, ¿quieres dejarlo?

Jennie hizo un mohín con su boca, como si esas palabras le molestaran. Sin embargo, decidió ceder, y ambas caminaron hacia la salida del colegio. No se dijeron nada por varios minutos, cada una enfadada por su propio lado. Lisa lo único que quería era que esa semana acabara ya, ¿es qué acaso no podían apreciar sus esfuerzos?

Ese día se había pesado y tenía ya dos kilos menos, ¡era un gran avance! Lisa podría combinar eso con muchos ejercicios y así, tal vez, el siguiente año tener un cuerpo que fuera más bonito para Jennie.

―Bien, dime ―habló Kim, llamando su atención―, ¿está pasando algo, Lili? Has estado muy extraña desde que te invité a cenar, ¿te incomoda? ―estrechó sus ojos―. ¿Te asusta que hagamos algo que...?

―Jennie ―chilló, entrando en pánico―, ¡quiero mucho que... que tú y yo podamos hacer esas cosas!

Una pequeña mentira. Es decir, ella sí quería. Quería demasiado saber cómo se sentiría tener sexo. En sus celos, Lisa sólo usaba sus dedos, sin embargo, tenía claro que no era lo mismo. Y con una novia tan guapa y atenta como Jennie, sus ganas aumentaban mucho más.

Sólo que no estaba tan segura en ese momento. O sea, de que quería hacerlo, sí. Pero ¿era el instante adecuado para ella?

Lisa no quería decepcionar a Jennie.

A sus palabras le prosiguió un momento de nuevo silencio. Ella pensaba que Jennie reaccionaría sonriendo, complacida ante sus palabras, sin embargo, vio todo lo contrario. Vio... vio disgusto en sus ojos, angustia. Fue como si su alma cayera a sus pies, algo en su pecho se apretara con fuerza y su omega entrara en horrible pánico.

―Lili ―le habló, suavizando su tono―, creo que lo mejor será que no hagamos la cena, ¿vale?

―¿Qué? ―barboteó, con la voz apretada―. ¿Estás... estás terminando conmigo?

―No, no ―se apresuró en decir la alfa―, no pienses eso, ¿está bien? Pero... ―vaciló un momento―, pero mejor hagamos una comida. Siento que... siento que te estás poniendo mucho estrés encima con esto y no quiero que te presiones a ti misma.

―No me estoy presionanda ―jadeó Lisa, y no se dio cuenta de que estaba a punto de llorar sino hasta ese momento. Podía sentir como si una mano invisible se cerrara alrededor de su cuello, apretando y asfixiando su garganta, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas―, yo quiero... yo quiero...

―Almorcemos ―sugirió―, podemos ver alguna película y luego, te voy a dejar a casa.

Ellas hablaron de cenar, ver películas y luego dormir juntitas. Tener su primera noche juntas. Jennie no mencionó jamás que follaran o algo así, pero Lisa lo sintió implícito en sus palabras. Incluso, hasta pidió permiso con sus papás para quedarse con la alfa.

―Jennie ―sollozó Lisa, sin saber el motivo exacto de porqué esa situación le estaba afectando tanto. Se supone que esas palabras deberían calmarla, sin embargo, era todo lo contrario: le estaban provocando más dolor, con su corazón rompiéndose ante esas palabras―, por favor, te prometo que...

―No quiero que me prometas nada, Lili ―le dijo Jennie, seria―, lo único que quiero es que dejes esta locura de... de comer menos o no comer. ¿Crees que no me doy cuenta?

Se puso a llorar a lágrima viva, tan sobrepasada por sus propias emociones, por la ansiedad que le inundaba en ese instante. Jennie suavizó su expresión e hizo el amago de abrazarla, pero la omega la empujó, y ahora ya no sólo sentía mucha pena, sino también ira. Y enojo. Enojo por la forma en la que la trataban, la manera en que la veían, como si ella... como si ella fuera una niña pequeña a la que había que cuidar y regañar.

―¡No quiero nada de ti! ―le dijo Lisa, tan enfadada y herida por lo que acababa de ocurrir. Tal vez Jennie no se dio cuenta, pero era como si la hubiera rechazado, y fue como si todos los miedos de Lisa se hicieran realidad. Jennie la rechazó por desagradable, por horrible, por gorda. No quería follársela -que grotesco sonaba así, santo Dios- porque estaba gorda―. ¡Vete al diablo, te odio!

―¿Lisa? ―titubeó Jennie, desconcertada y fuera de sí, atónita por lo que estaba ocurriendo en ese instante.

La omega sólo estaba hablando por hablar, no lo sentía realmente, pero en ese momento, su pesadilla se hacía realidad y Lisa tenía que aprender a defenderse. Tenía que protegerse. Ella sabía que eso iba a acabar así, sabía que Jennie realmente no la quería, pero... pero...

Ella pensó que podía ser distinto.

―¡Te odio, te odio, te odio! ―lloró.

Y tal vez fue irrisorio hacer eso, pero estaba tan angustiada, tan afectada, que su propio lado animal no sabía cómo actuar, y se transformó en ardilla. Sin pensarlo ni un poco, e ignorando los llamados de Jennie, el pequeño animal salió corriendo lejos de allí.

Jennie ni siquiera pudo alcanzarla, sintiéndose como si una piedra hubiera caído sobre ella.

***

Lisa se la pasó llorando los días siguientes, sin querer ir a clases e ignorando los llamados de todo el mundo.

Sus padres realmente se preocuparon por la muchacha, pero Lisa sólo les dijo que terminó con Jennie y necesitaba unos días para procesarlo. Ellos fueron comprensivos, sin presionarla para volver a clases y tratando de consolarla, dentro de lo posible.

Por otro lado, la omega se sentía tan mal que agarró un montón de comida y se dio un atracón con ella, hasta el punto de terminar vomitando entre nuevos llantos. Su mamá tuvo que darle pequeñas porciones de comida los siguientes días, a pesar de que Lisa estaba desesperada por llenarse de alimento, como si de esa forma pudiera acabar con la ansiedad y el disgusto que le invadía.

Sus amigas llamaron a su teléfono, pero Lisa las mandó al diablo por mensaje a cada una, incluso a Rosé, que sólo le envió un emoji triste. Jennie también la llamó, pero Lisa no podía ver su número sin romper en lágrimas, y terminó por bloquearla. Lisa no sabía cómo una ruptura podía doler tanto, sin embargo, ahora lo sentía en carne viva, y era mucho peor que cuando algunos otros alfas como Sehun la rechazaron. Ahora era como si algo estuviera rasgando a su omega en dos, haciendo que su corazón doliera.

Las cosas se volvieron más malas cuando llegó el sábado, que debía ser su día de aniversario. Lisa despertó llorando, agarró el suéter que le iba a regalar a Jennie con un bonito estampado –consiguió que Shuhua le hiciera un dibujo muy tierno, de una ardillita durmiendo sobre una pantera– y se lo puso, agarrando ahora unas barras de chocolate que Anong le trajo el día anterior para animarla un poco.

En ese momento, bajar de peso era lo más insignificante en su mente, a pesar de que esa mañana se pesó y subió tres kilos desde lo ocurrido días atrás. Se deprimió un poco, por supuesto, pero luego pensó que ya daba lo mismo y estuvo con un peso mucho peor años atrás. A esas alturas, ¿quién más iba a estar con ella? Jennie de seguro debía repudiarla, y ella... ella no quería a nadie más que Jennie, a pesar de todo.

Jennie era su única alfa, era... era el amor de su vida, y lo arruinó. Lo arruinó como sabía que iba a ocurrir, y todo por culpa de su peso.

Pero eso no terminaba de acabar. Era pleno invierno, y mientras estaba acostada, sorbiendo por su nariz, observó que estaban apareciendo nubes de tormenta en el cielo. Oh, Dios, no ahora. No ahora, no ahora...

No pasó nada para media tarde. A las seis, aproximadamente, se puso a llover de forma descontrolada. Para las nueve, comenzaron los primeros truenos y relámpagos.

Ahora Lisa no sabía si estaba llorando por el dolorcito en su corazón o por los truenos que rompieron el cielo. Era como si el mundo se estuviera acabando en ese momento, y lo único que se le ocurrió, como pasaba siempre que entraba en pánico y el terror le inundaba, era convertirse en ardilla.

El animalito se acurrucó bajo las sábanas y mantas, temblando y tratando de aferrarse a algún peluche. Por un instante, era como si pudiera recordar esa horrible noche: ella mucho más pequeña que ahora, sólo una ardilla bebé, colgada de un árbol que se sacudía en medio de la lluvia, con los truenos resonando entre las nubes. Lisa pensó, en ese momento, que iba a morir realmente, que ese sería su fin, y que nadie más que sus padres le iban a extrañar.

Resonó un trueno demasiado fuerte, tan sonoro, que entró en pánico y comenzó a revolverse bajo las sábanas, queriendo salir. No, ese no era un buen escondite, debía ir al armario y ocultarse en una caja de zapatos, allí estaría a salvo.

Pero no podía salir, no podía, estaba todo demasiado oscuro, las mantas pesaban sobre su cuerpo y se encontraba enredada. Comenzó a chillar, desesperada, esperando que sus padres la escucharan y fueran a ayudarla. Estaba tan aterrada, que ni siquiera podía transformarse en humano, dominada por su lado animal completamente.

De forma repentina, sintió las mantas siendo levantadas.

―Hey, hey, Lili, Lis...

Por un breve instante, pensó que era su papá, hasta que unas manos suaves la agarraron con delicadeza. Levantó la vista, aturdida y desorientada, y se encontró con el rostro mojado de Jennie, con su cabello goteando y la ropa empapada por la lluvia.

Y Lisa...

Lisa se lanzó a su cuello, aferrándose a ella con desesperación.

Jennie hizo una mueca cuando las garras se enterraron en su piel con fuerza, pero no dijo nada, sólo le dejó agarrarse a ella. Con sus manos un poco húmedas, comenzó a acariciar el suave pelaje de la ardilla, que temblaba, pero no por el frío.

―Sí, sí, tranquila, bebé ―murmuró Jennie, agotada por todo lo que tuvo que correr. Cuando comenzaron los truenos, ni siquiera se detuvo a pensarlo: su instinto gritó que su omega se encontraba en peligro y debía ir a rescatarla―. Ven, vamos, vamos a dormir, bebé, mi linda bebé...

Lisa no se movió cuando Jennie comenzó a desvestirse, agarrando una de las sudaderas de la omega que estaban en el suelo. El cuarto apestaba a llanto y pena, pero sabía que no podía abrir las ventanas, así que se tragó el aroma. Su alfa, con sólo olisquearle, se retorcía en propio dolor por la idea de su omega sufriendo. Sufriendo por su culpa.

Sabía que dormir con el cabello mojado no era la mejor idea, sin embargo, no tenía otra opción. No cuando un nuevo trueno resonó y Lisa ahora se metió bajo la sudadera, agobiada por encontrar refugio.

―Tranquila, no pasa nada, ven aquí... ―Jennie se acostó y Lisa se movió hacia su pecho. Giró hacia un lado y la ardilla se acurrucó contra esa zona, con los ojos abiertos en pánico y una mirada de terror―, ven aquí, eso... ―la cubrió con las sábanas y frazadas, y quiso retorcerse cuando sintió a la ardilla moverse para sacar su cabecita levemente―, ¿un poco mejor?

Lisa respiraba aceleradamente, aunque se veía un poco más compuesta. Jennie le sonrió con suavidad, pero también con cierto sufrimiento: podía sentir el miedo de la pelinegra a través del lazo que ellas, a esas alturas, generaron. Todos esos días fueron como un infierno para la alfa, con las emociones de Lisa vibrando cada cierto tiempo en su mente. Quiso ir a verla mil veces, aclarar las cosas, tratar de solucionar lo ocurrido, pero los padres de la omega le dijeron que no era lo mejor por ahora. Lisa no estaba en buenas condiciones para recibirla.

Ahora, sólo la dejaron entrar al verla así, húmeda por la lluvia y desesperada por llegar a su pequeña.

―Te amo ―le susurró, acariciándole la cabecita, y empezó a ronronear para calmarla―, te amo, te amo, te amo mi linda bebé...

Poco a poco, Lisa comenzó a cerrar sus ojos, con la respiración regulándose, hasta que cayó dormida. Incluso ignoró los siguientes truenos, a los que Jennie permaneció muy atenta por si despertaba, pero la omega sólo dormía como una bebé, todavía en su forma ardilla.

Jennie, una hora después, cayó dormida también. Por primera vez en días, pudo dormir sin ninguna preocupación, con su omega protegida y en sus brazos.

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