¿Te asustan los espectros?

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Sin duda ése era el comienzo de algo que desconocía. Una piedra que cae a la cascada, con la garantía de que no saldrá de la profundidad por su peso. Era lo que pasaba con ella al tomar la decisión de escapar. Y su larga cabellera recién teñida de rosa oscuro era la máxima prueba de ello.
El pequeño espejo rectangular encima del lavabo ensuciado de tinte, decolorante y utensilios que Yoko ocupó le daban el nuevo retrato que albergaba su rostro estoico. Era un cambio radical, extravagante a su parecer. Ése largo y cuidado cabello dorado que en su momento fué la semejanza que compartía con su padre ya no estaba. ¿Le dolía? Sin duda alguna. Todavía buscaba algún remedio para aliviar esa añoranza.

Se dio un último vistazo en el espejo para memorizar su nueva apariencia. Donde el porte refinado que solía emplear en el trabajo ya no estaba. Ahora había una chica de aspecto negativo, o alguien que llamaba la atención con las perforaciones en la oreja izquierda, con un toque de intento de parecer intelectual con los grandes anteojos redondos sin aumento que adornaban sus ojos con pupilentes azules. Hasta los labios pintados del mismo color de su cabello era un completo cambio que combinaba con la falda negra adornada de medias de distintos colores —gris y rojo— que era el conjunto de la sudadera cuatro tallas más grande de la suya que le llegaba hasta los pálidos glúteos.

—Yoko —dijo Kendall al otro lado de la puerta mientras tocaba—: ¿estás lista?

Ella no respondió. Tras soltar un largo suspiro, agarró fuerza de voluntad para abrir la puerta del percudido baño y ver al chico que traía una parte del cabello pintado de verde. Ambos asintieron cuando se miraron fijamente antes de salir de la habitación.

—Si tu intención era pasar desapercibidos con ésta apariencia de otaku apestoso que quiere llamar la atención cual disque emo depresivo, te juro que estamos logrando lo contrario —dijo Yoko que caminaba cerca del chico.

Aunque las prendas de ambos eran recién compradas de un bazar de segunda mano, la apariencia asiática de la chica y los rasgos europeos del chico contrastaban con las personas trigueñas que superaban en estatura. Era inevitable que grupos de amigos o familias que daban un paseo los mirasen con curiosidad e indiferencia.

—El disfraz no es para ocuparlo aquí —contestó Kendall, metiendo la mano disponible sobre el bolsillo de la sudadera que hacía juego con la de la chica—. La gente de por aquí me conoce. Saben de qué trabajo, por eso no me preocupa que me vean, mucho menos que hablen con la policía que tanto desprecian. Han de pensar que eres mi compañera, una nueva cariñosa que me pidió un recorrido por el territorio. Debemos preocuparnos si vemos a alguien de la zona norte. Cómo te dije: el personal de Kande debe estar en movimiento. Es algo que tú sabes de primera mano.

—Es probable que el señor Pulisic tenga gente regada por aquí. No parará hasta dar con tu hermano, primo, o lo que ese maldito moreno sea de ti —suspiró al detenerse por el color rojo del semáforo en la esquina del mojado boulevard al que se adentraron—: ¿Y? ¿Adónde vamos?

Kendall volvió a la chica para divisar los temblores en sus manos cubiertas con guantes de felpa color arena que la protegían del frío, especialmente en la mano izquierda con la que sostenía el paraguas que ocupaban los dos. Aunque era cierto que la humedad del clima, la gélida ventisca que se reforzaba por el chubasco que caía del cielo gris era para abrigarse, el chico sentía que no podía ser suficiente como para temblar, mucho menos para alguien como Yoko que vivía en la zona norte, un lugar muy friolento. No se sorprendió de creer que ella estaba ansiosa. De manera suave le quitó la sombrilla para entregarle el vaso de café moka que había comprado en el establecimiento de dos cuadras atrás.

—Primero haremos algo con tus nervios. Nos pueden descubrir si no actúas natural. Luego iremos a conseguir nuevas identificaciones —carraspeó después de cruzar la calle cuando el semáforo cambió de color—. Las vamos a necesitar si queremos salir de aquí.

—¿Dónde las conseguiremos?

—Conozco a una persona con la influencia para tenerlas antes del atardecer.

Con el andar sobre el descuidado boulevard Páris, el dúo llegó a la escuela abierta a la que Kendall asistíó en menos de veinte minutos por lo cerca que estaba del hotel donde se hospedaron, una vez que lla lluvia bajó, y el nivel del agua en las banquetas disminuyó.
Con unos cuantos ánimos que el ahora peli verde le dio a la chica al momento de estar frente al edificio en remodelación, entraron directo a la oficina de la directora que los esperaba gracias a la llamada que tuvo con el chico antes de salir.

—Tanto la zona norte como la sur está de cabeza con las últimas noticias —dijo la mujer regordeta al par sentados frente a ella mientras degustaba de un habano—. Dime, nene: ¿es por eso que tienes un hombro herido y un lado de tu antes hermoso cabello como gelatina de limón?

—¿Acaso no lo notas? —respondió con otra pregunta al sostener una sonrisa socarrona mientras señalaba a la pelo rosa. Tomó la suave mano de la chica con la única muñeca que podía mover con libertad—. Queremos ser el dúo dinámico que sale a la calle con la ridícula ropa a juego para que el mundo vea el comienzo de nuestra relación.

La mujer mayor los analizó a detalle, divertida de los comentarios de Kendall.
—Tienes el don de ser el centro de atención. Con tu forma de ser haces que tengamos opiniones divididas sobre ti —aseveró en cuanto daba otra calada al puro—. O la gente te ama o te odia. Sabes, un pajarito me contó algo muy interesante. Dijo que desde hace dos meses comenzaste a intimar con una mujer muy... extravagante, por no decir ridícula con su forma tan infantil de vestir. La finada Lara Pulisic, tu patrocinadora principal hasta ayer, cuando la encontraron sin extremidades ni intestinos en un motel barato.

—¡Vaya! —exclamó Kendall, ocultando la sorpresa que le generaba lo informada que la mujer estaba—. Al final si tomaste mi consejo de volverte detective privada. ¡Estás en racha, mi hermosa gordibuena!

—Ése pajarito también me contó otro par de cosas interesantes —fanfarroneó a la par de abandonar su asiento, ir a la puerta y colocar el seguro para terminar a espaldas de los chicos mientras tomaba un hombro de cada uno para susurrarles al oído con el puro entre los labios—: dijo que dos mujeres acompañaban a la hermana de Kande Pulisic. Dos asiáticas para ser específica. Una era Akiko Suisha, quien encontraron con el cuello rajado en el asiento de piloto del auto donde llegaron al motel. Y la otra era... —fingió vacilar—: ¿cómo se llamaba? ¡Oh, si! Yoko Antonieta Hamilton Nazawa, sirvienta principal de Kande, y hermana menor de la mayordoma de cierta familia con el mismo poder que los Pulisic.

Ambos se estremecieron, principalmente Yoko que sintió la respiración de la directora, momentos antes de tener la lengua de la directora en el lóbulo de su oreja. Trató de pararse, pero la mujer voluptuosa la tomó de los hombros para evitar que lo hiciera, increíblemente tenía una fuerza que superaba a la suya para para la pelo rosa, pues, pese a ser delgada contaba con mucha fuerza.

—¿Te acabas de teñir el cabello? —la fémina de corto cabello azabache pasó los dedos sobre el pelo de Yoko—. ¡Te queda muy bien! Combina con tu carita. ¿De dónde eres, lindura? ¿De Japón? ¡Nah! Tus ojos son muy grandes y tienes la nariz recta. Pero el resto de tus rasgos dicen que si eres asiática. ¿O serás austriaca? Quizás seas francesa, tienes los mismos ojos que Rebecca Hamilton.

El miedo volvió a ser el protagonista de los sentimientos de Yoko. Pues, aunque mantenía toda la calma posible, la mujer sin necesidad de amenazarla la tenía arrinconada. Pronto, una gota de sudor frío descendió de su frente al momento de respirar el humo del habano que la pelinegra exhaló en su cara. Tosió, después la desafió con la vista que le costaba mantener ante las manías llenas de glamour en la mayor. Sintió un alivio cuando ésta dejó de prestarle atención para dirigirse a Kendall.

—¡Y tú, nene! Tienes mucha suerte de haber salido con vida de aquel lugar —regresó al asiento negro para encararlos directamente y guiñar uno de sus semi rasgados ojos violeta—. De hecho, los dos tienen suerte. Mira que escapar de un demanio con apariencia de joven como Salazar, ¡wow! Felicidades. Pero sabiendo que eres su hermano de palabra, tampoco es que sea tan descabellado el haberles perdonado la vida.

—E-espera un minuto —dijo Kendall, conmocionado—. ¿Conoces a Salazar?

—Por su pollo que si, ¿cómo crees que consiguió la ubicación de su madre justo cuando se encontraba sin los guardaespaldas de Kande? —rió la mujer—. De hecho, también sé de tus otros tres hermanos. Y déjame decirte que te estás quedando atrás, nenis. Ellos ya se pusieron manos a la obra para vengar a su madre, tu eres el único que quiere huir y no luchar. Aunque, ¿quién soy yo para juzgar a un niño que solo quiere ser feliz? Me pregunto si escapar de tu deber como hijo postizo de Trinidad Jeager te librará de las cadenas que cargas en el cuello.

Todo lo mencionado por la mujer había estallado la coraza defensiva del chico que se reflejaba en el sarcasmo. Ahora, sintiendo que las cosas se salieron de sus manos; no le quedó de otra más que esperar cualquier cosa junto a la chica que sintonizaba las mismas emociones que él.

—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó Kendall, por primera vez serio, muy a la defensiva.

—Estar lejos de la escuela y de mí te ha hecho olvidar que mi trabajo va de la mano con relacionarme con muchas personas al día. Tarde que temprano iba a saber quién eras, de dónde venías y del pasado que ocultabas —dejó el habano en el redondo cenicero cerca de ella para exponer una botella de mezcal debajo del escritorio para beber directamente—. Tienes fantasmas que han vuelto para quedarse, Kendi Pulisic.

—Lo admito —dijo Kendall, con una sonrisa asustadiza— me agarraste de bajada. ¡Maravillosa jugada! Saúl Goodman estaría  orgulloso de usted por tremendo jaque que nos hizo.

—Por esa razón, ¡mejor llamo a Saúl! —soltó unas carcajadas divertidas, a comparación de los chicos— volviendo al tema, mi querido gigoló de quinta que sabe de tercera pero viene de primera. Mires por donde mires: estás jodido. Es probable que para hoy sepan que la sirvienta principal de tu padre no murió en el motel. Seguro pensará que la nena aquí presente está secuestrada, lo que aumentaría sus esperanzas de encontrar al asesino de Lara en pocos días, quizás horas. ¡Eso sería malo para ustedes que quieren salir de la capital que está a horas de convertirse en una prisión para ustedes! No tardará mucho para que prohíban la entrada y salida. Lo que se me hace muy sacado de onda es que la niña china quiera irse contigo. Piénsalo, ¿por qué querría abandonar su vida? A menos que la tengas amenazada, o sea muy estúpida para dejarlo todo por alguien que le dará mucho menos privilegios de los que está acostumbrada. Porque si, también investigué la vida de Yoko Hamilton, y tú padre si que la tiene muy consentida. Me atrevo a confesar que está mucho mejor que su propia hija.

—Mierda —susurró el chico, rascándose la cabeza por la ansiedad.

—De todas formas, podría sacarlos de la ciudad. Solo que te costará, y muy caro, pequeñín.

—¿De cuánto estamos hablando? —preguntó Yoko, para sorpresa de la directora.

—Bueno —llevó el dedo índice a su mentón—. Son el cambio de identidad, trasladarlos a la otra parte del país, sacarlos de la capital sin que Kande se entere y entregarles una nueva vida... yo creo que son alrededor de trescientos grandes

—¡¿Trescientos mil pílares?! —cuestionó Yoko—. ¡Debe ser una puta broma! Eso es mucho, incluso si es para los dos.

—No —ella negó con una sonrisa delictiva— son trescientos por cada uno. ¿Ya se olvidaron de quién quieren escapar? Kande tiene amistades con el ejército y la policía. No por nada puede llegar a ser el próximo primer ministro si su partido gana las elecciones. —Su diversión aumentaba conforme los ánimos del par disminuía—. Niños, tan solo piensen en su situación. Kendall —señaló al chico— tú más que nadie sabe lo que pasó entre ustedes para ganarte todo su odio. Yoko —hizo lo mismo con la chica— si él se entera que lo engañaste, sumado a que sabes de su hijo y quién mató a Lara, ¿qué crees que será de ti? Ninguno tiene adónde ir. Ambos están en la ruina.

Kendall y Yoko vacilaron en lo que harían de ahí en adelante. Por más que buscaban una solución, ninguno hallaba una ruta que los llevase a una salida sin verse tan afectados salvo psicológicamente —al menos en el caso de Yoko— de lo ocurrido. Y los aires de grandeza que expresaba la mujer mayor no les ayudaba a concentrarse.

—No cargamos con tanta plata —dijo Kendall, no queriendo—. ¿Podemos llegar a un acuerdo para que nos saques de aquí?

—Eso es un problema —farfulló la fémina mayor—. No soy altruista para mover mis cartas y gastar favores por ayudar a un par de niños. A menos que... —enfatizó una larga sonrisa llena de maldad, dirigida a ambos cual gato frente a una lagartija— estén dispuestos a hacer unos encargos para pagar su escape.

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