32

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Lisa odiaba las pulgas. Las pulgas entraban en su lista de cosas que más odiaba en la vida, casi comparable a la carne o las berenjenas (odiaba el sabor amargo y una vez comió una sin preparar).

Jennie sabía eso. A Jennie también le molestaban, porque las pulgas significaban contacto cero con la afectada. El problema de ser mitad animales es que sufrían mucho más con esos pequeños insectos y debían recurrir a baños seguidos con shampoo especial. Además, a Lisa le afectaban el doble debido a su pelaje, pues era abundante y largo; Jennie, por el contrario, tenía un pelaje más corto, por lo que no era propensa a ese tipo de plaga.

Cuando Jennie se dio cuenta de que Lisa estaba con pulgas, montó en cólera y pegó unas maldiciones capaces de espantar a medio mundo.

Fue un desastre desde el inicio. Jennie había notado a Lisa un poco rara durante la mañana, pero luego se fue a su clase. La omega tenía el día libre y, al ser invierno, había mencionado algo de que anidaría durante la tarde en su forma ardilla. Luego de tantos años de noviazgo, Jennie se había acostumbrado a ese instinto de hibernar que la omega poseía durante la época invernal. Lisa solía dormir y comer más, y anidaba casi cada día, convertida en una pequeña ardillita y durmiendo en esa forma.

Así que no se dio cuenta hasta que volvió de clases, pasadas las siete de la tarde y llevando, además, comida rápida para compartir con Lisa. De seguro se despertaría con mucha hambre. Sirvió la comida en platos antes de ir en busca de la omega, entrando al cuarto a oscuras y yendo hacia la cama, donde había un montón de prendas suyas esparcidas.

―Lili ―habló Jennie, comenzando a remover su ropa para encontrar a Lisa―, vamos, bebé...

Sonrió al verla acurrucada, aunque con los ojos ligeramente abiertos. Se alejó un poco, dejando que se estirara, y eso comenzó a hacer la omega... Hasta que se detuvo a mitad de camino para rascarse el vientre. Y luego la cabeza. Y la cola. Y otra vez el vientre.

La sonrisa de Jennie se congeló.

―Lili ―volvió a hablar, y su voz tembló―... ¿tienes pulgas?

La ardilla dejó de rascarse. Jennie no quería entrar en pánico, pero la luz y todas esas prendas no le ayudaban mucho a descubrir la verdad. Cuando agarró su sudadera verde y la tiró, Lisa chilló por el horror al ver su nido destruido.

―¡Mierda! ―gritó Jennie también al ver a esos asquerosos y repugnantes insectos aferrados a la ropa.

Al mirar a Lisa, ya no había una ardillita allí, sino su novia... con toda la carita llena de ronchitas por las picaduras de pulgas.

―¡Deja mi nido! ―exclamó Lisa, sin importarle su aspecto, sólo preocupada por el nido―. ¡Lo... lo estás destrozando!

―¡Lisa! ―Jennie le miró con disgusto―. ¡Estás llena de pulgas! ¡Hay que lavar todas estas ropas y... y las sábanas de la cama!

—¡Nooooooooooooooooooo! ―chilló, y sus ojos se llenaron de lágrimas―. ¡De-devuélvelo, dámelo!

Jennie no se lo devolvió. Claro que no. Ignorando sus quejidos, su llanto y súplicas, agarró todas las prendas y quitó las sábanas de la cama.

―¡No, Jen, no! ―lloró la omega―. ¡No seas... no seas mala! ¡E-estoy bien!

A la alfa le rompía el corazón, en especial porque sentía la desesperación de la omega a través del vínculo, pero ante esa plaga, no podía ceder. Al fin y al cabo, era por el bien de su novia también, aunque ahora no lo viera así.

Al notar que no iba a detenerse, Lisa lloró con más fuerza. Jennie sabía lo mucho que su novia amaba hacer nidos y quedarse en ellos en su forma animal, envolverse en el aroma de la alfa y poco más apestar a sus feromonas. A Jennie tampoco le molestaba eso. En especial durante el invierno, a la castaña le encantaba sentirse rodeada por el calor del nido. Lo que estaba haciendo Jennie era casi una tortura para ella.

—¡Mi nidoooooo! ―sollozó, desconsolada cuando la vio echar todas las ropas y sábanas a la lavadora―. ¡Devuélvelo, lo... lo quiero de... de vuelta!

Jennie echó el detergente y echó a correr el agua. Lisa gritó y derramó más lágrimas, que parecieron detenerse brevemente cuando la alfa fue al baño y abrió la llave de la ducha.

―Lili...

―¡Waaaaaaaaaaaaah, noooooooooooooooooo! ―fue lo último que gritó Lisa antes de transformarse en ardillita y querer escapar de Jennie.

No llegó lejos. Kim tenía reflejos más rápidos y la atrapó cuando quiso meterse bajo el sofá por la desesperación. La alfa hizo mohines de dolor debido a que la ardilla se revolvió en miedo y locura, rasguñándole y mordiéndole los dedos. Sin embargo, sólo la sostuvo con más fuerza y llevó al baño.

Si había algo que Lisa odiaba también eran los baños para quitarse las pulgas. Debía aplicarse un shampoo especial en su forma animal para quitarse aquellos insectos, refregarle bien y quitarle, prácticamente, todo el aroma de la alfa. La pequeña se la pasó chillando todo el baño sin control.

―Ssshh, shhhh ―murmuró Jennie con pena mientras le echaba más shampoo y Lisa lloriqueaba―, tranquila, bebé, sólo sopórtalo un poco más...

La omega sólo chilló y se quejó. Jennie sabía que casi era un trauma para su novia, así que una vez la terminó de bañar, se apresuró en secarla y luego envolverla en una manta. Su pequeña ardillita respiraba aceleradamente y casi se hizo bolita entre las mantas, y aunque se viera extraño, Jennie la cargó como una bebé, pegándola a su pecho para envolverla en feromonas. Escuchó su gemidito de lloriqueo, buscando en su celular el número de Soojin.

―¡Tú, loba pulgosa! ―gritó con enfado cuando su amiga contestó.

―¿Holaaaaaaaaaa? ―farfulló Soojin, confundida ante el grosero saludo.

Lisa cerró sus ojitos, emitiendo un nuevo gemidito. Gracias a sus oídos de ardillita podía escuchar la conversación sin ningún problema, y a pesar de que sabía que Jennie estaba enfurecida, no se asustó. Ahora lo único que quería era consuelo de su alfa.

―¡Tu llenaste de pulgas a Lili, ¿cierto?! ―acusó Jennie con odio―. ¡Te he dicho millones de veces que cuando estés pulgosa, no te acerques a mi novia!

La ardillita se removió en sus brazos, pero como si fuera una recién nacida, Jennie la meció y comenzó a caminar por el comedor. Eso pareció calmarla.

―Eeeeh, Jen, no sé de qué hablas...

―¡Por tu culpa tuve que romper el nido de Lili y está sin consuelo alguno!

¡No le grites a mi novia! ―chilló Shuhua al otro lado de la línea―. ¡Soojin no ha tenido pulgas desde el año pasado!

Eso pareció calmar los barboteos histéricos de Jennie.

―¿Ah, de verdad? ―preguntó con tono extraño―. ¿Entonces quién más...? ―su voz se oscureció―. ¡Jisoo!

Sin esperar a que Soojin hablara, le cortó y procedió a marcar el número de la Kim mayor. Lisa volvió a revolverse, pero ahora sólo para sacar su cabecita y frotarla contra el pecho de Jennie.

―¿Hol–?

―¡Zorro pulgoso! ―gritó Jennie, volviendo al tono enojado―. ¡Tú le pegaste las pulgas a mi Lili! ¡Claro que fuiste tú!

Ahora lo recordaba con mayor claridad. Por supuesto que fue la idiota de Jisoo: la híbrida de zorrito tenía una tendencia a revolcarse donde fuera y, al menos una vez al año, debía bañarse con shampoo antipulgas por lo mismo. Y Jisoo las visitó la semana pasada porque Rosé fue a ver a sus padres y estaba algo triste. Jennie recordaba haber llegado de la universidad, cansada y agotada, pues ya estaba trabajando en su tesis, y fue directo a la cama para abrazar a Lisa. Y se encontró con el zorrito acurrucado al lado de su ardillita. Casi le salió un tic en el ojo al ver esa escena. ¡Ahí le pegó las pulgas!

―¿Aaaaaaaaaaaaaah? ―Jisoo se hizo la desentendida.

―¡Pásame a tu novia, ahora! ―exigió.

―¿Jennie?

―¡Aleja a tu novia pulgosa de la mía por una semana o hasta que se le salgan las pulgas! ―reclamó―. ¡Si quiere venir a ver a Lisa, mantela limpia! ¡Sabes que Lili tiene mucho más pelo y las pulgas se le pegan más rápido!

Oh ―Rosé permaneció un segundo en silencio―, lo siento, no me había dado cuenta de que Jisoo estaba pulgosa. La bañaré ahora.

―¡NOOOOOOOOOOOOOOOOO! ―se escuchó un grito al otro lado de la línea, y Jennie cortó.

Con la cena ya fría, un humor de perros y su pobre omega mirándola con necesidad, la alfa fue hacia la cama. Dejó a Lisa en el suelo para tender nuevas sábanas y frazadas, y diez minutos después, estaba acostada, con la ardillita a un lado suyo. En un abrir y cerrar de ojos, Lisa volvía a estar en su forma humana, todavía con ronchitas en su rostro y los ojos llorosos.

―No me gusta ―murmuró la omega, sorbiendo por su nariz―, ya no... no huelo a ti... La cama tampoco hu-huele a ti...

―Oh, bebé ―murmuró la mayor, abrazándola y consolándola―, lo sé, pero no te preocupes. En un par de horas estarás apestando a mí.

―Y... y destruiste mi... mi nido...

―Estaba lleno de pulgas, mi amor.

Lisa se puso a llorar y Jennie sólo la apretó más contra su abrazo.

―¿Te parece si mañana me quedo y hacemos un nuevo nido? ―sugirió la alfa, porque le destrozaba que su omega llorara de esa forma.

―¿Pu-puedes...?

―Siempre voy a poder por ti, mi bebé.

Recibió un fuerte abrazo y Jennie, en definitiva, no dejaría que ningún animal pulgoso le hiciera pasar eso a su omega otra vez.

***

Debido a ese episodio, Lisa estuvo muy pegajosa con ella. Demasiado. La abrazaba y besaba mucho, se ponía en extremo posesiva, frotaba su carita contra el cuello de la alfa y se desesperaba por quedar impregnada en su aroma. A Jennie no le importaba, no particularmente, y aprovechando que ambas tenían más tiempo libre, lo disfrutaban demasiado. Las dos se encontraban trabajando en sus tesis y pronto se titularían, por lo que ya no iban a la universidad todos los días.

Sin embargo, cuando pasó un mes y Lisa seguía con ese comportamiento insistente, Jennie comenzó a preocuparse un poco. El olor de la omega se volvió algo dulzón y cambió ligeramente, pero la menor no pareció tomarle importancia. La alfa, por el contrario, creía que algo no iba bien. Lisa se enfermó las últimas dos semanas del estómago e iba a vomitar por algo que le cayó mal. Y lloraba mucho. Se puso a llorar demasiado cuando se comió un helado de almendras y vomitó, sin entender el motivo de haber sentido náuseas.

Ahora también estaba llorando, pero de la frustración.

―¡El nido... el nido no me sale! ―dijo, enfadada consigo misma, aunque también un poco con Jennie―. ¡No sé... no sé por qué!

―Lili, ¿tú...? ¿Realmente lloras por eso? ―preguntó Jennie, algo atónita.

Lisa la miró con cara de matarla. La alfa se arrepintió enseguida de haber dicho eso.

―¡Yo lloro por... por lo que sea! ―hipó, y agarró una almohada, como si estuviera dispuesta a ahogarla con ella.

―Ya, bebé, no te preocupes ―se apresuró a decir, emitiendo feromonas para calmarla—. Sólo... No es normal que llores tanto. Lili estado muy sensible.

―¡Es que tú no me entiendes! ―se quejó la pelinegra, pero pareció calmarse al percibir las feromonas alfas rodeándola―. Desde que lavaste tus prendas...

―¡Eso fue hace más de un mes, Lili!

Otra vez se arrepintió de su acción, porque Lisa se lanzó a ahogarla con la almohada. Mientras Jennie gritaba y Lisa se le subía encima para asesinarla, sintió con más fuerza el aroma de la omega. Era... era...

No sabía que demonios era, ¡pero distinto!

―¡Lili! ―gritó, agarrándole las manos para impedir un asesinato―. ¿No... no sientes que... que tu aroma es distinto?

Lisa detuvo sus intentos de muerte. Frunció el ceño ligeramente, atónita ante la pregunta.

―Uh... cambié de loción corporal hace unas semanas... A cocó y almendras, ¿no te gusta?

―No, no es eso ―Kim tiró a un lado la almohada―. Hueles... diferente. Raro.

La omega pareció volver a enfurecerse.

―¡¿Estás diciendo que huelo mal?!

Un nuevo intento de asesinato.

―¡Lili, no, no! ―se quejó Jennie, luchando por respirar―. ¡Jamás hueles mal para mí! ―la omega parpadeó―. Sólo... Hueles muy reconfortante ―esa era la palabra exacta. Le recordaba un poco a cuando era pequeña y mamá la tomaba en brazos. Se quedó congelada―. Hueles... hueles a leche... A leche materna. ¿No estarás...?

Lisa barboteó algo, interrumpiéndola. Las mejillas de la omega se pusieron algo coloradas, como tratando de entender lo que le estaba diciendo Jennie.

―Ahora que... que lo dices... ―mordió su labio inferior―. He estado algo irritable, ¿no?

―Y has tenido náuseas y vómitos ―señaló Jennie.

―Tal vez no sean por algo malo que haya comido ―admitió Lisa.

Volvieron a mirarse. Y hablaron al mismo tiempo.

―Entraré en celo ―dijo Lisa.

―¡Estás esperando a mis cachorros! ―gritó Jennie, feliz.

Se callaron. Continuaron observándose una a la otra.

―¡No puede ser! ―chilló Manoban, enderezándose―. ¡¿Pero cómo?!

Jennie se sentó en la cama, con una gran sonrisa en el rostro.

―Siempre anudo en ti ―dijo como si nada. Lisa enrojeció.

―¡NO ME REFIERO A ESO, PEDAZO DE IMBÉCIL! ―gritó, espantada―. ¡Nosotras...!

Y enmudeció. Porque Jennie tenía razón. Ellas no solían cuidarse mucho, y era una gran sorpresa que no hubiera quedado preñada antes.

―¡Necesito un test! ―dijo, incrédula―. ¡Quizás sólo sea un celo...!

―O gases ―bromeó Jennie.

Lisa agarró la almohada y procedió a ahogarla. Nuevamente.

Una hora después, la alfa se paseaba en la habitación del departamento con aspecto ansioso. Lisa se encontraba en el baño, y Jennie no podía dejar de sentir nervios. A pesar de llevar ya tanto tiempo con Lisa, que la había marcado y eran casi un matrimonio, tener hijos siempre le había hecho mucha ilusión. Ella sabía que para Lisa era parecido, pues lo habían conversado muchas veces, a pesar de que nunca hablaron sobre el momento idóneo para ellas.

La puerta del baño se abrió. Lisa salió.

―Negativo ―dijo.

La expresión de la castaña se llenó de desilusión, aunque trató de disimularlo.

―Oh, está bien. Tal vez sea tu celo...

―¡Bromeaba, es positivo! ―dijo Lisa, y se puso a llorar.

Jennie se congeló. Y reaccionó unos segundos después, yendo hacia la pequeña para abrazarla y besarla.

―¡¿De verdad?! ―gritó, emocionada.

―¡Sí! ―lloró Lisa―. ¡Mira!

Y le mostró el test con las dos líneas rosadas. El corazón de Jennie explotó en amor, con su alfa gritando de felicidad porque su omega estaba esperando cachorritos. Sus cachorritos.

―¡Oh, Lili...! ―exclamó queriendo besarla. Sin embargo, se detuvo cuando el llanto de su novia aumentó―. Oh, bebé... ¿tú no querías? ―preguntó, asustada.

―¡No puedo cargar bebés ―gritó Lisa―, porque yo sigo siendo una bebé!

Jennie no pudo evitarlo y soltó una carcajada, sintiendo la felicidad de la omega a través del enlace que compartían. Le envió olas de calor y amor a través del lazo, ahora sí besándola y haciéndole saber lo feliz que se encontraba. Lisa sólo recibió el beso y lloró un poco más, pero el consuelo de su alfa era todo lo que necesitaba.

―Me... me pondré muy gordita ―barboteó Lisa más tarde, mientras estaban en la cama―. ¿Te gustaré incluso así?

La alfa tenía muy claro que, a veces, Lisa volvía a tener bajones o pensamientos invasivos. Era normal, al fin y al cabo, porque en su infancia y adolescencia fue muy dañada y ese tipo de daño no era algo que se borraba de un día para otro.

Así que sólo le besó la mejilla.

―Te amo en todas tus formas ―le aseguró, enamorada―. Además, ahora será porque cargarás con mi bebé. Es normal, Lili ―hundió su nariz en el cuello de Lisa, sobre su marca―. Tu aroma materno ya me encanta.

Lisa se rió por las cosquillas que le provocaba que Jennie le hiciera eso.

―Podrían ser dos bebés ―bromeó―. Las ardillitas tenemos camadas grandes.

―No te preocupes ―insistió Jennie―. Te amaré más cuando te vea cargando con mis cachorros ―un nuevo beso―. Te verás tan linda cuando estés panzona.

Ahora eso la enfadó.

―¡Eres horrible! ―rezongó Lisa, agarrando la almohada, y Jennie simplemente se carcajeó por la felicidad. Su omega y sus cachorros eran todo lo que necesitaba para ser feliz.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro