Una tercera cara

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El agradable aroma a café recién hecho evocaba una sublime fusión con la eufonía de fondo, alrededor del comedor en donde Margarita Potra degustaba el desayuno junto a su mano derecha.

—Puta madre, Yoko —farfulló margarita cuando dio el primer bocado de sus huevos fritos.

Creyendo que finalmente recibiría la primera queja como solía pasar en la casa Pulicic, la chica a espaldas de Margarita se preparó para todo tipo de comentarios denigrantes, teniendo en cuenta que no estaba en posición de exigir respeto. Tampoco era que en el pasado lo pidiera. Al fin y al cabo era una sirvienta que atendía a gente peligrosa.

—¿Sucedió algo, señora Potra? —preguntó nerviosa.

—No te pases de verga —exclamó en español, con su característica jerga mexicana, claramente satisfecha con la chica comenzaba a acostumbrarla degustar comida de calidad—. Estos huevos están de puta madre.

Para deleite de la mucama —ya sea por lo devota que era con las obscenidades latinas, o por entender un poco de cada habla en latinoamérica— supo que no se venía un insulto como tal.

—Me alegra que le haya gustado —respondió al elogio.

—¿Todos los días cocinabas para Kande?

—Así es, señora.

Tan pronto obtuvo la resolución a su duda, la mujer castaña comenzó a reír entre carcajadas que confundían a Peack que se encontraba en la primera silla del costado izquierdo de la mesa. Eso tampoco pasó desapercibido por Yoko, que prefería ser ignorada.

—Mañana volveré a la capital —habló Margarita—. El plan es ir a la zona sur para ver cómo va el pedo que tengo con Kande. Pensaba llevar a no más de cinco personas para que la hacienda tenga personas para protegerla en caso de una invasión. También quería dejar a Kendall —bebió un poco de café, poniendo una expresión complaciente con el sabor—. Pero tu comida me supera, no puedo dejarte aquí. Yoko, quiero llevarte conmigo.

Yoko solía tener una idea totalmente lejana en cuanto a su trabajo. En su vida recibió algún tipo de elogio por lo que cocinaba, en cómo limpiaba hasta dejar aquel espacio asignado en algo impecable. Tampoco era que la anterior vivienda a la que sirvió le dijeran toda clase de barbaridades —hasta la llegada de la difunta Lara Pulicic—. Por ende, que la Potra la endulzara con cumplidos la dejaba con el sentimiento de una persona que en su vida recibió el reconocimiento que tanto se merecía. Pues era exactamente lo que pasaba con ella, por fin estaba teniendo el crédito de su esfuerzo. Pues, dejar la hacienda que si bien era asistida por los trabajadores de la mujer mayor, ante los ojos de una sirvienta experimentada y de buen rendimiento, todo se veía sucio, inaceptable y asqueroso para el territorio de alguien importante.

Desconocía si ella era una experta en su trabajo, o el personal de Margarita era deplorable. Pero una cosa era cierta: ella estaba escalando puestos.

—Ven aquí, no te quedes atrás de mí —exclamó la mujer castaña— eres una trabajadora, no un soldado o una esclava para estar a la espera de una orden como si tu vida dependiera de ello.

En realidad era así, o fue lo que Yoko pensaba. Caminó hasta quedar a un lado de la mujer mayor.

—Que bueno que le gustó, señora —agradeció Yoko.

—Te dije que me llames Magie —respondió la Potra— ya sé que estoy vieja, pero no tengo hijos. Llevo tres años aceptando que ya no me dicen señorita —bromeó—. Mi mamá decía que a partir de los treinta ya debería tener una camada entera. Y yo con treinta y cuatro sigo teniendo la mesa vacía, sin un heredero para mí fortuna.

—Disculpe, Magie.

—¿Te disculpas por actuar como dependiente, o por llamarme señora? —su sonrisa parecía tranquila, pero ni así lograba bajar la guardia de Yoko—. Te estoy vacilando, no te voy a hacer nada. Podré estar condenada a morir de la peor manera, me lo merezco. Es lo justo. Así como yo cuando tengo gente leal a mí. Tú lo has sido, quiero saber lo que te motiva a hacerlo. Tuviste muchas oportunidades para buscar a Kande —esperó un poco antes de preguntar—: ¿Por qué preferiste pasar un completo infierno con Carmela, antes de buscar a tu antiguo jefe?

Pensaba que lo había superado. O eso se obligaba a creer, pero no. Yoko sintió mucho terror cuando las grotescas imágenes de lo vivido en el motel Pichaloca impregnaron su cabeza. La sangre, la pistola de Salazar en su frente, el cuerpo de Lara siendo desmembrado. El hambre, la tortura mental, el exilio, la humillación. Todo llegó de golpe.

Margarita se percató de las temblorosas manos de la chica que acompañaban su expresión temerosa. Como pudo, volvió a retomar la compostura, recordándose las tantas veces que se preparó para contestar a ese tipo de preguntas.

—Yo estuve presente cuando mataron a Lara —respondió, con todo el profesionalismo posible—. No hablo de estar en el mismo lugar, yo ví cuando su propio hijo le voló los sesos. Estuvo a nada de hacer lo mismo conmigo, de no ser por Kendall.

—Salazar te quería muerta, lo sé. ¿Por qué no te mató? —con una pierna abrió espacio en la silla a su otro costado para ofrecerle el asiento a Yoko, quien, por inercia acató el mandato—. ¿Kendall abogó por ti?

—De no ser por él, yo no estaría aquí.

—El hijo de Nacho sacó muchas cosas de él. Debió querer algo a cambio de tu vida. Conociendo a Trinidad, su madre adoptiva, de seguro le enseñó el viejo testamento: ojo por ojo, diente por diente. —Sin pena ni timidez llevó su mano al mentón de la pelirosa—. ¿Qué sacrificaste para vivir otro día más?

La sirvienta retiró el cabello que le cubría la oreja faltante.
—Desde ese día supe que todo tiene precio. Hasta lo que pensamos que es de nosotros, como una parte del cuerpo que no le sirve a alguien que no tenga dicha parte.

Por un instante Margarita quedó pasmada en lo que veía. Imaginó lo doloroso que pudo haber sido para ella, en una habitación con un cadáver mientras le cortaban la oreja sin anestesia, porque dudaba que la tuviera.

—Ahora todo cuadra —apartó los dedos de Yoko— ya estás experimentada. Por eso no estás tan traumada como pensé que lo estarías cuando mataron a Carmela. Te has ganado mi atención, eres alguien interesante. De trabajar para un futuro primer ministro, pasar por los peores días de tu vida a muy temprana edad, para terminar sirviendo al enemigo de tu anterior jefe. Una historia difícil de creer, pero cierta. Ya tienes algo para contarle a tus futuros hijos. ¡Ánimo, chamaca! La vida es corta como para quedarse en el pasado.

—Lo tendré muy en cuenta, Magie —dijo Yoko—. Por cierto, dijo que me quiere llevar a la capital.

—¡Dalo por hecho, chinita!

—¿Puedo pedirle un favor?

—Hiciste que los huevones de mis inmigrantes se movieran. Gracias a ti tengo la hacienda como siempre la quise. Pídeme lo que necesitas, te lo mereces.

—¿Podemos llevar a Kendall?

—Ah, tu macho —sin intenciones de insultar, dejó escapar lo que pensaba, riendo de forma divertida, sin dejar de intimidar a Yoko—. Ya lo tenía contemplado. Claro que viene con nosotros. ¡Lastima! Desperdiciaste tu oportunidad de pedirme algo que estuviera lejos de tu alcance.

—Está bien así —actuó de forma respetuosa, manteniendo el porte elegante y recto—. No podría pedir más.

—No podía olvidar a tu catalizador del estrés —apuntó a ella—. Te veo tan refinada que aún no puedo creer que los gemidos de anoche fueran tuyos —soltó otra risotada—. Pensé que te estaban haciendo un ritual invertido. ¿Qué clase de cosas hicieron? Seguro y el resto de sirvientas escucharon el espectáculo que dieron anoche. Te aconsejo que cuides lo que es tuyo. Las mujeres de aquí llevan mucho tiempo sin tener acción. Sus esposos murieron en un atentado que mi ahijado y una de sus mujeres hicieron. Puede que un día se le insinúen al chico, recuerda que su anterior trabajo era satisfacer a las mujeres. Y las que están aquí pagarían muy bien por alguien de cara bonita y verga de titán. —Margarita mentía, puesto que lo vio todo mediante las cámaras mientras intimó con la rubia a su izquierda que parecía un fantasma.

Cómo de costumbre, Yoko terminó sus deberes antes de su horario de salida. Lo que dejó satisfecha a la patrona que le volvió a dar el resto del día libre. quedándole como última tarea el esperar la llegada de kendal, quien entró a la habitación hasta pasado de las diez de la noche.

Después de mucho tiempo la incomodidad entre ambos regresó mediante la distancia que uno tomaba sobre el otro, acostados en los aposentos de sábanas recién cambiadas por la pelirosa. Tampoco era que quisieran romper esos momentos de meditación que disfrazaban con mirar la película que se reproducía sin tener la atención del par.

—Lo de anoche fué... —quiso decir Kendall, de modo que no sonara extraño— una cosa bárbara. ¿Quién te enseñó los legendarios movimientos prohibidos? —rememoró las tantas posiciones en que puso a la chica, quien se acomodaba como si fuese una veterana de los actos carnales.

En cuanto a Yoko, noqueada por la turbación de tener las indecentes imágenes y gemidos que salieron de ella la dejaban sin ganas de responderle al chico para no sentir más pena de la que tenía. El simple hecho de sentir como sus manos abrían sus posaderas para ser lamidas y escupidas sin pudor, los bruscos saltos que dio sobre las caderas del chico, o la forma tan salvaje de devorar el miembro del chico ya eran suficientes.

—¿Creiste que era la típica amargada que se la vivía de masturbaciones? —respondió en modo de pregunta—. Lamento romper tus ilusiones. De seguro te confiaste de mi apariencia, por eso quisiste tomar el mando. —Quizás y por lo llevadera que se había vuelto con Kendall fue que dijo—: debiste ver tu cara cuando ya no podías, y yo seguía y seguía —sin saber cómo, la vergüenza se desvaneció, igual a un interruptor que prende y apaga su lado atrevido y pesado para el hablaba con ella de ese modo.

—Tampoco es que hayas ganado —replicó Kendall—. Solo digo que te mueves como... ¿actriz porno? No sé como es que lo hacen ellas, porque nunca estuve con una. Pero veo muchos videos, y te mueves muy bien. No tan exagerada como ellas, pero lo haces como una mujer mayor. Apuesto que un tipo de mi edad que vive en la zona norte no fue suficiente para hacer que alcazaras ese nivel. Si no es mucha molestia preguntar: ¿con cuántos has estado?

—Te sorprendería saber que solo me he metido con tres hombres —dijo ella de lo más normal.

—No pensé que responderías.

—Ya pasaste tu lengua por todo mi cuerpo, todo. —Volteó a él, quien la miraba con intriga acompañada de una sonrisa divertida—. Que te cuente un poco de mi pasado no es tan penoso como lo otro.

—Siendo más metiche que de costumbre: ¿conozco a uno de ellos, además de Zinder?

—El primero fue Dylan, el típico capitán del equipo de fútbol, popular con las chicas. Blah, blah, blah. Al final resultó que todas sus ex novias lo apodaban Ken, porque no tenía pito. Y era cierto, porque su pequeño pito no pudo romper mi himen—sacó la lengua, fingiendo estar asqueada—. El segundo fue Zinder. Ahí si hubo un cambio. Ese puto enano está hecho al revés, lo que no tiene de estatura lo tiene entre las piernas —rió—. El tercer hombre me enseñó que una verga grande no lo es todo. Ese tipo, aún lo recuerdo. ¿Cómo olvidar al ex esposo de Lara?

—¿Qué? —preguntó conmocionado.

Gustosa del festín que alimentaba su ego producido por Kendall, la chica esperó unos segundos para grabarse los descolocados gestos de su compañero.
—El tercero fué el padre de Salazar. Ignacio Trujillo.

Era evidente que el chico no estaba acostumbrado a saber del pasado de Yoko. Siempre se imaginó el actuar de ella, sus anécdotas o sobre su rutina. Jamás esperó que ella compartiera caminos similares con él. Se cayó por el resto de la película, indicando que se quedó sin palabras coherentes.

Tan pronto recordó el significado de sus palabras, Yoko se preguntó si había sido buena idea contar algo tan privado. Después, una segunda pregunta apareció: ¿por qué debería preocuparme por ser juzgada? Total, el historial de Kendall necesitaba escribirse en un libro para que los nombres de todas las mujeres que pasaron por él fueran recordados. Pena y enfado, eso sentía. Lo que no sabía era que sus pensamientos estaban siendo apoderados del placer que el demonio dentro de Kendall les daba. Aunque eso aplicaba a lo que podía sentir, su libre albedrío estaba intacto. Por ende, parte de lo que dijo si quería ser escupido.

«Lo hecho, hecho está —siguió con la vista sobre la pantalla que mostraba los créditos de la película mientras hablaba consigo misma—. Yo no soy nadie para juzgar lo que hizo, así como tampoco debo ser juzgada. Solo espero que sea lo suficiente maduro. Si quiero ir en serio con él, debo ver si lo vales. Que no eres el típico llorón que no acepta el pasado de una mujer, aunque no estoy vieja para decir que soy una mujer hecha y derecha».

En cuanto los créditos acabaron, la atención de la chica volvió a Kendall, ya que unos sonidos raros salieron de él, seguido de unas risotadas que resonaban en la habitación iluminada por la pantalla.

—Yoko Antonieta Hamilton Nazawa haciendo cosas indebidas —pronunció tras reponerse— eso tampoco me lo esperaba. Mira que cosas. Yo me cogí a Lara y tú a Nacho. Yo a la esposa y tú al marido. Sin duda el destino nos hizo el uno para el otro.

—¿Y? —enarcó una ceja.

—Nada que deba señalar, solo decir que me alegra conocerte mejor —se acercó a ella para tomarla de los brazos y acercarla a él, subiendo el cuerpo de la chica con el de él—. Conozco a la triste Yoko, la tierna Yoko—le dio un beso la cabeza, con una sonrisa perversa mientras su ojo izquierdo se volvía a iluminar—, ahora conozco a la maligna y pervertida Yoko. Tenías razón cuando dijiste que pondrías mi mundo de anticonceptivos de cabeza. Lo lograste, estás en mi cabeza, chinita.

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