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Lisa recordaba que, cuando era pequeñita y tenía sólo siete años, tuvo su primera subida de peso. Fue luego de invierno, uno especialmente frío, en el que casi no salió de casa para correr y subirse a los árboles, y se la pasaba acurrucada en un nidito que hizo sobre su cama, comiendo bellotas y aguacates y piñones y almendras, hasta sentir su estómago pesadito. Sólo comía, sin pensarlo dos veces, sin importarle si estaba un poco más gordita que antes.

Cuando llegó al colegio luego de esas vacaciones de Navidad, algunos niños se rieron de ella y diciéndole que ahora era una pelota de fútbol. Esos niños eran tan pesados, ¡sólo porque eran carnívoros se creían con el derecho de tratarla así!

Shuhua le dijo que no los tomara en cuenta, que ya se iban a aburrir.

No fue así, porque Lisa sólo siguió ganando y ganando peso. Las burlas de esos niños le ponían de los nervios, y a veces llegaban a propasarse, empujándola o haciéndole zancadillas o incluso pellizcándole el estómago, en especial cuando tenían clases de deporte y debía usar una playera más ajustada. Toda esa situación la hacía llorar tanto, y llegaba también llorando a casa, y mamá, para consolarla, le daba un aguacate o varias almendras, porque eran las favoritas de Lisa, y sólo así lograba calmarse un poco.

Gracias a eso, la niña relacionó desde temprano que podía relajarse cuando comía algo, y dejó de controlar la forma en la que comía. Lisa realmente intentó arreglarlo varias veces, pero era muy difícil, en especial cuando los niños de su curso le decían palabras feas y la hacían llorar. Parecía que lo único que parecía calmar el dolorcito en su corazón era la comida, lo único que lograba hacerla sentir un poco mejor era tener su boca llena de bellotas.

Sin embargo, cuando tenía trece años, fue que se dio cuenta de que quizás debería bajar de peso. A inicio del año escolar, en su primera clase de deportes, al profesor no se le ocurrió nada mejor que medirlos y pesarlos. Lisa vio su número en la balanza y sintió el alma caer al suelo al notar todos los kilos que tenía encima.

Decidió que había llegado el momento de, quizás, controlar un poco eso.

Su familia y amigas la animaron a bajar de peso y Lisa empezó a hacer ejercicio, tratando de no desanimarse en ningún momento. Aunque también tuvo algunas recaídas en esos años, nunca más quiso ver ese número en la balanza.

Con diecisiete años, Lisa todavía estaba con algo de sobrepeso, pero lejos de ese terrible número que la hacía llorar tantas noches en su cuarto. Era muy difícil para ella bajar de peso, porque debido a la ansiedad desarrollada, siempre que se sentía nerviosa o muy mal, recurría a las comidas. Le costaba mucho seguir dietas por lo mismo, y el ejercicio era su principal recurso para mantenerse con un peso mucho más sano.

Pero eso no quitaba que seguía sintiendo asco por sí misma, porque cuando veía su cuerpo, quería romper a llorar por lo fea que se observaba. Shuhua y Jisoo siempre trataban de animarla con que eso no era así, que su cuerpo era bonito y no asqueroso, pero Lisa tenía esa idea muy metida en su mente. Sumado al hecho de que los alfas no se le acercaban por lo mismo, ni siquiera los alfas ardillas: todos la miraban con desprecio por sus kilos demás.

Al menos, hasta que llegó Jennie.

Lisa estaba haciendo su ejercicio rutinario ese día, a la hora de almuerzo. Para tratar de regular un poco sus comidas, sólo almorzaba algo ligero y luego se iba al patio, junto a Shua y Soo, y hacía ejercicios en su forma de ardillita. Jisoo seguía comiendo, sentada en el suelo, mientras Shuhua escarbaba en el suelo, haciendo una madriguera.

La pequeña ardillita estaba escalando el árbol más cercano, lentamente y tratando de no mirar hacia abajo. Era una completa desgracia ser una ardilla y tenerle miedo a las alturas, pero bueno, poco se le podía hacer.

Soltó un chillido, llegando a la rama más cercana y subiendo a ella. La azabache le aplaudió, con la boca llena de comida, y Lisa decidió acicalarse antes de continuar.

—¡Wah!

Se sobresaltó al escuchar el grito de Jisoo y vio a Shuhua correr a los brazos del zorrito, temblando. Lisa miró hacia abajo, el pánico estallando: ¡una enorme pantera estaba en sus dos patas, apoyada en el árbol!

La pantera le miró, sus ojos amarillos llenos de... ¿de felicidad?

¿Esa era Jennie?

—¡La vas a asustar así! —dijo otra persona, y Rosé apareció—. ¡Jennie!

Pero la pantera la ignoró, saltando y aferrándose al tronco con sus garras. Lisa chilló por el terror al ver a Kim escalando el árbol sin ninguna dificultad, y corrió hacia el borde de la rama.

Se volteó, viendo a la pantera subiéndose a la rama elegantemente. La ardillita miró el suelo, pensando qué iba a pasar si saltaba. De sólo observarlo pudo sentir un gran mareo.

Sin embargo, ni siquiera pudo hacer el amago de lanzarse al vacío, porque sintió la nariz de la pantera olisqueando su cola. Lisa se quedó quieta de forma automática antes de chillar otra vez cuando la carnívora la agarró del pescuezo.

¡Se la iba a comer! ¡Era el fin de Lisa!

Quiso pelear para que le soltara, pero Jennie, sin un poco de complicación, se lanzó al suelo y cayó con un encanto natural.

Jisoo, desde su lugar, con Shuhua todavía en su forma de conejita, las observaba con los ojos ampliamente abiertos. Rosé parecía no saber qué hacer.

Lisa quiso escaparse ahora que estaban en el suelo, pero se sobresaltó cuando Jennie se sentó en sus cuatro patas sobre el césped, dejándola entremedio de sus dos patas delanteras, y comenzó a lamerla. Santa mierda, ¡su lengua era muy áspera!

—¡Jennie! —chilló, sorprendiendo a la pantera. A veces, los híbridos podían hablar, pero eso sólo ocurría en casos muy extremos, cuando se sentían amenazados—. ¡Du-duele!

—Jennie, vamos, suéltala —pidió Rosé, y de pronto apareció Soojin.

—¡Oh, ¿estamos jugando a las mordidas?! —preguntó Soojin, poniendo una expresión entusiasmada.

—¡No, si te transformas, Shuhua se meará sobre mí! —gritó Jisoo.

Lisa chilló, porque dejaron de prestarle atención y ahora se hizo bolita. Jennie no encontró nada mejor que hacerla rodar entre sus patas, ignorando los ruiditos de pánico de la pobre ardillita.

—¡Oye, gato malo! —Jisoo se puso de pie, acercándose, pero se quedó quieta cuando Jennie le gruñó—. ¡No le hagas eso a Limario, la marearás!

Shuhua saltó de los brazos de Jisoo al suelo, transformándose a su forma humana, algo confundida.

—Alguien salve a Lis —lloriqueó Shuhua.

Al final, tuvieron que llamar la atención de Jennie, distrayéndola de la bola peluda que era Lisa. La ardillita salió corriendo, algo confundida, hacia el arbusto más cercana, y de pronto la muchacha asomó su carita. La pantera se volteó a verla y soltó un quejido, así que se transformó en Jennie.

—No, pero ¿por qué? —se quejó la castaña, echado en el suelo—, vuelve, Lis, ¡sigamos jugando!

—¡¿Ju-jugando?! —farfulló la tailandesa, sin acercarse—. ¡Ca-casi me matas!

—No, te estaba cortejando —insistió, bajando sus orejitas—. Mira, ¡te traje algo más! ¡Soojin!

La híbrida de loba soltó un bufido, agarrando la mochila de Jennie en el suelo, junto a las otras, y se la lanzó. La pantera la agarró, abriéndola, y sacó...

Lisa saltó hacia Jennie, transformándose en medio del salto, y Jennie se rió cuando vio de pronto a la chiquitita y peluda ardilla aferrándose al aguacate en su mano. La híbrido de pantera le compró el aguacate más grande que encontró en la verdulería.

Shuhua suspiró.

—Ya se la ganó por completo —dijo, y se sobresaltó cuando Soojin pasó un brazo por sus hombros.

—¿De verdad? —Soojin le sonrió, inocente—. ¡Mira, yo te traje una zanahoria!

Shuhua frunció el ceño.

—Oye, que sea un conejo, no significa que me gusten las zanahorias —regañó.

Soojin parpadeó, bajando la verdura naranja en su mano y que sacó del bolsillo.

—¿Entonces no la quieres? —preguntó, desilusionada.

—Yo nunca dije eso —replicó la menor, quitándosela de golpe.

Jisoo miró a Rosé.

—Supongo que me trajiste algo —le dijo.

La híbrida de perrito puso una expresión culpable.

—¿Una caricia en las orejitas? —ofreció.

—¡Está bien, la acepto! —Jisoo sonrió, contenta.

Jennie las ignoró, observando con ojos enamorados a la ardillita aferrada a su mano, sus pequeñas garras abriendo el aguacate para comérselo, y le acarició la cabecita, suspirando llena de amor.

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